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Authors: Miguel Delibes

Tags: #Drama

Cinco horas con Mario (13 page)

BOOK: Cinco horas con Mario
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XX

Cuanto a la fornicación y a cualquier género de impureza o avaricia, que ni siquiera pueda decirse que lo hay entre nosotros, como conviene a santos; ni palabras torpes, ni groserías, ni truhanerías
, en cambio él, a la chita callando era tremendo, Mario, ¿querrás creer que una tarde que estábamos solos en casa, abrió “Il Mondo” por un anuncio de sujetadores y me dijo, con una sonrisita muy suya, apuntando, “seno, eh, bambina?” ¡Figúrate qué caso! Con Galli, te digo mi verdad, fácil, lo que hubiera querido, que yo no sé qué tendrán mis pechos, la verdad, pero Elíseo San Juan, cada vez que me echa la vista encima, se pone como loco, sobre todo si voy con el suéter azul, “qué buena estás, qué buena estás, cada día estás más buena”, que me aburre, palabra, porque si yo le diera pie, vaya, pero como quien oye llover, ni caso, yo a lo mío, ¡madre, qué hombre! Y de chica, para qué te voy a contar, que aunque me esté mal el decirlo, hacía furor, que un buen día subí con Transi al estudio de los viejos, bueno, al estudio, una buhardilla cochambrosa, y los muy sinvergüenzas nos querían pintar desnudas, y Evaristo decía, “a ti, nena, un retrato de busto es lo que te va”, que yo estaba muerta de azaro, Mario, te lo juro, qué sofocón, todos los retratos de mujeres desnudas por las paredes, pero Transi tan terne, no te creas, “éste es una maravilla de luz”, “la calidad de carne está aquí muy conseguida”, que a saber de dónde sacó ella esas cosas tan técnicas, que nunca me lo dijo, no se decidió, fíjate, con la confianza que teníamos. Y luego, Evaristo, el muy frescales, me planta una manaza toda peluda en la pierna y venga de decir, “¿y tú qué dices, nena?”, que me dejó sin respiración, Mario, como lo oyes, aunque no dije ni pío, ni mover un dedo, cualquiera. A Evaristo le gustaba yo por vivir, que si se casó con Transi, ya entradita, y él, no digamos, más viejo que viejo, fue por recurso y nada más que por recurso, que una mujer nota a la legua cuándo le hace tilín a un hombre, no me preguntes en qué, qué sé yo, intuición, es como una corazonada. Había que verle a Evaristo cada vez que nos paraba, “ahora, ahora sois los verdaderos guayabitos; el verano pasado erais unas crías”, y no me quitaba el ojo de la poitrine, el muy descarado, que yo no sé qué tendrá mi pecho, Mario, pero a este paso hasta los sesenta, qué asco de hombres, todos iguales, como cortados por el mismo patrón. Y Galli Constantino señalaba la puntita, no te vayas a creer, que esos italianos son el mismísimo demonio, aunque conmigo tropezó en hueso, que puestos en este plan, lo que hubiera querido, siempre lo dije, que a Galli le gustaba yo cien mil veces más que Julia, pero a los hombres nunca os falta un remiendo para un descosido y, como diría la pobre mamá, a falta de pan, buenas son tortas, y si mi hermana le dio pie, tonto sería, que para un desahogo, cualquiera, que eso es lo que más rabia me da, una humillación así, que después, a saber, no pondría yo una mano en el fuego, imagínate Julia, siete años sola en Madrid, y con un niño tan chico, la libertad que eso supone. Pero mira, Mario, a mí plim, papá y mamá no la hablaban y yo no iba a ser menos, “sí”, “no”, “bien”, “mal”, de ahí no pasaba, que tampoco era cosa de hacer la vista gorda. ¡Pobre mamá, el calvario que pasó! ¿Sabes que hasta quiso deshacer el primer matrimonio de Galli? Revolvió Roma con Santiago, buena era, pero, por lo