—Perdona por el retraso, amor. Encantado. Soy Ángel.
Paula tarda en reaccionar. Ante sí está el chico con el que lleva hablando dos meses. Dos meses de bromas, risas, iconos, canciones, juegos, palabras. Muchas palabras. Pero ni siquiera se habían visto nunca. Ni una foto. Nada. Sin embargo, ella estaba convencida de que le gustaba. Y ahora lo tenía de rodillas a su lado. Como en un sueño. Irreal.
Ángel se pone de pie y le tiende la mano para ayudarla a levantarse.
Paula lo mira a los ojos. Es realmente guapo. Más tal vez de lo que ella había pensado.
—Deja, ya puedo yo sola —dice con seriedad.
Ángel no puede dejar de mirarla ni un segundo. Es muy guapa. Más tal vez de lo que él había pensado.
La chica se levanta como puede, ayudándose con ambas manos. Se coloca la falda y la camiseta en su sitio, se echa el pelo hacia atrás y baja por las escaleras sin decir nada.
—Lo siento —se disculpa Ángel, siguiéndola de cerca, tras recoger la rosa del suelo—. Todo ha sido por…
—Shhh, no digas nada —le interrumpe ella dándose la vuelta y mirándole con una sonrisa—. Has venido; tarde, pero has venido: eso es lo que cuenta.
El joven periodista no aparta la mirada de la suya. Tiene ganas de besarla.
—Eso es para mí, ¿no? —pregunta ella señalando la rosa que Ángel lleva en la mano.
Él asiente sin hablar y se la da. Paula inspira el aroma de la flor y cierra los ojos. Cuando los vuelve a abrir, sonríe y le coge la mano. Él, sorprendido, la aprieta suavemente y también sonríe. Y así, cogidos de la mano, salen de la cafetería.
Ya es noche cerrada. Caminan por la ciudad unidos, enlazados, como una pareja. A la luz de las farolas, con el brillo de la luna en una noche despejada y con el mido de los coches y de las motos de fondo. Los ruidos de la noche no impiden que ellos se sientan solos. Únicos. En perfecta armonía. Como si nada más existiesen Paula y Ángel. Ángel y Paula. Como si fueran novios de toda la vida.
—Así que has tenido que entrevistar a Katia… —comenta ella, caminando de espaldas unos pasos por delante, sin apartar los ojos de él. Sí. Es realmente guapo.
—Eso es. Es muy simpática.
—Me encanta su canción. —Y la chica comienza a cantar con su suave voz
Ilusionas mi corazón
. Ángel sonríe y tararea en su mente el tema.
—Además, ella ha sido la que me ha traído en coche.
—Me parece bien, Paco. Dos meses sin salir de tu habitación.
Paula refunfuña. Sabe que ahora es mejor no decir nada. Mañana pedirá perdón, prometerá que no lo volverá a hacer más y sus padres se olvidarán del castigo.
—Y ahora sube a tu cuarto. Y nada de ordenador ni televisión. ¡Ni una luz encendida en cinco minutos!
La chica no dice nada y sube a su habitación haciendo sonar sus botas a cada paso, en cada escalón. Sabe que sus padres tienen razón. Al menos esta vez sí la tienen. Pero tiene que fingir estar enfadada. Sin embargo, por dentro, en su interior, su corazón está dando saltos de felicidad. No puede dejar de pensar en los labios de Ángel. En su boca. En sus caricias. En cómo, abrazados, le acariciaba el pelo y se estremecía. ¿Se estaba enamorando?
Paula entra en su habitación y se lanza de cabeza a la cama. Coge a su pequeño león de peluche y lo abraza.
—¡Tusi! —grita, achuchando a su compañero de almohada, de sueños, de sueños que ahora empiezan a hacerse realidad.
