Read Aventuras de «La mano negra» Online
Authors: Hans Jürgen Press
Sujetó fuertemente al señor X, a pesar de sus protestas.
—¿Desde cuándo está prohibido oler a estiércol de vaca? ¡Déjeme!
—¡Usted ha falsificado sellos! ¿Dónde están?
El hombre no respondió una palabra.
Mientras tanto, los policías inspeccionaron todo el terreno. Pero no encontraron nada. Ya iban a dejar al individuo en libertad, cuando «la mano negra» apareció.
—¿Quiénes sois vosotros? —preguntó el inspector con severidad.
—Somos «la mano negra» —respondió Félix cortésmente—. ¿Le podemos mostrar dónde está el maletín con los sellos falsos?
¿Dónde suponía Félix que estaba el maletín?
Eran las 11.45 cuando la puerta de la comisaría número 11 se abrió bruscamente y entró una señora.
—¡Señor agente! —exclamó—. ¡Venga usted conmigo! La noche pasada me han robado las joyas.
—Siéntese usted ahí —dijo el inspector Faraldo, y se dirigió de nuevo a «la mano negra»—: «... nosotros mostramos entonces al agente que el maletín desaparecido estaba colgado en el pozo y que contenía los sellos falsificados, ¿no?».
Todos asintieron con la cabeza.
—Entonces, firmad la declaración.
—Señor agente, ¿no puede usted enviar a alguien? —preguntó la señora desde el fondo.
—Están todos fuera, señora... ¿Cuál es su nombre?
—Lidia Acosta.
—Antes de nada tiene usted que poner una denuncia.
Cuando diez minutos más tarde la señora Acosta abandonó la comisaría, «la mano negra» la esperaba fuera, en la escalera, y Félix le dijo:
—No se preocupe usted, señora Acosta, nosotros la ayudaremos.
Poco después estaban en el lugar de los hechos.
—¡Caramba, vaya desorden —dijo Adela—. Pero por lo menos sabemos a qué hora estuvo aquí.
¿Cómo sabía Adela la hora en que había ocurrido?
—El reloj de péndulo de la señora Acosta está parado exactamente cinco minutos después de medianoche —hizo saber Adela—. El malhechor buscaba probablemente la caja fuerte.
La señora Acosta les ofreció bombones rellenos.
—Y el individuo entró en la vivienda por el balcón —aseguró Félix—. Mirad, hay un cristal roto.
«La mano negra» salió al balcón y lo inspeccionó a fondo.
—No hay la más mínima huella —constató Rollo, y examinó el canalón con una lupa.
—Luego, nuestro hombre tiene que haber subido por el tejado —conjeturó Félix.
Kiki c. a. acarició a su ardilla y le dijo en voz baja:
—Esto es trabajo tuyo, amiguita.
Luego la hizo subir hacia el tejado. Pasado un rato, la ardilla volvió por el canalón, entre las patas sostenía algo.
—¡Hombre, una entrada de cine! —gritó Rollo—. Esto es una pista.
Adela se ladeó la trenza izquierda y dijo:
—Tenemos que averiguar qué película ha visto.
«La mano negra» buscó un periódico yestudió detenidamente la cartelera. Félix fue el primero en descubrirlo.
—Ese individuo ha elegido una película bastante extravagante —dijo, golpeándose en la rodilla.
¿Cuál era el título de la película?
La película se llamaba
Grandes bolsillos, dedos largos
. Adela, con la entrada de cine en la mano miró el reverso y exclamó:
—¡Mirad!
La pandilla leyó a coro: «amil».
—Esto es parte de un nombre —observó Félix—. El sospechoso había reservado la entrada.
—Y esto significa —prosiguió Adela nerviosa— que va con frecuencia a ese cine.
A la noche siguiente, «la mano negra» estaba ante la taquilla del cine Palace. En cualquier momento tenía que ir alguien a pedir una entrada a nombre de «amil». Pero el único que llegó fue el portero para echarlos.
—Somos «la mano negra», señor —dijo Adela.
—¿Sois «la mano negra» de la que hablaron los periódicos? —preguntó el portero.
—Efectivamente —dijo Adela orgullosa.
En seguida todos estuvieron bajo la protección personal del portero del cine.
Por fin, a la tercera noche hubo suerte. Un hombre y una mujer con traje de motoristas se acercaron a la taquilla.
—Las entradas para Villamil, por favor.
