Celda 211 (4 page)

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Authors: Francisco Pérez Gandul

Tags: #Drama, Intriga

BOOK: Celda 211
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Lo preguntó y, qué quieren que les diga, hubiese preferido no escuchar la respuesta. Estaba previsto que se iniciaran las obras ese mismo día, hubo que suspenderlas, claro, pero la noche anterior ya se habían trasladado seis reclusos. Al módulo 4. Ya saben quiénes fueron tres de ellos. Malamadre sí tenía rehenes y maldita la gracia que hizo en el Ministerio cuando se supieron sus identidades. Hasta el ministro llamó al director y le preguntó cómo podía haber ocurrido eso. «Eso» estaba en la portada de todos los informativos de radio y televisión en la edición de la noche.

... No te joe, Tachuela, lo que me dijo el niñato más joven, el cabrón, cuidao con lo que haces que sabemos aónde está tu familia, un cojón sabían, si no lo sé ni yo, la Patri se lió con un gitano portugués, la mu puta, Tachuela, y se fue con los niños, cinco años ya sin verlos, como la coja la rajo empezando por su coño, lo juro por mis cojones, sin mis niños, cinco años, y el niñato ese que sabía aónde vivía mi familia, métete la lengua en el culo, so mierda, le dije, ¿te acuerdas?, o a lo mejor te la meto yo y te coso la boca con alambre, cobarde de mierda, que nunca habéis tenío cajones, las manos en alto cuando la pasma os descubrió, que lo sé yo, yo nunca puse las manos en alto, qué coño en alto, joé, la pipa en la mano y si me quieren detener que vengan, coño, a Malamadre o lo cogen por sorpresa, que me cogieron por sorpresa, Tachuela, o muere con los cojones bien puestos, no como tú, cagao, que eres un cagao, le dije, y a partir de ahora más giñao vas a estar, cuando te presente al Releches, aquí un amigo, Releches, cuídalo bien, le dije, no te rías, Tachuela, que sé lo que piensas, lo que dijo Releches, ¿verdá que sí?, mira, niño, que yo no necesito armas, yo mato con mi polla, tío, con el nabo, jajajá, Tachuela, qué arte, y el tío pegaba el culo a la pared y la cara del Juan, ¿tú viste la cara del Juan?, qué te parece, Calzones, anda, dime, le pregunté, y Juan decía, mu fuerte, Malamadre, mu fuerte, eso fuera no va a gustar na, pues claro que no va a gustar, qué coño, cabrones, pero cómo iba a hacer un motín sin rehenes, y tenían que ser de los que escuecen, que lo había leído un día en el periódico, se aceptan las condiciones que pusieron para abandonar la huelga de hambre, coño, que se lo escupí al Quitamoños, Tachuela, nosotros hacemos la huelga de hambre y nos dejan morir, joputas, somos peores que las ratas pa ellos, pero a los tipos esos lo que quieran, pues os joímos vivos, coño, que dejen de comer si quieren, menos esfuerzo para los sepultureros, le dije, niñato de mierda, que aquí no está la ley de la pasma, gilipollas, sino la ley de Malamadre, y te metes en el culo la lengua, así que no me joas con lo de mi familia, ¿vale, tío?, cinco años ya sin ver a los críos, Tachuela, a la Patri la rajo na más que la vea, y al gitano portugués, mi amigo decía que era, joputa, y se la estaba tirando ya, seguro, la Patri estaba buena, ¿verdá, Tachuela?, qué tetas y qué bien follaba, carajo...