Paula acuesta a Tusi a su lado, se da la vuelta, coloca las manos detrás de la nuca y mira al techo de la habitación. Todo está oscuro. Solo una leve luz baña su habitación: la luz de la noche. Qué sensación tan maravillosa tiene dentro… En ese instante, un leve "toc toc" suena en la puerta. Paula se incorpora y se sienta en la cama. ¡Uff, sus padres otra vez!
—Pasad.
La puerta se abre despacio. No son sus padres: una pequeña figura de larga cabellera rubia y un pijamita de Hello Kitty entra y enciende la luz.
—Erica, ¿qué haces despierta?
—Solo quería darte las buenas noches.
Su hermana pequeña se acerca a la cama, la abraza y le da un beso.
—Buenas noches, princesa.
—¿Por qué te gritaban papá y mamá? ¿Has hecho algo malo?
—Pues… —Paula, no sabe qué contestar a su hermana de cinco años—, sí.
—¿Y te han castigado?
—Sí.
—Paula, ¿por qué tienes esa sonrisa todo en el rato en la boca si te han castigado?
Paula suelta una carcajada.
—Cuando seas mayor lo comprenderás. Ahora…, ¡a la cama!
Erica le da otro beso y sale corriendo de la habitación. La niña no entiende muy bien lo que su hermana mayor le acaba de decir, pero piensa que ojalá sus padres la próxima vez que ella se porte mal le pongan el mismo castigo que a Paula. ¡Ella también quiere estar tan feliz como su hermana!
En un lugar apartado de la ciudad, esa noche de un día cualquiera de marzo.
Fin.
Fascinante. Precioso. Encantador.
A Álex se le agotan los adjetivos para calificar la novela que acaba de terminar de leer:
Perdona si te llamo amor
. Escondido bajo la tímida luz del flexo de su habitación cierra el libro y regusta el agridulce sabor del final. Por un lado, se siente satisfecho de haber encontrado una historia así. Por otro, le entristece que no haya más páginas. Niki y Alessandro dejan de existir.
En ese momento le viene a la cabeza la chica de la cafetería. A decir verdad, la ha tenido en la cabeza desde que la vio buscando algo en aquella graciosa mochila fucsia de las Supernenas. Es preciosa. Especial. Se ríe al recordar el golpe que se dio contra la mesa. Sus ojos se encontraron bajo la mesa cuando ella se agachaba a recoger el libro. El mismo libro que él estaba leyendo. ¿Sería cosa del destino? Una serendipia. Como en aquella película,
Serendipity
, en la que el destino marca el camino de John Cusack y Kate Beckinsale.
Álex se levanta de la cama y va hacia la mesa en la que tiene el ordenador. Lo enciende y rápidamente entra en su MSN en busca de la dirección de la desconocida del Starbucks. Sin embargo, no hay nadie que le haya añadido a su lista de contactos. Mira entonces su correo electrónico. Publicidad y más publicidad, pero ningún e-mail.
¿Qué esperaba? ¿Que le iba a agregar? Tal vez a ella hasta le ha molestado el gesto de cambiar los libros. Quizá esa chica se ha reído de él cuando ha visto lo que había escrito en la última página. Seguramente piense que es un idiota. Un idiota iluso.
Entonces Álex siente vergüenza de sí mismo, de su acto, de su romanticismo… Pero él es así: no puede evitarlo.
El deseo de desahogarse recorre su cuerpo. Sabe qué es lo que necesita. Se acerca a una funda donde guarda su tesoro más valioso. Lo toma y sale de su habitación. Camina por un estrecho pasillo que finaliza en una escalera. Arriba, en el techo, hay una pequeña trampilla. La abre y sube. La noche es estrellada, despejada, con una luna brillante. La ciudad está muy bonita desde esa pequeña ladera donde vive desde hace unos meses. Alejado, pero al mismo tiempo cerca de todo. Siente una ligera brisa fría que penetra en él haciéndole temblar, pero no le importa: merece la pena.
