Cambio. (14 page)

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Authors: Paul Watzlawick

BOOK: Cambio.
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A un nivel poético encontramos un ejemplo particularmente claro en el cuento de Chaucer sobre la «Mujer de Bath»: un joven caballero se ve en apuros cada vez peores como resultado de tener que elegir constantemente entre dos alternativas inaceptables, hasta que finalmente elige no elegir, es decir, rechazar la elección misma. El caballero encuentra así el camino fuera del atrapamoscas y realiza un cambio 2, pasando al nivel lógico inmediatamente superior. En lugar de continuar eligiendo una alternativa (es decir: un miembro de la clase de alternativas) como el mal menor, pone en duda y rechaza la idea misma de que tiene que elegir, y rechaza así la clase entera (todas las alternativas) y no solamente a un miembro (95).

Esta es la esencia del cambio 2.

Lo más notable en cuanto a esta clase de solución del problema es que resulta posible incluso —o bien en especial— cuando los hechos concretos de la situación son inmutables. Para ilustrar esto último, hemos de volver ahora al cuarto principio de cambio 2 mencionado anteriormente, es decir, a la técnica de
reestructuración
.

VIII. El delicado arte de reestructurar

Pregunta: ¿Cuál es la diferencia entre un optimista y un pesimista? Respuesta: El optimista afirma que una botella está medio llena; el pesimista afirma de la misma botella que está medio vacía.

ANÓNIMO

Life makes sense and who could doubt it, if we have no doubt about it.

PIET HEIN: Grooks

Es sábado por la tarde y todos los chicos están de vacaciones, excepto Tom Sawyer, que ha sido condenado a enjabelgar treinta yardas de valla de nueve pies de alto. La vida le parece vacía y la existencia una carga. No es solamente el trabajo aquello que encuentra intolerable, sino especialmente la idea de que todos los chicos que pasen se reirán de él por tener que trabajar. En este sombrío y desesperado momento, refiere Mark Twain, le ilumina una súbita inspiración. Nada menos que una grande y magnífica inspiración.

A los pocos instantes acierta a pasar por allí un chico, aquel ante el cual Tom teme más hacer el ridículo:

—Hola chico, con que trabajando ¿eh?

—¡Cómo! ¿Tú por aquí, Ben? No me había dado cuenta.

—Me voy a nadar. ¿No te gustaría venir? Pero ya veo que tienes que trabajar, ¿no te gustaría? ¡Apuesto a que te gustaría! Tom contempló un momento al otro chico y le dijo:

—¿A qué llamas trabajar?

—¿Cómo? ¿Es que eso no es trabajo?

Tom reanudó su tarea de enjabelgar y contestó negligentemente:

—Bueno, puede que lo sea y puede que no lo sea. Todo lo que sé es que le gusta a Tom Sawyer.

—Vamos, ¿no querrás decir que te gusta esto?

La brocha continuaba moviéndose.

—¿Gustarme? Bueno, no sé por qué no habría de gustarme. ¿Es que un chico tiene ocasión de encalar una valla todos los días?

Esto lanzó nueva luz sobre el asunto. Ben dejó de mordisquear su manzana. Tom hacía oscilar la brocha elegantemente de un lado a otro, dio un paso atrás para observar el efecto, agregó un toque aquí y allá, volvió a observar con ojo crítico el efecto obtenido. Ben observaba cada uno de sus movimientos y se mostraba cada vez más interesado, cada vez más absorto. De repente dijo:

—Oye, Tom, déjame blanquear un poco.

Hacia media tarde, la valla tiene tres capas de pintura y Tom está literalmente rebosante de riqueza: un chico tras otro ha repartido con él sus bienes por el privilegio de pintar parte de la valla. Tom ha tenido éxito reestructurando su ingrata faena y convirtiéndola en un placer por el cual hay que pagar y sus amigos, como un solo hombre, han seguido este cambio en cuanto a la definición de la realidad.

En la película
Carnaval en Flandes
, las invencibles fuerzas españolas avanzan sobre un pequeño pero próspero pueblo flamenco. Un emisario español galopa hasta el pueblo y entrega a los burgueses reunidos una orden para que rindan el pueblo si no quieren que éste sea saqueado y destruido. Luego parte sin es perar respuesta. Los burgueses están aterrorizados, sabiendo que nada podrá detener al ejército invasor. Y sin embargo, no existe más que una solución razonable, defender su pueblo lo mejor que puedan antes que rendirlo a las fuerzas españolas y contemplar impotentes cómo sus mujeres son forzadas y saqueadas sus riquezas. Se hallan así encerrados en una típica ilusión de alternativas y no pueden considerar otra solución menos desastrosa.

Pero las mujeres proponen un plan completamente distinto, más bien «insensato» que reestructura completamente la situación: los hombres han de «huir» del pueblo, abandonando a las mujeres a su suerte; no habrá ni lucha, ni rendición, ya que no habrá hombres para hacer una cosa u otra. Tan sólo habrá un pueblo de indefensas mujeres que precisan de la protección de bravos soldados, situación que no puede por menos de conmover la proverbial galantería de los españoles.

