—Ven. Vamos a darle la buena noticia a papá.
Bueno, ahora Cordelia lo comprendía. El conde Piotr la cogió por el brazo y la llevó hasta el comedor, donde se dedicó a cenar mientras se interesaba por el último informe obstétrico y le insistía para que probase las frutas frescas que le había traído del campo. Ella comió las uvas obedientemente.
Cuando el conde terminó de cenar y Cordelia se dirigía al vestíbulo cogida de su brazo, oyó unas voces alteradas que provenían de la biblioteca. Resultaba imposible captar las palabras, pero el tono era duro y cortante. Cordelia se detuvo, perturbada.
Un momento después la supuesta discusión se interrumpió, se abrió la puerta de la biblioteca y un hombre salió de la habitación. Cordelia vio a Aral y al conde Vortala por la rendija. El rostro de Aral estaba tenso, con los ojos llameantes. Vortala, un anciano consumido por los años, con una calva manchada y unos ralos cabellos blancos, estaba completamente ruborizado. Con un gesto brusco, el hombre llamó a su criado de librea, quien lo siguió rápidamente con el rostro pálido.
El hombre brusco rondaba los cuarenta, calculó Cordelia. Tenía el cabello oscuro y vestía con elegancia al estilo de la clase superior. La frente y la mandíbula eran un poco prominentes, y tanto la nariz como el bigote tenían problemas para destacarse. No era ni apuesto ni feo, y en otro momento se podría haber dicho que sus facciones eran fuertes. Ahora simplemente parecía enfadado. Al encontrarse con el conde Piotr en el vestíbulo, el hombre se detuvo y lo saludó con un imperceptible movimiento de cabeza.
—Vorkosigan —murmuró. Se agachó en un brusco intento de reverencia que quiso expresar «buenas noches».
El conde inclinó la cabeza a modo de respuesta, alzando las cejas.
—Vordarian. —Su tono fue interrogante.
Los labios de Vordarian estaban tensos, y sus puños se apretaban en un ritmo inconsciente junto con la mandíbula.
—No olvide mis palabras —gruñó—. Usted, yo, y cualquier otro hombre de valor en Barrayar, viviremos para lamentar el día de mañana.
Piotr frunció los labios y lo miró con cautela.
—Mi hijo no traicionará a los de su clase, Vordarian.
—Usted tiene una venda en los ojos. —Su mirada se posó sobre Cordelia con gran frialdad, sin detenerse lo suficiente como para convertirla en un insulto. Con un gran esfuerzo, movió apenas la cabeza a modo de saludo, se volvió y salió por la puerta principal con el criado pisándole los talones.
Aral y Vortala salieron de la biblioteca. Aral se dirigió al vestíbulo, donde permaneció con la vista fija en la oscuridad, a través de los paneles de cristal que flanqueaban la puerta. Vortala posó una mano sobre su brazo.
—Déjalo ir —aconsejó—. Podremos vivir sin su voto mañana.
—No pensaba salir corriendo tras él —le replicó Aral—. De todos modos, la próxima vez reserva tu ingenio para quienes tengan cerebro suficiente como para apreciarlo, ¿quieres?
—¿Quién era ese sujeto furibundo? —preguntó Cordelia, tratando de animar el ambiente.
—El conde Vidal Vordarian. —Aral regresó de la puerta y logró esbozar una sonrisa en su honor—. El conde comodoro Vordarian. Yo trabajaba con él de vez en cuando, cuando estaba en el estado mayor. Ahora encabeza el segundo partido más conservador de Barrayar; no son los lunáticos que quieren regresar a la Era del Aislamiento, pero podría decirse que, según ellos, cualquier cambio será para peor. —Dirigió una mirada furtiva al conde Piotr.
—Su nombre se mencionaba con frecuencia en las especulaciones sobre la próxima regencia —comentó Vortala—. Yo más bien diría que ha estado pensando en ocupar el puesto. Ha hecho grandes esfuerzos para ganarse a Kareen.
—Tenía que haberse esforzado para ganarse a Ezar —señaló Aral secamente—. Bueno tal vez cambie de parecer durante la noche. Vuelve a intentar un acercamiento por la mañana, Vortala… y esta vez trata de ser un poco más humilde, ¿de acuerdo?
—Hacer mimos al ego de Vordarian significaría un trabajo de jornada completa —gruñó Vortala—. Pasa demasiado tiempo estudiando su árbol genealógico.
Aral asintió con un gesto.
—No es el único.
—Él cree que sí —replicó Vortala.