El joven apoya su espalda contra la pared y coloca sus labios dulcemente sobre la lengüeta de la boquilla. Agarra con delicadeza aquel cuerpo plateado y comienza a hacerlo sonar. Y durante unos minutos Álex se entrega a su saxofón y a la música.
En una zona más céntrica de la ciudad, aproximadamente a la misma hora en la que Álex hace sonar su saxo.
Paga al taxista y, con paso firme, entra en su edificio. Sube en ascensor hasta la planta en la que tiene su pequeño apartamento donde, desde hace unas semanas, vive solo. Llega hasta su puerta, abre y entra. Todo lo hace con una sonrisa en la boca. A veces hasta silba feliz aquella canción:
Ilusionas mi corazón
.
Ángel se quita la chaqueta y cuidadosamente la deja en un perchero de la entrada. Está exultante. Todo ha ido perfecto.
Demasiado perfecto quizá. Ella es mejor incluso de lo que había imaginado. Si le gustaba antes, ahora… Su corazón late muy deprisa cuando piensa en esa noche mágica.
Mira su reloj. Es muy tarde y mañana tiene que madrugar. La realidad nos hace despertar de los sueños. ¡Pero no ha sido un sueño! Aquello ha sido real… Paula es real. Ya no es solo la chica invisible que había conquistado un trocito de su corazón: ahora es una persona que pertenece ya a su realidad. Y sabe cómo huele. Sabe cómo siente. Sabe cómo besa.
Esta noche soñará con ella, está seguro.
Antes tiene que dormirse. Debe hacerlo porque, si no, mañana no rendirá en el trabajo. Sí, a las siete se despertará. Busca el móvil para programar la alarma a esa hora. ¿Dónde está? Sí, en la chaqueta. Regresa hasta el perchero y lo encuentra en uno de los bolsillos. Está apagado. Se debió desconectar durante la velada con Paula. Unos segundos después de encenderlo, un pitido anuncia que ha recibido llamadas perdidas. Tres, y las tres de un mismo número. Las tres de un número desconocido.
Mira de nuevo el reloj y considera que es muy tarde para devolver la llamada. Mañana lo hará desde el trabajo.
Lo que no sabe Ángel es que la persona que le ha llamado jugará un papel importante en su vida en los próximos días.
A la mañana siguiente, un día cualquiera de marzo.
Tres chicas bromean sentadas sobre las mesas de un aula de primero de Bachiller. Ríen sin reparos, gritan y susurran, hablan de mil y un rumores suyos, pero principalmente de otros. Como los cotilleos sobre el chico de la clase de al lado, del que se rumorea que es gay. Parece ser que otros dos se han liado en un baño del instituto. A aquella rubia dicen las malas lenguas que le gusta el de Química. Y la morena de al lado, ¿no tenía antes las tetas más pequeñas? Seguro que son operadas.
La campana suena anunciando que las clases van a comenzar. A primera, Matemáticas.
—¿Y Paula? —pregunta Cris al advertir que su amiga aún no ha llegado.
—Se habrá quedado dormida. No creo que haya pegado ojo anoche. Seguro que no ha parado de…
Diana se calla a tiempo. El profesor de Matemáticas aparece en esos momentos por la puerta. Las tres continúan sentadas sobre las mesas, que ni tan siquiera son sus lugares en clase.
—Buenos días, Sugus. ¿Pueden hacer el favor de sentarse como personas normales? El hombre inventó la silla por algún motivo. Si son tan amables y generosas, cada una a su sitio.
Sugus
: ese era el apodo que aquel hombre de cuarenta y muchos años había puesto al cuarteto que ocupaba la esquina izquierda del final de la clase.
—Profe, ¿por qué nos has llamado Sugus? —quiso saber Cris el primer día que oyó su nuevo mote.
—Porque estoy cansado de nombraros una por una cada vez que os llamo la atención. Así me ahorro trabajo —señaló aquel hombre sin ningún tipo de emoción.