Gracias al portero «la mano negra» consiguió cuatro asientos en la primera fila.
—Tenemos que seguir la pista al sospechoso —dijo Félix.
—¿Tenéis idea de dónde están sentados?
Después de media hora Kiki c. a. susurró:
—¡Allí están!
¿En qué fila estaban sentados los sospechosos?
Después de que «la mano negra» reconociese al conductor de la moto y a la mujer en la sexta fila, abandonó la sala para deliberar fuera.
—Tenemos que averiguar dónde vive Villamil- dijo Rollo.
—¿Y cómo? —preguntó Adela.
—Le seguiremos con nuestras bicicletas.
y dicho esto, se apostaron en las tres salidas, mientras Félix observaba también las motos que estaban en el aparcamiento. Poco después de las 20.30 la gente abandonó el cine. Minutos más tarde la trompeta de Félix daba la señal convenida para montarse en las bicicletas.
«La mano negra» desembocó en la calle de la Sardina y corrió detrás de la moto. Pero Villamil iba a toda marcha y en una calle lateral le perdieron de vista. Aún se oía el motor, pero de pronto se calló.
—¡Se ha parado! —grito Félix—, ¡ahora buscaremos la moto! La matrícula es PXE-1314.
Minutos más tarde encontraron la moto en la calle del Trino, 28. En seguida examinaron los nombres de los vecinos que figuraban en el panel de timbres del portal.
—¡Qué pena! —dijo Adela—, Villamil no aparece.
Félix dijo, riendo irónicamente:
—¡Os equivocáis!, Villamil vive en esta casa.
¿Dónde vio Félix el nombre que buscaban?
Félix había descubierto el nombre de Villamil en uno de los buzones de la casa.
—Ahora tenemos que entrar en la cueva del león —dijo Adela.
—Mejor será que lo hagamos con la luz del día —repuso Félix.
Cuando a la mañana siguiente la pandilla volvió a la calle del Trino, vio en seguida que la moto había desaparecido. Entraron todos en la casa y descubrieron que Villamil vivía en la buhardilla. Rollo pulsó el timbre. Sonó fuerte, pero nadie salió. Félix quiso mirar por la cerradura.
—Está tapada por una cortina —dijo decepcionado.
—¡Déjame ver! —dijo Adela moviendo el picaporte.
La llave estaba echada, pero alguien dijo desde dentro:
—¡Estoy enfermo! ¡Estoy en la cama! ¡Por favor, no molesten!
—Es raro, si tocamos el timbre no contesta nadie —dijo Rollo, intentando girar el picaporte.
Y nuevamente sonó la voz:
—¡Estoy enfermo! ¡Estoy en la cama! ¡Por favor, no molesten!
Rollo tenía ya en la mano una navaja especial de bolsillo con diecisiete accesorios, y en un instante había separado la clavija del picaporte. Quitó una parte, empujó la otra hacia dentro y miró por el agujero.
—¡La cama está vacía! —murmuró asombrado.
Adela miró también y dijo:
—¡Ni huella de Villamil! Sin embargo, yo sé desde dónde habla.
¿De dónde venía la voz de Villamil?
La voz de Villamil venía de un magnetófono que estaba debajo de la cama.
—El pájaro se ha escapado —dijo Adela—. ¿Qué hacemos ahora?
—Tenemos la matrícula de su moto —aclaró Rollo.
—El caso es desesperado —rechazó Kiki c. a. y partió una avellana a su ardilla.
—¡No! —dijo Félix—, no nos rendiremos. ¡Seguiremos buscando! ¿Está claro?
Pasaron varios días. «La mano negra» vigilaba calles, patios y aparcamientos. Pero en vano. Finalmente, visitaron otros barrios. Pero la moto y Villa mil seguían sin a parecer.
Rollo quería ya dejarlo cuando la casualidad vino en su ayuda. Un día por la tarde en que la pandilla iba al campo, Félix se paró en seco.
—¡Mirad! —gritó.
De entre la maleza sobresalía la matrícula PXE-1314.
—Sólo falta la rueda trasera —comprobó Adela.
—¿Y el conductor? —preguntó Kiki c. a.—. ¡No puede estar muy lejos!
«La mano negra» registró los alrededores.
—¡Venid! —gritó Félix y corrió en dirección al aparcamiento de un camping cercano.
Sólo habían pasado unos segundos cuando, señalando una tienda de campaña, dijo: