—¿Otra cita de Duncan?
—No que yo sepa… pero creo que estaría de acuerdo.
Murbella sonrió secamente.
—Sí, seguramente. Si las renegadas no quieren unirse a nosotras, habrá que eliminarlas. No puedo permitir que nos claven un puñal por la espalda cuando estamos pendientes de batallas reales.
—Han tenido años para prepararse, y no caerán sin oponer una gran resistencia.
Murbella asintió.
—Lo más preocupante en estos momentos es la presencia de disidentes aquí, en Casa Capitular. Es como tener una espina clavada en la mano. En el mejor de los casos, solo dolerá; en el peor, se infectará y propagará el daño. Pero, sea como sea, hay que sacarla.
Janess entrecerró los ojos.
—Sí, están demasiado cerca. Incluso si las disidentes de Casa Capitular no actúan abiertamente en nuestra contra, dan una imagen de debilidad a los observadores exteriores. Esta situación me recuerda otro sabio comentario de la primera vida de Duncan Idaho. En un informe que escribió cuando vivía entre los fremen de Dune, dijo: «Una gotera en un
qanat
es una debilidad que actúa de forma lenta pero fatal. Encontrar el agujero y taparlo es una tarea difícil, pero hay que hacerlo por la supervivencia de todos».
La madre comandante se sentía orgullosa y divertida.
—Aunque citas mucho los escritos de Duncan, no olvides que debes pensar por ti misma. Y algún día otros te citarán a ti. —Su hija pareció debatirse con esa idea, luego asintió. Murbella prosiguió—. Tú me ayudarás a taponar el agujero del
qanat
, Janess.
— o O o —
La Bashar de las principales fuerzas de la Nueva Hermandad, Wikki Aztin, dedicaba su tiempo y buena parte de sus recursos a entrenar a Janess para su primera misión. Wikki tenía mucho sentido del humor, y una historia para cada ocasión. Era una mujer cargada de espaldas y de rostro enjuto, con una energía poco habitual, y sufría un defecto congénito de corazón que impedía que pasara por la Agonía. Por tanto, Wikki no había podido convertirse en Reverenda Madre, y había sido asignada a las operaciones militares de la Hermandad, entre cuyas filas había ido ascendiendo.
En el exterior del refugio de la madre comandante, en los campos aislados de entrenamiento, los focos iluminaban los tópteros de combate que Janess estaba preparando para su vigoroso ataque al día siguiente.
«Limpieza doméstica», así lo había llamado Murbella. Aquellas rebeldes la habían traicionado. A diferencia de las extranjeras, que no sabían nada de las enseñanzas de la Hermandad, o de mujeres que no conocían la amenaza inminente del Enemigo. Murbella detestaba la resistencia que oponían las Honoradas Matres en Buzzell, Gammu y Tleilax, pero aquellas mujeres no conocían otra cosa. Sin embargo, estas disidentes… su traición era mucho peor. Era una afrenta personal.
Cuando Janess estaba ocupada y no podía oírla, Murbella se acercó a la Bashar.
—¿Sabíais que algunas de las hermanas están haciendo apuestas en contra de vuestro cachorro, madre comandante? —dijo Wikki.
—Me lo imaginaba. Piensan que le he dado una responsabilidad excesiva demasiado pronto, pero eso sólo hace que se esfuerce más.
—Veo que se ha puesto con una gran determinación, quiere demostrar que se equivocan. Tiene vuestro espíritu, y adora a Duncan Idaho. Sabe que todos los ojos están puestos en ella, y está deseando una oportunidad para destacar, para dar ejemplo a las otras. —Wikki miró a la noche—. ¿Estáis segura de que no queréis que os acompañe al ataque de mañana? Será muy cerca de casa, un ataque discreto, pero es importante. Un ejercicio real sería… gratificante.
—Necesito que te quedes aquí a vigilar. Alguien podría intentar dar un golpe mientras me ausento de Central.
—Pensé que habíais conseguido hacerles superar sus diferencias.
—Es un equilibrio inestable —susurró Murbella—. A veces me gustaría que el verdadero Enemigo atacara… así se verían obligadas a luchar todas del mismo bando.
— o O o —
A la mañana siguiente, Murbella y su escuadrón partieron y sobrevolaron la superficie del planeta. Janess iba a su lado en el tóptero de cabeza. A pesar de su entrenamiento y de la confianza que su madre había puesto en ella, Janess aún estaba verde, no estaba del todo preparada para asumir el mando.
Durante años la madre comandante había hecho la vista gorda, pero no podía seguir tolerando la presencia de desertoras y descontentas. Aun en las regiones más remotas, aquel asentamiento era un defecto demasiado grande, un imán para posibles saboteadores, además de un punto de apoyo para una fuerza mayor de Honoradas Matres renegadas que vinieran de fuera.
Murbella no tenía dudas sobre lo que había que hacer, ni compasión. La Nueva Hermandad necesitaba desesperadamente luchadoras competentes, por tanto, invitaría a las desertoras a volver al redil, pero no tenía muchas esperanzas al respecto. Aquellas mujeres cobardes y quejumbrosas ya habían mostrado sus verdaderos colores. ¿Qué habría hecho Duncan en una situación semejante?