visto, habiendo hijos de por medio, es fatal, dificilísimo. Y, de repente, ¡pum!, se lo tragó la tierra, nadie daba razón de Galli y ésta es la hora en que no se sabe si lo mataron aquí, o cuando la guerra mundial, o si sigue vivo y coleando haciendo de las suyas por su tierra, que los hombres sois insaciables, Valen dice que ni la vejez, ya ves tú. Y otra cosa no, pero desde luego Galli Constantino era un tipazo, no veas, nos traía locas a todas, que cuando nos llevaba a Julia y a mí en el Fiat descapotable, todo el mundo era a mirarnos. ¡Qué tiempos! Yo lo pasé bien bien en la guerra, digáis lo que digáis, si era como una fiesta, hijo, yo me acuerdo en el refugio, menuda juerga, con la Espe, una rojaza de espanto, no quieras saber, y papá, con esa sorna que se gasta, que ya le conoces, que canta las verdades al lucero del alba, “son los saludos de sus amigos, Espe, no se asuste”, figúrate, por las bombas y ella, la pobrecilla, “¡ay, calle usted, don Ramón, es una cosa horrible esta guerra!” Yo lo pasé de fábula, Mario, para qué te voy a contar, toda la ciudad llena de gente, menudo barullo, que todavía no sé, te lo digo sinceramente, cómo no te planté entonces, recién novios, que cada vez que venías del frente, con lo de tus hermanos y eso, en plan de revientafiestas, como pensativo, o amargado, ¡qué sé yo! Pero un buen día, sin venir a cuento, ¡pum!, al bueno de Galli se lo tragó la tierra, claro que eso era muy frecuente, ya ves Nacho Cuevas, el hermano de Transi, la misma historia, le movilizaron a la mitad de la guerra y como era algo retrasado mental, o meningítico o eso, le pusieron en servicios auxiliares, y un buen día, yo no sé si necesitaron gente o qué, pero los padres de Transi se encontraron un billetito por debajo de la puerta, todo lleno de faltas de ortografía, que decía: “Me yeban, date cuenta, con y griega, a la gerra, sin u; tengo muchísimo miedo. A Dios, separado, Juanito”. Bueno, pues ésta es la hora, y mira que han revuelto cielo y tierra, con lo que son los Cuevas, pues nada. Desde luego, conforme estaba ese chico es preferible que Dios se lo llevase, que era una carga, no te puedes imaginar, incapacitado, y ¡qué porvenir!, tú dirás, que eso era lo peor, de peón de albañil o cosa parecida. “Mejor muerto”, como yo le dije a Transi, pero a ella, hijo, la dio sentimental, y como si hubiera dicho algo malo, “¡Ay, Menchu, no, guapina, un hermano es un hermano!”. Transi, a su manera es cariñosona, toda corazón, que había que ver los besos que me daba, raros para una chica, desde luego, pero sin malicia, que mira luego con quién fue a dar, el viejo de Evaristo, que estaba más visto que el TBO, un hombre que la llevaba quince años, sin oficio ni beneficio, y un sinvergüenza redomado, además, que si yo fui a la ceremonia fue por Transi, como te lo digo, por no hacerla un feo, y ya él con unas guasas y unas cosas que me dieron muy mala espina, recordarás. Pues ella empeñada en que tenía talento, ya ves tú, talento para agarrarse un avión y marcharse a América, a Guinea o qué sé yo, y dejarla plantada con tres criaturas, que ni sé cómo se las puede arreglar, fíjate, que los Cuevas una familia estupenda de toda la vida pero muy venida a menos, que de dinero, ni pum. Para eso sí tenía talento Evaristo, no lo dudo, para eso y para poner las manazas donde no debía, que me dejó helada, “¿y tú qué dices, nena?”, que si yo esa tarde le doy carrete y le llevo un poco la corriente, Transi ya se puede despedir, que no es hablar a lo tonto. ¡Si se le salían los ojos de las órbitas cada vez que nos decía “ahora, ahora sois los verdaderos guayabitos; el año