Cambio. (19 page)

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Authors: Paul Watzlawick

BOOK: Cambio.
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El caso de una auxiliar de dentista ofrece un ejemplo típico. Por lo que sabía, su jefe le consideraba muy competente y estaba satisfecho con sus servicios. Admitió también que aún no se había equivocado tanto como para tener que ser despedida por su jefe. Pero esto era tan sólo una cuestión de tiempo y el tiempo estaba en contra suya, ya que su temor a cometer una grave equivocación se estaba acentuando cada vez más y hacía de su trabajo (que le gustaba y del que necesitaba para vivir) una pesadilla.

Al principio se horrorizó cuando le aconsejamos que cometiese deliberadamente a diario una pequeña equivocación sin consecuencias, pero más bien estúpida. Como el lector puede advertir, esta prescripción de comportamiento iba dirigida, desde luego, contra su comportamiento excesivamente precavido contra la comisión de errores, que era el que generaba el problema. Pero para ella se trataba de una idea sumamente absurda que no podía ser más contraria a lo que ella consideraba como la única solución posible, es decir, evitar más intensamente aún la comisión de errores. Fue preciso explicarle detalladamente el motivo «real» de las instrucciones, explicación que resulta igualmente útil con otros problemas similarmente estructurados, tales como dolores psicógenos, compulsiones, tics, enuresis y multitud de otros estados aparentemente incontrolables. En resumen, lo que esta explicación pretende es una reestructuración, utilizando el comprensible deseo de la persona en cuestión de controlar su síntoma. Explicamos a nuestra paciente que mediante la mera aplicación de más voluntad, sería probablemente capaz de evitar que sucediesen equivocaciones graves, pero que con ello no se consideraría jamás lo suficientemente segura como para no cometer ninguna. Sería una constante lucha. Se mostró tristemente de acuerdo. Luego la indicamos que el control auténtico sobre problemas como el suyo tan sólo se logra cuando la persona no sólo es capaz de evitarlos, sino también de crearlos
a voluntad.
De aquí la necesidad que tenía de seguir nuestra prescripción, ya que tan sólo incurriendo deliberadamente en errores aprendería a controlarlos plenamente.

En la sesión siguiente nos informó de que se sentía mucho mejor, aun cuando en cierto sentido las cosas iban ahora peor: su propósito de cometer un pequeño error diario y sus planes para llevarlo a cabo la preocupaban tanto que no tenía tiempo para pensar en otros posibles errores mayores. Sin embargo, pronto comenzó a considerar bastante absurdo todo este ejercicio, realizándose así un cambio 2 sin que de nuevo fuese preciso exploración alguna de los motivos «profundos» de su síntoma y sin
insight
alguno.

Un problema en cierto modo similar era el de una atractiva paciente de 30 años, cuyo estilo de vida parecía copiado directamente del film de Buñuel
Belle de Jour
, con excepción de que era soltera. Disfrutaba de una excelente carrera profesional y era respetada por sus colegas, los cuales se habrían sorprendido gran demente si hubiesen descubierto que, por la noche, aquella misma persona llevaba una vida muy distinta. Frecuentaba bares y salas de baile baratas, se las arreglaba para conocer a algún individuo de los que iban a dichos lugares, le dejaba que la acompañase a su apartamento, tras haber bebido bastante, y luego, invariablemente, se sentía ofendida y muy asustada cuando él esperaba obtener algo más de ella y ella quería que se marchase. A partir de su descripción, la cuestión no era para tomarla a la ligera, ya que algunos de dichos hombres habían llegado a atacarla brutalmente. Sin embargo, no sabía por qué llegaba a tales situaciones, excepto que sentía cierta atracción compulsiva a exponerse a ser asaltada por sujetos a los que de otro modo hubiera rechazado por ser tanto social como intelectualmente muy inferiores a ella. Con esta esquematizada descripción de su problema, nos proporcionó los dos temas principales (una oscura ignorancia acerca de los motivos que la impulsaban a tal comportamiento y una necesidad de jugar con la degradación), con respecto a los cuales se iba a proyectar nuestra intervención.

Le explicamos que por razones que tanto ella como nosotros no comprenderíamos probablemente jamás, experimentaba la necesidad de castigarse a sí misma. Ya que, al parecer, su mano derecha no debía saber lo que hacía la izquierda, era ante todo necesario para ella darse cuenta del mecanismo que intervenía aquí, y ello tan sólo podría realizarse mediante una experimentación cuidadosa y gradual. Mediante una lenta y detallada exposición de esta tema la instruimos para exponerse a estigmatización social y a una degradación moderada, cada vez que sintiera la necesidad de degradarse a gran escala. En especial se le hizo prometer que llevaría a cabo alguna de entre una variedad de prescripciones de comportamiento, tales como llevar en público dos zapatos distintos, o una mancha de grasa en la cara, o bien salir de su casa con alguna prenda de vestir visiblemente desarreglada (vestía siempre impecablemente) o bien tropezar y caer al suelo deliberadamente en algunos grandes almacenes llenos de público, etc.

