—Señora —dijo el hombre con dureza—, debo insistir en que pague la mercadería dañada. Fuera de sí, Cordelia le respondió: —Muy bien. Envíe la cuenta a mi esposo, el almirante Aral Vorkosigan, a la Residencia Vorkosigan. Y de paso explíquele por qué intentó venderle algo de mala calidad a su esposa… alabardero.
Esto último fue sólo una conjetura basada en su edad y en su forma de caminar, pero a juzgar por sus ojos Cordelia comprendió que había dado en el clavo.
El dependiente hizo una profunda reverencia.
—Le ruego que me disculpe, señora. Creo tener algo más apropiado, si me hace el favor de aguardar.
El hombre volvió a desaparecer y Cordelia suspiró.
—Comprarle a una máquina es mucho más sencillo. Pero al menos he comprobado que el uso de la autoridad funciona tan bien aquí como en casa.
El siguiente bastón era de madera oscura y lisa, con un pulido satinado. El dependiente se lo entregó sin abrirlo, e hizo otra pequeña reverencia.
—Presione el mango aquí, señora.
Era mucho más pesado que el primero. La funda se deslizó rápidamente y fue a dar contra la pared opuesta. Cordelia estudió la nueva hoja. Estaba decorada con una extraña filigrana que reflejaba la luz. Ella volvió a colocarse en postura de saludo y alcanzó a ver la expresión del dependiente.
—¿Tendrá que pagarlos de su salario?
—Adelante, señora. —Había un pequeño brillo de satisfacción en sus ojos—. No logrará romper ésta.
Cordelia la sometió a la misma prueba que a la anterior. La punta se clavó mucho más profundamente en la madera, y apoyándose con todas sus fuerzas, apenas si logró doblarla. No obstante, se dio cuenta de que aún no había llegado al límite de su flexibilidad. Entonces se la entregó a Droushnakovi, quien la examinó amorosamente.
—Ésta sí que es buena, señora.
—Estoy segura de que se utilizará mucho más como bastón que como espada. De todos modos… es necesario que sea de calidad. Nos llevaremos éste.
Mientras el hombre lo envolvía, Cordelia se detuvo junto a un estuche de aturdidores decorados con esmalte.
—¿Está pensando en comprar uno para usted, señora? —preguntó Droushnakovi.
—No… No creo. Barrayar tiene suficientes soldados sin necesidad de importarlos de Colonia Beta. Lo que sea que haya venido a hacer aquí, no tiene nada que ver con la vida militar. ¿Ves algo que te interese?
Droushnakovi adoptó una expresión pensativa, pero sacudió la cabeza y se llevó una mano a la chaquetilla.
—El equipo del capitán Negri es de lo mejor. Ni Siegling's podría superarlo… es sólo que estas armas son más bonitas.
Aquella noche cenaron tarde. Eran tres: Vorkosigan, Cordelia y el teniente Koudelka. El nuevo secretario personal del almirante parecía un poco cansado.
—¿Qué habéis hecho todo el día? —preguntó Cordelia.
—Sobre todo, manipular hombres —le respondió Vorkosigan—. El primer ministro Vortala no tenía tantos votos en el bolsillo como él aseguraba, y tuvimos que utilizar nuestra persuasión con cada uno de ellos, a puerta cerrada. Lo que verás mañana en el Consejo no será la política de Barrayar en funcionamiento, sólo los resultados. ¿Y vosotras? ¿Ha ido todo bien?
—Sí. Fui de compras. Espera y verás. —Extrajo el bastón de estoque y lo desenvolvió—. Esto es para evitar que dejes a Kou completamente extenuado.
Koudelka se mostró amablemente agradecido, aunque era evidente que en el fondo se sentía irritado. Su expresión reflejó sorpresa cuando cogió el bastón y estuvo a punto de dejarlo caer ante su peso imprevisto.