pasado erais unas crías”!, pero lo que él miraba era mi poitrine, que no le quitaba ojo, que aquí, para inter nos, Mario, yo no sé qué tendrán mis pechos pero no hay hombre que se resista, mira el otro día, sin ir más lejos, un patán que estaba abriendo una zanja en la calle la Victoria, pero a voces, “¡guapa, con esa delantera, ni Ricardo Zamora!” Sí, ya lo sé, una grosería, desde luego, pero qué le vas a pedir a esa gente y, francamente, por eso me duele más lo tuyo, fíjate, que si los demás no repararan, vaya, pero gustando como gusto, me sabe mal tu indiferencia, para que te enteres. Y todavía ahora, pase, pero ¡mira que de novios!, la manita y ya era mucho, claro que no te digo besarme, que eso ni por ti ni por nadie, pero un poquito más de ardor, calamidad, aunque te contuvieras, que sólo faltaría, pero a las chicas, por si lo quieres saber, nos gusta sentiros impacientes cuando estáis con nosotras, no lo mismo que si estuvierais al lado de un bombero. Pero tú, ya, ya, mucho “mi vida”, mucho “cariño”, pero tan terne, como si nada, como un avefría, que acaba una por no saber lo que es control y lo que es indiferencia, porque no me digas, hijo, que a un hombre a quien le cuentas lo de Evaristo, con su manaza toda peluda, y no reacciona es que es de cartón

piedra, vamos, me parece a mí. Y no es que yo pida imposibles, entiéndeme, que a veces pienso si en este aspecto seré una ansiosa pero procuro ser objetiva, y ahí tienes a Valen, y Vicente es el equilibrio en persona, no me digas, bueno pues Valen está harta de decirme que los últimos meses, sobre todo después de la pedida, son de abrigo, que yo la doy la razón, a ver, no es cosa de decirla que tú ni caso, menudo bochorno. Te doy mi palabra, Mario, pero cada vez que te veía al solazo en el banco de enfrente de casa, con un periódico, que entonces me empezaste a gustar, ya ves, yo creo que por eso, pensaba, “ese chico me necesita y debe ser muy apasionado”, que me hacía ilusiones, fíjate, sin fundamento, de acuerdo, pero a mí, y te hablo con el corazón en la mano, me hubiera gustado tener que pararte alguna vez los pies, no te digo como a Evaristo o a Galli, que entonces ni me hubiera casado, seguro, pero sí un poquito de pasión, ya ves Maximino Conde con la hijastra, y a su edad, completamente trastornado, hasta el punto de que ella, Gertrudis, se tuvo que largar al extranjero sin hacer ni el equipaje, que a saber allí, porque después de todo Maximino era su padrastro y alguna delicadeza hubiera tenido y, entiéndeme, no es que le disculpe ni muchísimo menos. Lo que quiero hacerte ver, Mario, es que entre hombre y mujer hay un instinto, y las chicas con principios, las honradas, las que somos como se debe de ser, gozamos excitándole en los hombres pero sin llegar a mayores, mientras que las fulanas se van a la cama con el primero que pillan. Esa es la diferencia, botarate, pero si vemos que vosotros no reaccionáis, pues a ver, acomplejaditas, que pensamos tonterías, inclusive, que no servimos, porque aunque vosotros no lo creáis, las mujeres somos muy complicadas. Y luego, al cabo de veinte años, de repente, ¡hala!, el capricho, desnúdate, ya ves tú qué ocurrencia, a la vejez viruelas, pues no me da la realísima gana, para que lo sepas, ya ves tú, ahora con el vientre remendado y la espalda llena de mollas, pues, no señor, haberlo pedido a su tiempo. Y todavía el P. Fando con tonterías, que delicadezas, me río yo, que no sé cómo te las arreglas pero, hagas lo que hagas, encubridores no te faltan, madre, qué piña. Siempre fuiste un poco maniático, querido, reconoce las cosas, por más que diga Esther que para un intelectual, la carne, un apetito como otro cualquiera, lo satisface y sanseacabó, no le desazona, que me hace gracia, que el año que fuimos a la playa bien se te iban las vistillas, hijo, que me diste el verano, fíjate, de no volver, que ni amarrada vuelvo yo a la playa contigo con la desvergüenza que hay hoy en todo. Tanto si te duele como si no, te diré que tú tienes el don de la inoportunidad, Mario, porque no me vengas ahora, que los días buenos ni mirarme a la cara, y los malos, ya se sabe, el asedio, “no seamos mezquinos con Dios”, “no mezclemos las matemáticas en esto”, qué fácil se dice, y que si dejábamos un hijo por nacer, ¡valiente novedad!, figúrate, si cada hombre con cada mujer y en cada momento tiene hijos distintos, date cuenta la de niños que quedan por nacer a cada minuto en el mundo, ¡millones de millones!, una barbaridad, como para perder la cabeza por una cosa así, tonterías. El espíritu de la contradicción, eso es lo que tú eres, que desde que te conozco no has hecho más que aguardar a que yo diga blanco para tú decir negro, que parece como que con eso ya te quedabas tan a gusto, a ver si no.

XXI

Comiendo lo ganado con el trabajo de tus manos, serás feliz y bienaventurado. Tu mujer será como fructífera parra en el interior de tu casa. Tus hijos como renuevos de olivo en derredor de tu mesa
. Eso no impide que, de repente, se me ocurran disparates, Mario, cosas tan horribles que a media tarde, me cojo el portante y me marcho a confesar, que se me ocurre, por ejemplo, que si mamá me viese todo el día de Dios lavando bragas, sólo con una criada para cinco criaturas, se llevaría un berrinche tal que llego a preferir que se haya muerto, fíjate, que mamá, que en paz descanse, que a ti no te debe pillar de nuevas, era para mí mucho más que una madre, ya lo sabes, que era mi consejera, mi confidente, mi amiga y todo lo que se pueda ser. Y es que esto del servicio, Mario, se ha puesto imposible aunque los hombres, por la cuenta que os tiene, cerréis los ojos y encima venga de dar alas a los pobres, como si la cosa no fuese con vosotros, tontos, más que tontos, que sois tontos de capirote, que si los salarios, que si Alemania, venga, que a este paso me parece a mí vamos a acabar como el rosario de la aurora, porque no es decir que hoy una criada valga más de mil pesetas, que eso es lo de menos, que luego está lo que te come, pero con eso y con todo, lo peor es que no las hay, que no se pueden pintar, Mario, métetelo en la cabeza, que me haces gracia, un día te da la ventolera y “vamos a arrimar todos el hombro”, que no se trata de eso, que una casa es muy entretenida, que no es cosa de juego, cariño, que te pones a ver y es el no parar, porque ¿quieres decirme qué adelanto yo con que durante las vacaciones los niños se hagan sus camas y tú te agarres la escoba y barras una habitación? ¿Qué me resuelve eso a mí, di? ¿Es que es, acaso, misión de un hombre? Una casa es una casa, Mario, y detrás he de ir yo estirando colchas y quitándote los rincones, que me dobláis la tarea, fíjate, en lugar de aliviarme. Y todavía tú que ninguna satisfacción mayor que valerse uno por sí mismo, que me río yo de vuestras ayudas y de vuestras satisfacciones, que vivís en la higuera. Como eso de poner a Menchu a fregar los cacharros, ¿de cuándo acá una chica bien ha de hacer de fregona, dime? Mal está que lo haga yo, pero al fin y al cabo, soy su madre, y si no supe elegir mejor, justo es que en el pecado lleve la penitencia, Pero ¿puedes decirme qué culpa tiene la niña? No, Mario, no, desengáñate, hay que aguantar lo que se pueda y en último extremo, acuérdate