Y de hecho, ante la calurosa acogida de las mujeres, la conducta de las
«fuerzas conquistadoras»
excede con mucho las modestas esperanzas de los burgueses; los españoles ofrecen a las mujeres protección y respeto, si bien combinados con numerosas aventuras galantes (que no desagradan del todo a las damas). Cuando tienen que continuar su avance hacia el norte, los españoles se muestran sentimentalmente pesarosos por tener que abandonar a sus encantadoras anfitrionas y hacen espléndidos donativos al pueblo en gratitud de tan deliciosa y civil hospitalidad.

Y he aquí un ejemplo tomado de nuestra labor psicoterapéutica. Por motivos que no vienen al caso, un sujeto que tartamudeaba acentuadamente no tenía más remedio que probar suerte como vendedor a domicilio. Se comprende que ello acentuó su preocupación por el defecto, que había padecido durante toda su vida. La situación le fue reestructurada del modo siguiente: los vendedores a domicilio son mirados generalmente con desagrado por su habilidoso y adulador modo de intentar convencer a la gente para que adquiera algo que no desea comprar. Desde luego, se entrena a los vendedores a domicilio para pronunciar un casi ininterrumpido discurso ponderando sus artículos, mas ¿no resulta enojoso estar expuesto a tan insistente y pesado aluvión de palabras? Por otra parte ¿no es cierto que la gente escucha con atención y paciencia a quien padece un defecto de dicción como él? ¿Será éste capaz de imaginar la increíble diferencia existente entre la charla apresurada, torrencial que emplean habitualmente los vendedores ambulantes y el modo como tendría que hablar él en la misma situación? ¿Se le había ocurrido pensar la insólita ventaja que podía suponer su defecto de palabra en su nuevo empleo? Cuando nuestro sujeto comenzó a considerar su problema desde este punto de vista totalmente nuevo y más bien ridículo a primera vista, fue especialmente instruido para mantener un elevado grado de tartamudeo, incluso cuando en el curso de su trabajo y por razones para él desconocidas, hubiese de sentirse algo más tranquilo y por tanto a tartamudear menos.

Así pues, reestructurar significa cambiar el propio marco conceptual o emocional, en el cual se experimenta una situación, y situarla dentro de otra estructura, que aborde los «hechos» correspondientes a la misma situación concreta igualmente bien o incluso mejor, cambiando así por completo el sentido de los mismos
[1]
. El mecanismo aquí implicado no destaca a primera vista, sobre todo si tenemos en cuenta que puede existir un cambio, mientras que la situación misma permanece asaz inmodificada e incluso inmodificable. Lo que cambia a resultas de la reestructuración es el sentido atribuido a la situación, y no los hechos concretos correspondientes a ésta. O bien, como lo expresó ya el filósofo Epicteto en el siglo I de nuestra era:
«No son las cosas mismas las que nos inquietan, sino las opiniones que tenemos acerca de ellas»
[2]
. Las palabras
acerca de
en esta cita nos recuerdan el hecho de que cualquier opinión (o bien cualquier punto de vista, atribución de sentido, etc.) es
meta
con respecto al objeto de dicha opinión o punto de vista, y pertenece, por tanto, al nivel lógico inmediatamente superior. En términos de la teoría de los tipos lógicos, esto parece bastante obvio, pero aplicado consecuentemente al comportamiento humano y a los problemas humanos, este hecho abre una auténtica caja de Pandora por lo que se refiere al concepto de «adaptación a la realidad», tan fácilmente utilizado como criterio de normalidad y por lo general jamás puesto en duda. ¿A qué realidad se halla adaptada la persona supuestamente sana? Intentar responder exhaustivamente a esta pregunta excedería con mucho el propósito del presente libro; ya que habríamos de entrar profundamente en problemas filosóficos y lingüísticos. Por lo tanto, no insistiremos en ello y nos limitaremos a afirmar que cuando se hace referencia al concepto de realidad, dentro del discurso psiquiátrico, raramente se trata de la realidad de una cosa
per se
, es decir, de sus propiedades básicas, si es que existen, o incluso de lo que es simplemente observable, si bien es éste el tema
manifiesto
. La «realidad» a la que sé hace referencia corresponde más bien a las «opiniones» en el sentido de Epicteto o bien, como prefiramos, al significado
[3]
y al valor atribuido al fenómeno en cuestión. Es un lejano reflejo de la simplista pero muy difundida creencia según la cual existe una realidad objetiva, situada en algún sitio «fuera de aquí» y que las personas cuerdas son más conscientes de ella que los locos. Si se reflexiona sobre el tema, está claro que algo es real tan sólo en la medida en que se ajusta a una
definición
de la realidad, y tales definiciones constituyen legión
[4]
. Si utilizamos una definición extremadamente simplificada, pero útil: lo real es aquello que un número lo suficientemente amplio de personas ha acordado
designar
como real
[5]
. Este hecho es habitualmente olvidado y la mencionada definición resulta reificada (es decir: convertida en una «cosa» propiamente dicha) siendo eventualmente experimentada como la realidad objetiva
[6]
, que al parecer tan sólo puede dejar de ver quien no está en sus cabales. Admitimos, desde luego, que existen grados de reificación: existen múltiples situaciones que muchas personas consideran realmente peligrosas y que por tanto han de evitarse, pero incluso en estos casos extremos hallamos excepciones; después de todo existen personas que buscan deliberadamente su muerte o que desean ser devoradas por los leones o que son patentemente masoquistas, y tales gentes definen la realidad de modos muy idiosincrásicos, pero para ellas reales.

