Axiomático (23 page)

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Authors: Greg Egan

BOOK: Axiomático
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—¿Estás seguro?

—Por completo. James puede cuidar de mí, para eso le pagamos. Y si sé que cuidas de Zeitgeist, no tendré que preocuparme aquí tendido; sé que todo estará bajo control.

De hecho, tan pronto como se va, la idea de preocuparme de algo tan remoto e inconsecuente como el precio de las acciones de mi empresa me resulta totalmente grotesca. Giro la cabeza de forma que la figura en la cama mira una vez más directamente a "mí". Me paso la mano por el pecho, y la mayoría de los cables y tubos que me "cubrían" desaparecen, sin dejar atrás nada excepto una sábana algo arrugada. Me río un poco... una visión extraña. Parece el recuerdo de la última vez que me reí frente al espejo.

James regresa, seguido de cuatro figuras genéricas vestidas de blanco, cuyo número se reduce a dos, un joven y una mujer de mediana edad, cuando giro la cabeza en su dirección.

La mujer dice:

—Señor Lowe, soy la doctora Tyler, su neuróloga. ¿Cómo se siente?

—¿Cómo me siento? Me siento como si estuviese en el techo.

—¿Sigue mareado por la anestesia?

—¡
No
!—casi grito: ¿
No puede mirarme cuando le hablo
? Pero me calmo y digo con voz tranquila—: No estoy "mareado"... estoy
alucinando.
Lo veo todo como si me encontrase en el techo, mirando hacia abajo. ¿Me comprende? Veo como se mueven mis labios al decir estas palabras. Estoy mirando la parte superior de su cabeza. Estoy teniendo una experiencia extracorporal... ahora mismo, delante de usted —
o por encima de usted
—, Empezó en la sala de operaciones. Vi al robot sacar la bala. Lo

, fue una ilusión, una especie de sueño lúcido... realmente no
vi
nada... pero me sigue pasando. Estoy despierto, y me sigue pasando.
No puedo bajar.

La doctora Tyler dice con firmeza.

—El cirujano no extrajo la bala. Nunca entró; no hizo más que rozar el cráneo. El impacto provocó una fractura e insertó algunos fragmentos de hueso en el tejido que había debajo... pero la región dañada es muy pequeña.

Sonrío de alivio al oírlo... y luego me detengo; parece demasiado extraño, demasiado forzado. Digo:

—Es una gran noticia. Pero sigo allá arriba.

La doctora Tyler frunce el ceño. ¿
Cómo lo sé
? Está inclinada sobre mí y parece tener el rostro oculto... pero de alguna forma me llega esa información, como si la transmitiese un sentido extra. Esto es una locura: las cosas que debo estar "viendo" con mis propios ojos —las cosas que me
corresponde
saber— están adoptando un aire de clarividencia poco segura, mientras que mi "visión" de la habitación —un conjunto de suposiciones y fantasías— se hace pasar por la verdad fidedigna.

—¿Cree que puede sentarse?

Puedo... lentamente. Estoy muy débil, pero ciertamente no estoy paralizado, y con movimientos poco agraciados de pies y codos, consigo colocarme en posición sentada. El esfuerzo me hace ser extremadamente consciente de todos mis miembros, de todas las articulaciones y todos los músculos... pero consciente sobre todo de que la relación de esos elementos
entre ellos
no ha cambiado. El hueso de la cadera sigue conectado con el fémur, y eso es lo que cuenta, por muy lejos que me sienta de los dos.

Mi visión permanece fija mientras se mueve mi cuerpo, pero no me resulta especialmente desconcertante; en cierta forma, no parece más extraño que el darse cuenta de que girar la cabeza no hace que el mundo gire en dirección opuesta.

La doctora Tyler levanta la mano derecha.

—¿Cuántos dedos?

—Dos.

—¿Ahora?

—Cuatro.

Protege la mano del escrutinio aéreo usando un bloc de notas.

—¿Ahora?

—Uno. Pero no puedo verlo. Ha sido una suposición.

—Ha supuesto bien. ¿Ahora?

—Tres.

—Correcto otra vez. ¿Y ahora?

—Dos.

—Correcto.

Oculta la mano a la figura de la cama, "mostrándosela" a mi yo aéreo. Me equivoco tres veces seguidas, un acierto, un error y luego otra vez error.

Todo lo cual es perfectamente razonable, claro está: sólo sé lo que mis ojos pueden ver; el resto es pura suposición. Queda demostrado que
no
estoy observando el mundo desde un punto a tres metros sobre mi cabeza. Pero que la verdad quede tan claramente en evidencia no cambia nada: no desciendo.

De pronto la doctora Tyler lanza dos dedos hacia mis ojos, deteniéndose a punto de hacer contacto. Ni siquiera me toma por sorpresa; desde esta distancia no es más amenazador que ver a Los Tres Chiflados.

—El reflejo de parpadeo funciona —dice... pero sé que debería haber hecho algo más que
parpadear.

Mira alrededor de la habitación, encuentra una silla, la coloca junto a la cama. Luego le dice a su colega:

—Búscame una escoba.

