—Katia, ¿me oyes bien?
—Sí, perfecto.
—¿Algún problema?
—Ninguno.
—¿Empezamos entonces?
—Sí, cuando quieras.
El hombre de la cabeza rapada se gira y levanta el pulgar en señal de OK a sus acompañantes. Luego vuelve a mirar a Katia.
—Uno, dos, tres… ¿Prevenidos?
Esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.
La tarde se va, la lluvia continúa y el sonido de las gotas es prácticamente lo único que se escucha en la habitación de Mario. En silencio, y cada uno en un extremo del dormitorio, los tres amigos dan un último repaso al examen de mañana. Ninguno ha estado concentrado al cien por cien, pero han estudiado lo suficiente como para ir con ciertas garantías a la prueba final del trimestre. Incluso Diana, que impresionó a Paula cuando le contó el motivo de su ausencia en el instituto, se ve con posibilidades. Pero en sus mentes hay cosas más importantes en las que pensar. El examen de Matemáticas se ha quedado en un plano secundario.
Paula no se puede quitar de la cabeza a Ángel. Si no es por su hermana, hoy habría hecho el amor con él. ¡Su primera vez! No era el sitio ni la ocasión, pero no era capaz de frenar. Afortunadamente, la puerta la abrió Erica y no su madre o, peor, su padre.
Diana observa a Mario cuando este no se da cuenta. Le da un vuelco el corazón cada vez que se acerca a Paula y ríen juntos. Sufre hasta un límite que ni ella misma imaginaba que podía llegar a experimentar. Pero sus cartas están jugadas y solo le queda esperar acontecimientos. Si su amiga se da cuenta de que ella siente algo por él…
Y Mario está nervioso, torpe. Se ha acercado varias veces a uno de los cajones de su escritorio, como para asegurarse de que eso sigue ahí. Mira el reloj que avanza deprisa, pero al mismo tiempo los minutos se hacen eternos. Está próximo el momento más importante en su vida. O eso cree.
—Mario, ¿puedes venir? —pregunta Paula—. Esto no me sale.
El chico se levanta de su silla y se acerca a su amiga, que está de rodillas en el suelo usando la cama como mesa. Se inclina a su lado y sonríe.
—¿Qué te pasa? ¿Qué es lo que no te sale?
Diana los observa atenta. Suspira y contempla cómo ella se toca el pelo cuando está junto a él. Uff. Ha leído que las chicas instintivamente se tocan el pelo si hablan o miran al chico del que están enamoradas. Es posible que a Paula le guste Mario. Claro que sí. No sería la primera que descubre que quiere al chico invisible. Es casi guapo, inteligente y su amigo de toda la vida. Uff, no soporta esa idea. Le empiezan a
arder los ojos con ese quemazón anterior al llanto, con esa angustia en el pecho que no te deja respirar bien y que te hace soplar y resoplar una y mil veces. Sus caras están demasiado cerca, casi no cabría un folio entre ambas. Uff, no puede más.
—¡Qué tarde es! ¡Chicos, me tengo que ir! —grita Diana de repente.
Paula y Mario se giran y comprueban cómo la chica está metiendo sus cosas en la mochila a toda prisa.
—Es verdad, se ha hecho muy tarde. Me voy contigo —comenta Paula, que observa sorprendida la hora en un reloj que hay en la pared de la habitación. Tiene muchas ganas de llegar a casa y llamar a Ángel.
Diana y Mario se miran. Y a pesar de lo que siente, de que las lágrimas están al borde del precipicio que ahora son sus ojos, la chica le hace un gesto a su amigo para que impida que Paula se vaya.
—¡No! ¡Espera! —exclama Mario.
Paula lo mira sorprendida.
—¿Que espere?
—Sí, espera ¡Me tienes que explicar una cosa!
—¿Qué?
La chica no sale de su asombro. ¿Ella explicarle algo de Matemáticas a Mario?
—Ehhh… Ehhhh… ¡Quédate! Espera…
Mario tartamudea. Es incapaz de encontrar algo que decirle. Paula mira a uno y a otro sin saber qué hacer. ¿Qué sucede? Es Diana la que por fin interviene y abre la puerta de la habitación.
—Bueno, chicos, yo me voy. Mañana nos vemos. Mucha suerte.
La última frase se la dice a Mario mirándole a los ojos. Y, entre tanta confusión, Diana sale del cuarto justo antes de derramar una cálida lágrima por la única persona que ha sido capaz de hacerle llorar.
—No entiendo nada de nada —dice Paula, que empieza a recoger sus cosas.
—Espera, no te vayas.
La mano del chico alcanza la de ella.
—Pero…
—Espera, por favor.
Mario se pone de pie, reúne todo el valor posible, suelta la mano de Paula y se acerca al cajón del escritorio. Lo abre y saca algo de él.
—Es para ti —murmura en voz baja, poniendo en sus manos un CD—. Te lo iba a dar en tu cumpleaños, pero creo que este es un buen momento. Lo siento, no me ha dado tiempo a envolverlo.
