Casa de muñecas (7 page)

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Authors: Henrik Ibsen

Tags: #Clásico, #Drama, #Teatro

BOOK: Casa de muñecas
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SEÑORA LINDE
.—
(Mientras recoge algunas de las prendas.)
Está bien; pero no pienso marcharme de aquí hasta que hayamos hablado sin rodeos.
(Vase por la puerta de la izquierda, al mismo tiempo que Helmer entra por la de la antesala.)

NORA
.—
(Yendo hacia él.)
¡Con qué impaciencia te esperaba, Torvaldo!

HELMER
.—¿Era la costurera?

NORA
.—No; era Cristina. Está ayudándome a arreglar el traje. Ya verás qué bien voy a quedar.

HELMER
.—Sí; ¿no he tenido una buena idea?

NORA
.—¡Magnífica! Pero yo a mi vez tengo el mérito de procurar complacerte.

HELMER
.—
(Acariciándole el mentón.)
¿Mérito… por complacer a tu marido?… Bueno, bueno, locuela; ya sé que no es eso lo que querías decir. Pero no deseo estorbarte más, porque irás a probarte, supongo.

NORA
.—¿Y tú irás a trabajar?

HELMER
.—Sí.
(Le enseña un rollo de papeles.)
Mira: he estado en el Banco…
(Se dirige a su despacho.)

NORA
.—¡Torvaldo!

HELMER
.—
(Deteniéndose.)
¿Qué?

NORA
.—Si tu ardillita te pidiera encarecidamente una cosa…

HELMER
.—¿Qué cosa?

NORA
.—¿La harías?

HELMER
.—Primero necesito saber de qué se trata, como es natural.

NORA
.—Si quisieras ser tan bueno y complacerme, la ardillita brincaría de gozo…

HELMER
.—¡Vaya! Dime qué es.

NORA
.—Tu alondra cantaría por toda la casa…

HELMER
.—¡Oh! eso ya lo hace mi alondra de continuo.

NORA
.—Haría la sílfide y bailaría para ti a la luz de la luna, Torvaldo.

HELMER
.—Nora, espero que no insistirás en lo que pretendías esta mañana.

NORA
.—
(Aproximándose.)
Sí, Torvaldo… ¡Te lo pido por favor!

HELMER
.—¿Y te atreves a volver a hablarme de ese asunto?

NORA
.—Anda, sé complaciente. Deja que continúe Krogstad en el Banco.

HELMER
.—Pero, querida Nora, si ya he destinado ese puesto a la señora Linde.

NORA
.—Sí, has sido muy amable; pero puedes despedir a otro empleado en lugar de Krogstad.

HELMER
.—¡Eres de lo más testaruda! ¿Crees que yo, porque le hayas prometido irreflexivamente interceder en favor suyo…?

NORA
.—Si no es por eso, Torvaldo. Es por ti. Tú mismo me has dicho que ese hombre escribe en los peores periódicos. Puede hacerte muchísimo daño. Le tengo miedo…

HELMER
.—Sí, ya comprendo. Te acuerdas de lo que pasó en otra época, ¿no?

NORA
.—¿Qué quieres decir?

HELMER
.—Me figuro que piensas en tu padre.

NORA
.—Sí, ciertamente; no olvides lo que escribieron en los periódicos personas viles, diciendo verdaderas atrocidades de él. Si no llega a enviarte el ministerio para hacer indagaciones, y si no hubieras sido tan benévolo con él, estoy convencida de que habrían acabado por destituirle.

HELMER
.—Querida Nora, hay una gran diferencia entre tu padre y yo. Tu padre no era realmente un funcionario inatacable. Yo, sí, y espero seguir siéndolo en tanto que conserve mi puesto.

NORA
.—¡Oh! nadie sabe lo que son capaces de inventar las malas lenguas. Y ahora que podríamos vivir tan tranquilos y tan felices en nuestro apacible hogar… tú, yo y los niños… Por eso te pido con tanto ahínco…

HELMER
.—Pues justamente porque eres tú la que intercedes por él, me es imposible acceder. Ya saben en el Banco que voy a despedirle; si llegara a hacerse público que el nuevo director se había dejado influir por su mujer…

NORA
.—¿Y qué?

HELMER
.—Te veo venir; lo importante es que la tozudilla se salga con la suya… ¿Debería ponerme en ridículo delante de todo el personal… permitir pensar a la gente que me dejo llevar de cualquiera? Créeme: muy pronto habría de tocar las consecuencias. Por añadidura, existe otra razón que no hace posible la permanencia de Krogstad en el Banco mientras yo sea director.

NORA
.—¿Cuál?

HELMER
.—Hasta cierto punto, habría podido pasar por alto su tara moral…

NORA
.—Sí, ¿eh, Torvaldo?

