Chamán (88 page)

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Authors: Noah Gordon

BOOK: Chamán
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—¡Es tan bueno como ver un búfalo! -exclamó.

A la mañana siguiente, Chamán se levantó temprano sin despertar a su esposa y se bañó en el río Iowa mientras las golondrinas bajaban en picado para alimentarse, y los minúsculos peces de cuerpo dorado corrían entre sus pies.

Hacía poco que había salido el sol. En el poblado, los niños ya se llamaban y se silbaban, y mientras pasaba junto a las casas vio algunos hombres y mujeres descalzos que aprovechaban la fresca para cultivar el huerto. En el extremo del poblado se encontró con Sonámbulo y ambos se detuvieron a conversar como dos terratenientes que se encuentran durante un paseo matinal.

Sonámbulo le hizo preguntas sobre el entierro y la tumba de Makwa.

A Chamán no le resultó cómodo responder.

—Cuando ella murió, yo sólo era un niño. No es mucho lo que recuerdo -puntualizó.

Pero gracias a la lectura del diario de su padre, pudo comunicarle que la tumba de Makwa había sido cavada por la mañana, y que ella había sido enterrada por la tarde, con su mejor manta. Sus pies habían sido colocados en dirección oeste. Y con ella se había enterrado el rabo de una hembra de búfalo.

Sonámbulo asintió con gesto aprobador.

—¿Qué hay a diez pasos al noroeste de su tumba?

Chamán quedó perplejo.

—No sé, no lo recuerdo.

El hechicero lo miró atentamente. Le explicó que el anciano de Missouri, el que casi había sido un Chamán, lo había instruido sobre la muerte de los chamanes. Le había enseñado que fuera cual fuese el sitio en el que es enterrado un Chamán, cuatro watawinonas, los diablillos de la perversidad, se instalan a diez pasos al noroeste de la tumba.

Los watawinonas se turnan para estar despiertos: mientras tres diablillos duermen, el cuarto se queda despierto. No pueden hacer daño al chamán, le explicó Sonámbulo, pero mientras se les permite seguir allí, el Chamán no puede usar sus poderes para ayudar a los seres vivos que le piden ayuda.

Chamán reprimió un suspiro. Tal vez, si él hubiera crecido creyendo esas cosas, se habría sentido más tolerante. Pero durante la noche se había quedado despierto preguntándose qué estaría ocurriendo con sus pacientes. Y ahora quería concluir su trabajo allí y regresar a casa, con el tiempo suficiente para poder hacer noche en el entrante del río en el que habían acampado en el camino de ida.

—Para ahuyentar a los watawinonas -declaró Sonámbulo -tienes que encontrar el sitio en el que duermen y quemarlo.

—Si. Lo haré -dijo Chamán descaradamente, y Sonámbulo pareció aliviado.

Perro Pequeño se acercó y le preguntó si podía ocupar el sitio de Charlie Granjero cuando se reanudara la vacunación. Dijo que Keyser se había marchado de Tama la noche anterior, poco después de que se hubiera extinguido el fuego.

A Chamán le decepcionó que Keyser no se hubiera despedido, pero asintió y le dijo a Perro Pequeño que le encantaría contar con su ayuda.

Empezaron temprano a poner las vacunas que faltaban. Trabajaron un poco más rápidamente que el día anterior, porque Chamán había adquirido mucha práctica. Cuando estaban a punto de terminar, un par de caballos bayos entraron en el claro del poblado arrastrando un carro. Keyser llevaba las riendas, y en la parte de atrás del carro viajaban tres niños que observaban a los sauk y los mesquakie con gran interés.

—Si pudiera vacunarlos también a ellos se lo agradecería mucho -dijo Charlie, y Chamán le respondió que sería un placer.

Cuando toda la gente del pueblo y los tres niños estuvieron vacunados, Charlie ayudó a Chamán y a Rachel a recoger sus cosas.

—Algún día me gustaría llevar a mis hijos a ver la tumba de la chamán -dijo, y Chamán le respondió que los recibiría con sumo gusto.

Llevó muy poco tiempo cargar a Ulises. Recibieron un regalo del esposo de Ardilla Trepadora, Shemago -Lanza-, que apareció con tres enormes garrafas de las de whisky llenas de jarabe de arce, que les encantó. Las garrafas iban atadas con el mismo tipo de enredadera con la que Sonámbulo había hecho la serpiente. Cuando Chamán las ató al resto de las cosas que llevaba Ulises, parecía que Rachel y él iban camino de una grandiosa celebración.

Se despidió de Sonámbulo con un apretón de manos y le dijo que regresaría la primavera siguiente. Luego se despidieron de Charlie, de Tortuga Mordedora y de Perro Pequeño.

—Ahora eres
Cawso wabeskioui
-dijo Perro Pequeño.

Cawso wabeskiou, el Chamán blanco. Chamán se sintió complacido, porque sabía que Perro Pequeño no sólo estaba usando su apodo.

Muchos los saludaron con la mano, y lo mismo hicieron Rachel y Chamán mientras bajaban por el camino, bordeando el río hasta salir de Tama.