La chica observa ensimismada la portada. Es un
collage
hecho con fotos suyas, mezcladas con imágenes de sus discos preferidos. Está perfecto. Suspira y abre el CD. Dentro encuentra una libretita con más imágenes y las letras de todas las canciones. Lo ojea entusiasmada. ¡Menudo trabajo tiene que haber sido hacer todo aquello!
Mira a Mario y luego de nuevo el CD que él ha titulado
Canciones para Paula
.
—Muchas gracias, en serio. Me has dejado sin palabras. Es impresionante. —La chica tiene los ojos vidriosos—. Voy a ponerlo en el ordenador. ¿Puedo?
Mario asiente sin decir nada.
Paula introduce el disco en el PC y espera a que se cargue. Abre el archivo donde están las veintiuna canciones del CD y clica en la primera. Emocionada, escucha cómo empieza a sonar
When you know
, de Shawn Colvin.
Los dos vuelven a mirarse. Sonríen. A Mario le encanta verla tan feliz, pero siente que su corazón se desborda al latir cada vez más deprisa. Lentamente se acerca hasta ella. Es preciosa. Su pelo ondulado, ahora suelto, le cae por los hombros. La tiene enfrente. Sus ojos se fijan en sus labios. Están cerca, muy cerca, y desea besarla, lo desea con toda su alma. Esta vez nada ni nadie impedirá que el destino siga su curso: inclina levemente su cabeza y, ante la sorpresa de Paula, junta sus labios con los de ella. Es un beso robado, cautivo, un beso que permite que, de una vez por todas, fluya todo lo que lleva dentro y que durante tanto tiempo ha permanecido oculto.
Por la noche, un jueves de marzo, en un lugar alejado de la ciudad.
Hola, me llamo Ester. Así, sin hache. Seguro que hay muchas personas que ya te lo han dicho, pero no he podido resistirme a escribirte después de encontrar y leer uno de los cuadernillos de
Tras la pared
. Eres genial. Nunca había visto nada así. Es tan increíblemente romántico… Yo también quiero ser escritora, tengo una página en Internet donde escribo pequeños textos a partir de una palabra que alguien me dice. Pero, sinceramente, jamás habría pensado en darme a conocer con una idea como la tuya. A mis dieciocho años he empezado con varias historias largas, pero nunca las he terminado. Espero que a ti no te pase lo mismo. Me encanta tu estilo, tu forma de expresarte y la vida que le das a cada uno de los personajes. Julián, Larry, Nadia, Verónica, César, Marta…, todos son perfectos. Estoy deseando continuar leyendo y saber cómo termina la novela.
Te deseo muchísima suerte en la vida y que este proyecto culmine en papel. Seré la primera en comprarlo.
Un beso muy fuerte de una admiradora más.
Álex lee dos veces el e-mail y cierra el portátil. Es la cuarta persona que, tras encontrar el cuadernillo de
Tras la pared
, le escribe. Este correo, por la forma en que la chica dice las cosas, le ha hecho especial ilusión. "Ester sin hache" tiene que ser alguien muy interesante.
El teléfono suena de pronto y se asusta. Solo es la alarma programada para las nueve. Coge el móvil y la detiene. Silencio absoluto. Ni siquiera llueve y el viento también ha parado. Y se da cuenta de que se siente solo. Hacía mucho que no le sucedía algo así, quizá desde que murió su padre.
El teléfono sigue en su mano. Entra en el archivo de mensajes recibidos y busca los últimos, los que le ha enviado Paula. ¡Paula…! Uno a uno, los lee detenidamente. Se los sabe de memoria. La echa muchísimo de menos.
¿Algún día compartirán algo más que unos simples mensajes? Es noche cerrada y está solo. Se estremece, necesita algo de calor.
Lentamente, se levanta de la silla y se dirige hacia la esquina donde guarda su saxofón. Lo saca de la funda y se coloca la boquilla en los labios. Sopla. Su pecho se alza y encoge. Toca sin partitura, no la necesita. Álex se sabe aquel tema de memoria porque lo ha compuesto él mismo. Suena bien, quizá algo melancólico, porque el saxo es un instrumento deliciosamente triste, pero romántico. Muy romántico.
Sus dedos se deslizan por el metal. Piensa en Paula mientras toca, en sus ojos color miel y en sus labios tan deseables, inmejorables para besar. Un beso: cómo ansia un beso de aquella chica.
El móvil suena de nuevo, pero ahora no es la alarma sino alguien que está llamándole. Álex deja el saxofón encima de la cama y alcanza el aparato. Es el señor Mendizábal.
—¿Qué tal, don Agustín?
—¡Hola, Álex! ¡Pues genial! ¡He rejuvenecido unos treinta años!
El chico tiene que apartarse el teléfono de la oreja ante los gritos del hombre, que se muestra entusiasmado.
—¿Ah, sí? Y eso, ¿a qué se debe?
—¿Que a qué se debe? Pues a tu querida hermana: gracias a ella me siento más joven.
—¿Irene está ahí? —pregunta extrañado.
¡Menuda sorpresa! No esperaba que al final su hermanastra terminara aceptando irse a vivir con Agustín Mendizábal.
