Authors: Greg Egan
Rachel me mira de forma peculiar y me dice:
—Evidentemente, sería para una élite acomodada. Y en cuanto a los otros tipos de tratamiento: los virus
mutan.
Llegan nuevas variantes. Con el tiempo, cualquier vacuna o medicamento pierde su efectividad.
Esta
inmunidad sería para siempre. Por muchas mutaciones que se produjesen, jamás crearían un virus que no esté construido a partir de las viejas bases.
—Claro, pero... pero los miembros de esta "élite acomodada" con inmunidad de por vida, en su mayoría a enfermedades que para empezar era poco probable que pillasen, ni siquiera podrían tener hijos, ¿no? No por medios normales.
—Excepto entre sí.
—Excepto entre sí. Bien, a mí me suena a un efecto secundario bastante drástico.
Ella ríe y de pronto se relaja.
—Tienes razón, evidentemente... y te lo dije: no tengo pruebas, no es más que fantasía. Los reactivos que preciso llegarán en unos días; entonces podré comprobar lo de las bases alternativas... y descartar esta idea estrafalaria, de una vez para siempre.
Son casi las once cuando me doy cuenta de que me faltan dos archivos importantes. No puedo conectarme desde casa al ordenador de la oficina; cierto tipo de documentos legales sólo pueden residir en sistema sin conexión de ningún tipo a las redes públicas. Así que no me queda más opción que ir, en persona, y copiarlos.
Veo al grafitero a una manzana. Parece tener unos doce años. Va vestido de negro, pero por lo demás no parece preocuparle mucho que le vean... y el descaro probablemente esté justificado; los ciclistas pasan a su lado, sin mirarle, y por aquí escasean los coches patrulla. Al principio simplemente me irrito; es tarde y tengo trabajo pendiente. No me siento de humor para un enfrentamiento. Lo más simple, con diferencia, sería esperar a que se fuese.
Luego me doy cuenta. ¿
Soy así de patético
? No podría importarme menos si los artistas del grafiti redecorasen hasta el último edificio y tren de la ciudad... pero esto es veneno racista. Veneno racista que me lleva veinte minutos limpiar, todas las mañanas.
Me acerco, todavía sin que me vea. Antes de poder cambiar de opinión, atravieso la verja de hierro forjado, que ha dejado entreabierta; la cerradura la destrozaron meses atrás y nunca nos molestamos en cambiarla. Mientras me muevo por el patio me oye y se da la vuelta. Avanza hacia mí y alza la pistola de pintura al nivel de los ojos, pero se la tiro de un golpe.
Eso
me pone furioso; podría haberme dejado ciego. Corre hacia la verja, y trepa hasta media altura; lo agarro por el cinturón de los vaqueros y lo hago bajar. Está bien; las picas son afiladas y están oxidadas.
Suelto el cinturón y él se vuelve lentamente, mirándome con furia, intentando parecer amenazador pero fracasando miserablemente.
—¡No me pongas las putas manos encima! No eres policía.
—¿Has oído hablar del arresto ciudadano? —doy un paso atrás y cierro la verja. ¿Ahora qué? ¿Le invito a pasar mientras llamo a la policía?
Se agarra a la verja; está claro que no piensa ir a ningún sitio sin resistirse. Mierda. ¿Qué voy a hacer? ¿Arrastrarle al interior del edificio, pataleando y aullando? No tengo estómago para ponerme a atacar niños, y ya estoy en un terreno legal muy resbaladizo.
Así que son tablas.
Me inclino contra la puerta.
—Simplemente dime una cosa —señalo la pared—. ¿
Por qué
? ¿Por qué lo haces?
Lanza un bufido.
—Podría hacerte la misma puta pregunta.
—¿Sobre qué?
—Sobre ayudar a
ésos
a permanecer en el país. Robándonos nuestros trabajos. Quitándonos las casas. Jodiéndolo todo.
Río.
—Suenas como mi abuelo.
Ellos y nosotros.
Son las tonterías del siglo veinte que destrozaron el planeta. ¿Crees que puedes levantar una verja alrededor de este país y olvidar todo lo que hay fuera? ¿Trazar una línea artificial sobre el mapa y decir, la gente de dentro importa, la de fuera no?
—El océano no tiene nada de artificial.
—¿No? En Tasmania les encantaría oírlo.
Se limita a fruncir el ceño con repugnancia. No hay nada que comunicar, nada que comprender. El lobby anti-refugiados habla continuamente de preservar
nuestros valores comunes
; lo que tiene gracia. Aquí estamos, dos angloaustralianos, probablemente nacidos en la misma ciudad, y nuestros valores no podrían ser más diferentes ni aunque viniésemos de planetas distintos.
Dice:
—No les pedimos que se reprodujesen como alimañas. No es culpa nuestra. Por tanto, ¿a qué ayudarles? ¿Por qué debemos sufrir
nosotros
? Pueden terminar de joderse y morir. Ahogarse en su propia mierda y morir. Eso es lo que opino, ¿vale?
