—¿Y Jörg Richter?
—Camino de Hofheim.
Bodenstein echó un vistazo a su alrededor. A través del cristal ornamentado de una puerta cerrada distinguió de manera imprecisa los uniformes naranjas y blancos de los enfermeros. Abrió la puerta y por un instante se quedó helado al ver el salón. La estancia estaba abarrotada; en las paredes, trofeos de caza y toda clase de parafernalia militar —sables, fusiles históricos, cascos y armas—; en el aparador, en la vitrina, en el sofá, en varias mesitas auxiliares y en el suelo se amontonaban objetos de peltre, jarras de sidra y tantos cachivaches que por instante se quedó sin aliento. En uno de los sillones de terciopelo estaba Margot Richter con expresión estupefacta, con una vía en el brazo. A su lado, una enfermera le sostenía el suero.
—¿Se puede hablar con ella? —inquirió Bodenstein. El médico asintió.
—Señora Richter —Bodenstein se puso en cuclillas delante de la mujer, lo cual no fue nada fácil, teniendo en cuenta la cantidad de trastos que había por todas partes—, ¿qué ha pasado? ¿Por qué ha hecho eso su marido?
—No pueden detener a mi hijo —musitó ella. Toda la energía y la malicia parecían haber abandonado su delgado cuerpo, y tenía los ojos muy hundidos—. No ha hecho nada.
—Entonces, ¿quién ha sido?
—La culpa de todo la tiene mi marido. —Sus ojos se movían a un lado y a otro, descansaban un instante en Bodenstein y después volvían a perderse—. Jörg quería ir a sacar a la chica, pero mi marido le dijo que lo dejara estar, que era mejor así. Él fue hasta allí, tapó el depósito con una plancha y le echó tierra encima.
—¿Por qué lo hizo?
—Para que todo terminara de una vez. Laura les habría arruinado la vida a los muchachos, y eso que en realidad no pasó nada. Solo se divertían.
Bodenstein no podía creer lo que estaba oyendo.
—Esa golfa quería denunciar a sus amigos, acudir a la Policía. Y eso que la culpa es suya, solo suya. —Pasaba bruscamente del pasado al presente—. Fue ella quien estuvo provocando a los chicos toda la noche. Todo iba bien, pero Jörg tuvo que contarle a todo el mundo lo que sucedió en aquella época. ¡El muy idiota!
—Puede que su hijo tenga conciencia —repuso Bodenstein con frialdad, y se levantó. No sentía la menor compasión por esa mujer—. Nada iba bien, al contrario. Lo que su hijo hizo no fue una chiquillada. La violación y la complicidad en un asesinato son delitos graves.
—¡Bah! —Margot Richter hizo un gesto desdeñoso con la mano y sacudió la cabeza—. Nadie volvió a hablar de esa vieja historia —afirmó con amargura—. Y de pronto se cagan de miedo porque aparece Tobias. Si hubieran mantenido la boca cerrada no habría pasado nada, nada; pandilla de… de blandengues.
Nadja von Bredow asintió indiferente cuando Pia le comunicó que habían comprobado su coartada para la noche del sábado y era verídica.
—Muy bien. —Consultó el reloj—. Entonces supongo que puedo irme, ¿no es así?
—No, todavía no. —Pia negó con la cabeza—. Tenemos que hacerle unas preguntas.
—Bien, adelante.
Nadja miraba a Pia con unos ojos grandes que reflejaban aburrimiento, como si le costara sobremanera no bostezar. No parecía en absoluto nerviosa, y Pia no pudo por menos de pensar que representaba un papel. ¿Cómo sería la verdadera Nathalie, la que se ocultaba tras la fachada bella y perfecta de la actriz Nadja von Bredow? ¿Seguiría existiendo?
—¿Por qué pidió a Jörg que invitara a Tobias a ir a su casa por la noche y procurase retenerlo todo el tiempo que pudiera?
—Estaba preocupada por Tobi —dijo Nadja sin más—. No se tomó en serio el ataque en el pajar, yo solo quería que estuviera a salvo.