HELMER
.—Máxime habiendo oído que es un empleado bastante apto. Pero le conozco desde que éramos jóvenes. Nos liga una de esas amistades hechas a la ligera y que después resultan muy molestas en la vida. Para decírtelo con franqueza, nos tuteamos. Y el descarado tiene la desfachatez de no disimularlo delante de otras personas. Por el contrario, cree que eso le da derecho a emplear un tono familiar conmigo, y a cada momento se recrea diciéndome: «Oye, Helmer…». Te aseguro que eso me molesta en alto grado. Consigue hacerme insoportable mi situación en el Banco.

NORA
.—No sientes nada de lo que estás hablando.

HELMER
.—¡Ah! ¿No?… ¿Por qué no?

NORA
.—Porque ésas son razones mezquinas.

HELMER
.—¿Qué dices?… ¿Mezquinas? ¿Me crees mezquino?

NORA
.—No; todo lo contrario, Torvaldo, y por eso precisamente…

HELMER
.—Da lo mismo. Dices que mis razones son mezquinas; luego debo de serlo yo. ¿Mezquino? ¡Ah! ¿Sí?… Pues ha llegado el momento de poner fin a todo esto.
(Dirigiéndose a la puerta de la antesala.)
¡Elena!

NORA
.—Pero ¿qué vas a hacer?

HELMER
.—
(Buscando entre sus papeles.)
Adoptar una resolución.
(Entra la doncella.)
Toma esta carta y entrégala en seguida a un mozo para que la lleve, ¡deprisa! Las señas están en el sobre. Aquí tienes dinero.

ELENA
.—Bien, señor.
(Se marcha con la carta.)

HELMER
.—
(Conforme recoge los papeles.)
Ahora verás; señora terca.

NORA
.—
(Sin aliento.)
Torvaldo… ¿Qué contiene esa carta?

HELMER
.—La cesantía de Krogstad.

NORA
.—¡Recupérala, Torvaldo! Todavía estás a tiempo. ¡Hazlo por mí, por ti, por los niños! Óyeme, Torvaldo… ¡hazlo! Tú no sabes lo que puede esto acarrearnos.

HELMER
.—Ya es tarde.

NORA
.—Sí, demasiado tarde.

HELMER
.—Nora, te perdono esa angustia que experimentas, aunque, en el fondo, constituye para mí un insulto. ¡Sí, lo es! ¿Acaso no constituye un insulto pensar que yo podía temer la venganza de un pobre abogaducho sin escrúpulos? Pero te perdono, a pesar de todo, porque eso demuestra el gran cariño que sientes por mí.
(Abrazándola.)
Así tiene que ser, querida Nora, pase lo que pase. Créeme que, cuando verdaderamente hace falta, me asisten fuerzas y valor. Ya verás cómo soy lo bastante hombre para llevar todo sobre mis hombros.

NORA
.—
(Alarmada.)
¿Qué intentas decir con eso?

HELMER
.—Todo, he dicho todo…

NORA
.—
(Firmemente.)
No puedo consentirlo.

HELMER
.—Bien; pues compartiremos la carga… como marido y mujer. Es lo que se impone.
(Acariciándola.)
¿Estás contenta ahora? Vamos, vamos, no pongas esos ojos de paloma asustada. Si no son más que figuraciones sin fundamento. Ahora debías dedicarte a tocar la tarantela y ensayar con la pandereta. Yo me confinaré en el despacho del fondo y cerraré la otra puerta para no oír nada: así puedes hacer todo el ruido que quieras.
(Volviéndose desde el umbral.)
Y cuando venga Rank le dices dónde puede encontrarme.
(Le hace un saludo con la cabeza, entra en su despacho y cierra tras sí.)

NORA
.—
(Loca de angustia, se queda como clavada en el sitio, y murmura.)
¡Sería capaz de hacerlo! ¡Sí, lo hará!… Lo hará, a pesar de todo… ¡No! ¡Eso, jamás, todo antes que eso!… ¡Serenidad…! ¡Un recurso!…
(Campanillazo.)
El doctor Rank… ¡Antes cualquier cosa! ¡Sea lo que sea!
(Se pasa la mano por la cara, recobrándose, y va a abrir la puerta de la antesala. Se ve al Doctor Rank colgando su abrigo de pieles. Empieza a oscurecer.)
Buenas tardes, doctor. Le he reconocido por la manera de llamar. No entre ahora a ver a Torvaldo; creo que está muy ocupado.

DOCTOR RANK
.—¿Y usted?

NORA
.—
(A la vez que el doctor entra en la sala y ella cierra la puerta.)
Ya sabe que para usted siempre tengo un momento.

DOCTOR RANK
.—Muy agradecido. Pienso aprovecharme de ello todo el tiempo que pueda.

NORA
.—¿Cómo todo el tiempo que pueda?

DOCTOR RANK
.—Sí. ¿Le asusta eso?

NORA
.—Es un modo de expresarse bastante extraño. ¿Aguarda algún acontecimiento?