de mamá, si hemos de morir, hacerlo con dignidad, que hay que ver el bochorno que pasé el día que Valen te pilló con la malla haciendo la compra, de desear que me tragase la tierra, fíjate. Menos mal que nada de lo que tú hagas sorprende ya a mis amigas, pero ten por seguro que a Vicente, que es un hombre como se debe ser, no se le ocurren esas payasadas, ni se le pasa por la imaginación, vamos, me apuesto lo que quieras. Lo que te sucede a ti, Mario, que a mí no me la das, es que en el fondo, fondo, sientes remordimientos, que el caso es hacer lo que sea menos ganar dinero que es tu obligación. No es de hoy, cariño, que siempre fuiste un culillo de mal asiento, ya lo dice la Doro, que no sabes parar quieto, yo recuerdo en la playa, venga de tomar notas y mirar papeles debajo del toldo, o, si no, hacerles una barca a los niños, cualquier cosa menos tumbarte al sol y broncearte, Mario, que estabas tan blanquito y luego con el meyba hasta las rodillas y las gafas, daba grima verte, la verdad, que yo, algunas veces, como si no fueras conmigo, como si no te conociera, que no debería decírtelo pero hasta vergüenza me daba. Después de todo, razón le sobra a Valen, que a los intelectuales deberían prohibirles ir a la playa, que así, tan flacos y tan eruditos, resultan antiestéticos, más inmorales que los mismos bikinis. Pero lo que más me encrespa, te lo confieso, es que en la playa, si no mirabas a las niñas, por supuesto, fueras tan intelectual y, luego, en casa, agarraras el escobón y te pusieras a barrer, porque una de dos, lo eres o no lo eres, pero si lo eres, con todas las consecuencias, hijo, que a mí las medias tintas me horrorizan. Sí, ya lo sé, tú no eres un intelectual, me lo sé de requetesobra, de carrerilla, fíjate, que los intelectuales piensan y ayudan a pensar, pero si tú no puedes pensar porque tu cabeza es un caos, mal puedes hacer pensar a los demás. Excusas, frases como yo digo, porque si no lo eres, ¿por qué andas entre libros y papeles todo el día de Dios? ¿Por qué regla de tres estabas tan blanco en la playa, di, que no te agarraba el sol ni por cuanto hay? Y luego, para mayor inri, haciéndote el deportista, que también es humor, que no puedes con los zapatos y corriendo cincuenta kilómetros en bicicleta cada domingo, no me digas, todo para aparentar más joven, que no sé a santo de qué, que todavía en una mujer… Tú desconciertas a cualquiera, Mario, convéncete, que muchísimas veces pienso que tus gustos proletarios vienen de la estrechez en que te criaste, que a mí, ya ves tú, a poco de hacernos novios, cuando me dijiste que con un duro a la semana tendríamos que arreglarnos, me dejaste fría, palabra. Porque, ¿me puedes decir qué hacíamos dos personas con un duro por mucho que haya subido la vida, que yo misma lo reconozco, que está veinte veces? Si te digo que todavía me duelen las plantas de los pies de patear calles no te exagero, y ¡qué frío, santo Dios!, que volvía a casa ateridita, que tenía que taparme con la falda de la camilla cabeza y todo para reaccionar, que mamá, “¿puede saberse dónde has andado?”, que a ella se lo iba yo a decir, pobrecilla, bastante tenía encima. Y un buen día te daba rumbosa y al café, hale, como los paletos, que el camarero aquel del pelo blanco, no me digas, cada vez que le pedías una caña, con una sorna, “¿una caña para los dos?”, que era absurdo, a ver, que me hacías pasar las penas del purgatorio. ¡Qué horror, cariño! No quiero ni pensarlo porque me sublevo, no lo puedo remediar, es superior a mis fuerzas, que me doy cuenta de lo poco que siempre he significado para ti, porque si sólo disponías