—¿En serio? —Pia abrió las declaraciones y buscó hasta encontrar la traducción de Ostermann del diario de Amelie—. ¿Quiere oír lo que escribió Amelie de usted en la última entrada del diario?
—Me lo va a leer de todas formas… —Nadja puso los ojos en blanco y cruzó las largas piernas.
—Pues sí. —Pia sonrió—. «…la forma que tuvo esa rubia de abalanzarse antes sobre Tobias me pareció rara. ¡Y cómo me miró a mí! Muerta de celos, me habría comido viva. A Thies le entró el pánico en cuanto le mencioné el nombre de Nadja. Hay algo que no me cuadra de esa…» —Pia alzó la cabeza—. No le hacía a usted gracia que Amelie tuviera tanta confianza con Tobias —afirmó—. Utilizó a Jörg Richter de niñera y después se encargó de que Amelie desapareciera del mapa.
—Eso es absurdo. —La sonrisa de indiferencia había desaparecido del rostro de Nadja. En aquellos momentos, sus ojos lanzaban chispas iracundas.
Pia se acordó de lo que había dicho Jörg Richter: ya de pequeña, Nadja tenía algo que le metía el miedo en el cuerpo a la gente. La calificó de despiadada.
—Estaba usted celosa. —Pia sabía lo que decía el diario de Amelie—. Puede que Tobias le contara que Amelie lo veía de vez en cuando. Creo que sencillamente tenía usted miedo de que entre Tobias y Amelie pudiera haber algo. Lo cierto, señora Von Bredow, es que Amelie se parece bastante a Stefanie Schneeberger. Y Stefanie fue su gran amor.
Nadja von Bredow se inclinó hacia delante.
—¿Qué sabrá usted del gran amor? —musitó bajando la voz con teatralidad y abriendo mucho los ojos, como si siguiera las indicaciones de un director—. Amo a Tobias desde que nos conocemos. Lo he estado esperando diez años. Necesitaba mi ayuda y mi amor para volver a hacerse un lugar en el mundo después de salir de la cárcel.
—En tal caso, probablemente se esté engañando. Es evidente que su amor no es correspondido —soltó Pia, y vio satisfecha que sus palabras daban en el blanco—. Si ni siquiera pudo confiar veinticuatro horas en él…
Nadja von Bredow apretó los labios, y durante una décima de segundo su bello rostro se desencajó.
—Lo que hay entre Tobias y yo no es de su incumbencia —respondió airada—. ¿Y a qué viene tanta pregunta absurda sobre la noche del sábado? Yo no estaba en Altenhain y no sé dónde está esa chica. Punto.
—Por cierto, ¿dónde está ahora su gran amor? —siguió Pia.
—No tengo ni idea. —Sus llameantes ojos verdes se fijaron en los de la policía sin pestañear—. Aunque lo quiero, no soy su canguro. Y ahora, ¿puedo irme?
Pia estaba decepcionada. No podía demostrar que Nadja von Bredow tenía algo que ver con la desaparición de Amelie.
—Se hizo pasar por policía en casa de la señora Fröhlich —se oyó decir a Bodenstein de fondo—. Eso se llama usurpación de funciones públicas. Robó los cuadros que Thies le dio a Amelie, y después le prendió fuego al invernadero para asegurarse de que no había más cuadros.
Nadja von Bredow no se volvió para mirar a Bodenstein.
—Admito que utilicé la placa y una peluca para entrar a buscar los cuadros en la habitación de Amelie, pero el incendio no fue cosa mía.
—¿Qué hizo con los cuadros?
—Los corté en pedazos y los eché a la trituradora.
—Claro, porque los cuadros habrían puesto en evidencia que era usted una asesina. —Pia sacó de las declaraciones las copias de las fotos de los cuadros y las dejó sobre la mesa.
—Al contrario. —Nadja von Bredow se retrepó en la silla y sonrió con frialdad—. Los cuadros prueban mi inocencia. Thies es un gran observador, a diferencia de ustedes.