—¡Eh! Pero esto no es…
—Presione el mango aquí. ¡No lo apunte…!
¡Pum!
—…a la ventana. —Afortunadamente, la vaina golpeó contra el marco y rebotó en el suelo. Kou y Aral dieron un respingo. Los ojos de Koudelka se iluminaron mientras estudiaban la hoja. Cordelia fue a buscar la vaina.
—¡Oh, señora! —Entonces su expresión se apagó. Volvió a envainar la espada con sumo cuidado y se la entregó con tristeza—. Seguramente no recordó que no soy un Vor. No es legal que posea mi propia arma.
—Oh. —Cordelia pareció abatida.
Vorkosigan alzó una ceja.
—¿Me permites verlo, Cordelia? —Inspeccionó el bastón y desenvainó la espada con más cuidado—. Humm. ¿Me equivoco o yo mismo he pagado por esto?
—Bueno, supongo que lo harás cuando llegue la factura. Aunque no creo que debas pagar por la que rompí. De todos modos, siempre puedo devolverla.
—Ya veo. —Esbozó una pequeña sonrisa—. Teniente Koudelka, como su comandante en jefe y vasallo secundus de Ezar Vorbarra, le hago entrega en forma oficial de esta arma que me pertenece, para que la porte al servicio del emperador, por el tiempo que dure su gobierno. —La ineludible ironía de aquella frase formal hizo que Vorkosigan se pusiera tenso unos momentos, pero al fin se recuperó y entregó el bastón a Koudelka, quien volvió a iluminarse.
—¡Gracias señor!
Cordelia sacudió la cabeza.
—Creo que nunca entenderé este lugar.
—Haré que Kou te busque algunas compilaciones legales. Aunque no esta noche. Apenas tendrá tiempo para poner en orden sus notas de hoy antes de que llegue Vortala con un par más de sus descarriados. Los veremos en la biblioteca de mi padre. Kou, me reuniré con usted allí.
Se dio por finalizada la cena y Koudelka se retiró a la biblioteca. Vorkosigan y Cordelia fueron al salón contiguo para leer un poco antes de la reunión nocturna del almirante. Él aún debía examinar varios informes, y los repasó rápidamente con un visor manual. Cordelia se colocó un auricular y dividió su tiempo entre unas clases de ruso barrayarés y un disco sobre puericultura, aún más amedrentador. El silencio sólo se veía interrumpido por algún murmullo de Vorkosigan, más para sí mismo que para ella, o por frases corno: «¡Vaya! Ahora comprendo lo que se proponía el muy canalla», u «Hombre, estas cifras parecen extrañas. Debo comprobarlas…». U otras de Cordelia como: «Uf, ¿será cierto que los bebés hacen todo eso?», y cada tanto se escuchaba un
¡pum!
en la habitación contigua, ante lo cual ambos se miraban y se echaban a reír.
—Oh, querido —dijo Cordelia para la tercera o cuarta vez en que oyeron el ruido—, espero no haberlo distraído de sus quehaceres.
—Se las arreglará bien cuando haya aprendido. El secretario personal de Vorbarra le está ayudando, y ha comenzado a enseñarle cómo organizarse. Cuando Kou haya pasado por todo el protocolo del funeral, debería ser capaz de abordar cualquier tarea. Ese bastón de estoque ha sido una idea genial; te lo agradezco.
—Sí, me di cuenta de que era bastante susceptible respecto a sus impedimentos físicos. Pensé que esto lograría tranquilizarlo un poco.
—Así es nuestra sociedad. Resulta un poco dura para los que no mantienen el paso.
—Ya veo. Qué extraño. Ahora que lo mencionas, sólo recuerdo haber visto gente saludable en las calles y en todos los demás sitios, exceptuando el hospital. No hay sillas flotantes ni niños con la mirada vacía remolcados por sus padres…
—Tampoco los verás. —La expresión de Vorkosigan era sombría—. Todos los problemas se pueden detectar y eliminar antes del nacimiento.
