88. Lutero, el gran bienhechor.
Lo más importante que hizo Lutero fue suscitar desconfianza hacia los santos y hacia la vida contemplativa en general. Sólo a partir de su época se abrió en Europa el camino hacia una vida contemplativa no cristiana y se frenó el desprecio hacia la actividad laica. Lutero, que, dentro de su convento, siguió siendo el hijo de un honrado minero, al no encontrar allí otras profundidades y otros filones, descendió al fondo de sí mismo donde abrió terribles galerías subterráneas. Lutero acabó comprendiendo que no podía llevar una vida santa y contemplativa, pues la tendencia a la
actividad
que le era innata destruiría su alma y su cuerpo. Durante largo tiempo, procuró seguir el camino de la santidad a base de mortificaciones, pero acabó tomando una decisión y diciéndose a sí mismo: «¡No existe una verdadera vida contemplativa! ¡Nos hemos dejado engañar! Los santos no valen más que nosotros». Esta era, por supuesto, una forma bastante rústica de tener razón, pero para los alemanes de la época constituía la única apropiada. ¡Qué confortados se debían sentir al leer en el catecismo de Lutero estas palabras: «Futra de los diez mandamientos, ninguna obra puede agradar a Dios; las obras espirituales que tanto
alaban
los santos, son puramente imaginarias».!
89. La duda como pecado.
El cristianismo ha hecho todo lo posible por crear un círculo infranqueable en torno a él: declara que la duda, por sí sola, constituye ya un pecado. El individuo debe arrojarse sin pensarlo en la fe, olvidándose de la razón, en virtud de un milagro, y nadar desde entonces en ese elemento más claro y menos equivoco que ningún otro; lanzar una simple mirada a la tierra firme, pensar que quizá la existencia sea algo más que nadar, el menor movimiento de nuestra anfibia naturaleza, son suficientes para hacernos caer en el pecado. Es de advertir que, según esta forma de pensar, tratar de probar la fe y reflexionar sobre los orígenes de ésta son actos pecaminosos. Lo que se exige es estar ciego y ebrio, elevar un cántico eterno por encima de las olas en las que se ha ahogado la razón.
90. Egoísmo contra egoísmo.
Cuántos hay todavía que piensan que la vida sería insoportable si Dios no existiera; o, como dicen los idealistas, que la vida sería insoportable si no tuviera un significado moral. En consecuencia, es necesario que Dios exista o que la existencia tenga un significado moral. Sin embargo, lo cierto es precisamente lo contrario: que quien se ha habituado a esta idea no puede vivir sin ella, y que, en consecuencia, ésta es necesaria para su conservación. Ahora bien, ¡qué presunción supone declarar que todo lo que necesitamos para conservarnos debe existir realmente! ¡Cómo si nuestra conservación fuera algo necesario! ¿Qué sucedería si otros pensaran lo contrario: si se negasen a vivir bajo las condiciones de esos dos artículos de fe, y si, en el caso de que tales condiciones fueran reales, la vida no les pareciera digna de ser vivida? Pues eso es, precisamente, lo que sucede hoy en día.
91. La buena fe de Dios.
¿Sería bueno un Dios omnipotente y omnisciente que no se preocupara ni lo más mínimo de que sus intenciones fueran comprendidas por sus criaturas? ¿No sería cruel un Dios que, estando en posesión de la verdad, contemplara con frialdad a la humanidad atormentada cruelmente a causa de ella, un Dios que dejara sin deshacer durante millares de años innumerables dudas y vacilaciones, como si éstas no afectaran a la salvación de los hombres, amenazando, sin embargo, a éstos con las más terribles consecuencias en el caso de que incurrieran en el error? ¿Se tratará, más bien, de un Dios que, aun siendo amor, no puede explicarse con mayor claridad porque le falta ingenio y elocuencia? Esta posibilidad sería todavía más grave, pues, en tal caso, se habría equivocado en lo que considera su
verdad
y parecería un pobre diablo
engañado
. Tendría que sufrir, entonces, unos tormentos casi infernales al ver padecer eternamente a sus criaturas en su intento de descifrar el enigma de su naturaleza, y no poder aconsejarlas ni ayudarlas más que a la manera de un sordomudo que hace toda clase de señales confusas cuando su hijo o su perro se encuentran en un grave peligro. Un creyente que, en su desesperación, discurriera de este modo, sería realmente culpable en el caso de que su compasión por ese Dios afligido le afectara más de cerca que la compasión por los demás hombres, pues éstos no serían ya su
prójimo
, habida cuenta de que ese gran solitario sería el más afligido de todos y, en consecuencia, el que tendría mayor necesidad de consuelo.