Cuando el escuadrón se acercaba a las coordenadas del campamento, Janess informó que habían interceptado señales de calor y transmisiones. Sin esperar, ordenó a las naves que activaran sus escudos por si las rebeldes les disparaban con armas robadas de los arsenales de Casa Capitular.
Sin embargo, cuando Janess y sus oficiales tácticas escanearon la zona en un primer barrido de altura, no detectaron la presencia de vehículos aéreos ni equipamiento militar en las proximidades, tan solo unos cientos de mujeres con armamento ligero que intentaban ocultarse en el denso bosque de coníferas. Los tramos nevados provocaban importantes variaciones en el mapa térmico de la zona, pero los cuerpos humanos seguían resaltando como hogueras.
Tras pasar a imagen visual, Murbella fue repasando los rostros de las desertoras y reconoció a muchas de ellas. Algunas hacía años que habían huido, incluso antes de que ejecutara a una de sus líderes, Annine.
A través de los altavoces del tóptero, se dirigió a las rebeldes.
—Os habla la madre comandante Murbella, y vengo a ofreceros una rama de olivo. Tenemos tópteros de transporte en la retaguardia de la formación, listos para llevaros de vuelta a Central. Si entregáis las armas y cooperáis, os concederé la amnistía y una oportunidad para volver a iniciar vuestro aprendizaje.
Vio a Caree Debrak en el suelo. Aquella mujer amarga apuntó un rifle farzee que escupió diminutos puntos de fuego contra ellas. Los proyectiles impactaron de forma inofensiva contra los escudos del tóptero.
—Tenemos suerte de que no sea una pistola láser —dijo Murbella.
Janess parecía perpleja.
—Las pistolas láser están prohibidas en Casa Capitular.
—Hay muchas cosas prohibidas, pero no todas siguen las normas. —Moviendo la mandíbula con furia, Murbella volvió a hablar por el altavoz, esta vez con tono más duro—. Habéis abandonado a vuestras hermanas en momentos de crisis. Dejad vuestras divisiones atrás y regresad con nosotras. ¿O es que sois unas cobardes y teméis enfrentaros al verdadero Enemigo?
Caree volvió a disparar el rifle farzee, lanzando un nuevo surtido de proyectiles contra los escudos del tóptero.
—Al menos no hemos sido las primeras en disparar. —Janess miró a su madre—. Madre comandante, en mi opinión negociar con ellas es una pérdida de tiempo. Con dardos sedantes podríamos desarmarlas y obligarlas a volver a Central, y una vez allí tratar de recuperarlas. —Abajo, muchas otras cogieron sus armas y dispararon inútilmente contra la fuerza de asalto de la Hermandad.
Murbella meneó la cabeza.
—Jamás lograremos hacerlas entrar en razón… ya no podemos confiar en ellas.
—Entonces, ¿debemos intentar un enfrentamiento militar limitado para asustarlas? Así nuestro nuevo escuadrón adquiriría cierta práctica en la lucha. Podemos hacer desembarcar a nuestras soldados para que ataquen y humillen a la resistencia. Si no podemos derrotar a ese puñado de rebeldes en combate cuerpo a cuerpo, no tendremos ninguna posibilidad contra las rameras de verdad, que han tenido años para preparar sus defensas planetarias.
Viendo que las descontentas les disparaban con sus rifles, Murbella sintió que su ira iba en aumento. Su voz sonó como cristal roto a sus propios oídos.
—No. Eso solo serviría para arriesgar la vida de otras hermanas leales. No pienso perder ni a una sola guerrera aquí. —Y se estremeció al pensar en el daño que podrían hacer aquellas mujeres si fingían rendirse y se dedicaban después a propagar su veneno desde dentro—. No, Janess. Ellas han decidido. No podemos confiar en ellas. Nunca más.
Los ojos de su hija destellaron, porque comprendió.
—No son más que insectos. ¿Debemos exterminarlas?
Abajo, cada vez había más disidentes que salían de entre los árboles cargadas con armas pesadas.
—Desactivad escudos y abrid fuego —gritó Murbella por el comunicador que conectaba con las otras naves—. Utilizad bombas incendiarias para quemar el bosque. —Desde uno de los tópteros una de las oficiales protestó por considerarlo una respuesta excesiva, pero Murbella la hizo callar—. No habrá debate.
Su escuadrón escogido abrió fuego y el deslumbrante baño de sangre no dejó supervivientes. La madre comandante no disfrutó con aquello, pero había demostrado que si la provocaban se defendería como un escorpión. Esperaba que eso acabara con el descontento y la oposición.
—Que esto sea un ejemplo para todas —dijo—. Tener al enemigo entre nosotras puede hacer tanto daño como el Enemigo Exterior.
Once años después de la huida de Casa Capitular
Caladan: tercer planeta de Delta Pavonis; mundo natal de Paul Muad’Dib. Con posterioridad conocido como Dan.