Al día siguiente, Cordelia tuvo un escolta oficial a la junta de la Asamblea del Consejo en la persona del capitán Lord Padma Xav Vorpatril. Además de ser un miembro del nuevo personal de su esposo, él también era su primo, hijo de la hermana menor de su madre. Aparte del conde Piotr, Vorpatril era el primer familiar cercano de Aral que Cordelia conocía. No era que la familia de Aral la estuviese evitando, como ella hubiera podido temer, sino que en realidad casi no existía. Él y Vorpatril eran los únicos hijos supervivientes de la generación anterior, de la cual el mismo conde Piotr era el único representante vivo. Vorpatril era un hombre robusto y alegre, de unos treinta y cinco años, muy elegante en su uniforme verde de etiqueta. Cordelia pronto descubrió que también había sido oficial subalterno de Aral durante la primera capitanía de éste, antes de que Vorkosigan obtuviera sus triunfos militares con la campaña de Komarr. Con Vorpatril a un lado y Droushnakovi al otro, Cordelia se sentó en una tribuna desde donde se dominaba la cámara del Consejo. La cámara misma era un salón sencillo, aunque lucía los paneles de madera que a los ojos betaneses de Cordelia seguían resultando increíblemente lujosos. Alrededor del salón había mesas y bancos de madera. La luz matinal se derramaba por los altos vitrales de la pared este. Abajo se realizaban las pintorescas ceremonias con gran formalidad.
Los ministros vestían togas de aspecto arcaico en negro y violeta, adornadas con cadenas de oro. Eran superados en número por los casi sesenta condes de las distintas regiones, aún más espléndidos en escarlata y plateado. Unos cuantos hombres lo bastante jóvenes como para estar en servicio activo lucían el uniforme de revista, rojo y azul. Vorkosigan había tenido razón al describirle el uniforme de revista como chillón, pensó Cordelia, pero en el maravilloso ambiente de ese salón antiguo parecía casi apropiado. Y Vorkosigan tenía muy buen aspecto con su uniforme.
El príncipe Gregor y su madre se situaron en un estrado. La princesa llevaba un traje negro con ornamentos plateados, de cuello alto y mangas largas. El niño de cabellos oscuros parecía un enano en su uniforme rojo y azul. A Cordelia le pareció que, considerando las circunstancias, parecía bastante tranquilo.
El emperador también estaba presente, casi como un fantasma, mediante un circuito cerrado que lo comunicaba desde la Residencia Imperial. En la pantalla de holovídeo se veía a Ezar, sentado y vestido de uniforme, a un coste físico que Cordelia ni siquiera se atrevía a imaginar, con las sondas y monitores ocultos, al menos para la cámara. Tenía el rostro blanco como el papel y la piel parecía casi transparente, como si se estuviese desvaneciendo de la escena que había dominado durante tanto tiempo.
La tribuna estaba atestada de esposas, oficiales y guardias. Las mujeres lucían vestidos elegantes y joyas, y Cordelia las estudió con interés para luego volverse hacia Vorpatril.
—¿La designación de Aral como regente fue una sorpresa para ti? —le preguntó.
—A decir verdad, no. Algunas personas tomaron en serio su retiro después de lo de Escobar, pero yo no.
—Pensé que él estaba decidido.
—Oh, no lo dudo. El primero en creerse esa rutina del soldado prosaico y de piedra es él mismo. Supongo que es la clase de hombre que siempre quiso ser. Como su padre.
—Hum. Sí. Había notado cierta tendencia política en sus conversaciones. Incluso en las circunstancias más extraordinarias, como por ejemplo durante una proposición matrimonial.
Vorpatril se echó a reír.
—Me lo imagino. De joven era conservador hasta la médula. Si uno quería saber lo que Aral pensaba de cualquier cosa, no había más que preguntárselo al conde Piotr y multiplicarlo por dos. Pero cuando servimos juntos ya había comenzado a volverse… extraño. Si uno lograba estimularlo… —En sus ojos apareció un brillo malicioso, y Cordelia lo alentó a continuar.
—¿Cómo lo estimulabais? Pensé que los oficiales tenían prohibidas las discusiones políticas.
Él hizo una mueca.
—Supongo que hubiesen tenido el mismo éxito si nos hubieran prohibido respirar. Digamos que raras veces se seguía la regla. Aunque Aral se aferraba a ella, hasta que Rulf Vorhalas y yo lo sacábamos de allí y lográbamos emborracharlo.
—¿Aral? ¿Emborracharse?
—Oh, sí. Le gustaba beber.
—Creía que no aguantaba la bebida, que no tenía buen estómago.
—Oh, eso era lo más sorprendente. Apenas bebía. Aunque pasó por una mala época cuando murió su primera esposa y empezó a tratar a Ges Vorrutyer… hum… —Apartó la vista de ella unos momentos y luego cambió de conversación—. De todos modos, era peligroso cuando bebía demasiado, porque se volvía deprimido y serio, y enseguida comenzaba a hablar de las injusticias o incompetencias que se estaban cometiendo. Por Dios, hablaba por los codos. Para cuando se había tomado la quinta copa… justo antes de caer bajo la mesa… empezaba a declamar sobre la revolución en un pentámetro yámbico. Siempre pensé que algún día terminaría dedicándose a la política. —Soltó una risita y miró con afecto al hombre ataviado de rojo y azul sentado con los condes al otro extremo de la cámara.