Los tres están sentados en el camastro. Pelusa se encarga de que se estén quietos, «prohibido moverse». El más joven está muy tenso. Me recuerda a mi hermano Miguel. Parece poca cosa, como él, pero tiene orgullo y no se deja avasallar. Papá lo quería meter en vereda y nunca pudo. Hasta que se fue. Casi dos años ya. «Oye, Juan, que soy Miguel. Estoy bien. Me vine a Argentina», me dijo por teléfono aquel día, un par de meses después de irse, una semana antes de su cumpleaños. Veintiún años cumplía. Me recuerda a Miguel este chico. Los otros parecen más serenos, pero a él, sentado casi en el borde del jergón, se le ve vehemente, tratando a duras penas de contenerse. «Métete la lengua en el culo, mierda», le dice Malamadre, aparte de otras groserías, y veo cómo se le tensan los músculos, cómo susurra algo que no logro entender. Solo lo han comprendido sus compañeros. Una mueca que aspira a sonrisa surge en los labios de uno de ellos. Es. el más alto y corpulento. Lleva un pendiente en la oreja, igual que Malamadre. Somos siete en la celda y el ambiente se está volviendo irrespirable. No sé aún qué importancia tienen estos tipos para Malamadre. Parecen atracadores de gasolineras, a lo más alguna navaja en la garganta de la víctima, nada que pueda detener a la policía. Muy poca cosa. «Con vosotros vamos a ganar tiempo, ¿sabéis, cabrones?, no os vamos a hacer nada si no nos obligáis, pero sois nuestros presos, es decir, que estáis dos veces condenados, ¿vale?, haced lo que se os diga, chitón la boca y no me vengáis con la mierda de los derechos humanos que en el trullo ni hay derechos ni somos humanos, mierda somos todos». Asisten impávidos al discurso de Malamadre. Solo el rubio, que ahora se ha levantado, se atreve a hablar. «Queremos que nos garanti...». No le da tiempo a más. Pincho lo coge por el hombro y lo obliga a sentarse. «Solo cuando te pregunten, cabrón; mientras, ya te lo ha dicho Malamadre, chitón». Se vienen con nosotros. Así lo ha ordenado Malamadre. No se fía de tenerlos al final del módulo 4, «muy cerca del 3 —afirma—. Tú te ocuparás de ellos, Calzones, tuya es la responsabilidad». Como me ve poca sangre pone a Releches de lugarteniente. Trato de excusarme pero no me deja. Solo ha tenido que mirarme para dejar claro que no admitirá que se le contradiga. Si me viera Elena (ya lo sabrá, seguro), alucinaría. Entré de funcionario, luego me convertí en recluso y ahora soy la mano derecha del hijo de puta más sanguinario de la cárcel. «Tú sirves para mandar —me lisonjea Elena a menudo—, solo que siempre has preferido obedecer, pero tú algún día darás las órdenes». Cosas de la vida. Ahora voy a mandar, pero en la cloaca del mundo, una especie de jefe de las ratas. Me gustaría estar ahora con ella, en el sofá, viendo alguna película y acariciando su barriga. «Ha dado una patada», le diría. «Tonto, todavía no da patadas, serán las tripas», y su risa llenaría la habitación y como casi siempre acabaríamos haciendo el amor, allí, sí, en la alfombra que nos trajimos del pueblo, la que está junto a la chimenea, sintiendo arder nuestros sexos.

—¿Quiénes son estos tipos, Malamadre?

—¿Toavía no lo has adivinao, Calzones?

—Parecen carne de cárcel, como yo mismo, nada importante.

—Fuera no pensarán igual, seguro que no.

—Pero ¿qué tienen de especial, coño?

Malamadre le pide al rubio que se quite la camiseta. Allá en el hombro, un hombro ancho y duro, el tatuaje parece cobrar vida con las contracciones de la tensión.

—¿Qué piensas, Calzones?

—Muy fuerte esto, mucho, Malamadre, esto no va a gustar nada ahí fuera, seguro.

—Y tanto, cabroncete, ya te lo dije, mejor que el Armando, el Putavieja o el Miura.

—¿Y ahora?

—Vamos a enseñarles nuestras cartas a la pasma.

—Solo tenemos un trío, ¿lo vamos a jugar al descubierto?

—Apuesta fuerte que ganamos, coño, Calzones, que se ve que nunca jugaste al póquer de la cárcel, aquí nadie va de farol si antes no le ha visto las cartas al otro, y yo ya se las he quincao, no tienen na, a partir de ahora solo miedo, ¿o no, Calzones?

Pelusa abre la puerta y les manda salir. Al llegar a mi altura, el rubio me acerca el hombro tatuado a la cara y en voz muy baja me dice: «Ten cuidado con su veneno». Más vale que lo tenga. No me gustan las serpientes.

