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Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (16 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
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XXVI

Toda revelación es para vosotros como libro sellado; se le da a leer a quien sabe leer, diciéndole: Lee esto, y responde: No puedo, el libro está sellado. O se da el libro a quien no sabe leer, diciéndole: Lee esto, y responde: No sé leer
. Es lo mismo que tú, Mario que me hiciste reír, palabra, la seriedad con que dijiste en la entrevista aquella que hoy en España no se lee, que te crees que porque no te lean a ti a los demás les va a suceder lo mismo, que estoy cansada de decirte que tú, escribir, sabes escribir, que escribes con soltura y eso, pero, hijo mío, de unas cosas tan aburridas y de unos tipos tan poco apetecibles que tus libros se caen de las manos, la verdad. Y no es que lo diga yo, recuerda a papá, y papá en estas cosas es alguien, vamos, me parece a mí, pues ya le oíste, que no es que vacilase, “si escribe para distraerse, pase, pero si busca la gloria o el dinero que tire por otro camino”, más rotundo no cabe, y papá, ya lo sabes, una autoridad, que en el ABC no saben dónde ponerle, que no es precisamente un indocumentado, que menuda Memoria te hizo, de libro, hijo, que a mí, que nunca me dio por ahí, me la tragué sin respirar, tres veces, no te creas, que recuerdo que me encantó todo aquello del método regresivo, eso de estudiar la Historia para atrás, como los cangrejos, porque todas las cosas tienen su porqué, como suele decirse, no pasan en balde. Prescindiendo de que fuera mi padre, debisteis editarle la Memoria en la Casa de la Cultura, fíjate, hubiera sido un exitazo, me juego la cabeza, porque aunque corta y así, que eso se arregla con una letra un poco más gorda, tenía mucha miga, que hoy la gente es lo que quiere, desengáñate, libros de amor o libros con sustancia, una de dos, pero para aburrirse o para perder el tiempo ten por seguro que nadie compra un libro, qué es a lo que voy, borrico, ¿me quieres decir quién iba a leer tus cosas, y perdona mi franqueza, si tus protagonistas cuando no son pobres son tontos? Fíjate en “El Castillo de Arena”, sin ir más lejos, que digo éste como podía decir el otro, un paleto al que le van robando sus tierras, una a una, hasta quedarse con lo puesto, un patán sucio que para acabar de arreglarlo tiene una mujer desdentada que no hace más que insultarle. Y todavía ése, vaya, que lo de “El Patrimonio” es todavía peor, hijo, figúrate a estas alturas a quién va a interesarle la historia de un sorche que va a la guerra en un país que no existe y no quiere matar a nadie, ni que le maten, y por si fuese poco le duelen los pies. Te digo, Mario, cariño, que ni buscados con candil, ni aposta encuentras unos protagonistas más estrafalarios, y precisamente ahora, ya ves, que sorches no son más que los patanes, figúrate, que los chicos de familia un poco así, con eso de las Milicias, son todos oficiales, que te prometo que al empezar “El Brazo Derecho”, el día que me dijiste que el protagonista no era pobre, me llevé una alegría, te lo juro, que por un momento pensé, que parezco tonta, que ibas a escribir lo de Maximino Conde para darme una sorpresa, que te guste o no, era un argumento de película, ya ves, pero ya, ya… El Ciro Pérez ese, que tampoco podías encontrar un nombre más vulgar, hijo, es una especie de retrasado mental que lo poco que piensa lo piensa en chino, un tipo absurdo que ni sabe lo que quiere ni adónde va, que aquello era de tal manera enrevesado, cariño, que no entendía ni jota, pero tuve la fuerza de voluntad de aprenderme trozos de memoria, pero largos, ¿eh?, y de carretilla, como un papagayo, para comentarlos luego con mis amigas, que uno era como aquél del labrador de Villaloma, el que escribió a Valen, sí hombre, que la conoció en una cacería, ya casada y todo, una carta tronchante que nos la aprendimos todas de memoria, que empezaba, “si