Bóvedas de acero (11 page)

Read Bóvedas de acero Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Bóvedas de acero
13.59Mb size Format: txt, pdf, ePub

Por un instante Baley quedó como alelado. Se trataba de la respuesta que había decidido que era la verdad; pero no esperaba que fuese la respuesta que R. Daneel le daría. Sintió que un poco más de su certidumbre se le escurría; mas, con todo, prosiguió firme en su propósito. El comisionado lo observaba todo. Baley ya no podía retroceder ahora, por más sofismas que empleasen en contra suya. A toda costa necesitaba mantener su posición.

–Al llegar a nuestra sección insistió en penetrar en el Personal conmigo –siguió Baley–. Durante la noche salió de mi casa para ir de nuevo al Personal, como acaba de admitir. Si se tratara de un hombre, yo diría que es muy lógico. Sin embargo, como robot, esa visita carecía de objeto. Mi conclusión es que se trata de un hombre.

Fastolfe asintió. No parecía preocupado en lo más mínimo, y propuso:

–Supongamos que le preguntemos a Daneel por qué fue a visitar el Personal anoche.

El comisionado Enderby protestó:

–Por favor, doctor Fastolfe –murmuró–, no es propio de...

–No se alarme, comisionado –le tranquilizó Fastolfe–. Estoy seguro que la respuesta de Daneel no ofenderá su sensibilidad ni la del señor Baley. ¿Puedes explicarlo, Daneel?

–Jessie, la esposa de Elijah –comenzó Daneel–, salió anoche del apartamento y se despidió de mí en términos amistosos. Me resultó evidente que no había razón alguna para no creerme un ser humano. Regresó a la casa sabiendo que yo era un robot. La única conclusión que se presenta a la vista es que sus informes sobre ello circulan fuera del apartamento. De ahí se sigue que alguien escuchó la conversación que sostuve anoche con Elijah. Sólo así se pudo desvelar el secreto de mi verdadera naturaleza y de mi identidad.

»Elijah me informó que los departamentos están muy bien aislados. Hablamos juntos en voz muy baja. No cabe pensar en un escucha común y corriente. Y, con todo, conocían que Elijah es un policía. Si dentro de la ciudad se trama una conspiración lo bastante bien organizada como para haber proyectado el asesinato del doctor Sarton, sin duda sabían que Elijah llevaba la investigación del asesinato. Quedaría pues dentro del cuadro de posibilidades, hasta de probabilidades, que en su apartamento hayan establecido un sistema de rayos de espionaje.

»Después de que Elijah y Jessie se fueran a la cama, busqué por todos los recovecos, pero no hallé ningún transmisor. Eso complicó las cosas. Un rayo dual enfocado pudiera surtir efecto, hasta en la ausencia de transmisores; pero tal instalación requiere un equipo muy especializado.

»El análisis de la situación me llevó a la conclusión de que el único lugar en donde un habitante de la ciudad puede hacer casi todo, sin que se le moleste o se le hagan preguntas, es el Personal. Allí incluso lograría colocar un rayo dual. Es costumbre una absoluta discreción en los Personales, y los otros individuos ni siquiera lo verían. La Sección Personal está contigua al apartamento de Elijah, así que el factor distancia no importante. Sería fácil usar un modelo de maleta de mano. Entonces me dirigí al Personal para investigar el asunto.

–.¿y qué hallaste? –indagó Baley con rapidez.

–Nada, Elijah. Ni señales de un rayo dual.

–Bien, señor Baley –interpuso el doctor Fastolfe–, ¿le parece a usted esto razonable?

La incertidumbre de Baley había desaparecido.

–Razonable hasta cierto punto; pero dista mucho de ser defecto. Lo que él no sabe es que mi esposa me comunicó donde obtuvo sus datos y cuándo. Indagó que era un robot poco después de salir de casa. Y aun entonces, el rumor ya daba circulando desde hacía varias horas. Así pues, el hecho que Daneel es un robot no pudo conocerse espiando, fisgando escuchando la conversación de nosotros dos anoche.

