—¡Es una locura, un acto de orgullo! Las brujas te han atraído a su trampa con engaños. Debes rezar conmigo…
—La decisión está tomada, rabino. He visto que es lo más sabio. Las Bene Gesserit tendrán sus tanques. Encontrarán sus voluntarias. Piense en las otras mujeres que viajan a bordo, más jóvenes y fuertes con diferencia. Tienen todo el futuro por delante, mientras que yo llevo incontables vidas en mi cabeza. Es más que suficiente, y estoy satisfecha. Al ofrecerme yo, estoy salvando una vida.
—¡Quedarás maldita! —Su voz ronca se quebró antes de convertirse en grito. Rebecca se preguntó si se rasgaría las mangas y la echaría, renunciando a cualquier contacto posterior con ella. En aquellos momentos, el hombre parecía totalmente horrorizado.
—Como me recuerda usted con frecuencia, rabino, ahora llevo millones en mi interior. Muchos de mis pasados son de judíos devotos. Otros seguían los dictados de su conciencia. Pero no se confunda, es un precio que pagaré de buena gana. Un precio honorable. No piense que va a perderme… piense en la joven a la que voy a salvar.
—Eres demasiado mayor. Ya no estás en edad de tener hijos —dijo él tratando de agarrarse a lo que fuera.
—Mi cuerpo solo tiene que proporcionar la incubadora, no los ovarios. Ya me han hecho las pruebas. Las hermanas me aseguran que sirvo. —Apoyó la mano en el brazo del rabino, consciente de que el hombre se preocupaba por ella—. En otro tiempo usted fue un doctor suk. Confío en las doctoras Bene Gesserit, pero me quedaría más tranquila si sé que también usted velará por mí.
—Yo… yo…
Rebecca fue hasta la puerta de la sala y le dedicó una última sonrisa.
—Gracias, rabino. —Y se fue antes de que pudiera ordenar sus pensamientos dispersos y seguir debatiendo con ella.
Para el ojo del que ama, incluso una abominación puede ser un hermoso bebé.
M
ISSIONARIA
P
ROTECTIVA
, adaptado del
Libro de Azhar
Durante meses, bajo la mirada severa y atenta de las Honoradas Matres, Uxtal se dedicó a controlar la evolución del tanque axlotl a la vez que supervisaba el funcionamiento de los laboratorios de dolor. Aquel esfuerzo continuo por satisfacer a los que le controlaban le agotaba.
Khrone había ido a visitarle en dos ocasiones en el último medio año (que él supiera, aunque un Danzarín Rostro podía pasar inadvertido si quería). En sus míseros alojamientos, el investigador tleilaxu perdido llevaba su propio calendario, y cada día que tachaba era una pequeña victoria para él, como si la supervivencia fuera una cuestión de puntos.
Entretanto, también había empezado a producir el sustituto de la melange en cantidades suficientes para que las rameras lo vieran como un personaje importante. Por desgracia, sus éxitos se debían más a sus repetidos intentos que a una verdadera capacidad por su parte. A pesar de la incertidumbre y de las pifias, que ocultaba a toda prisa, Uxtal había descubierto un método de producción lo bastante eficaz. Y, aunque tenía defectos, por el momento era suficiente para que las rameras le mantuvieran con vida.
Y entretanto, el bebé-ghola seguía desarrollándose.
Cuando llegó el momento, Uxtal tomó muestras del feto masculino para realizar análisis y comparó el ADN con los registros genéticos que Khrone le había proporcionado. Aún no sabía qué planes tenían los Danzarines Rostro para el bebé; es más, estaba convencido de que no tenían ningún plan, más allá de la curiosidad.
En un primer momento, Uxtal logró aislar la línea genética general, luego fue reduciendo el espectro, a un planeta de origen, un linaje… y luego a una familia concreta. Finalmente, sus investigaciones le permitieron remontarse a un personaje histórico concreto. Los resultados le sorprendieron y a punto estuvo de borrarlos antes de que nadie los viera. Pero seguramente le observaban, y si le descubrían tratando de ocultar información, las Honoradas Matres serían muy duras con él.
Así que, en vez de eso, se entregó a un torbellino de preguntas. ¿Por qué habían conservado los viejos maestros tleilaxu aquellas células en particular? ¿Qué propósito podían ver en ellas? ¿Qué otras células destacables había en la cápsula de nulentropía destruida? Era una pena que las Honoradas Matres hubieran destruido los cuerpos, incinerándolos o echándoselos a los sligs.
Khrone volvería pronto. Y entonces quizá los Danzarines Rostro se llevarían a su bebé-ghola y Uxtal sería libre. O le matarían y acabarían con el asunto de una vez…
Tras un período de gestación cuidadosamente controlado, el momento de decantar al bebé era inminente. Más que inminente. Ahora Uxtal pasaba la mayor parte del día en la sala axlotl, asustado y fascinado a la vez. Se inclinaba sobre el tanque femenino hinchado y comprobaba el ritmo cardíaco del bebé, sus movimientos. Con frecuencia daba patadas, como si detestara la célula carnosa que lo contenía. No era tan raro, pero no dejaba de asustar.