Se sube a la silla.

—Creo que debemos intentar localizar exactamente
dónde
cree estar —el joven regresa con tubo blanco de plástico de dos metros de largo.

—Extensión de la aspiradora —explica—. No hay escobas en las alas privadas.

James se aparta, mirando inseguro hacia arriba de vez en cuando. Empieza a sentirse alarmado, de una forma muy diplomática.

La doctora Tyler coge el tubo, lo levanta con una mano, y empieza a pasar un extremo por el techo.

—Dígame cuándo me acerco, señor Lowe —la cosa se acerca a mí, moviéndose desde la izquierda, luego se desliza por la zona inferior de mi campo de visión, esquivándome por unos pocos centímetros.

—¿Estoy cerca?

—Yo... —el sonido del roce me intimida; me lleva cierto esfuerzo el cooperar, guiar el objeto hacia mí.

Cuando el tubo finalmente se sitúa sobre mí, tengo que resistirme a la sensación de claustrofobia, y miro al largo túnel oscuro. Al otro extremo, en un círculo de luz reluciente, se encuentra la punta del zapato blanco de la doctora Tyler.

—¿Qué ve ahora?

Describo lo que veo. Manteniendo fijo el extremo de arriba, inclina el tubo hacia la cama, hasta que apunta directamente a mi frente vendada, mis ojos asombrados: un camino extraño y luminoso.

—Intente... moverse hacia la luz —propone.

Lo intento. Retuerzo el rostro, aprieto los dientes, me animo a bajar por el túnel: de regreso a mi cráneo, de regreso a mi ciudadela, de regreso a mi sala de proyecciones privada. De regreso al trono de mi ego, al ancla de mi identidad.
De regreso a casa.

No sucede nada.

Siempre supe que acabaría con una bala en el cerebro. Tenía que pasar: había ganado demasiado dinero, había tenido demasiada suerte. En lo más profundo, siempre comprendí que, tarde o temprano, mi vida recuperaría el equilibrio. Y siempre esperé que mi asesino fallase, dejándome tullido, mudo, amnésico; obligado a luchar para recuperarme, obligado a redescubrir —o reinventar— mi ser.

Ofreciéndome una oportunidad de empezar a vivir de nuevo.

¿Pero esto? ¿Qué clase de redención es
ésta
?

Con los ojos cerrados o abiertos, no tengo problemas para identificar pinchazos de alfiler por todo mi cuerpo, desde la planta de los pies hasta la coronilla, pero la superficie de mi piel, por claramente delimitada que esté, sigue sin
contenerme.

La doctora Tyler muestra a mí yo de abajo fotografías de torturas, chistes gráficos, pornografía, Me estremezco, sonrío y tengo erecciones... antes de saber qué estoy "mirando".

—Como un paciente con el cerebro dividido —reflexiono—, ¿No es eso lo que sucede? Se les muestra una imagen a la mitad de su campo visual, y responden emocionalmente, sin poder describir lo que ven.

—Su cuerpo calloso está perfectamente intacto. No es usted un paciente con el cerebro dividido, señor Lowe.

—Horizontalmente no... ¿pero y verticalmente? —un silencio sepulcral. Digo—: Estoy bromeando. ¿No puedo hacer chistes? —le veo escribir en el bloc de notas: REACCIÓN EXTRAÑA. "Leo" el comentario sin esfuerzo, a pesar de mi elevación... pero no tengo valor de preguntarle si realmente lo ha escrito.

Me colocan un espejo frente a la cara... y cuando lo apartan, me veo menos pálido, menos demacrado que antes. Dirigen el espejo hacia mí arriba, y el lugar donde "estoy" se "muestra" vacío... pero eso ya lo sabíamos.

A cada oportunidad que tengo, miro a "mi alrededor" con mis ojos... y mi visión de la habitación se hace más detallada, más estable, más consistente. Experimento con sonidos, tamborileando con el dedo en la mesilla de noche, sobre las costillas, en la mandíbula, en el cráneo. No tengo problemas para convencerme de que sigo oyendo por mis oídos —cuando más cerca está un sonido a esos órganos de allá abajo, más intenso parece, como siempre— pero tampoco tengo ninguna dificultad para interpretar correctamente esas señales; cuando chasqueo los dedos junto a la oreja derecha, es evidente que la fuente del sonido está cerca de
mi oído
, no cerca de
mí.

Finalmente, la doctora Tyler me deja intentar caminar. Al principio me comporto con torpeza y problemas de equilibrio, distraído por la perspectiva desacostumbrada, pero pronto aprendo a aceptar de la visión lo que necesito —la posición de los obstáculos— y desestimar el resto. A medida que mi cuerpo atraviesa la habitación, me muevo con él, flotando más o menos directamente por encima... en ocasiones quedo atrás o me adelanto, pero nunca por mucho. Curiosamente, no siento ningún conflicto entre mi sentido del equilibrio, que me indica que estoy de pie, y mi visión hacia abajo, que "debería" sugerir (pero no lo hace) que mi cuerpo está mirando al suelo. De alguna forma, el sentido ha desaparecido, y no tiene nada que ver con el hecho de que puedo "verme" a mí mismo de pie. Quizá mi orientación real se obtenga, inconscientemente, a partir de las pruebas de mis ojos, en un punto antes de que la región dañada de mi cerebro corrompa la información, al igual que sucede con mi conocimiento "clarividente" de los objetos "ocultos".