–Sin embargo –recalcó el doctor Fastolfe–, su visita de coche al Personal queda explicada, me imagino.

–Pero surge algo más que no se explica –explotó Baley–. ¿Dónde, cuándo y cómo se difundió la noticia? ¿Cómo se supo que un robot espaciano estaba rondando por la ciudad? Por lo que sé, sólo dos de nosotros sabíamos algo respecto a este arreo, el comisionado y yo, y no se lo confiamos a nadie. Comisionado, ¿pudo saberlo alguien más en el departamento?

–¡No! –contestó Enderby, con ansiedad–. Sólo nosotros y doctor Fastolfe.

–Y él –añadió Baley, señalando al robot.

–¿Yo? –interrogó R. Daneel.

–¿Por qué no?

–Yo estuve contigo todo el tiempo, Elijah.

–¡No es cierto! –exclamó Baley con fiereza–. Yo estuve el Personal durante más de media hora antes de que nos diéramos a mi apartamento. Entonces fue cuando te pusiste –: comunicación con tu grupo de la ciudad.

–¿Qué grupo? –preguntó Fastolfe.

–¿Qué grupo? –vino como eco casi simultáneamente de labios del comisionado Enderby.

Baley se levantó de su asiento y, volviéndose hacia el receptor, advirtió:

–Comisionado, deseo que escuche atentamente y que me diga si algo no concuerda con los hechos. Informan respecto al asesinato y, por una coincidencia curiosa, sucede precisamente cuando llega usted a Espaciópolis para asistir a una cita con el hombre asesinado. Le presentan el cuerpo de algo que se supone humano; sin embargo, se incinera el cadáver y a partir de ese momento ya no se. puede proceder a su examen.

»Los espacianos insisten en que un terrícola cometió el asesinato, aun cuando el único modo con que logran fundamentar su acusación es suponer que un habitante de la ciudad abandonó la metrópoli y se encaminó rumbo a Espaciópolis a campo traviesa, solo y de noche. Usted sabe cuán improbable resulta eso.

»Después, envían a un supuesto robot a la ciudad; en realidad, insisten en enviarlo. Lo primero que el robot hace es amenazar a una muchedumbre con un desintegrador. Luego hace circular el rumor de que hay un robot espaciano en la ciudad. El rumor es tan específico que Jessie me avisa que se sabe que está trabajando con. la policía. Eso significa que pronto se sabrá que fue el robot quien apuntó con el desintegrador. Es posible que en estos momentos el rumor ya se esté difundiendo en la sección de los toneles de levadura y en las plantas hidropónicas.

–Eso es imposible. ¡Imposible! –gruñó Enderby.

–No, no lo es. Exactamente eso estará sucediendo, comisionado. ¿No lo ve usted? Existe una conspiración en la ciudad, sin duda; pero la manejan desde Espaciópolis. Los espacianos quieren dar publicidad a un asesinato. Desean motines. Están provocando un asalto a Espaciópolis para justificar la aparición de naves espacianas dispuestas a ocupar las ciudades de la Tierra.

Con gran benignidad y calma, Fastolfe insinuó:

–Pudimos hacerlo cuando los Tumultos de la Barrera, hace veinticinco años.

–Entonces no estaban preparados, pero hoy sí lo están. –El corazón de Baley le latía violentamente.

–Este complot que nos atribuye, señor Baley, resulta muy complicado. Si deseáramos ocupar la Tierra, lo podríamos llevar a cabo de una manera mucho más sencilla.

–Tal vez no, doctor Fastolfe. Su fingido robot me informó que las opiniones respecto a la Tierra no se encuentran unificadas en ningún sentido a lo largo de los Mundos Exteriores. Me figuro que, en ese momento, estaba diciendo la verdad. Acaso una ocupación repentina no caería en casa. Acaso un incidente sea una necesidad absoluta. Un buen incidente escandaloso.

–Como un asesinato, ¿eh? ¿Eso pretende usted? Confesará que sería preciso un asesinato fingido. Espero que no querrá insinuar que asesinaríamos a uno de los nuestros con objeto de crear un incidente.

–Construyeron un robot muy parecido al doctor Sarton; lo desintegraron y le mostraron los restos al comisionado Enderby.

–Y entonces –concluyó el doctor Fastolfe–, habiendo utilizado a R. Daneel en la falsa investigación del asesinato finjo, tuvimos que utilizar al doctor Sarton para personificar a R. Daneel en la falsa investigación del asesinato falso.

–Exactamente. Y le estoy diciendo a usted esto en presencia de un testigo que no se encuentra aquí en carne y hueso, y a quien no le pueden desintegrar la existencia, y lo bastante importante como para que le crean tanto el Gobierno de la ciudad como el de Washington. Estaremos advertidos contra ustedes.

–Nuestro Gobierno informará de ello directamente al pueblo de uí; le expondrá la situación tal como se presenta. ¡Dudo echo de que se tolere tal violación interestelar!

Fastolfe meneó la cabeza con impaciencia.

–Por favor, señor Baley, sea razonable. Supongamos ahora te R. Daneel es efectivamente R. Daneel. Suponga usted que en realidad un robot. ¿No se seguiría de ahí que el cadáver que vio el comisionado Enderby era en efecto el del doctor Sarton? No sería lógico considerar que el cadáver era todavía no robot. El comisionado Enderby conoció a R. Daneel en vías de ser construido, y puede atestiguar el hecho que no existía más que uno.

–El comisionado no es perito en robótica –insistió Baley–. Ustedes pudieron poseer una docena de esos robots.

–Ciñámonos al tema, señor Baley. ¿No vendría a tierra toda la estructura de sus razonamientos si R. Daneel resulta activamente R. Daneel? ¿Seguiría en la creencia de este complot interestelar descabellado que ha estado construyendo?

–¡No es un robot! Yo digo que es un ser humano.

–Con todo, señor Baley, usted no ha investigado el problema –rebatió Fastolfe–. Para diferenciar a un robot de un ser cano no hace falta llegar a deducciones complicadas e inestables por cosas que dice o hace. Par ejemplo, ¿intentó clavar un alfiler a R. Daneel?

–¿Qué? –exclamó Baley boquiabierto.

–Es una prueba muy sencilla. Su piel y su cabello parecen reales; pero, ¿trató usted de examinarlos con una lente de aumento adecuada? Además, ¿ha observado usted que su respiración es irregular y que pueden pasar minutos durante los cuales no respira para nada? Usted pudo hasta recoger un poco de aire expelido para medir el contenido de dióxido de carbono. Quizás hasta intentar extraerle una muestra de su sangre. Comprobar el pulso en la muñeca, o palpitaciones del corazón...

–Sin duda pude haber recurrido a cualquiera de esos experimentos; sin embargo, ¿cree que este pretendido robot habría permitido que me acercara con una aguja hipodérmica, un estetoscopio o un microscopio?

–Comprendo –convino Fastolfe. Se volvió hacia R. Daneel y le hizo una seña.

R. Daneel se tocó el puño de la manga derecha de su camisa. La costura diamagnética se entreabrió a todo lo largo de su brazo, dejando expuesto un miembro liso, musculoso y, al parecer, enteramente humano. Su vello corto y bronceado, era exactamente lo que uno hubiese esperado de un ser humano.

–¿Y bien? –exclamó Baley.

R. Daneel se apretó la yema del dedo corazón derecho con el pulgar y el índice de la mano izquierda. Baley no tuvo fuerzas para observar con exactitud y detalle las manipulaciones que siguieron.

Al igual que la tela de la manga se abrió cuando el campo diamagnético de la costura quedó interrumpido, del mismo modo el brazo se separó en dos.

Allí apareció, bajo una delgadísima capa de material carnoso, el gris azulado de las varillas de acero inmaculado, de los alambres y de las articulaciones.