—Sí. Llegó hace un rato. La tengo aquí al lado… Espera, que te quiere decir una cosa.
—Vale. —Te la paso.
—¿Álex? —murmura Irene, al otro lado de la línea.
—Hola, ¿cómo estás? ¿Al final has decidido quedarte con…?
—Eres un cabrón —susurra la chica, interrumpiéndole. Todavía no me puedo creer que me hayas echado de tu casa. Y silencio.
El chico no puede evitar una sonrisilla.
—¿Álex? ¿Sigues ahí? —pregunta el señor Mendizábal, que es quien habla de nuevo.
—Sí, sigo aquí.
—No he oído lo que te ha dicho Irene, pero muchas gracias por todo. Solo con verla rejuvenezco veinte años.
—Gracias a usted por hacerme este favor, a mí y a ella.
—¡El único favorecido soy yo! —exclama, soltando una fuerte carcajada a continuación.
—Me alegra verle tan contento. Ahora tengo que dejarle, don Agustín. Mañana nos vemos.
—Perfecto. Adiós, Álex.
—Adiós, Agustín.
El chico cuelga con una gran sonrisa dibujada en la cara. Pobre Irene. Pero le está bien empleado. Quien se comporta como lo ha hecho su hermanastra en los últimos días merece una penitencia. Aunque quizá vivir los tres meses que dura el curso en la casa de Agustín Mendizábal es mucho más que eso.
Esa noche de marzo, en un lugar de la ciudad.
La grabación de
Ilusionas mi corazón
dedicada a Paula ha terminado. El CD ya está hecho. Tres horas, casi cuatro, se ha pasado Ángel observando cómo Katia cantaba, probaba voces y repetía el estribillo. Pero ha merecido la pena: ya tiene el regalo perfecto para su chica.
Terminado el trabajo, periodista y cantante regresan en el Citroen Saxo de Alexia.
—Hemos llegado —comenta Katia mientras aparca en doble fila.
—Ya veo.
—Espero que a Paula le guste tu regalo.
—Seguro que sí. Muchas gracias por todo lo que has hecho. Eres una amiga.
La chica del pelo rosa sonríe. "Una amiga". Sí, se ha comportado como eso, como una amiga que hace favores, que se calla y oculta lo que realmente piensa… Una amiga que ha participado en el regalo de cumpleaños de la novia del chico del que está enamorada. ¿Amiga? Se le ocurre otra palabra que suena peor para definirse a sí misma. Pero es lo que le toca. Es su papel, el que ha asumido. Amiga de Ángel.
—¿Volveremos a vernos? —pregunta Katia.
—Yo a ti, seguro. Estás por todas partes. Hay rumores incluso de que vas a protagonizar una serie para jóvenes.
—¿Y yo a ti? ¿Te volveré a ver?
Ángel la mira a los ojos, esos ojos celestes, felinos, pero dulces.
—Claro, nos veremos. Pertenecemos al mismo mundo, ¿no?
—Sí. Y estoy segura de que serás un periodista famoso.
—Prefiero ser un buen periodista.
—Eso ya lo eres. Tienes que buscar nuevos retos.
—Me queda mucho que aprender, estoy empezando todavía.
—Lograrás lo que te propongas, Ángel. Todo lo que te propongas.
—Cómo tú, ¿no? También has conseguido todo lo que te has propuesto.
La chica vuelve a sonreír: amarga e irónica sonrisa.
—Sí. Todo.
Pequeñas gotas de lluvia comienzan a caer sobre el cristal del Saxo.
—Está empezando a llover. Me voy antes de que empeore.
—Vale.
—Adiós, nos veremos pronto.
—Adiós.
Ángel abre la puerta del copiloto, pero no sale inmediatamente del coche. Se inclina hacia la izquierda y besa a Katia en la mejilla.
—Muchas gracias de nuevo. Te llamaré.
Y, sin volver a mirarla, corre bajo la lluvia hasta el portal de su edificio.
Esa noche de marzo, en un lugar de la ciudad.
En veinticuatro horas tendrá diecisiete años, pero su cumpleaños es lo que menos le importa ahora. La noche aprisiona el corazón de Paula. Está sola en su cama, tumbada boca abajo, con la almohada mojada de lágrimas.
Hace dos horas.
—Hola, cariño.
—Hola, Ángel.
—¿Cómo estás? Te echo de menos.
—Yo también te echo de menos.
Suspiro. Suspiro. Silencio.
—¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?
—Sí, no te preocupes. Solo estoy un poco cansada.
—¿Quieres que te cuelgue y hablamos mañana?
—Vale.
—¿Seguro que estás bien?
—Sí, perdóname. Mañana después de clase te llamo, ¿vale?
—Bueno, como tú quieras.
—Buenas noches, Ángel.
—Buenas noches, te quiero.
Son las doce de la noche. En su habitación, completamente oscura, se oye la canción número cuatro de
Canciones para Paula
. Es de Vega:
Una vida contigo
.
¿Por qué le está pasando todo aquello?
Hace una hora.
—¿Sí…?
—Hola, Paula.