—¿Por qué lo dice?
—Para ustedes, lo verde es verde, y el pelo corto es el pelo corto. Miren con más atención a la persona que golpea a Stefanie. Compárenla con la que observa cómo violan a Laura. —Se inclinó hacia delante, contempló un instante las fotos y dio unos golpecitos en una de las figuras—. Esta, fíjense. Es evidente que la persona que está con Stefanie tiene el pelo oscuro, y si miran esta foto donde aparece Laura, verán que el pelo es mucho más claro y rizado. Además, debo decirles que esa noche casi todo Altenhain llevaba una camiseta verde de la peña de las fiestas. Si mal no recuerdo, ponía algo en ella.
Bodenstein comparó las dos imágenes.
—Tiene razón —admitió—. Pero entonces, ¿quién es esa otra persona?
—Lauterbach —afirmó Nadja von Bredow, confirmando así lo que Bodenstein pensaba—. Yo estaba esperando a Stefanie en la parte de atrás, junto al pajar, porque quería hablar con ella a toda costa del papel de Blancanieves. En realidad, a ella el papel le daba lo mismo, solo lo había hecho para poder pasar más tiempo con Lauterbach.
—Un momento —la interrumpió Bodenstein—. El señor Lauterbach nos ha dicho que solo se acostó una vez con Stefanie. Esa noche, para ser exactos.
—Pues les ha mentido. —Nadja resopló—. Esos dos tenían un lío, estuvieron juntos todo el verano, aunque oficialmente ella salía con Tobi. Lauterbach estaba completamente loco por su alumna, y ella, encantada. Así que yo estaba en el pajar cuando Stefanie salió de la casa de los Sartorius. Y justo cuando iba a abordarla apareció Lauterbach. Me escondí en el pajar y no di crédito cuando vi que los dos entraban también en el pajar y se lo montaban en el heno, a un metro escaso de donde yo me había escondido. No pude escabullirme, y tuve que verlo todo, media hora, ni más ni menos. Verlo, y oir cómo me ponían verde.
—Y entonces se cabreó usted de tal modo que después mató a golpes a Stefanie —aventuró Bodenstein.
—Pues no. No dije ni mu. De pronto, Lauterbach se dio cuenta de que había perdido las llaves mientras hacían el amor. Empezó a buscar por todas partes a cuatro patas, histérico, a punto de echarse a llorar. Stefanie se rio de él, y se puso hecho una furia. —Nadja von Bredow soltó una risa odiosa—. Le tenía verdadero pánico a su mujer; a fin de cuentas, ella era quien tenía la pasta, y la casa también era suya. Él solo era un pobre profesorcillo en celo que se hacía el machote ante sus alumnos, pero en casa era el último mono.
Bodenstein no pudo evitar tragar saliva. Eso le sonaba. Cosima tenía el dinero y él era el último mono. Y esa mañana, cuando fue consciente de ello, la habría matado.
—Al final, Stefanie se enfadó. Supongo que había creído que todo sería muy romántico y se dio cuenta de que su maravilloso amante en realidad era un burgués asustadizo. Propuso ir a buscar a su mujer para que lo ayudara a encontrar las llaves. Está claro que lo decía en broma, pero Lauterbach no estaba para bromas. Stefanie probablemente pensara que tenía la situación controlada. Siguió pinchándolo y lo amenazó con contar lo suyo, hasta que al otro se le cruzaron los cables. Cuando ella iba a salir del pajar, él se lo impidió. Se pelearon, ella le escupió, y él le dio una bofetada. Entonces Stefanie se cabreó, y Lauterbach comprendió que sería muy capaz de ir a ver a su mujer. Y cogió lo primero que pilló y la golpeó. Tres veces.
Pia asintió: la momia de Stefanie Schneeberger presentaba tres fracturas de cráneo. Aunque eso no demostraba la inocencia de Nadja, puesto que también podía saber el dato por haber sido ella la autora.