La reestructuración opera en el nivel de la
metarealidad
, en el cual, como hemos intentado señalar, puede tener lugar un cambio incluso si las circunstancias objetivas de una situación están más allá del poder humano. La teoría de los tipos lógicos nos permite nuevamente concebir esto de modo más riguroso: como hemos visto, las clases son colecciones exhaustivas de entidades (los miembros) que poseen características comunes a todos ellos. Pero el hecho de ser miembro de una determinada clase raramente constituye algo exclusivo. Una misma entidad puede ser habitualmente concebida como miembro de diferentes clases. Ya que las clases no son, en sí, objetos tangibles, sino que se trata de conceptos y por tanto de constructos de nuestras mentes, la asignación de un objeto a una determinada clase es algo aprendido o bien es producto de una elección y no se trata en modo alguno de una verdad última e inmutable. La verdad, como hizo constar Saint- Exupéry, no es aquello que descubrimos, sino lo que creamos. Un cubo de madera, de color rojo, puede ser considerado como miembro de la clase de todos los objetos rojos, o de la clase de los cubos, o de la clase de los objetos de madera, o de la clase de los juguetes infantiles, etc.
[7]
. Por otra parte y en el sentido de Epicteto, la pertenencia de un objeto, como miembro, a otras clases está determinada por las «opiniones» que tenemos de él, es decir, del sentido y del valor que le hemos atribuido. Cuál de las posibles atribuciones a una clase se considere, examine, prefiera, tema, etc., es en gran medida el resultado de una elección y de las circunstancias, pero una vez se atribuye a algo un significado o un valor especiales, resulta muy difícil considerar a dicho algo como miembro perteneciente también a otra clase, igualmente válida. Así por ejemplo, la mayor parte de las personas rechazan la carne de caballo, pero a algunas les gusta. Se trata en cualquier caso de lo mismo, de carne de caballo, pero su significado y valor, su calidad como miembro de una clase, son muy distintos para los dos tipos de personas. Tan sólo a resultas de circunstancias drásticamente cambiadas (guerra, hambre, etc.) puede cambiar la carne de caballo su metarrealidad y convertirse en un manjar, incluso para aquellos que en circunstancias normales se estremecen ante el solo pensamiento de comerla.

El lector que haya tenido la paciencia de seguirnos a través de estas consideraciones más bien tediosas, se habrá dado ahora cuenta de la importancia de éstas con respecto a la reestructuración como técnica para realizar el cambio 2: en su sentido más abstracto, la reestructuración supone desplazar el énfasis de la pertenencia de un objeto
[8]
a una clase, a la pertenencia igualmente válida a otra, o bien, especialmente, introducir la idea de tal pertenencia a una nueva clase en la conceptualización de todos los interesados. Si aquí nos resistimos nuevamente a la tradicional tentación de preguntar por qué ha de ser así, podemos apreciar
qué
es lo que se halla implicado en la reestructuración:

1) Nuestra experiencia del mundo se basa en la categorización de los objetos de nuestra percepción en clases. En estas clases se trata de constructos mentales y por tanto de un aspecto de 1 realidad totalmente diferente de los objetos mismos. Las clases se forman, no solamente en base a las propiedades físicas de los objetos, sino en especial de su grado de significación y de valor para nosotros.

2) Una vez que un objeto ha sido conceptualizado como miembro de una clase determinada, resulta extremadamente difícil considerarlo también como perteneciente a otra clase. El hecho de pertenecer a una clase, por parte de un objeto, se designa como su «realidad»; así, cualquiera que lo considere como miembro de otra clase debe estar loco o mostrar mala voluntad. Además de esta creencia tan simplista se deriva otra igualmente simplista, la de obstinarse en que esta consideración de la realidad no solamente es cuerda, sino asimismo honesta, auténtica y cuanto se quiera. «No estoy para juegos», es lo que replican aquellas personas que juegan a no jugar un juego cuando se enfrentan con la posibilidad de considerar la alternativa de la pertenencia de un miembro a otra clase.

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