de un duro, ¿a qué comprometerte con una chica? ¿Es que hay derecho a eso? Un hombre enamorado, en esa circunstancia, roba, mata o hace algo, Mario, todo menos tener a una chica bien en ese plan, que me da coraje, fíjate, inclusive a estas alturas, haber sido tan sandia, que hasta se me saltan las lágrimas de pensar en el desprecio, que tiempo tuve para ver de qué pie cojeabas, y ni por ésas. ¿Qué te parece? “¿Una caña para los dos?” Porque lo decía con retintín el tipo aquel del pelo blanco, Mario, no digas que no, burlándose de mí, tan recompuesta, con mi sombrerito inclusive, una cursi, un quiero y no puedo, a ver, que es lo que me saca de quicio, que a saber qué me darías para no mandarte a paseo. Un hombre como debe ser, roba o mata antes que tener tres años a una mujer en este plan, y tú, todavía, con contemplaciones, “para la señorita, yo no quiero nada”, no vas a querer, ¡deseando!, como que te crees que él no lo notaba, ni que fuera tonto, y sobre todo no sé a santo de qué darle tantas explicaciones a un camarero, ya ves tú, un don nadie, que eso es lo que más asco me da de ti, que con la gente baja te achicaras con lo sencillo que es darles cuatro voces y, en cambio, con la gente bien, inclusive con las autoridades, se te soltase la lengua y a desbarrar. ¿Qué se puede esperar de un hombre así, puedes decírmelo? No acababa ahí la cosa, sin una peseta, y todavía que eras un privilegiado, que tenías pan y calor, ¡qué cosas hay que oír!, un hombre que no tiene donde caerse muerto, que ésa es otra, que tú dirás ahora si no fuera por papá, Mario, que sólo Dios sabe lo que a mí me ha costado aparentar, que vosotros, mucho presumir de estar de vuelta, y enseguida os tragáis esas historias de que más de media humanidad pasa hambre, imagínate, que el que pase hambre hoy es porque le da la real gana, Mario, como lo oyes, porque, lo que yo digo, si tienen hambre, ¿por qué no trabajan? ¿Por qué las chicas no se ponen a servir como Dios manda, di?, ¿por qué?, lo que pasa es que hay mucho vicio, Mario, que hoy todas quieren ser señoritas, y la que no fuma, se pinta las uñas o se pone pantalones, y eso no puede ser, que estas mujeronas están destrozando la vida de familia, así como suena, que yo recuerdo en casa, dos criadas y la señorita para cuatro gatos, y cobrarían dos reales, que no lo discuto, pero ¿para qué necesitaban más? Las criadas entonces eran como de la familia, bueno era papá para eso: “Julia, modérate; deja un poco para que lo prueben también en la cocina”. Entonces había solidaridad, daba tiempo para todo y, cada uno en su clase, todos contentos, que no era como ahora que todo el mundo quiere empezar de Capitán General, que en la vida he visto, hijo, más ambición ni más prisas. Pero no, todavía teníais que venir vosotros a enmendar la plana, una plaga, Mario, como la langosta, venga, hay que tirarlo todo, esto es injusto hay que cortar de arriba y añadir de abajo, que ya se sabe, vosotros con tal de hacer una frase sois capaces de vender a vuestra madre, dichoso don Nicolás, que este hombre me va a hacer a mí ganar el cielo, date cuenta, que antes “El Correo”, yo me acuerdo, daba gusto con aquel director que nombraron de Madrid, tan leal, y no es porque yo lo diga, que todo el mundo está de acuerdo, que desde que se marchó empezaron los disgustos. Porque lo que yo digo, Mario, si a costa de tantas peplas sacaras algo en limpio, lo comprendo, pero lo cierto es que vienen a palo seco, que no me explico para qué trabajas tanto, porque no me digas que veinte duros al precio que están las cosas son hoy dinero, una irrisión, Mario, un escarnio, eso