—Después salió corriendo, espantado. Con una camiseta verde, dicho sea de paso. Se había quitado la camisa vaquera tan divina que llevaba para seducir. Yo encontré las llaves, y cuando salí del pajar vi a Thies agachado en el suelo junto a Stefanie. «Cuida de tu querida Blancanieves», le dije, y me fui. Tiré el gato al cubo de la basura de los Lauterbach. Eso fue exactamente lo que pasó, ni más ni menos.
—De modo que usted sabía que Tobias no había matado ni a Laura ni a Stefanie —constató Pia—. ¿Cómo pudo permitir que fuera a la cárcel, si tanto lo amaba?
Nadja von Bredow se tomó su tiempo antes de responder. Estaba tiesa, y sus dedos jugueteaban con una de las fotos.
—Entonces estaba furiosa con él —dijo en voz baja—. Me pasé años oyendo lo que hablaba y hacía con unas y con otras, lo enamorado que estaba o que dejaba de estar. Yo le daba consejos para llevarse a la cama a las tías o para librarse de ellas. Era su mejor amiga. —Rio con amargura—. Como mujer no le interesaba. Yo era algo que él daba por sentado. Después se lio con Laura, y ella no quería que los acompañara cuando iban al cine o a la piscina o a alguna fiesta. Sobraba, y Tobi ni siquiera se daba cuenta.
Nadja von Bredow apretó los labios, los ojos se le arrasaron en lágrimas. De pronto volvía a ser la muchacha humillada y celosa, la suplente, que al ser la confidente del chico más popular del pueblo no tenía la menor esperanza de que fuera suyo. A pesar de todos los éxitos de que había disfrutado desde entonces, esas decepciones le habían dejado cicatrices en el alma, unas cicatrices con las que cargaría toda su vida.
—Y de repente apareció esa chalada, Stefanie. —Su voz era inexpresiva, pero sus dedos, que hicieron pedazos una de las fotos, reflejaban lo que sucedía en su interior—. Se metió en nuestra pandilla y se llevó a Tobi. De pronto todo era distinto. Y encima también volvió loco a Lauterbach y se hizo con el papel de Blancanieves, que me había prometido a mí. Con Tobi ya no había forma de hablar. No quería saber nada de nadie, para él solo existía Stefanie, Stefanie, Stefanie. —El odio deformó el rostro de Nadja, que sacudió la cabeza—. Ninguno de nosotros podía sospechar que la Policía fuera tan tonta como para condenar a Tobi. Creí que unas semanas de prisión preventiva le estarían bien empleadas. Cuando me enteré de que sería procesado, ya era demasiado tarde para decir nada. Todos habíamos mentido y callado, pero yo nunca lo dejé en la estacada. Le escribí con regularidad y lo esperé. Quería enmendar los errores, en serio, quería hacer cualquier cosa por él. Y evitar que volviera a Altenhain, pero Tobi era tan cabezón...
—No quería evitarlo —observó Bodenstein—. Tenía que evitarlo. Por si a él se le ocurría investigar en el papel que representó usted en esa triste obra de teatro. Y eso era precisamente lo que no podía pasar. Al fin y al cabo, con Tobias usted había hecho de amiga fiel.
Nadja von Bredow esbozó una sonrisa seca y no dijo nada.
—Pero Tobias fue a casa de su padre —prosiguió él—. Usted no pudo impedírselo. Y después apareció Amelie Fröhlich, que desgraciadamente se parecía a Stefanie Schneeberger.
—Esa imbécil metió las narices donde no debía —afirmó Nadja rabiosa—. Tobi y yo habríamos empezado una nueva vida en otra parte. Tengo bastante dinero. Y Altenhain habría acabado siendo un mal recuerdo.
—Y usted nunca le habría dicho la verdad. —Pia sacudió la cabeza—. Una base estupenda para una relación.
Nadja no se dignó mirarla.
—Vio en Amelie una amenaza —aseveró Bodenstein—, así que le escribió cartas y correos electrónicos anónimos a Lauterbach. De ese modo, podía contar con que él haría algo para protegerse.