—Ah, pero ¿por qué precisamente Sugus? ¿Es porque estamos tan buenas como esos caramelos, eh, profe? —intervino Diana, guiñándole un ojo a su maestro.
—Eso que lo decidan vuestros novios. Sois Sugus porque cada día vais vestidas de colorines y a veces me cuesta tragaros. Como me pasa a mí con algunos Sugus.
El resto de la clase rompió a carcajadas mientras las cuatro chicas enrojecieron, aunque también terminaron riendo como los demás y aceptando con humor la nueva denominación de origen de su profesor de Matemáticas.
Cris, Diana y Miriam por fin se bajan de las mesas y ocupan sus asientos. El profesor de Matemáticas está a punto de cerrar la puerta para comenzar la clase cuando a toda velocidad, y por el hueco que aún queda, Paula entra en clase.
—Señorita García, la clase de Educación Física es a cuarta hora —indica inexpresivo aquel hombre—. Ahora toca Matemáticas, ¿recuerda? Con la participación estelar de sus amigas las derivadas.
—Perdona, profe. Un atasco con el coche.
—Espero que le hayan hecho el control de alcoholemia. Ocupe su lugar habitual y respire hondo.
Paula no hace caso a la ironía de su profesor y camina hacia su mesa. La verdad es que se ha quedado dormida y ha perdido el autobús. Su padre la ha tenido que llevar al instituto y en el trayecto apenas han cruzado palabra. Está reciente la bronca de anoche. "Todo a su tiempo", piensa la chica. La cuarta Sugus completa el grupo ante la mirada curiosa de sus amigas. Las tres sostienen una media sonrisa en sus maquilladas bocas. Paula no sabe qué pasa.
—¿Qué? —Se mira el pantalón, pero la cremallera de su vaquero está cerrada—. ¿Por qué me miráis así? Miriam toma la palabra.
—Chicas, ¿vosotras qué opináis? ¿Pensáis que lo ha hecho?
—¿Que si he hecho qué? —pregunta Paula sin entender nada.
—Que si te tiraste a tu amigo invisible —suelta Diana.
El chico que está justo delante de Diana gira la cabeza y la mira con cara de asombro. Luego exhibe una sonrisilla.
—¡Mira para adelante! —le ordena la joven, que acompaña su indicación con un gesto de su dedo corazón.
El muchacho obedece y se reanuda la conversación entre las amigas con el ruido de fondo de las explicaciones del profesor de Matemáticas.
—Bueno, ¿qué?, ¿te lo tiraste o no? —insiste Diana, hablando ahora mucho más bajito.
—Noooo —dice Paula en un tono casi inaudible.
—¿Te tiró él? —vuelve a preguntar la más interesada del guipo por esos asuntos.
—Creo que no se dice así, Diana —señala Cris.
—Ya salió la profesora de Lengua… ¡Qué más da como se diga! ¿Hubo mambo?
—Que noooo… —Paula ya no sabe cómo decirlo.
Miriam observa a su amiga y, al verla tan azorada, trata de cambiar el rumbo de la conversación.
—Déjala ya, Diana. Cariño, ¿lo pasaste bien, verdad?
La protagonista de la mañana asiente mientras sonríe. Y en voz baja les cuenta por encima su cita con Ángel.
—¡Qué romántico! —dice entusiasmada Cris tras oír atentamente la historia de Paula.
—Me alegro de que hayas encontrado a alguien así, cariño —añade Miriam.
—¡Y encima tiene buen culo! Las hay con suerte… —interviene Diana—. Bueno, y ahora, ¿qué? ¿Se puede decir que ya sois novios? —pregunta mientras le quita el envoltorio a un chupachús y se lo mete en la boca.
El profesor de Matemáticas llama para que salga a la pizarra a Martín, el chico que está justo delante de Diana y con el que antes ha tenido la discusión.