—Bueno, nosotros también lo hacemos. Aunque por lo general es antes de la concepción.
—También en el nacimiento. Y después del parto, en las zonas rurales.
—Oh.
—En cuanto a los adultos tullidos…
—Por Dios, no practicarán la eutanasia con ellos, ¿verdad?
—Tu alférez Dubauer no hubiese vivido aquí.
Dubauer se había disparado un disruptor nervioso a la cabeza, y había sobrevivido. O algo similar.
—En cuanto a las personas con lesiones como las de Koudelka, el estigma social es inmenso. Alguna vez obsérvalo en un grupo que no incluya sólo a sus amigos más íntimos. No es casual el hecho de que haya una alta tasa de suicidios entre los soldados licenciados por causas médicas.
—¡Qué horror!
—Antes me parecía normal. Ahora… ahora ya no. Pero para mucha gente todavía es algo corriente.
—¿Y los que tienen problemas como los de Bothari?
—Depende. Él era un loco útil. En cuanto a los inútiles… —Se interrumpió y se miró las botas.
Cordelia sintió un escalofrío.
—A cada momento pienso que ya empiezo a acostumbrarme a este lugar. Entonces doblo otra esquina y me encuentro con algo como esto.
—Sólo han pasado ochenta años desde que Barrayar volvió a tomar contacto con la civilización galáctica. En la Era del Aislamiento no perdimos sólo tecnología. Eso lo recuperamos rápidamente, como si nos hubiéramos puesto un abrigo prestado. Pero debajo de él… todavía vamos bastante desnudos. En cuarenta y cuatro años sólo he comenzado a comprender hasta qué punto.
Poco después llegaron el conde Vortala y sus «descarnados», y Vorkosigan desapareció en la biblioteca. El anciano conde Piotr Vorkosigan, el padre de Aral, llegó un poco más tarde para asistir a la votación del Consejo que se realizaría al día siguiente.
—Bueno, aquí tiene un voto asegurado para mañana —bromeó Cordelia mientras ayudaba a su suegro a quitarse el abrigo en el vestíbulo.
—Ja. Tendrá suerte si lo consigue. En los últimos años, Aral parece haber adquirido algunas ideas bastante radicales. Si no fuera mi hijo, no lo votaría. —Pero el rostro envejecido de Piotr expresaba orgullo.
Cordelia parpadeó ante esta descripción de las ideas políticas de su marido.
—Le confieso que nunca lo he visto como un revolucionario. Radical debe de ser un término más elástico de lo que suponía.
—Oh, él no se considera un radical. Piensa que podrá llegar hasta la mitad del camino y luego detenerse. Creo que dentro de unos años descubrirá que va montado sobre un tigre. —El conde sacudió la cabeza, apesadumbrado—. Pero ven, cariño. Siéntate conmigo y cuéntame cómo te encuentras. Tienes buen aspecto… ¿todo va bien?
El anciano conde estaba apasionadamente interesado por la evolución de su futuro nieto. Cordelia sentía que el embarazo había hecho que, ante sus ojos, ella pasase de ser un capricho tolerable de Aral a alguien que se acercaba peligrosamente a lo semidivino. Prácticamente la abrumaba con sus muestras de afecto.
Al regresar a casa con la noticia confirmada de su embarazo, Cordelia había descubierto que Aral había acertado al pronosticar la reacción que tendría su padre. Ese día de verano había vuelto a Vorkosigan Surleau, yendo directamente al muelle donde se encontraba Aral. Él estaba ocupado con su bote y tenía las velas desplegadas, secándose al sol, mientras chapoteaba alrededor de ellas con los zapatos mojados.
Aral había alzado la vista hacia ella, sin poder ocultar la ansiedad de sus ojos.
—¿Y bien? —preguntó meciéndose un poco sobre los talones.