Cuando llegó el día, Uxtal llamó a sus ayudantes.
—Si el bebé no nace sano, os enviaré al ala de torturas… —De pronto dio un respingo, porque recordó sus otros deberes, y corrió a la nueva sección del laboratorio, dejando a sus perplejos ayudantes junto al tanque.
Allí, entre gritos y gemidos, con el débil sonido de fondo del chorrito de sustancias químicas precursor del sustituto de la especia, encontró a Hellica, que le esperaba con impaciencia. Durante un rato, la mujer se había distraído observando el proceso de «recolección» de la especia, pero al ver a Uxtal, se acercó a él con movimientos sinuosos.
Él apartó la vista, y habló farfullando.
—L-lo siento, Madre Superiora. El ghola está a punto de nacer y me he distraído. Tendría que haber abandonado mis otras responsabilidades en cuanto habéis llegado. —Y rezó en silencio para que no le matara allí mismo. Los Danzarines Rostro se iban a enfadar mucho si le mataba antes de que pudiera decantar al bebé, ¿no es cierto?
Cuando vio que los ojos de Hellica relampagueaban peligrosamente, estuvo por salir corriendo.
—Me parece que no acabas de comprender cuál es tu sitio en este nuevo orden, hombrecito. Es hora de que te esclavice… antes de que nazca el ghola. Necesito confiar en ti. No volverás a perder de vista tus prioridades.
De pronto Uxtal fue plenamente consciente del volumen de sus pechos y sus movimientos bajo las mallas ceñidas. Sus miradas se encontraron, pero no sintió ningún impulso sexual.
—En cuanto pases a depender de mis placeres —siguió diciendo ella mientras le masajeaba el rostro suavemente con los dedos—, tendré tu dedicación completa a mi proyecto. Y cuando el ghola ya no esté no tendrás excusa.
Uxtal sintió que el pulso se le aceleraba. ¿Qué pasaría cuando descubriera lo que Khrone le había hecho?
Oyeron un grito que venía del laboratorio, seguido de unos berridos de bebé. A Uxtal el corazón se le subió a la garganta.
—¡El bebé ha nacido! ¿Cómo han podido hacerlo sin mí? —Trató de apartarse. Le aterraba que sus ayudantes hubieran demostrado que podían hacer solos el trabajo. No podía permitir que nadie creyera que su presencia era innecesaria—. Por favor, Madre Superiora, dejad que vaya a comprobar que los necios de mis ayudantes no han hecho nada mal.
Por suerte, Hellica parecía tan interesada como él. El tleilaxu se escabulló y corrió al tanque axlotl, ahora vacío. Con una sonrisa cohibida y confusa, uno de los ayudantes levantó al bebé aparentemente sano por un pie. La Madre Superiora se acercó, con la capa ondeando a su espalda.
Uxtal le arrebató el bebé a su ayudante, aunque todo aquel proceso le resultaba repugnante. Si dejaba que le pasara algo al bebé, Khrone le mataría… y lentamente.
Le mostró el bebé a Hellica.
—Mirad, Madre Superiora. Como veis, esta distracción desaparecerá pronto, porque los Danzarines Rostro se llevarán al bebé. Mi trabajo para ellos ha terminado. Ahora podré dedicar buena parte de mi tiempo y mis energías a crear la especia naranja que tanto deseáis. A menos… a menos que queráis devolverme mi libertad. —Y arqueó las cejas con expresión suplicante.
Ella aspiró con desdén y volvió a la parte nueva del edificio, donde los gritos resonaban por los pasillos.
Uxtal miró al bebé, maravillándose por su buena suerte. Por una milagrosa alineación numérica, había conseguido el éxito. Khrone no se quejaría, no le castigaría. Pero un estremecimiento le recorrió la columna. ¿Y si los Danzarines Rostro insistían en que restaurara también los recuerdos del ghola? ¡Cuántos años de trabajo!
Sin embargo, en aquellos momentos, mientras contemplaba al recién nacido, tan sencillo, tan inocente, tan «normal», se sintió confuso. Había revisado los archivos históricos, y no acertaba a imaginar cuál podía ser el destino de aquel ghola o qué haría Khrone con él. Seguramente formaba parte de un plan cósmico, pero solo podría entenderlo si encontraba los números que apuntaban hacia la verdad.
Sostuvo al bebé-ghola ante él, miró su rostro diminuto y meneó la cabeza.
—Bienvenido, barón Vladimir Harkonnen.
Seis años después de la huida de Casa Capitular
Todos llevamos una bestia en nuestro interior, hambrienta y agresiva. Algunos podemos alimentarla y controlar al predador, pero cuando se suelta es impredecible.
R
EVERENDA
MADRE
S
HEEANA
, cuadernos de navegación del
Ítaca
Sheeana caminaba sola por corredores aislados y silenciosos, meditando en sus obligaciones y sus dilemas. Ahora que habían tomado una decisión sobre el programa de resurrección de los gholas, la larga espera había empezado. Después de un año y medio de preparativos, otros tres tanques axlotl estaban listos, sumando un total de cinco. El primero de los preciosos embriones ya se estaba gestando en una de las matrices ampliadas. Pronto, las figuras casi míticas de la historia habrían vuelto.
El maestro tleilaxu Scytale atendía cuidadosamente los tanques, totalmente decidido a conseguir que los primeros salieran perfectos para que Sheeana le permitiera crear un ghola de sí mismo. Dado que aquel hombrecito tenía mucho que ganar con el éxito del proyecto, Sheeana confiaba en él… de momento, y solo hasta cierto punto.
Nadie sabía lo que el Enemigo quería, ni por qué estaban tan interesados en aquella no-nave concreta. «Para combatir al enemigo, primero debes comprenderle», había escrito en una ocasión la primera encarnación del bashar Miles Teg. Y ella pensó:
No sabemos nada de este anciano y esta anciana que solo Duncan puede ver. ¿A quién representan? ¿Qué quieren?
Sheeana siguió recorriendo las cubiertas inferiores, preocupada. Durante los años que llevaban en el
Ítaca
, Duncan había mantenido una angustiosa vigilancia, atento a cualquier señal de la red del Enemigo, que siempre buscaba. La nave se había mantenido a salvo desde que escaparon por poco hacía más de dos años. Sí, después de todo, puede que ella y el resto del pasaje estuvieran a salvo.
Puede.
Los meses iban pasando sin una amenaza abierta, y con frecuencia Sheeana tenía que recordarse que no hay que dejarse llevar por la complacencia, por la tendencia natural a relajarse. Gracias a las lecciones de las Otras Memorias, sobre todo de su linaje Atreides, sabía de los peligros de bajar la guardia.
Los sentidos de una Bene Gesserit debían estar siempre despiertos a la señal de cualquier peligro sutil. Sheeana se detuvo en mitad de un paso en un corredor aislado. Se quedó petrificada, porque su olfato captó algo, un olor animal que no cuadraba con la atmósfera procesada de aquellos pasillos. Y estaba mezclado con un olor metálico.
Sangre.
Un instinto primario le dijo que la estaban observando, o incluso puede que acechándola. La mirada invisible quemaba su piel como una pistola láser. El vello de detrás del cuello se le erizó. Sheeana comprendió que estaba en una situación delicada y se movió muy despacio, extendiendo las manos y los dedos… en parte en un gesto tranquilizador, pero también en preparación para un combate cuerpo a cuerpo.
Los pasillos tortuosos de la no-nave eran lo bastante amplios para permitir la maniobrabilidad de maquinaria pesada, como los tanques de los navegadores de la Cofradía. La nave había sido construida durante la Dispersión, y buena parte del diseño respondía a necesidades y presiones que ya no importaban. Por encima de su cabeza, las riostras de soporte se curvaban como las costillas de una inmensa bestia prehistórica. Los pasadizos adjuntos se unían en ángulo. Las cámaras de almacenaje y los camarotes desocupados estaban a oscuras, y la mayoría de las puertas de las principales áreas para el pasaje estaban cerradas, pero no con llave. A bordo solo estaban los refugiados, así que las Bene Gesserit no sentían la necesidad de asegurar las puertas.
Pero allí había algo. Algo peligroso.
En la cabeza de Sheeana, las voces de su pasado le decían que tuviera cuidado, y luego se replegaron al necesario silencio para dejar que se concentrara. Ella olfateó el aire, avanzó dos pasos y se detuvo, porque la sensación de peligro se hizo más acuciante.
¡El peligro está aquí!
La puerta de una de las salas de almacenaje estaba a oscuras, casi cerrada, pero no del todo. Había una pequeña rendija abierta, suficiente para poder espiar desde dentro a quien pasara.
¡Ahí!
Sí, el olor de la sangre venía de allí, y un olor animal, rancio, a almizcle. Estaba demasiado concentrada en su descubrimiento para disimular.
La puerta se abrió de golpe y ante ella vio a una dinamo musculosa, desnuda, con la piel clara recubierta de un vello rojizo y una boca amplia para acomodar los gruesos y afilados colmillos. Bajo la piel, los músculos estaban tan tensos como hilo shiga. ¡Uno de los futar! Sus garras y los labios oscuros estaban manchados de sangre fresca.
—¡Basta! —espetó Sheeana, empleando toda la fuerza de la Voz en una sola palabra.
El futar se quedó paralizado, como si llevara un collar al cuello y acabaran de darle un tirón. Sheeana permaneció inmóvil bajo la intensa luz del pasillo, con gesto no amenazador. La criatura la miraba rabiosa, mostrando sus largos dientes. Ella volvió a utilizar la Voz, aunque era consciente de que quizá aquellas criaturas habían sido creadas con capacidad para resistirse a las capacidades de las Bene Gesserit. Y se maldijo por no haber dedicado más tiempo a estudiarlas para comprender mejor sus motivaciones y sus puntos débiles.