IV

«Mikel Belasategui, alias Hernani, cuarenta y un años, natural de Hernani. Cumple treinta años de prisión por el asesinato el 13 de enero de 1996 del magistrado del Supremo Félix Montero Levián. Era el responsable del talde Donosti, desarticulado por la policía en octubre de 1997.

»Txema Ibarrondo, alias El Rubio, veinticinco años, natural de Beasaín. Fue condenado en la primavera de 1993 a ciento doce años de cárcel al ser encontrado culpable de la muerte de tres guardias civiles en Biescas, provincia de Huesca, en 1991. La bomba que hizo saltar por los aires el Land Rover hirió también a cuatro civiles, dos de los cuales tienen secuelas graves que los mantienen en silla de ruedas.

»Patxi Iragui, alias Musus, diecinueve años, condenado el pasado día 22 de abril a ocho años de cárcel tras ser identificado como el autor del lanzamiento de un cóctel molotov que causó quemaduras en un cuarenta por ciento del cuerpo al ertzaina Andoni Lacruz Mengíbar, durante los actos vandálicos que tuvieron lugar en la Semana Grande de Zarautz de 2000.

»Estas son las identidades de los tres reclusos vascos pertenecientes a ETA que han sido tomados como rehenes por presos comunes en el establecimiento penitenciario Sevilla 2, según han confirmado a Telecinco fuentes del Ministerio de Justicia. La prisión se encuentra acordonada por policías antidisturbios y no han trascendido las reivindicaciones de los internos».

Alguien del Ministerio debió de filtrar la noticia a la prensa. De la prisión nadie, estén seguros, que todas las comunicaciones estaban interceptadas por la policía. Fue apenas una hora después de que Malamadre, acompañado de Releches, Tachuela y Juan, hiciera una entrada triunfal en el módulo 5, aclamado por el resto de los internos. Los vimos a través del circuito cerrado de televisión. Los tres chicos vascos iban delante, con las manos atadas a la espalda con trozos de sábana. A empujones los colocó Releches en el centro de la galería, mirando a las cámaras. Los rehenes conservaban la compostura, no así los extras, que saltaban, se llevaban las manos a sus partes y hacían otros gestos obscenos. Malamadre se adelantó. Con ademán teatral fue contando a los rehenes, ya me entienden, uno..., dos..., tres, tomándose su tiempo, recreándose, «Es que es de letras», ironizó Germán; al final se pasó el índice por el cuello, y eso no necesita traducción, ¿verdad? Ya sabíamos el as que se guardaba Malamadre en la manga. «Tres ases», corrigió Fermín. «Sí, tres, me gustaría ver la cara de Robocop ahora, daría la extra de verano», mascullé, porque ese tipo se creía que esto iba a ser un plisplás y yo barruntaba, que lo conozco muy bien, son ya muchos años, que Malamadre no se iba a lanzar a la aventura sin tener cogido por los huevos, y perdonen la expresión, al enemigo. A mí no me dolía, pero a buen seguro que alguno, allá en las alturas, tenía en ese momento el rostro contraído por el dolor.