74

El madrugador

Durante los cuatro días posteriores al regreso a casa, Chaman pagó el precio que se exige a los médicos que se han tomado vacaciones. El dispensario estaba cada mañana atestado de gente, y todas las tardes y noches Chamán visitaba a los pacientes que no podían salir, y regresaba a casa de los Geiger a última hora de la noche, agotado.

Pero el quinto día, un sábado, la marea de pacientes disminuyó hasta recuperar la normalidad, y el domingo por la mañana se despertó en el dormitorio de Rachel y se dio cuenta de que podía disfrutar de un descanso. Se levantó como de costumbre antes que los demás, recogió su ropa y la llevó a la sala, donde se vistió sin hacer ruido antes de salir por la puerta principal.

Bajó por el Camino Largo, deteniéndose en el bosque en el que los obreros de Oscar Ericsson habían despejado el terreno para construir la nueva casa y el granero. No era el sitio que Rachel había soñado siendo niña; lamentablemente, los sueños de las niñas no tienen en cuenta los desagües, y Ericsson había estudiado el solar y había dicho que no era apropiado. Se había decidido por un sitio más adecuado, a cien metros de distancia, que, como había dicho Rachel, estaba bastante cerca de sus sueños. Chamán había pedido permiso para comprar el terreno, y Jay había insistido en que era un regalo de bodas. Pero él y Jay se trataban en esos días con cálida y exquisita consideración, y la cuestión se resolvería amablemente.

Cuando llegó al terreno del hospital, vio que el agujero del sótano estaba casi totalmente cavado. Alrededor de éste, los montones de tierra formaban un paisaje de hormigueros gigantescos. El agujero parecía más pequeño de lo que él había imaginado que sería el edificio del hospital, pero Ericsson le había dicho que el agujero siempre parecía más pequeño. Los cimientos se harían con piedra gris extraída al otro lado de Nauvoo, transportada por el Mississippi en chalanas y trasladada desde Rock Island en una carreta de bueyes, una perspectiva peligrosa que atemorizó a Chamán, pero que el contratista hizo frente con ecuanimidad.

Caminó hasta la casa de los Cole, de la que Alex pronto se marcharía. Luego cogió el Camino Corto, intentando imaginar que era utilizado por los pacientes que llegaban a la clínica en barco. Había que realizar algunos cambios. Contempló el sudadero, que de pronto estaba en el sitio equivocado. Decidió hacer un detallado dibujo del lugar que ocupaba cada roca plana, y luego recogerlas y reconstruir el sudadero detrás del nuevo granero, para que Joshua y Hattie vivieran la experiencia de quedarse dentro de ese lugar terriblemente caluroso hasta que les resultara imposible no meterse corriendo en las reparadoras aguas del río.

Cuando se volvió hacía la tumba de Makwa, vio que la madera había quedado tan agrietada y desteñida por las inclemencias del tiempo que casi no se percibían los signos rúnicos. Las inscripciones estaban en uno de los diarios, y decidió colocar una marca más duradera y algún tipo de barrera que rodeara la tumba para que no se estropeara. La maleza se había adueñado del lugar. Mientras quitaba los hierbajos que se habían abierto camino entre las matas de azucenas, se sorprendió diciéndole a Makwa que algunos de los suyos estaban a salvo en Tama.

La fría ira que había sentido allí, viniera o no de lo más profundo de su ser, había desaparecido. Lo único que sentía ahora era quietud. Pero…

Había algo.

Durante un rato luchó con el impulso. Entonces localizó el noroeste y empezó a caminar desde la tumba, contando los pasos.

Cuando había dado diez, se encontró en medio de las ruinas del hedonoso-te. La casa comunal se había deteriorado con el correr de los años, y ahora era un montón bajo y desigual de troncos estrechos y tiras de corteza de árbol enmohecidas, entre las que asomaban hojas de índigo silvestre.

Pensó que no tenía sentido arreglar la tumba, trasladar el sudadero y dejar este antiestético montón. Bajó por el sendero hasta el granero, donde había un recipiente grande con aceite de lámpara. Estaba casi lleno; lo llevó hasta el lugar y lo vació. El material del montón estaba húmedo de rocio pero su varilla de azufre funcionó al primer intento, y el aceite se encendió.

Un instante después todo el hedonoso-te se consumía entre saltarinas llamas azules y amarillas, y una columna de oscuro humo gris se elevó en linea recta y luego quedó curvada por la brisa y se deslizó sobre el río.

Brotó súbitamente una acre bocanada de humo negro como un ardiente estallido, y el primer demonio, el que estaba despierto, emergió y desapareció. Chamán imaginó un solitario y furioso grito demoniaco, un sollozo siseante. Una a una las otras tres criaturas del mal, tan violentamente arrancadas de su sueño, ascendieron como hambrientas aves de rapiña y abandonaron la deliciosa carne; los Watawinonas se alejaron montados en las alas de rabía tiznada.

Le pareció que de la tumba surgía algo parecido a un suspiro.

Se quedó cerca y sintió los lenguetazos del calor como la fogata de una ceremonia sauk, e imaginó cómo había sido ese lugar cuando el joven Rob J. Cole lo vio por primera vez: una pradera intacta que se extendía hacía los bosques y el río. Y pensó en otros que habían vivido allí, Makwa, Luna y Viene Cantando. Y Alden. Mientras el fuego ardía cada vez más débilmente, cantó para sus adentros: Tti-la-ye ke-íita mo-ne i-no-ki-i-i, ke-te-ma-ga-yo-se. Espiritus, os convoco, enviadme vuestra bendición.

Pronto todo quedó convertido en una delgada capa de residuos de la que surgían algunas volutas de humo. Sabía que la hierba volvería a crecer, y que no quedarían huellas del hedonoso-te.

Cuando pudo dejar solo el fuego, volvió a llevar el recipiente del aceite al granero y regresó a la casa. En el Camino Largo encontró una ceñuda y pequeña figura que lo esperaba. Intentaba apartarse de un niñito que se había caído y se había raspado la rodilla. El pequeño cojeaba detrás de ella en actitud obstinada. Estaba llorando, y le caían mocos de la nariz.

Chamán limpió la nariz de Joshua con el pañuelo y le besó la rodilla junto a la herida. Le prometió que se la curaría en cuanto llegaran a casa. Sentó a Hattie con las piernas sobre sus hombros, cogió en brazos a Joshua y echó a andar. Estos eran los únicos diablillos de todo el mundo que le interesaban, dos diablillos encantadores que le habían robado el corazón. Hattie le tironeaba de las orejas para que caminara más rápidamente, y él trotaba como Trude. Cuando el tirón de orejas fue tan fuerte que sintió dolor, sujetó a Joshua contra las piernas de ella para que no se cayera y empezó a avanzar a medio galope, como Boss.

Un instante después empezó a galopar, a galopar al ritmo de una nueva música magnífica y sutil que sólo él era capaz de oir.

Agradecimientos y notas

Los sauk y los mesquakie aún viven en Tama, Iowa, en tierras de su propiedad. Su adquisición original de ochenta acres aumentó considerablemente. En la actualidad unos 575 nativos norteamericanos viven en tres mil quinientos acres, que se extienden a lo largo del río Iowa.

En el verano de I987 visité el asentamiento de Tama con mi esposa, Lorraine. Don Wanatee, entonces director ejecutivo del Consejo Tribal, y Leonard Oso Joven, un destacado artista nativo norteamericano, respondieron pacientemente a mis preguntas. En sucesivas conversaciones también lo hicieron Muriel Racehill, actual directora ejecutiva, y Charlie Oso Viejo.

He intentado presentar los acontecimientos de la Guerra de Halcón Negro tan ajustados a la historía como me ha sido posible. El jefe guerrero conocido como Halcón Negro (la traducción literal de su nombre sauk, Makataime-shekiakiak, es Gavilán Negro) constituye una figura histórica. El Chamán Wabokieshiek, Nube Blanca, también existió. En este libro se convierte en un personaje de ficción después de conocer a la chica que va a convertirse en Makwa-ikwa, la Mujer Oso.

Con respecto a la mayor parte del vocabulario sauk y mesquakie utilizado en esta novela, he confiado especialmente en una serie de publicaciones anteriores del Smithsonian Institution's Bureau of American Ethnology.

Los primeros tiempos de la organización benéfica conocida como Boston Dispensary fueron más o menos como los he descrito. Me he permitido una licencia en el tema de los salarios de los médicos que visitaban a los pacientes en su domicilio. Aunque la escala de salarios es auténtica, la remuneración no comenzó hasta 1842, varios años después de que Rob J. es presentado como asalariado para atender a los pobres. Hasta el año 1842, ser médico en el Boston Dispensary era el único modo como ser un interno no retribuido. De todas formas, las condiciones de vida de los pobres eran tan difíciles que los médicos jóvenes se rebelaron. Primero exigieron un salario, y luego se negaron a seguir visitando a los pacientes de los barrios bajos. El Boston Dispensary se instaló entonces en un edificio y se convirtió en una clínica, y los pacientes iban a ver a los médicos. En el momento en que informé sobre el Boston Dispensary -a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, como redactor jefe de temas científicos del antiguo Boston Herald-, aquél se había convertido en un famoso hospital-clínica y formaba parte de una sociedad administrativa con la Pratt Diagnostic Clinic, el Floating Hospital for Infants and Children y la Tufts Medical School, así como el Tufts-New England Medical Center. En 1965 los hospitales integrantes quedaron unidos y absorbidos en la actual y prestigiosa institución conocida como New England Medical Center Hospitals. David W. Nathan, ex archivero del centro médico, y Kevin Richardson, del departamento de relaciones exteriores del centro médico, me proporcionaron información y material histórico.

Mientras escribía Chamán, descubrí un inesperado filón de datos y de ideas exactamente en mi lugar de residencia, y estoy agradecido a mis amigos, vecinos y a la gente de mi ciudad.

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