el interés lo tiene por defecto, tal es así que no quiere contestarme, le suplico Valentina que me escuche aunque no sea más que por amistad”, ¿te acuerdas?, graciosísima, bueno, pues hice igual, Mario, me eché al coleto una parrafada, una que decía, decía, verás, “en hacer el bien, Ciro encontraba una complacencia, una inconfesada satisfacción, con lo que automáticamente quedaba excluida toda interpretación meritoria de sus acciones y abierta la posibilidad de una reparación ulterior. De ahí, su tortura…”, ¿qué te parece? ¿no te recuerda horrores a las cartas del tipo aquel de Villaloma? Dime tu verdad, Mario, vaya parrafito, no me digas, ni aposta, que Valen se mondaba, pero, hijo, Esther, sin venir a cuento, se enfurruñó, ya ves tú qué salida de tono, qué la iría a ella, y venga de explicar, pero de malos modos, ¿eh?, llamándonos de todo, que lo que quiere decir Ciro Pérez, que yo, oír Ciro Pérez y caerme de risa era todo uno, y Valen para qué te voy a contar, y Esther cada vez más furiosa, que si éramos unas analfabetas, bueno, pues que lo que quería decir Ciro Pérez, según Esther, es que cada vez que cedía la acera, o el asiento en el autobús, que hay que ver, aquí, para inter nos, lo pesadito que se pone, Mario, siente una satisfacción y piensa “soy bueno”, como con un poco de orgullo, ¿comprendes lo que quería decir Esther?, pues desde el momento que se envanece, ceder la acera deja de ser una acción meritoria y puede ser inclusive pecaminosa, ya ves qué líos, que a ti ni se te habrá ocurrido eso, lo más seguro, que Valen empezó a voces: “¡Pero ese hombre es tonto, hija!” y a mí me entró la risa, un ataque, Mario, como lo oyes, y Esther para qué te voy a contar, cada vez más excitada, hasta que de repente, toda roja, empezó a chillarme, “¡no te rías así, Carmen, no te rías así, que ese hombre puede ser tu marido!”, ya ves qué sandez, por mortificarme, a ver, que yo, “oye, mona, por lo que más quieras”, muerta de risa, que no me podía contener, Mario, me era imposible, ¡qué juerga, Dios mío!, y ella, que era inútil tratar de hacernos comprender a nosotras esas tensiones, me parece que dijo tensiones, que está en un plan redicho que no hay quien la aguante, y que en lugar de ceder el asiento pudiera negarse a firmar un acta o comprar un
Carlitos
en Madrid, como decía yo que tú hacías, que Valen saltó entonces: “Mario lo hará, pero no se plantea luego problemas idiotas”, y Esther que qué sabíamos nadie de los conflictos íntimos de cada hombre, tú me dirás, vaya un conflicto, que lo que yo le dije, “Esther, mona, no desbarres, conozco a mi marido mejor que tú”, pero Valen seguía riéndose y, entonces, Esther, cogió el portante y se marchó chillando que no teníamos ni pizca de sensibilidad, ya ves tú, que me molestó, qué sabrá ella, y otra cosa a lo mejor no, pero sensibilidad, Dios mío, si es una de mis peplas, tú lo sabes, cariño, pero si cuando estoy indispuesta ni mayonesa puedo hacer, toda se me corta, que bastante desgracia tengo, que Esther será muy buena amiga y todo lo que tú quieras, pero con eso de haber estudiado, adopta unos aires que no hay quien la aguante, que yo me hago de cruces pensando cómo congeniará con Armando, más opuestos no cabe, él con esa vitalidad, si sólo piensa en comer, pero lo cierto es que le tiene loco, a él que no le toquen a su mujercita, que hay que ver el trepe que armó la otra noche en El Atrio, total por nada, que si la miraron o la dejaron de mirar. Yo no sé, a veces me da por pensar que tú hubieses encajado con Esther, y otras que no, yo creo que demasiado parecidos tampoco resulta, no sé, es un lío, pero lo cierto, Mario, no nos engañemos, es que tú no eres un tipo de hombre de gustar a las mujeres, que físicamente vales bien poquito, seamos francos, pero algo debes de tener, alguna gracia oculta, que a la que gustas la trastornas, ¿eh?, las cosas como son, ahí tienes a Esther y a tu cuñada Encarna, que digas que yo no soy celosa, que si no… Me gustaría que oyeses a Esther en los