De modo muy semejante a lo sucedido en el caso de la auxiliar de dentista, fue la naturaleza — moderada pero intencional — de la acción exigida la que dio lugar a un cambio en el comportamiento de la paciente. La idea de tener que exponerse voluntariamente al ridículo público era tan inaceptable que la preocupación resultante borró el resto de su comportamiento. Aquí tampoco se realizó nada en el sentido de un insight y el comportamiento cambió en el sentido de que desapareció el deseo de exponerse a una gran humillación tras haber descubierto cuan temible era exponerse a pequeñas humillaciones.

Otra joven, también soltera, llevaba una vida promiscua que la hacía sentirse muy vil, pero que, al mismo tiempo, constituía la única alternativa a la deprimente idea de que, de otro modo, ningún hombre buscaría su compañía. Para empeorar más aún las cosas, después de cada encuentro sexual se sentía totalmente insatisfecha con lo que se creía también desprovista de valor como amante. Quedaba entonces tan avergonzada ante el hombre en cuestión que no le quedaban ganas de volverle a ver y empezaba a salir con otro. Lo que era incapaz de ver, sin embargo, era que en tales circunstancias, eran sus tentativas para resolver su problema aquello que constituía actualmente su auténtico problema (es decir, volver a salir con cualquier otro hombre que sólo estuviera interesado sexualmente por ella). Para sacarla de este círculo vicioso y de acuerdo con nuestra regla según la cual la intervención terapéutica ha de ser aplicada a la «solución», la instruimos en el sentido de decir a su próximo amigo que, por motivos que no le era posible revelar, pero que eran de índole altamente simbólica, tan sólo podía hacer el amor si le daba primero 25 centavos, pero que tenía que ser en una pieza vieja de plata, y no una moneda de nuevo cuño. Aquí tampoco dimos explicación alguna acerca de esta prescripción. Quedó horrorizada por el consejo, pero puesto que por otra parte estaba lo bastante interesada como para continuar el tratamiento, no le quedó otra alternativa que cesar de acostarse con cualquiera, descubriendo entonces para sorpresa suya que los hombres no la dejaban simplemente por no querer ella acostarse con ellos. De este modo se llevó a cabo un cambio, aun cuando jamás se cumplimentaron las instrucciones. Y eso sirve de transición a otra forma de intervención:

El «truco de Bellac»

Una ayudante de ejecutivo, inteligente y dotada de experiencia, acostumbrada a adoptar decisiones propias, venía teniendo dificultades con uno de sus jefes. A juzgar por la descripción que ella misma hacía del conflicto, el jefe se sentía enojado y al misma tiempo inseguro por su
modus operandi
independiente y enérgico, y desaprovechaba pocas ocasiones para dejarla en mal lugar, sobre todo en presencia de terceros. Se sentía tan ofendida por esto, que tendía a adoptar una actitud distante y condescendiente hacia él, a lo cual reaccionaba el jefe con «más de lo mismo», es decir, acentuando su actitud despectiva hacia ella. La situación fue intensificándose hasta el punto que el jefe iba a recomendar su traslado o a pedir su dimisión, mientras que ella estaba considerando ya presentar esta última para adelantarse a él también en eso.

Sin explicarle los motivos, se la instruyó en el sentido de esperar al próximo choque y aprovechar luego la oportunidad para decirle a su jefe en privado y con aire de turbación algo por el; estilo de lo siguiente:
«He deseado durante mucho tiempo decirle esto, pero no sabía cómo hacerlo — es curioso, pero cuando me trata como lo ha hecho ahora, me siento excitada y atraída hacia usted y no sé por qué. Puede que tenga algo que ver con mi padre»
. Debía abandonar luego la habitación precipitosamente y antes de que él pudiera decir nada.

Al principio quedó horrorizada, luego intrigada y finalmente encontró la idea enormemente divertida. Dijo que le sería difícil esperar para ensayarla, pero cuando volvió para la siguiente entrevista, afirmó que a la mañana siguiente a la entrevista anterior, el comportamiento de su jefe había cambiado y que se había mostrado cortés y de trato fácil, como nunca hasta entonces.

Si se necesitasen pruebas del hecho de que la realidad es lo que hemos llegado a
llamar
«realidad», esta forma de cambio nos proporcionaría una. Estrictamente hablando, nada cambió «realmente» en el sentido de que no tuvo lugar ninguna comunicación o acción explícitas entre dichas dos personas. Pero aquello que hace que sea eficaz esta forma de resolver problemas es el saber que uno puede enfrentarse ahora de un modo distinto con una situación que previamente parecía amenazadora. Ello da entonces lugar a un cambio en el propio comportamiento, que se transmite a través de múltiples y muy sutiles canales de comunicación interhumana y afecta entonces a la realidad interpersonal, del modo deseado,
aun cuando no se recurra a la prescripción del comportamiento recibida en la entrevista psicoterapéutica.
Ya hemos mencionado este particular efecto en la sección acerca del «divulgar en lugar de ocultar». Así pues, mientras que en típicas situaciones humanas de conflicto, cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual, aquí sucede más bien lo contrario: cuanto más permanecen las cosas igual, más cambian.

Hemos denominado a este tipo de intervención el truco de Bellac, según la obra teatral de Giraudoux:
L'Apollon de Bellac
. Inés, una muchacha tímida, espera nerviosamente ser llamada al despacho de un presidente para tener con él una entrevista a fin de solicitar un puesto de trabajo. En la sala de espera está también un joven, el cual, enterado por ella de sus temores, le dice que el modo más sencillo de hacerse con la gente es decirles que son guapos. Aun cuando ella al principio se sorprende por el aparente cinismo de esta sugerencia, logra él convencerla de que el hecho de llamar guapo a alguien
lo hace hermoso
y por consiguiente no supone ninguna falsedad. Ella sigue el consejo y obtiene un éxito inmediato con el ordenanza, luego con el altanero vicepresidente y con los directores. Por fin, el presidente sale impetuosamente de su despacho y le dice:

Señorita Inés, durante quince años, esta organización ha permanecido sumida en la melancolía, las envidias y las suspicacias. Y ahora, esta mañana, ha cambiado todo de repente. Mi empleado encargado de la recepción, que corrientemente es una especie de hiena (el empleado sonríe afablemente) se ha vuelto tan amable que incluso hace reverencias a su propia sombra en la pared (el empleado contempla su sombra con una reverencia de aprobación. Vuelve a hacer una reverencia). El primer vicepresidente, cuya reputación de puntillosidad y formalismo jamás ha sido negada, insiste en sentarse en la reunión de directores en mangas de camisa, Dios sabe por qué ... (39).

El presidente, a su vez, se convierte en otro hombre en cuanto Inés le dice lo muy guapo que es. Algo más tarde, en presencia de su malhumorada esposa Thérése, llega a la más importante conclusión: la de que decirles a los otros que son guapos convierte
a uno mismo
en hermoso:

¿Te has parado alguna vez a pensar, Thérése, por qué el buen Dios creó a las mujeres? No fueron hechas a partir de nuestras costillas para convertir nuestra vida en un tormento. Las mujeres existen a fin de decir a los hombres que son guapos.
Y aquellas que más se lo dicen son las más hermosas.
Inés me ha dicho que soy guapo y
lo ha hecho porque es ella misma hermosa.
Tú me dices que soy feo, ¿por qué? (40) (el subrayado es nuestro).

Lo que Giraudoux nos describe aquí es lo contrario de aquellas embrolladas disputas, que se perpetúan a sí mismas y en las que lo feo en uno de los contrincantes engendra lo feo en el otro y luego actúa sobre sí mismo. Giraudoux muestra asimismo, si bien valiéndose de una plausible licencia artística para simplificar, que un cambio inicial sumamente pequeño puede ser cuanto se precisa para efectuar un cambio en todo el cuadro. En cuanto al
Apolo de Bellac
, modelo de belleza con el que todos los personajes son comparados, no existe, como revela el joven a Inés, pero todo el mundo está dispuesto a creer en su existencia.

Utilizar la resistencia

Como hemos apuntado en el capítulo VIII, la resistencia al cambio puede transformarse en un importante vehículo de cambio. Esto puede realizarse reestructurando la resistencia como condición previa o incluso como un aspecto del cambio. Unos cuantos ejemplos ilustrarán este punto.

Por absurdo que ello pueda parecerle al profano, bastantes personas comienzan una psicoterapia, al parecer, no para resolver un problema y cambiar ellos mismos durante el proceso, sino para derrotar al experto y «demostrar» posiblemente así que el problema no puede ser resuelto, mientras que al mismo tiempo claman por una ayuda inmediata. Eric Berne ha denominado a una situación muy similar a ésta el juego de «¿Por qué no? — Sí, pero» (23). Dentro del contexto de la razón y del sentido común, esta actitud establece un típico callejón sin salida, en el que la petición de auxilio por parte de alguien da lugar a consejos, basados en el sentido común, a lo cual él responde con «más de lo mismo» (es decir: con más razones de por qué no puede aplicar dicho consejo y con más exigencia de «mejor» ayuda), a lo cual reaccionan los demás proporcionándole más ayuda en el sentido común, etc. En términos de la pragmática de la comunicación humana, los demás responden al sujeto que solicita ayuda predominantemente a nivel del contenido e ignoran sus comunicaciones a nivel de la relación (92), hasta que más pronto o más tarde, por lo general más tarde, la relación se hace tan dolorosa o frustrante que una u otra de las partes cede, por desesperación o por ira.

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