—Bueno. —Ella intentó adoptar una expresión triste y decepcionada, pero la sonrisa escapó y se esparció por todo su rostro—. Tu médico dice que será un varón.
—Ah. —Un suspiro largo y elocuente escapó de entre sus labios, y con un rápido movimiento la levantó por el aire haciéndola girar.
—¡Aral! ¡No me dejes caer! —Aunque no era más alto que ella, él era bastante robusto.
—Nunca. —La dejó deslizarse al suelo y entonces compartieron un largo beso para finalizar riendo—. Mi padre estará encantado.
—Tú mismo pareces bastante encantado.
—Esto no es nada. Espera hasta que hayas visto a un anticuado cabeza de familia barrayarés extasiado por ver cómo crece su árbol genealógico. Durante años he tenido al pobre viejo convencido de que su descendencia finalizaba conmigo.
—¿Me perdonará por ser una plebeya de otro planeta?
—No lo tomes como un insulto, pero esta vez creo que ni siquiera le hubiese importado a qué
especie
hubiese pertenecido mi esposa, siempre y cuando fuera fértil. ¿Crees que estoy exagerando? —preguntó al escuchar su risa—. Ya lo verás.
—¿Es demasiado pronto para pensar en nombres? —preguntó ella.
—No hay nada que pensar. Hijo primogénito. La costumbre aquí es muy estricta. Recibirá el nombre de sus dos abuelos. El primer nombre del paterno, el segundo del materno.
—Ah, por eso vuestra historia resulta tan desconcertante. Siempre tengo que poner las fechas junto a estos nombres compuestos para situarlos. Piotr Miles. En fin, supongo que al final me acostumbraré. Había estado pensando en… otra cosa. —Tal vez en otra ocasión. —Oh, eres un ambicioso.
Después de aquello habían iniciado una breve lucha en la cual Cordelia había aprovechado el descubrimiento de que Aral tenía más cosquillas que ella. Cuando hubo logrado vengarse lo suficiente, ambos acabaron riendo sobre el césped.
—Esto es muy indecoroso —se quejó Aral cuando ella lo dejó levantarse.
—¿Temes escandalizar a esos hombres de Negri que se hacen pasar por pescadores?
—Te aseguro que no se escandalizan por nada. Cordelia saludó con la mano a la embarcación lejana, cuyos ocupantes ignoraron su gesto. Al principio ella se había sentido enfadada, pero al fin se había resignado al hecho de que Seguridad Imperial vigilase constantemente a Aral. Era el precio de su participación en la política secreta y mortífera de la Guerra de Escobar, y la penalidad por algunas de las opiniones que había expresado.
—Tal vez debamos invitarlos a almorzar, o algo parecido. Deben de conocerme tan bien que me gustaría charlar con ellos.
¿Los hombres de Negri habrían grabado la conversación doméstica que acababan de tener? ¿Habría micrófonos en su dormitorio? ¿O en el baño? Aral esbozó una sonrisa.
—No les permitirían aceptar. No comen ni beben nada que no hayan traído ellos mismos.
—Por Dios, cuánta paranoia. ¿De verdad es necesaria?
—A veces. Tienen una profesión peligrosa. No los envidio.
—A mí me parece que eso de permanecer sentados observándote es como tomar unas buenas vacaciones. Ya deben de estar muy bronceados.
—Lo peor de todo es permanecer sentado. Pueden hacerlo durante un año seguido, y actuar en cinco minutos de una importancia trascendental. Pero deben estar preparados para esos cinco minutos durante todo el año. La tensión es insostenible. Realmente, prefiero el ataque a la defensa.
—Todavía no comprendo por qué alguien querría molestarte. Sólo eres un oficial retirado que vive en la oscuridad. Debe de haber cientos como tú, incluso de sangre Vor.
—Humm. —Él había posado los ojos sobre el bote distante, evitando una respuesta, y luego se había levantado de un salto.