tés de los jueves, si tus libros salen a colación, ya se sabe, el evangelio, símbolos, tesis, lo que quieras, menudo abogado, hijo, que no sé cómo los jueves no te zumbaban los oídos hasta quedarte sordo, vaya sermones, hasta donde no la importaba, válgame Dios, tú dirás, que no te animara a buscar otro empleo, ya ves, que eso sería destruir tus posibilidades, imagina, que yo no sé, la verdad, dónde te encontraba tales talentos, que lo que yo dije un día, que ella furiosa, claro como con la fábrica de Armando tiene el riñón cubierto, que lo que yo la dije, “si el talento no sirve para ganar dinero ya no es talento, guapina”, porque es la pura verdad, Mario, no me digas, tanto incienso, tanto incienso, que me tiene harta. La pánfila de Esther presume de conocerte mejor que nadie pero no sabe de la misa la media, que me gustaría verla en mi caso, ni dos semanas, ya te lo aseguro yo, que una cosa son los libros y otra muy distinta la persona, que a testarudo no hay quien te gane, y no es que lo diga yo, que ya lo dijo, y bien claro, Gardenia, ¿recuerdas?, la grafóloga que hubo en “El Correo” antes de venir don Nicolás, cuando “El Correo” se podía leer, que daba gusto, pues la mandé una cuartilla tuya sin que lo supieras, y te retrató, hijo, en mi vida he visto una cosa igual, que yo pensaba “ésta le conoce, seguro”, que no puede decirse más en menos palabras, la misma Valen, ya ves, “hija, es que le retrata”, tronchada, y venga de leerlo, “perseverante, idealista y poco práctico; alimenta ilusiones desproporcionadas”, ¿qué te parece?, tú pon testarudo, donde dice “perseverante”, iluso donde dice “idealista” y holgazán donde pone “poco práctico” y tendrás tu ficha completa, que nadie diría, cariño, que de la letra de uno se puedan sacar tantas cosas. Pues todavía, la pánfila de Esther que me faltaba sensibilidad para apreciarte, ya ves qué sabrá ella, precisamente sensibilidad, si hubiera dicho otra cosa, que yo recuerdo a mamá, que en paz descanse, “hija mía eres como un barómetro”, que me ponía a hacer mayonesa estando mala y ya se sabía, a arreglarla, y no me digas, Mario, que tú estabas a un paso, cuando se me cayó el diente a la piscina, temblaba y todo ¿eh?, tú lo viste, una temblorina como en pleno invierno, ¿eh?, que luego una semana en cama devolviendo, que me alteré toda, menudo disgusto, que al Chucho Prada dichoso le hubiera matado, “antes se te caen los tuyos que el que te he puesto”, como para fiarse. Si eso no es sensibilidad, Esther dirá lo que es sensibilidad, que la muy sandia se cree que sensibilidad es leer, atiborrarse de libros, cuanto más rollos, mejor, que no es que yo vaya a decir que una sea muy cultivada, Mario, que ni tiempo, tú lo sabes, pero tampoco una analfabeta, Mario, ya ves, que tu Memoria, bueno, la de papá tres veces, y no era precisamente un libro divertido, y los de Canido, que digáis lo que digáis a mí me encantan, y los tuyos, Mario, no digas, todos, uno detrás de otro, y aprendiéndome párrafos de carrerilla, de pe a pa, y antes de casarme, “La Pimpinela Escarlata” y por lo menos diez veces “Vendrá por el mar”, que me chiflaba, nunca he disfrutado tanto con un libro, palabra, que tenía un encanto especial, que la pánfila de Esther se da unos aires como si sólo hubiera leído ella. Y ahora que me acuerdo, Mario, también me leí de cabo a rabo el libro de versos de aquel amigo tuyo, Barcés o Bornes, ¿te acuerdas?, el que encontramos en Madrid durante el viaje de novios, de Granada, me parece, que hablaba todo el tiempo de García Lorca, él un poco pelirrojo y ella llenita, muy morena, que le conocías, creo, de cuando la guerra, no me hagas mucho caso, él como muy cohibidín, bueno, es igual, pues me leí el libro de un tirón, que eran unos versos rarísimos, unos cortos cortos y otros largos largos, que no pegaban ni con cola, al buen tuntún, que al acabar me dio una jaqueca horrible, ¿recuerdas?, distinta de otras veces, como en mitad de la cabeza. ¿Cómo se llamaba aquel amigo tuyo, hombre, si lo