es lo que es, que para tanto como eso mejor de balde. En cambio, la colaboración de Madrid, hala, a la calle, por una cabezonada, que si te pusieron Cruzada en vez de guerra civil, o una pamplina de ésas, que hay que ver las voces por teléfono, que a saber qué pensaría el pobre José Mari Recondo, que ese era el pago, total por una palabra, que hay que ver los quebraderos de cabeza que os dan a vosotros las palabras, cielo santo, que qué lo mismo dará una cosa que otra, mira tú, Cruzada o guerra civil, que no lo entiendo, palabra, no es que me haga la tonta, te lo juro, que si tú dices Cruzada, todos sabemos que te refieres a la guerra civil. Y si dices guerra civil todos estamos al cabo de la calle de que quieres decir Cruzada, ¿no es eso?, porque ni siquiera el sentido. Pues, entonces, alcornoque, que das más guerra que un hijo tonto, ¿a qué viene ese trepe y tirar por la borda seiscientas pesetas, que dos al mes, eran mil doscientas, y te pones a ver y mil doscientas pesetas pueden ser el arreglo de una casa? Pues no, señor, fuera, a mí que me registren, que lo que Valen dice y ella se ríe, que a mí, te lo prometo, maldita la gracia que me hace, que tú prefieres que te quiten la cartera antes de que quiten una palabra, que es cierto, Mario, dichosas palabras. ¿Y sabes lo que es eso? ¡Complejos!, para que te enteres, que estáis todos llenos de complejos, cariño, con lo que a mí me gusta la gente corriente y moliente, normal, no sé cómo decirte, que no dé tanta importancia a las bobadas, ya ves Paco, de chico le traían sin cuidado las palabras, lo mismo le daba una que otra, que confundía “perspectiva” con “preceptiva”, todo lo trabucaba, que era una juerga, pues mírale ahora, se ríe del mundo, con un Tiburón de aquí hasta allá y apaleando millones. Y para eso no se necesita una carrera, ni muchísimo menos, que ése fue mi error, bastan unas relaciones y un poquito de mano izquierda. Ya la oyes a Menchu, “nosotras, chicos con carrera, ni hablar; son unos rollos”, que las nuevas generaciones van despabilando, Mario, convéncete, no son tan pavas como nosotras, ellas van derechas a lo práctico y saben que junto a un licenciado, a más de pasar hambre, van a aburrirse como unos hongos. ¡Figúrate yo ahora con Paquito sin ir más lejos! Una vida de cine, vamos, viajes a Madrid, al extranjero, y a los mejores hoteles, por supuesto, que él me lo decía el otro día, que por bien que marche el Tiburón, hay veces que no basta, y a cada dos por tres, el avión, a París, Londres o Barcelona, ya se sabe, lo que son los negocios, donde sea. Después, en el Pinar, cuando se paró, me puso el brazo por detrás, en buen plan, desde luego, que ni él se lo pensaba, me dejaría cortar la cabeza, y me miraba todo el tiempo, “estás igual”, dijo, y yo, “¡qué bobada, fíjate los años que hace!”, y él “el tiempo no pasa igual para todos, pequeña”, una galantería, tú dirás, pero que se agradece, que yo estaba ya un poco atontolinada, te lo juro, y cuando me sujetó por los hombros, el corazón como loco, paf, paf, que yo creo firmemente que me hipnotizó, Mario, te doy mi palabra, que ni podía moverme ni nada, sólo el runrún de sus palabras cada vez más cerca, que ni los pinos, date cuenta, con los que había, y cuando me besó, ni eso, todo se me borró, como sin conocimiento, te lo juro, que sólo podía oler, que olía a esa mezcla tan varonil de tabaco rubio y colonia de fricción que es un olor, Valen te lo puede decir, que trastorna, que no es invención mía, te lo podría jurar, que no tuve arte ni parte, que estaba medio hipnotizada, palabra.

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