La votación para confirmar el nombramiento imperial de Vorkosigan fue una ceremonia curiosa, a los ojos de Cordelia. No había creído posible lograr que setenta y cinco barrayareses se pusiesen de acuerdo sobre la dirección en que asomaba el sol por las mañanas, pero el resultado fue casi unánime a favor de la elección del emperador Ezar. Las excepciones fueron cinco hombres de rostro sombrío que se abstuvieron, cuatro a pleno pulmón y uno en voz tan baja que el lord Guardián de los Portavoces tuvo que pedirle que lo repitiera. Incluso el conde Vordarian votó a favor… tal vez Vortala había logrado reparar el desliz de la noche anterior en una reunión matutina. De todos modos, parecía que Vorkosigan se iniciaba en su nuevo cargo en las condiciones más favorables, y Cordelia comentó este hecho con Vorpatril.
—Eh… sí —respondió él después de dirigirle una leve sonrisa—. El emperador Ezar dejó bien claro que quería una aprobación absoluta.
A juzgar por su tono de voz, era evidente que a ella le faltaba información.
—¿Me estás diciendo que algunos de estos hombres hubiesen preferido votar negativamente?
—Hubiese sido una imprudencia de su parte, en esta coyuntura.
—Entonces, los hombres que se han abstenido deben de tener bastante valor. —Estudió al grupo con renovado interés.
—Oh,
ellos
no serán ningún problema —dijo Vorpatril.
—¿A qué te refieres? Son de la oposición, supongo.
—Sí, pero pertenecen a la oposición declarada. Nadie que esté maquinando una verdadera traición se expondría tan públicamente. En realidad, Aral deberá cuidarse de algunos hombres que están en el otro grupo, entre los que han votado a favor.
—¿Cuáles son? —Cordelia frunció el ceño preocupada.
—¿Quién sabe? —Vorpatril se alzó de hombros, y luego respondió a su propia pregunta—. Negri, probablemente.
Estaban rodeados por varias sillas vacías. Cordelia se había preguntado si sería por seguridad o por cortesía. Evidentemente, se trataba de lo segundo, ya que dos hombres, uno con uniforme verde de comandante y otro más joven, con elegantes ropas de civil, les ofrecieron sus disculpas y se sentaron frente a ellos. Cordelia consideró que parecían hermanos, y su suposición se vio confirmada cuando el más joven dijo:
—Mira, allí está papá. Tres asientos detrás del viejo Vortala. ¿Cuál es el nuevo regente?
—El patizambo de uniforme rojo y azul, sentado a la derecha de Vortala.
Cordelia y Vorpatril intercambiaron una mirada a sus espaldas, y ella se llevó un dedo a los labios. Vorpatril sonrió y se alzó de hombros.
—¿Qué se dice de él en el Servicio?
—Depende de a quién se lo preguntes —dijo el comandante—. Sardi lo considera un genio de la estrategia, e idolatra todos sus comunicados. Ha estado por todas partes en los últimos veinticinco años. El tío Rulf tenía un alto concepto de él. Por otro lado, Niels, quien estuvo en Escobar, dice que nunca había conocido a nadie con tanta sangre fría.
—He oído decir que tiene reputación de progresista secreto.
—No hay nada de secreto en ello. Algunos oficiales superiores Vor le tienen pánico. Ha intentado que papá y Vortala lo apoyen con esas nuevas normas impositivas.
—No las conozco.
—Es el impuesto imperial directo sobre las herencias.
—¡Diablos! Bueno, eso no lo afectaría a él, ¿verdad? Los Vorkosigan son pobres como ratas. Que pague Komarr. Para eso lo conquistamos, ¿no?
—No exactamente, mi querido zopenco. ¿Algunos de tus payasos amigos ya han conocido a su adquisición betanesa?
—Son hombres distinguidos, mi querido señor. No los confundas con tus compañeros del Servicio.
—No hay ningún peligro de que ocurra eso. No, en serio. Circulan muchos rumores sobre ella, Vorkosigan y Vorrutyer en Escobar, y la mayoría son contradictorios. Pensé que mamá podría tener más información.
—Se mantiene bastante en la sombra considerando que, según dicen, mide tres metros de altura y come cruceros de batalla para desayunar. Prácticamente nadie la ha visto. Tal vez sea fea.
—Entonces harán buena pareja. Vorkosigan tampoco es ninguna belleza.
Cordelia, absolutamente divertida, ocultó una sonrisa detrás de la mano hasta que el comandante dijo:
—Aunque no sé quién es ese espástico de tres patas que lo sigue a todas partes. ¿Crees que será un oficial?
—Podría haber elegido algo mejor. Menudo mutante. Seguramente, y dado que es el regente, Vorkosigan puede elegir entre lo mejor del Servicio.
Cordelia sintió tanto dolor ante aquella observación que fue como si hubiera recibido un golpe físico. El capitán lord Vorpatril apenas pareció notarlo. Lo había oído, pero permanecía atento a lo que ocurría abajo, donde se pronunciaban los votos. Sorprendentemente, Droushnakovi se ruborizó y volvió la cabeza.
Cordelia se inclinó adelante. Las palabras bullían en su interior, pero escogió sólo unas pocas y las lanzó en su más frío tono de capitana.
—Comandante… Y usted… quienquiera que sea. —Ambos se volvieron hacia ella, sorprendidos por la interrupción—. Para su información, el caballero de quien hablaban es el teniente Koudelka. Y no existe ningún oficial mejor al servicio de nadie.