tengo en la punta de la lengua, que él hablaba muy bajito, como si se estuviera confesando, con un poco de acento y os pasasteis la tarde diciéndoos versos uno al otro, sí, hombre, en un café de la Gran Vía que hacía esquina, ¡qué cabeza!, todo lleno de espejos, que ibas a entrar y te dabas, que era como un laberinto? ¡Qué tardecita, Dios santo!, lo único, que recitaras el de mis ojos, que recuerdo que cada vez que empezabas un verso, yo pensaba: “Va a decir el de mis ojos”, pero ya, ya, ilusiones, con lo que yo hubiera dado, que si Elviro no me lo dice, yo en la inopia, fíjate, “¿te lee Mario sus versos?”, que yo, pasmada, “¿hace Mario versos?, es la primera noticia”, y él, “desde que era así”, que luego me dijo que habías dedicado uno a mis ojos y yo muerta de curiosidad, figúrate, el sueño de toda mujer, pero cuando te lo pedí, “debilidades, son blandos y sentimentales”, que no había quien te sacara de ahí, y eso es algo que me pone enferma, Mario, porque escribir versos para nadie no tiene sentido, es como salir a la calle y empezar a dar voces al buen tuntún, cosa de locos. ¡Borres!, no, no era Borres, pero algo parecido, desde luego empezaba por B, ¿no sabes quién digo, Mario? Él, como muy desaseado, muy a la pata la llana, de tu escuela, y ella andaluza, morena, con el pelo recogido, que nos llamaba todo el tiempo de ustedes, “porque ustedes”, “porque viniendo de ustedes”, que contó aquello tan divertido de la feria de Sevilla, lo de la jaca, eso, una de las veces que te he visto reír con más ganas, ¿no te acuerdas?, sí hombre, ¡qué rabia!, estábamos sentados según se entra, así a mano derecha, en un diván rojo, todo corrido, él y tú, enfrente, que él se subía mucho el pantalón y luego, al salir, comentamos lo peludo, más bien soso… ¡Barnés! Eso es, Barnés, Joaquín Barnés, me parece que era Joaquín, Mario, seguro, ¡qué gusto, ay qué peso se me ha quitado de encima!

XXVII

Dejando, pues, vuestra antigua conducta, despojaos del hombre viejo, viciado por la corrupción del error, renovaos en vuestro espíritu y vestíos del hombre nuevo
, lo que se dice otro hombre, que me encantaría que le vieras, Mario, sólo por gusto, que ha echado un empaque que no veas, con una americana inglesa de sport, sacando el codo por la ventanilla, como muy curtido y, luego, esos ojos… ¡de sueño, vamos!, no parece el mismo, que los hombres es una suerte, como yo digo, si no valéis a los veinte años no tenéis más que esperar otros veinte, yo no sé qué pasa. Y me di cuenta en seguida, no te creas, un Tiburón rojo aquí, imagina, inconfundible, no podía ser otro, y aunque intenté hacerme la tonta, él, ¡plaf!, en seco, un frenazo de cine, ¿eh?, que se quedó un rato el coche como temblando y Paco venga de sonreír, “¿vas al centro?”, y yo, toda acomplejada, a ver, que Crescente no hacía más que fisgar desde el motocarro, “sí”, “pues, arriba”, y ya con la portezuela abierta, a ver qué podía hacer, me colé, y más cómoda que en el sofá del cuarto de estar, Mario, te lo prometo, que lo que yo le dije, “me chifla tu coche”, que es verdad, que parece que ni tocas el suelo ni nada. Y él, entonces, dio media vuelta y salió como un cohete por la carretera de El Pinar, que yo le decía, “vuelve, ¿estás loco?, ¿qué va a decir la gente?”, pero él, ni caso, cada vez pisaba más y decía, ¿sabes lo que decía?, decía, “déjales que digan misa” y los dos a reír, figúrate qué locura, en un Tiburón, mano a mano, a ciento diez, que hasta se me iba la cabeza, te lo juro, que hay cosas que no se explican, date cuenta, aquel chiquilicuatro que hasta trabucaba las palabras, pues no veas ahora, un aplomo, una serenidad, hablando a media voz, sin vocear, pero sólo lo justo, como la gente de mundo, si no se ve no se cree, que hay que ver, en un dos por tres, lo que ha corrido este hombre, si es el no parar, ¡Dios mío, aquel chisgarabís! En realidad, Transi ya me lo había advertido, la tarde que la encontré, date cuenta, al mes escaso de largarse Evaristo, y como si nada, pero a ésa no