–¿Le interesaría examinar con mayor minuciosidad la manufactura de Daneel, señor Baley? –preguntó el doctor Fastolfe con suma cortesía.

Baley ni siquiera pudo escuchar esas palabras, debido al zumbar de los oídos y por el sobresalto que le causó la histérica risotada en tono agudo que lanzó el comisionado.

9
Aclaración de un Espaciano

A medida que pasaban los minutos, el zumbido crecía en intensidad y ahogaba la estridencia de la carcajada. El domo su contenido oscilaron, al tiempo que para Baley desaparecía nación del tiempo.

Se encontró sentado e inmóvil, con una clara sensación de tiempo perdido. El comisionado había desaparecido; el receptor veíase opaco, y R. Daneel estaba sentado a su lado, apretándole la piel del brazo desnudo, en la parte superior. Baley podía ver, serias bajo la piel, la sombra delgada de un hipodardo. Desapareció mientras lo observaba, disolviéndose en el fluido intercelular; de allí a la corriente sanguínea y de ésta a todas las células de su cuerpo.

–¿Te sientes mejor, socio Elijah? –indagó R. Daneel.

Baley sí se sentía mejor. Se bajó la manga y miró a su alrededor. El doctor Fastolfe permanecía sentado en donde estuvo, vagándole por los labios una ligera sonrisa que suavizaba lo feo de su rostro.

–¿Me desmayé? –preguntó Baley.

–En cierto sentido, sí –repuso el doctor Fastolfe–. Me temo que recibió usted una sorpresa mayúscula.

Todo volvió con claridad a la memoria de Baley. Tomó con rapidez el brazo más cercano de R. Daneel; le alzó la manga hasta donde pudo, dejando al descubierto la muñeca. Sentía carne del robot muy suave bajo sus dedos; pero debajo estaba la dureza de algo más que el hueso.

R. Daneel dejó que su brazo descansase con facilidad en el apretón de la mano del detective. Baley se quedó viéndolo, pellizcándolo a lo largo de la línea media. ¿Existía allí una costura?

Por supuesto, era lógico que la hubiese. Un robot, recubierto con piel sintética y deliberadamente construido para aparecer como humano, no podría ser, compuesto de modo ordinario.

Imposible que se desoldara un pecho de metal en caso de descompostura. El cerebro no se podría atornillar y destornillar. En lugar de eso, las diferentes partes del cuerpo mecánico estarían unidas mediante una línea de campos micromagnéticos. Un brazo, una cabeza, un cuerpo entero podrían separarse en dos con una presión exacta, y luego volverse a juntar al aplicar la presión contraria. Baley levantó la cabeza:

–¿Dónde está el comisionado? –murmuró, ruborizándose de mortificación.

–Asuntos muy importantes –respondió el doctor Fastolfe–. Lo animé a que nos dejara. Le aseguré que nos ocuparíamos de usted.

–Ya me han atendido bastante, muchas gracias –convino Baley, sombrío–. Me parece que nuestro asunto se terminó.

Se irguió sobre articulaciones fatigadísimas. De repente se sintió como un anciano. Demasiado viejo para empezarlo todo de nuevo. No hacía falta mucha imaginación para vislumbrar ese futuro.

El comisionado se encontraría medio aterrorizado y medio frenético de rabia. Impasible, se enfrentaría con Baley, quitándose las gafas para limpiarlas cada quince segundos. Con tono dulce (Julius Enderby casi nunca gritaba) le iría explicando minuciosamente que los espacianos sentíanse gravemente ofendidos.

Other books

The Desires of a Countess by Jenna Petersen
Silhouette by Dave Swavely
The Templar Chronicles by Joseph Nassise
Dolci di Love by Sarah-Kate Lynch, Sarah-Kate Lynch
An Earl to Enchant by Amelia Grey
Shadowed by Sin by Layna Pimentel
Resilience by Elizabeth Edwards