En su sello de origen, todas las religiones reflejan un estado intelectual humano demasiado joven e inmaduro; no toman en serio la obligación de decir la verdad, no conciben que
Dios tenga un deber para con los hombres
: el de que su revelación sea clara y precisa.
Nadie ha sido tan elocuente como Pascal a la hora de hablar del
Dios oculto
y de sus razones para permanecer escondido y no decir las cosas sino a medias; lo que revela que, en este punto, Pascal no llegó nunca a tranquilizar su conciencia; pero se expresa con tanta confianza, que parece conocer los secretos de entre bastidores. Tenía la vaga idea de que el Dios escondido era algo totalmente inmoral, y temía confesárselo a sí mismo. Por eso hablaba tan alto, como la persona que tiene miedo.
92. Junto al lecho de muerte del cristianismo.
Los hombres realmente activos prescinden hoy del cristianismo, y los más moderados y contemplativos, con un nivel intelectual medio, no disponen más que de un cristianismo ajustado a las circunstancias, esto es, muy
simplificado
. Lo mejor y más vivo que ha subsistido del cristianismo es la idea de un Dios que, con su amor, lo dispone todo para nuestro bien último, un Dios que nos da y nos quita la virtud y la felicidad, de forma que todo acaba sucediendo como era conveniente que sucediera, sin que haya motivos para rechazar la vida ni para criticarla —en pocas palabras, la resignación y la humildad divinizadas—. Sin embargo, no nos damos cuenta de que el cristianismo ha desembocado en un vago
moralismo
; en lugar de
Dios
, de la
libertad
y de la
inmortalidad
, lo que queda es una especie de benevolencia y de sentido de la honradez, junto con la creencia de que esa benevolencia y ese sentido de la honradez acabarán imponiéndose en todo el universo. Esta es la
eutanasia
del cristianismo.
93. ¿Qué es la verdad?
¿Quién no disfruta oyendo las conclusiones que sacan los creyentes?: «La ciencia no puede ser verdadera porque niega la existencia de Dios. En consecuencia, no procede de Dios; lo que equivale a decir que no es verdadera, porque Dios es la verdad».
El error aquí no está en la conclusión, sino en la primera premisa. ¿Y si Dios fuera la
no
verdad, y estuviera demostrado que es así? ¿Y si fuera la vanidad, el ansia de poder, la impaciencia, el miedo, la locura que embriaga y aterroriza a los hombres?
94. Un remedio contra el malhumor.
Ya San Pablo creía que era necesario un sacrificio para aplacar la cólera de Dios a causa del pecado. Desde entonces, los cristianos no han dejado de descargar sobre una
víctima
el malhumor que ellos mismos se procuraban. Es necesario que algo (aunque sea en imagen) muera por sus pecados, ya sea el
mundo
, la
historia
, la
razón
, la
alegría
o incluso la tranquilidad de los demás.
95. La refutación histórica es la refutación definitiva.
Antiguamente se trataba de demostrar que Dios no existe; hoy se demuestra cómo surgió esa fe en la existencia de Dios, y por qué dicha fe fue adquiriendo cuerpo e importancia a lo largo de la historia. Con esta última demostración dejó de tener sentido el probar la inexistencia de Dios. ¿Qué se adelantaba antes refutando
las pruebas de la existencia de Dios
, si siempre quedaba la duda de que tal vez pudieran hallarse pruebas mejores que las que acababan de ser refutadas? En aquella época los ateos no sabían hacer tabla rasa.