DOCTOR RANK
.—El acontecimiento previsto desde larga fecha. Pero no creía que viniera tan pronto.

NORA
.—
(Cogiéndole del brazo.)
¿Qué ha llegado a saber? No puede negarse a decírmelo, doctor.

DOCTOR RANK
.—
(Se sienta al lado de la estufa.)
La cosa va de mal en peor. No tiene remedio.

NORA
.—
(Con un suspiro de alivio.)
¿Se refiere a usted?…

DOCTOR RANK
.—¿A quién iba a referirme? Ya es inútil que me engañe a mí mismo. Soy el más desdichado de mis pacientes, señora Helmer. Estos últimos días he hecho un balance general de mi estado interior. Es una efectiva bancarrota. Dentro de un mes, probablemente, estaré pudriéndome en el cementerio.

NORA
.—¡Oh, qué manera de hablar!…

DOCTOR RANK
.—No es para menos. Aun así, lo peor serán los horrores que habré de pasar antes. Sólo me resta por hacer un examen; en cuanto lo haya hecho, sabré, poco más o menos, cuándo empezará la descomposición. Quiero decirle una cosa: Helmer, con su carácter delicado, tiene una verdadera aversión a todo lo que es repugnante. No quiero verle a mi cabecera…

NORA
.—Pero, doctor…

DOCTOR RANK
.—No quiero que venga. Le cerraría mi puerta. Tan pronto como esté seguro del desastre, enviaré a usted mi tarjeta, marcada con una cruz negra, y así se enterará de que ha empezado la catástrofe.

NORA
.—¡Hoy está usted tremendo! ¡Y yo que tenía tanta necesidad de verle de buen humor!…

DOCTOR RANK
.—¿Con la muerte a dos pasos?… ¿Y debiendo pagar así por otro? ¿Es eso justo?… Y en casi todas la familias se da esa represalia inexorable…

NORA
.—
(Se tapa los oídos.)
Está usted diciendo bobadas… ¡Vamos, anímese!

DOCTOR RANK
.—Sí, a fe mía, es algo como para animarse, ¡Mi inocente espina dorsal teniendo que purgar las culpas de los alegres días que pasó mi padre cuando era teniente!…

NORA
.—
(Junto a la mesa de la izquierda.)
Así, pues, ¿le gustaban mucho los espárragos y el foie gras?

DOCTOR RANK
.—Sí, y las trufas.

NORA
.—Las trufas eran de rigor. Y también las ostras, ¿no?

DOCTOR RANK
.—Sí, las ostras, indudablemente.

NORA
.—Y para colmo, aquellas cantidades de oporto y champaña… Es una lástima que todas esas cosas tan buenas perjudiquen a la espina dorsal.

DOCTOR RANK
.—Sobre todo cuando perjudican a una espina dorsal que jamás las disfrutó.

NORA
.—En efecto, eso es lo más triste.

DOCTOR RANK
.—
(Mirándola fijamente.)
¿Eh?…

NORA
.—
(Después de una pausa.)
¿Por qué sonríe usted?

DOCTOR RANK
.—No; es usted la que ha sonreído.

NORA
.—No; ha sido usted, doctor.

DOCTOR RANK
.—
(Se levanta.)
La encuentro más bromista de lo que sospechaba.

NORA
.—Es que hoy estoy dispuesta a hacer locuras.

DOCTOR RANK
.—Así parece.

NORA
.—
(Poniéndole las manos sobre los hombros.)
Querido doctor, no me avengo a que se muera usted, abandonándonos a Torvaldo y a mí.

DOCTOR RANK
.—Es una ausencia que olvidará usted sin tardanza.

NORA
.—
(Le mira con angustia.)
¿Usted cree?…

DOCTOR RANK
.—Se contraen nuevas amistades, y después…

NORA
.—¿Que se contraen nuevas amistades?

DOCTOR RANK
.—Eso harán usted y Helmer no bien haya desaparecido yo. Usted, por su parte, advierto que ya está empezando. ¿A qué venía aquí anoche la señora Linde?

NORA
.—¡Hombre, no irá usted a tener celos de la pobre Cristina!…

DOCTOR RANK
.—Sí, los tengo. Va a ser mi sucesora en esta casa. Cuando yo falte, esa mujer…

NORA
.—¡Chis!… No hable tan alto, está ahí dentro.

DOCTOR RANK
.—¿Hoy también?… ¿Lo ve usted?

NORA
.—Sólo ha venido a arreglar mi traje. ¡Dios mío, qué desatinado está usted!…
(Sentándose en el sofá.)
Sea bueno, doctor; ya verá mañana lo bien que voy a bailar. Entonces podrá figurarse que no lo hago sino por usted… y por Torvaldo, naturalmente.
(Saca varios objetos de la caja.)
Siéntese aquí, doctor; le voy a enseñar una cosa.

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