Me aparto de la verja
y
le dejo salir. Cruza la calle y luego se vuelve para gritarme obscenidades. Yo entro y cojo el cubo y el cepillo de frotar, pero lo único que consigo es extender pintura fresca sobre la pared.
Para cuando conecto el portátil a la máquina de la oficina, ya no me siento furioso ni deprimido; simplemente insensible,
Justo para completar una tarde perfecta, a mitad de la transferencia de uno de los archivos se va la luz. Me quedo sentado en la oscuridad durante una hora, esperando a ver si vuelve, pero no, así que regreso caminando a casa.
Las cosas van mejor, sin duda.
Rechazaron la ley Allwick... y los Verdes tienen un nuevo líder, así que hay esperanza para ellos.
Jack Kelly está en prisión por tráfico de armas. La dulce FA sigue pegando esos carteles estúpidos... pero hay un grupo de estudiantes antifascistas que invierte el tiempo en arrancarlos. Desde que Ranjit y yo reunimos dinero suficiente para un sistema de alarma no ha habido más grafitis, y últimamente han escaseado las cartas amenazadoras.
Ahora Rachel y yo estamos casados. Somos felices juntos y felices con nuestros trabajos. La han ascendido a administradora de laboratorio, y el trabajo en Matheson & Singh va en aumento... incluso el que paga. Sinceramente no podría pedir más. En ocasiones hablamos de la posibilidad de adoptar un niño, pero la verdad es que no tenemos tiempo.
No hablamos a menudo de la noche que pillé al grafitero. La noche en que el centro quedó a oscuras durante seis horas. La noche en la que varios refrigeradores llenos de muestras forenses se estropearon. Rachel se niega a considerar ninguna teoría paranoica sobre el hecho; las pruebas han desparecido, dice. No tiene sentido hacer cábalas.
Pero yo en ocasiones me pregunto cuántas personas puede haber que sostengan las mismas ideas que aquel niño trastornado. No en términos de naciones, ni en términos de raza; sino personas que han trazado su propia línea para separar a
ellos
de
nosotros.
Que no son bufones con botas militares, desfilando para las cámaras; que son inteligentes, tienen recursos y visión. Y se mantienen en silencio.
Y me pregunto qué tipo de fortaleza estarán construyendo.
Las hojas y las ramas crujen bajo cada paso; no un susurro suave, sino el sonido brusco y seco del daño irrevocable e irrepetible, como si quisiese meterme en el cráneo el hecho de que nadie había pasado por aquí en mucho tiempo. Cada pisada proclama que la ayuda no llegará, que no habrá interrupciones, ni distracciones.
Me he sentido débil y mareado desde que abandonamos el coche, y una parte de mí todavía espera que me limite a desmayarme, cayendo en este mismo punto y que no vuelva a levantarme nunca. Pero mi cuerpo no muestra signos de cumplir: tercamente actúa como si cada paso hacia adelante fuese el acto más simple del mundo, como si su sentido del equilibrio no se hubiese alterado, como si la fatiga y la náusea sólo existiesen dentro de mi cabeza. Podría fingirlo: podría dejarme caer al suelo y negarme a moverme.
Acabar de una vez.
Pero no lo hago.
Porque no quiero que
acabe.
Lo vuelvo a intentar.
—Cárter, podrías ser
rico
, tío. Trabajaría para ti durante el resto de mi vida —buen toque:
mi
vida, no
tu
vida; hace que el acuerdo suene mejor —. ¿Sabes cuánto le hice ganar a Finn en
seis meses
?¡Medio millón! Suma.
No responde. Dejo de caminar y me vuelvo para mirarle. Él también se detiene, manteniéndose a distancia. Cárter no tiene aspecto de ejecutor. Debe tener cerca de sesenta años: de pelo gris, con un rostro amable y marcado. Sigue siendo de constitución sólida, pero como si fuese el abuelo antiguo atleta de alguien, un boxeador o jugador de fútbol de hace cuarenta años, ahora dedicado a los grandes esfuerzos de la jardinería.
Agita la pistola con tranquilidad.
—Avanza más. Hemos dejado atrás la zona que la gente usa para mear, pero los domingueros, senderistas... no se puede ser demasiado cuidadoso.
Vacilo, Me dedica una amable mirada de reproche. ¿
Si me negase a moverme
? Me dispararía aquí mismo y cargaría con el cuerpo el resto del camino. Me lo imagino avanzando, con mi cadáver colocado de cualquier forma sobre los hombros. Por
decente
que pudiese parecer a primera vista, la verdad es que el tipo es un puto robot: tiene algún tipo de implante neuronal, una religión extravagante; todo el mundo lo sabe.
Susurro.
—
Cárter...
por favor.
Hace un gesto con el arma.
Me vuelvo y empiezo a caminar de nuevo.
Todavía no entiendo cómo Finn me descubrió. Creía que yo era el mejor hacker que tenía, ¿Quién podría seguir mi rastro desde el exterior? ¡
Nadie
! Debió plantar a alguien dentro de una de las corporaciones que yo jodía en su nombre, simplemente para mantenerme controlado, el muy cabrón paranoico. Y nunca me quedé con más del diez por ciento. Me gustaría haberme quedado con el cincuenta. Me gustaría haber hecho que valiese la pena.
Concentro el oído, pero no puedo captar ni la más mínima indicación de tráfico; simplemente el canto de los pájaros, el sonido de los insectos, el crujido de loa restos del bosque bajo los pies. Puta
naturaleza.
Me niego a morir aquí. Quiero terminar mi vida como un ser humano: en Cuidados Intensivos, puesto de morfina, rodeado de médicos horrorosamente caros y máquinas de soporte vital brutales e inmisericordes. Luego el cadáver puede ir a órbita, preferiblemente alrededor del Sol. No me importa lo que cueste, siempre que yo no acabe como parte del puto ciclo de la vida: carbono, fósforo, nitrógeno,
Gaia. Me divorcio de ti.
Vete a chuparle los nutrientes a otro, zorra de mierda.
Furia malgastada, tiempo malgastado. Por favor, no me mates, Cárter: no puedo soportar regresar a la indiferente biosfera.
Seguro que eso le hace cambiar de opinión.
Entonces, ¿qué?
—Tengo
veinticinco años
, tío. Todavía no he
vivido.
He pasado los últimos diez años jugando con ordenadores. Ni siquiera tengo hijos. ¿Cómo puedes matar a alguien que todavía no ha tenido hijos? —durante un segundo, seducido por mi propia retórica, considero seriamente decir que soy virgen... pero eso podría ser pasarse... y suena menos egoísta, menos hedonista, afirmar mi derechos a la paternidad que lloriquear sobre el sexo.
Cárter ríe.
—¿Quieres la inmortalidad a través de los
hijos
? Olvídalo. Yo mismo tengo dos hijos. Para mí no son nada. Son completos extraños.
—¿Sí? Es triste. Pero aun así yo debería tener la oportunidad.
—¿Tu oportunidad de qué? ¿De fingir que vivirás a través de tus hijos? ¿De engañarte?
Me río con complicidad —intentando que parezca que compartimos un chiste que sólo dos cínicos con las mismas ideas podrían apreciar.
—Claro que quiero la oportunidad de
engañarme.
Quiero vivir engañándome durante cincuenta años más. A mí me suena bien.
No responde.
Reduzco ligeramente el paso, acortándolo, fingiendo problemas con el terreno desigual. ¿
Por qué
? ¿Realmente creo que unos minutos más me ofrecerán la oportunidad de formular un plan brillante? ¿O simplemente gano tiempo porque sí? ¿Simplemente prolongando la agonía?
Me detengo, y de pronto me encuentro sufriendo arcadas; las convulsiones son fuertes, pero no sale nada excepto un ligero sabor ácido. Cuando acaba, me limpio el sudor y las lágrimas de la cara e intento dejar de temblar, odiando más que nada el hecho de que me preocupe mi
dignidad
, el hecho de que me
importe
o no morir en medio de un charco dé vómito, lloriqueando como un niño, Como si este paseo hasta mi muerte fuese todo lo que importase ahora; como si estos últimos minutos de mi vida hubiesen ganado más importancia que todo lo demás.
Pero así es
, ¿
no
?
Todo lo demás queda en el pasado, se ha ido.
Sí, y pronto esto también se
irá.
Si voy a morir, no hay necesidad de "hacer las paces" conmigo mismo, ninguna razón para "prepararme" ante la muerte. La forma en que me enfrente a la extinción es tan pasajera, tan irrelevante, como la forma en que me encaro a cualquier otro momento de mi vida.
Lo única forma posible de hacer que este momento tenga
importancia
sería encontrar una forma de sobrevivir.
Cuando recupero el aliento, intento alargar el retraso.
—Cárter, ¿cuántas veces has hecho esto mismo?
—Treinta y tres.
Treinta y tres.
Ya es difícil de aceptar cuando un imbécil fetichista de las armas aprieta el gallito de su semiautomática y acribilla una multitud, pero treinta y tres paseos tranquilos por el bosque,..
—Dime: ¿cómo se lo toma la mayoría de la gente? Me gustaría saberlo en serio, ¿Vomitan? ¿Lloran? ¿Ruegan?
Se encoge de hombros.
—A veces.
—¿Intentan sobornarte?
—Casi siempre.
—¿Pero no se te puede comprar?
No responde.
—O... ¿alguien alguna vez ha hecho la oferta adecuada? ¿Qué quieres que no sea dinero? ¿
Sexo
? —su rostro permanece impasible, no hay mueca de asco... así que en lugar de convertirlo en un chiste, retirando lo que podría haber sido un insulto, sigo adelante, algo mareado—. ¿Es eso? ¿Quieres que te chupe la polla? Si eso es lo que quieres, lo haré.
Me vuelve a dedicar esa mirada de amonestación. No de desprecio por mi súplica vergonzosa, no desagrado ante mi oferta mal calculada; simplemente una pequeña irritación ante el hecho de que esté malgastando su tiempo.