la matan penas, claro que siempre fue un poco así, no sé cómo decirte, nunca tomó las cosas demasiado en serio, imagínate qué papeleta, con tres criaturas, pues ella, igual, “¿has visto a Paco? Chica, está majísimo”. Y es verdad, Mario, qué cambiazo, por mucho que te lo diga no te lo puedes ni imaginar, unos modales, una delicadeza, lo que se dice otro hombre, eso, que yo recuerdo por aquellos entonces, “diócesis” por “dosis”, y cosas por el estilo, que era una perfecta calamidad, que yo no sé sus padres, él maestro de obras, si es que llegaba, gente artesana desde luego, de medio pelo, aunque, las cosas como son, Paco siempre fue inteligente y en la guerra se portó de maravilla, que tiene el cuerpo como una criba, la de metrallazos, no puedes hacerte idea. Bueno, pues le ves conducir ahora y te caes de espalda, ¡qué soltura!, es que no hace ni un solo movimiento de más, que parece que hubiera nacido con el volante entre las manos. Y luego ese olor que se gasta, como a tabaco rubio mezclado con colonia de fricción, que a la legua se ve que hace deporte, tenis y así, y cuando fuma ni se quita el pitillo de los labios, a ver, a ciento diez, loco sería, y guiña los ojos como en el cine, que yo le decía, te lo juro, “da la vuelta, Paco, tengo un montón de cosas que hacer”, pero él venga de reírse, que tiene toda la dentadura completa, figúrate qué envidia, “demos tiempo al tiempo; la vida es breve”, y, ¡hala!, como un loco, a ciento veinte, que, en éstas, nos cruzamos con el Dos Caballos de Higinio Oyarzun, que a saber de dónde vendría a esas horas por esa carretera, y yo quise agacharme pero estoy casi segura de que me vio, date cuenta qué apuro, y Paco, “¿te ocurre algo, pequeña?” y, luego, “es que estás igual”, y yo, “¡qué bobada! fíjate la de años que han pasado”, y él, muy fino, “el tiempo no pasa igual para todos”, una galantería, tú dirás, pero que se agradece, por qué voy a decir lo contrario. Y cuando paró no me quitaba ojo y me preguntó, de repente, que menudo sofoco, si sabía conducir, y yo que muy poco, casi nada, y él, dale, que todos los días me encontraba en la cola del autobús, entre gentuza, que yo ni sabía dónde meterme, que pasé más vergüenza que en toda mi vida junta, te lo prometo, pero a ver qué le iba a contestar, la verdad, Mario, que quien dice la verdad ni peca ni miente, que no teníamos coche, que a ti eso de los modernismos no acababa de entrarte, y no quieras saber cómo se puso, que me gustaría que le hubieras visto, “¡no, no, no!”, como un loco, palabra, dándose coscorrones en la cabeza, natural, que es lo que yo digo, cariño, que hace años tal vez, pero hoy en día, un coche no es un lujo, es un instrumento de trabajo. Y Paco venga de encender pitillos, uno tras otro, que si no fumó veinte no fumó ninguno, y “¿qué es de Transi?”, y lo que yo le dije, que no había tenido suerte, y que si se acordaba de los Viejos, bueno, pues Evaristo, el alto, se casó con ella, ya de mayor, y a los cinco años la había abandonado con tres criaturas y él se había largado a América, a Guinea, me parece, que Paco, entonces, “todos nos equivocamos, no es fácil acertar”, que me dejó de una pieza, que le brillaban los ojos y todo, Mario, te lo puedo jurar, que a mí me dio lástima, un hombrón así, que no pude por menos, “¿no eres feliz?” y él, “dejemos eso. Vivo y no es poco”, pero me miraba cada vez más de cerca y yo estaba toda aturdida, a ver, pensando en la mejor manera de ayudarle, que entonces se me ocurrió recordarle cuando paseábamos por la Acera, de nuestros tiempos, Mario, cuando el bárbaro de Armando se ponía los dedos en las sienes y mugía, ¿te acuerdas?, antes de hacernos novios, pues eso, y él, “¡qué tiempos!”, como suele decirse, y, de repente, “tal vez entonces perdí mi oportunidad. Luego, ya ves, la guerra”, como con pena, que lo que yo le dije “pues tú te portaste bien bien en la guerra, Paco, no digas”, que él, sin venir a cuento, se desabotonó la camisa, que no lleva suéter ni nada, en pleno invierno, y me