... Ni puto caso, Tachuela, ni puto caso nos habían hecho hasta entonces, y, en cinco minutos, dos móviles para que hablásemos con el Niebla, que se los metan ahora por el culo, ¿recuerdas?, eso dije, a ver esos móviles de mierda, no contestamos, que-yo-di-ré-cuán-do-te-ha-blo-ca-brón, le grité, abriendo mucho la boca, Tachuela, pa que me vieran los colmillos, allí ante la cámara, como el Prat, oye, y el Niebla venga a llamar, y le pusimos, ¿te acuerdas?, qué descojone, música de salsa a los móviles, y la gente bailaba, Releches les enseñaba el culo, moviéndolo como una mulata cubana, toavía tiene buen culo el Releches, ¿eh, Tachuela?, lástima que esté contaminao, que si no lo hubiese cogío bien el día de la tía estirá, qué buen coño tenía la tía, Tachuela, pero hay que echar cabeza, os dije, si ellos quieren hablar, nosotros no, lo primero es lo primero, ¿verdá?, así que el Calzones está a cargo de estos, y Releches puso mala cara y le dije pero, so cabrón, tú no piensas, el Calzones sí piensa, él piensa y tú le das de hostias a estos tíos si se nos ponen farrucos o entra la pasma, pero lo primero, Tachuela, era pensar, porque dos, tres botes de humo y tos a la mierda, así que los metemos en una celda, que se vea en cuál por la tele, oye, dos tíos dentro con ellos y tres fuera, y si hay humo, les cortáis los pescuezos como si fueran pollos, después tapamos las cámaras y los cambiamos de celda, pero siempre dos dentro con pinchos y tres fuera, que a ver si tienen cojones, os dije, ¿verdá?, y Releches me decía al oído pero, Malamadre, el Juan este es nuevo, mierda, ¿y si nos sale pájara?, y yo, que no, que el Calzones era un tío duro, había matao a uno por ponerle los cuernos, seguro, se lo pregunté, ¿sabes?, pero eso fue después, lo primero era no hablar, darle por culo a la pasma y el día a los trincones de arriba, que vaya si tenemos rehenes, pero ¿tú has visto, Tachuela, que se haga un motín sin rehenes?, pues tres, de allá arriba, de los que os joen a bombazos y a pum en las nucas, joputas, de los de los derechos humanos, que nosotros ni derechos ni na, no te joe, Tachuela, los matan y les dan derechos, pues toma, a ver qué hacéis para no cagar grillos mañana, les dije, ¿recuerdas?, mirando a la cámara, como un actor, si-se-os-o-cu-rre-en-trar-os-que-dáis-sin-e-ta-rras-ni-po-llas-en-vi-na-gre, y se me subían las pelotas de la risa, Tachuela, de ver la cara de la pasma y de pronunciar las eses, pendiente de lo que les decía, como un actor, oye, que me lo dijo el Releches después, cuando to acabó...

Releches me mira de reojo, pero este no hinca nada cuando clava la mirada. «Venga, a tus órdenes», me dice burlón. «Mételos dentro de la 191, quédate con ellos, que alguien te acompañe, yo estaré fuera. Ya oíste a Malamadre, dos dentro con pinchos y tres fuera». Maldita la gracia que le hace obedecerme, pero si nombro a Malamadre la sonrisa se le hiela. Me ha dicho Tachuela que si la cago me corta los huevos, y sé que lo haría. Lo sé por lo que me contó Malamadre cuando íbamos camino del módulo 4: «Se cargó a tres vecinos, Calzones, a tres, le habían dado cuatro hostias a su niña porque les rayó el coche recién estrenado, y él cogió la escopeta de cazar conejos y mató a los tres, al padre en la puerta, a la madre en la cocina y al niño mientras veía Buggs Bunny, fíjate, el conejo, la casualidad, a los tres, por pegarle cuatro hostias a la cría». El rubio, Txema, no me ha podido enseñar otra vez la serpiente enroscada al hacha que lleva tatuada en el hombro. Me puse a su izquierda y en el hombro izquierdo nada más tiene la huella de una vacuna. Lástima que no fuera contra la maldad. No estaría aquí. Ni yo tampoco. No habría cárceles. «No sé por qué hay tanta gente mala», dijo una vez Elena mientras leía el periódico. Y yo le miro el escote, tiene unos pechos bonitos Elena. Redonditos, de los que caben en una mano, como a mí me gustan. Debe de estar hartándose de llorar, espero que no sufra el crío, si le pasa algo al bebé soy capaz de matar a Malamadre y al padre de Malamadre, si lo conoce, que no creo. «¿Por qué hay tanta gente mala?», me preguntó, y yo le levanté la cara sujetándola por la barbilla y la besé en los labios, «Besas como Dios», la piropeé, y me cogió la mano y se la metió por el escote. Tiene las tetitas firmes y duras. Yo acordándome de los pechos de Elena, que se me está poniendo dura nada más de pensarlo, con lo que tengo aquí. «Y ya sabes, Releches, ni tocar a los rehenes, ¡eh!, solo si entra la pasma y cuando yo te lo ordene, que si hay errores el que lo va a pagar soy yo con Malamadre». No me responde. Pero intuye que soy duro de roer. Estoy aquí porque he matado a un tío, les conté. Él porque mató a dos. No tiene muchas luces, pero sabe que el que mata a uno puede cargarse a doscientos.

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