Estoy seguro de que podría caminar durante un kilómetro, pero no muy rápidamente. Coloco mi cuerpo en una silla de ruedas, y un asistente taciturno la empuja —conmigo en ella— para sacarla de la habitación. El movimiento suave e involuntario de mi punto de vista resulta alarmante al principio, pero gradualmente comienza a tener sentido: después de todo, puedo sentir mis manos en los reposabrazos, la silla contra las piernas, glúteos, espalda... una "parte" de mí
está
en la silla de ruedas, y, como un patinador mirándose a los pies, debería poder hacerme a la idea de que el "resto" de mí está unido, y por tanto está obligado a seguirme. Por pasillos, subiendo rampas, entrando y saliendo de ascensores, atravesando puertas... Tengo la fantasía de atreverme a vagar alejándome a mí mismo —girar a la izquierda cuando el asistente gira a la derecha— pero la verdad es que ni siquiera puedo empezar a imaginar cómo podría hacer tal cosa.

Entramos en una pasarela atestada que une los dos bloques principales del hospital, y acabo viajando junto a otro paciente en silla de ruedas —un hombre como de mi edad, con la cabeza también vendada. Me pregunto qué le ha pasado, y que le depara el futuro— pero no parece ni el momento ni el lugar de empezar a charlar. Desde lo alto (al menos, tal y como lo veo) esos dos casos de cabeza vendada y vestidos con batas de hospital son casi indistinguibles y me descubro preguntándome: ¿
Qué me importa lo que le pase a uno de esos dos cuerpos más que al otro
? ¿
Cómo puede ser tan importante, cuando apenas puedo distinguirlos
?

Agarro con fuerza los reposabrazos de la silla, pero me resisto a la tentación de alzar una mano y hacerme una señal:
Este soy yo.

Al fin llegamos a Exploración Médica. Atado a una mesa motorizada, con la sangre rebosante de un cóctel de sustancias radiactivas, me guían a un aparato compuesto de varias toneladas de imanes superconductores y detectores de partículas. El artefacto me rodea por completo la cabeza, pero la sala no desaparece de inmediato. Los técnicos, desconectados de la realidad, se mantienen ocupados moviendo los controles del escáner, como viejos extras de películas de celuloide fingiendo, nada convincentemente, saber operar una planta de energía nuclear o una nave interestelar. Gradualmente, la escena va pasando a negro.

Cuando salgo, con ojos ajustados a la oscuridad, durante un segundo o dos, la sala me resulta insoportablemente brillante.

—No tenemos casos anteriores de lesiones exactamente en esa zona —admite la doctora Tyler, atentamente sosteniendo el escáner cerebral en un ángulo que me permite observar, y visualizar simultáneamente, su contenido. Sin embargo, insiste en dirigir sus comentarios a mi yo de abajo, lo que me hace sentir un poco como un niño tratado con condescendencia, del que los adultos pasan, y que en lugar de hablarle directamente se agachan para decirle hola al osito de peluche.

—Sabemos que se trata de la corteza asociativa. Procesamiento e integración de alto nivel de datos sensoriales. El lugar donde su cerebro construye modelos del mundo y de su relación con él. A partir de los síntomas, parece que ha perdido el acceso al modelo primario, así que está compensando con uno secundario.

—¿Qué se supone que significa eso? ¿Modelo primario, modelo secundario? Lo sigo viendo todo a través del mismo par de ojos, ¿no?

—Sí.

—Entonces, ¿cómo es posible que
no lo vea de esa forma
? Una cámara dañada produce una imagen defectuosa... no empieza a ofrecer un punto de vista aéreo de lo que sucede en el suelo.

—Olvide las cámaras. La
visión
no se parece en nada a la fotografía... es un acto cognitivo muy complejo. Un patrón de luz sobre su retina no significa nada hasta que no se ha
analizado
: eso va desde detección de bordes, detección de movimiento, extraer características del ruido, simplificar, extrapolar... hasta llegar a la construcción de objetos hipotéticos, compararlos con la realidad, compararlos con los recuerdos y las expectativas... el producto final
no es
una película en su cabeza, es un conjunto de conclusiones sobre el mundo.

»El cerebro combina esas conclusiones para formar modelos de lo que le rodea. El modelo primario incluye información sobre más o menos todo lo que le resulta directamente visible en un momento dado... y nada más. Realiza el uso más eficiente de todos sus datos visuales y realiza el menor número posible de suposiciones. Así que posee muchas ventajas... pero no surge automáticamente del hecho de que los datos llegasen
a través de sus ojos.
Y no es la única posibilidad: todos construimos otros modelos, continuamente; la mayoría de la gente puede imaginar su entorno desde casi cualquier ángulo...

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