enseñó las cicatrices del pecho, un horror, no te puedes ni imaginar, entre los pelos, que quién lo hubiera dicho, tan varonil, que de chico era un poco niño Jesús, que me dejó helada, te lo prometo, que eso es lo último que me esperaba, y le dije, “pobre”, sólo eso, nada más, te lo juro, pero él me puso el brazo por detrás, que yo pensé que en buen plan, te lo juro, y cuando me quise dar cuenta ya me estaba besando, visto y no visto, y sí, desde luego, muy fuerte, que yo ni sabía lo que hacía, como de tornillo, sí, apretadísimo y muy largo, ésta es la verdad, pero yo no puse nada de mi parte, como lo estás oyendo, que estaba como hipnotizada, te lo juro, que me había estado mirando sin dejarlo yo que sé el tiempo, y luego aquel olor entre de colonia y de tabaco rubio, que trastorna a cualquiera, Valen te lo puede decir, que me lo ha comentado un montón de veces, que yo sólo te quiero a ti, no hace falta que te lo diga, pero estaba como atontada, a lo mejor de la misma velocidad, la falta de costumbre, vete a saber, cualquier cosa, como un fardo, lo mismito, y el corazón, paf, paf, paf, como desbocado, no puedes hacerte idea, eso instintivamente, los principios, lógico, y no podía ni menear un dedo, igual que anestesiada, lo mismito, que ni los árboles, imagínate, con los que había, sólo el runrún de sus palabras, cerquísima, desde luego, prácticamente encima, que era como estar en las nubes, una desorientación, y él me abrió la puerta y, muy suave, “baja” y yo como una sonámbula, bajé, pero como te lo digo, ni voluntad ni nada, que era una especie de flojera, a buena hora si no, obedecía sin darme cuenta, y nos sentamos detrás de una mata, al sol, más bien grande, sí, muy grande, nos tapaba desde luego, y figúrate a esas horas, en día de labor, ni un alma, lo que se dice nadie, que si yo estoy en mis cabales de qué, y Paco insistiendo, “aquí donde me ves, que parece que tengo todo, estoy solo, Menchu”, que yo “pobre”, otra vez, pero conmovida de veras, Mario, que esto es lo curioso, como si no supiera decir otra cosa, claro que no era yo ni Dios que lo fundó, hipnotizada o lo que quieras, segurísimo, imagínate, buena soy, y él, como enloquecido, empezó a abrazarme y a estrujarme por el suelo, y me decía, me decía, ¿sabes qué me decía?, después de todo, Mario, no es ninguna novedad, que al fin y al cabo, fue sincero, que otros lo piensan y no lo dicen, me decía, mira Elíseo San Juan, de siempre, y el mismo Evaristo, que a saber qué tienen mis pechos, yo qué le voy a hacer, y Paco cada vez más frenético, me decía, ¿sabes lo que me decía?, me decía, “veinticinco años soñando con estos pechos, pequeña”, figúrate, que yo, como tonta, “pobre”, esto te dará idea, que él como fuera de sí, que hasta me rompió la ropa y todo, Mario, pero yo no era yo, no hace falta que te lo diga, perdóname, nada de culpa, que le rechacé, te lo juro, le recordé a nuestros hijos, que ni sé de dónde me vinieron las fuerzas porque estaba completamente sin voluntad, hipnotizada, palabra, pero le mandé a paseo, que se debió quedar de un aire, te lo prometo, que me caiga muerta, que a saber tú con Encarna, en Madrid, perdona, Mario, perdóname, no quise decir eso, pero no pasó nada de nada, puedes estar tranquilo, te lo juro, que le recordé a nuestros hijos, o a lo mejor fue él, vete a saber, ya ni me acuerdo, pero para el caso es lo mismo, Mario, que me quitó la palabra de la boca, que ni hablar podía, estaba desquiciada, cariño, tienes que hacerte cargo, sólo quiero que me comprendas, ¿oyes?, porque aunque hubiese hecho algo malo no era yo, puedes estar seguro, que la persona que estaba allí no tenía nada que ver conmigo, sólo faltaría, pero no pasó nada, nada de nada, en absoluto, te lo juro por lo que más quieras, Mario, créeme, y si Paco no hubiera reaccionado hubiese reaccionado yo, ya me conoces, aunque estuviera convertida en una piltrafa, pero él, después de todo, tenía la culpa, a él le correspondía, que cuando se separó tenía unos ojos que daban