Terminología del Imperio (revisada)
Cuando el ghola del barón Vladimir Harkonnen tenía siete años, los Danzarines Rostro ordenaron a Uxtal que lo llevara al mundo oceánico de Dan.
—Dan… Caladan. ¿Por qué vamos allí? —preguntó Uxtal—. ¿Tiene algo que ver con el hecho de que fue el mundo natal de los Atreides, enemigos de la casa Harkonnen? —En su alegría por poder alejarse de la madre superiora Hellica, el investigador tleilaxu acabó por ver al Danzarín Rostro como su salvador.
—Hemos encontrado algo allí. Algo que puede ayudarnos a utilizar al barón resucitado. —El Danzarín Rostro que le escoltaba alzó la mano, atajando la pregunta que Uxtal estaba a punto de hacer—. Es todo lo que tienes que saber.
Si bien había rezado fervientemente para que llegara el día en que pudiera entregar a aquel niño-ghola tan problemático, a Uxtal le preocupaba que Khrone dejara de considerarlo útil. Quizá se acercarían por detrás, le pondrían los dedos sobre los ojos y apretarían, igual que habían hecho con Burah, el anciano…
Se dirigió apresuradamente hacia la lanzadera que debía llevárselos a él y el mocoso de Tleilax. Y, como si fuera un mantra, musitó para sus adentros: «Aún estoy vivo. ¡Estoy vivo!».
Al menos estaría lejos de Ingva y Hellica, del hedor de los sligs, de los gritos de las víctimas de torturas a las que extraían hasta la última gota de las sustancias que producían por el dolor.
— o O o —
En los años previos, Hellica no había dejado de disfrutar de la compañía del joven Vladimir Harkonnen. Eran tal para cual. A Uxtal le daban escalofríos cuando oía al niño y la Madre Superiora reír mientras discutían sobre quién merecía morir y elegían a las víctimas para los laboratorios de torturas.
Aquel niño traicionero informaba constantemente a la aspirante a reina y le contaba los supuestos errores o indiscreciones cometidos por los ayudantes de laboratorio. Uxtal había perdido a muchos de sus mejores ayudantes de este modo, y aquel crío perverso sabía muy bien el poder que tenía. En presencia del ghola, Uxtal apenas era capaz de controlar el pánico. No era más que un niño, pero ya era casi tan alto como él.
Sin embargo, sin buscarlo, Uxtal había logrado hacerse querer por el ghola, y en una forma que además tuvo el efecto de distanciarlo de Hellica. Como tleilaxu, Uxtal tenía muchos hábitos que los extranjeros consideraban groseros, como la tendencia a emitir sonidos corporales. Viendo el placer que el barón sentía con aquello, Uxtal empezó a exagerar sus hábitos en su presencia, y eso creó un curioso vínculo entre los dos.
Ofendida por el carácter veleidoso de Vladimir y demostrando no mucha más madurez que el niño-ghola, Hellica dejó de relacionarse con él. Cuando la nave de la Cofradía llegó para llevarse a Uxtal y el ghola a Dan, reaccionó con indiferencia y desdén. Pero el investigador sabía que cuando regresara ella estaría esperándole…
— o O o —
Tras un viaje a través del tejido espacial, el tleilaxu y su protegido descendieron al planeta en una lanzadera. Por el camino se entretuvieron con un pasatiempo privado, compitiendo para ver quién era más grosero y conseguía que los pétreos Danzarines Rostro que les acompañaban reaccionaran de alguna forma. Vladimir, con un repertorio asombroso de talentos escatológicos, emitió más sonidos asquerosos y olores nocivos que nadie que Uxtal conociera. Y después de cada exhibición, aquel joven querúbico ponía una sonrisa descomunal.
Uxtal admitió su derrota, consciente de que siempre es más seguro perder que ganar ante un Harkonnen, incluso si no tenía a la Madre Superiora mirando por encima de su hombro.
Uno de los Danzarines Rostro se acercó a la pantalla panorámica de la lanzadera y señaló al exterior.
—Las ruinas del castillo de Caladan, hogar ancestral de los Atreides. —El edificio estaba en ruinas, al borde de un acantilado, y había una pista de aterrizaje en las afueras de un pueblecito pesquero cercano.
Evidentemente, el Danzarín Rostro quería llevar a Vladimir a un lugar que provocara una reacción visceral en él, pero Uxtal no detectó el brillo del reconocimiento en los ojos negro-araña del niño, no hubo ninguna chispa. El barón-ghola aún era demasiado joven para acceder a sus recuerdos, pero al situarlo en el entorno de sus archienemigos, con tantas cosas que potencialmente podían despertar sus recuerdos, quizá lograrían remover algo en su interior, o al menos poner una buena base para el éxito.
Quizá eso es lo que Khrone quería. Uxtal esperaba que así fuera, que le permitieran quedarse en Dan de forma permanente. Aunque era algo austero y húmedo, aquel mundo oceánico parecía una gran mejora comparada con Bandalong.