miedo, echaban chispas, Mario, de loco, pero dijo, “somos dos locos, pequeña, discúlpame, no quiero perjudicarte”, y se levantó, que yo avergonzada, sí, así fue, bien mirado, fue él, pero que fuera uno u otro es indiferente, cariño, lo importante es que no pasó nada, te lo prometo, sólo hubiera faltado, el respeto que te debo y nuestros hijos, pero, por favor, no te quedes ahí parado, ¿es que no me crees?, te lo he contado todo, Mario, cariño, de pe a pa, tal como fue, te lo juro, no me guardo nada, como si me estuviera confesando, palabra, Paco me besó y me abrazó, lo reconozco, pero de ahí no pasó, estaría bueno, te lo juro, y tienes que creerme, es mi última oportunidad, Mario, ¿no lo comprendes?, y si tú no me crees yo me vuelvo loca, te lo prometo, y si te quedas ahí parado es que no me crees, ¡Mario!, ¿es que no me estás escuchando?, atiende, por favor, nunca he sido más franca, te lo podría jurar, con nadie, figúrate, que te estoy hablando con el corazón en la mano, escucha, para mí el que me perdones es cuestión de vida o muerte, ¿te das cuenta?, no se trata de un capricho, Mario, mírame, anda, aunque sólo sea un momentín, por favor, no me vayas a confundir con mi hermana, me aterro sólo de pensarlo, te lo prometo, ya ves Julia, una cualquiera, no me digas, con un italiano, que no tiene perdón, en plena guerra, tú me dirás, como quien dice en frío, que al fin y al cabo, Galli, un desconocido, buena diferencia con Paco que perdería la cabeza y todo lo que quieras, pero, en resumidas cuentas, un caballero, Mario, “somos unos locos, pequeña; discúlpame”, un detalle, que me quitó la palabra de la boca, te lo juro, Mario, te lo juro por lo que más quieras, que yo se lo iba a decir y eso que estaba como tonta, completamente hipnotizada, ni voluntad ni nada, un fardo, pero se lo iba a decir, palabra, y él, zas, se me adelantó, claro que lo importante, fuese uno u otro, es que no pasara nada, a ver si no, Mario, pero mírame un poco, di algo, no te quedes ahí parado, que parece como que no me creyeras, que te estuviera engañando o así, y no, Mario, cariño, que en la vida he sido más franca, te estoy diciendo toda la verdad, toda, enterita, te lo juro, no ocurrió nada más, pero mírame, di algo, anda, por favor, mira que eres, me estoy tirando por los suelos, más no puedo hacer, Mario, cariño, que al fin y al cabo, si a su tiempo me compras un Seiscientos, ni Tiburones ni Tiburonas, segurísimo, que con estas restricciones lo que hacéis es ponernos en el disparadero, a ver si no, que cualquiera te lo puede decir, pero perdóname, Mario, anda, te lo pido de rodillas, no hubo más, te doy mi palabra, yo sólo he sido para ti, te lo juro, te lo juro y te lo juro, por lo más sagrado, Mario, por lo que más quieras, por mamá, fíjate, que más no puedo hacer, pero mírame, un segundo aunque sólo sea, anda, hazme ese favor, ¡mírame!, ¿es que no me oyes? ¿cómo quieres que te lo diga? ¡Mario, que me muera si no es verdad!, no pasó nada, que Paco, a fin de cuentas, un caballero, claro que fue a dar conmigo, pero si yo tengo un Seiscientos, ni Paco ni Paca, te lo juro, Mario, te lo juro por Elviro y por José María, ¿qué más quieres?, en mejor plan no me puedo poner, Mario, que yo puedo llevar la cabeza bien alta, para que lo sepas, pero ¡escúchame, que te estoy hablando! ¡no te hagas el desentendido, Mario!, anda por favor, mírame, un momento, sólo un segundo, una décima de segundo aunque sólo sea, te lo suplico, ¡mírame!, que yo no he hecho nada malo, palabra, por amor de Dios, mírame un momento, aunque sólo sea un momentín, ¡anda!, dame ese gusto, qué te cuesta, te lo pido de rodillas si quieres, no tengo nada de qué avergonzarme, ¡te lo juro, Mario, te lo juro! ¡¡te lo juro, mírame!! ¡¡que me muera si no es verdad!!, pero no te encojas de hombros, por favor, mírame, de rodillas te lo pido, anda, que no lo puedo resistir, no puedo, Mario, te lo juro, ¡mírame o me vuelvo loca! ¡¡Anda, por favor…!!

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