96. «Con este signo vencerás».
Cualquiera que fuese el grado de progreso alcanzado por Europa en otros campos, en el religioso no ha llegado todavía a la ingenuidad liberal de los antiguos brahmanes, lo que demuestra que en la India de hace cuatro mil años se reflexionaba más y se transmitía en mayor grado a los descendientes la afición a reflexionar que hoy en día. Aquellos brahmanes creían que los sacerdotes eran más poderosos que los dioses, y que el poder de los sacerdotes radicaba en sus prácticas consagradas. Esta es la razón de que sus poetas no se cansaran de ensalzar sus prácticas (oraciones, ceremonias, sacrificios, cánticos, melopeas), a las que consideraban como auténticas dispensadoras de todo beneficio. Por mucha que fuese la dosis de superstición y de poesía que hubiera en esto, los principios seguían siendo
verdaderos
. Cuando se daba un paso más, se hacía aquello que también Europa hará algún día: prescindir de los dioses. Dando otro paso más, se prescindía de los sacerdotes y de los intermediarios. Apareció entonces un profeta que predicó
la religión de la redención por uno misino
: Buda. ¡Qué lejos está Europa aún de alcanzar ese grado de cultura! Cuando, finalmente, queden destruidas todas las prácticas y costumbres en las que se asienta el poder de los dioses, de los sacerdotes y de los salvadores, y muera la moral, entendida en el sentido antiguo, llegará… ¿Qué llegará? No tratemos de adivinarlo; procuremos, más bien, hacer uso de lo que ya concibió aquel pueblo de pensadores que fue la India, hace miles de años, como base del pensamiento. Puede que, entre los diferentes pueblos de Europa, ya existan diez o veinte millones de hombres que
no creen en Dios
; ¿será mucho pedirles que
elijan un signo común
? En cuanto se reconocieran entre sí y se dieran a conocer a otros, pasarían de inmediato a ser una potencia europea, y, afortunadamente, una potencia
entre
los pueblos, las castas, los ricos y los pobres, los que mandan y los que obedecen, los individuos más inquietos y los más tranquilos y tranquilizadores.
97. Obrar moralmente no tiene nada de moral.
El someterse a las leyes de la moral puede deberse al instinto de esclavitud, a la vanidad, al egoísmo, a la resignación, al fanatismo o a la irreflexión. Puede tratarse de un acto de desesperación o de un sometimiento a la autoridad de un soberano. En sí, no tiene nada de moral.
98. Los cambios en moral.
En la moral se está operando constantemente una labor transformadora: la causa de ello son
los crímenes de resultados felices
. (Cabe incluir aquí, por ejemplo, las innovaciones de los juicios morales).
99. En qué somos irracionales.
Continuamos extrayendo siempre consecuencias de juicios que consideramos falsos, de doctrinas en las que ya no creemos, a impulsos de nuestros sentimientos.
100. El despertar de un ensueño.
Antaño, hubo hombres ilustres y sabios que creyeron en la armonía de las esferas; hoy sigue habiendo hombres ilustres y sabios que creen en
el valor moral de la existencia
. Pero ya está cerca el día en que nuestros oídos tampoco percibirán ésa armonía. Se despertarán y caerán en la cuenta de que sus oídos habían estado soñando.
101. Algo digno de reflexión.
¿No estaremos obrando de mala fe, por cobardía o por pereza, cuando aceptamos una creencia por el simple hecho de que es costumbre hacerlo así? ¿Serían, entonces, la mala fe, la cobardía y la pereza las condiciones previas de la moral?
102. Los juicios morales más antiguos.
¿Cuál es nuestra actitud ante los actos de nuestro prójimo? En primer lugar, consideramos las consecuencias que nos reportarán a nosotros esos actos, y los juzgamos desde esa perspectiva. Este efecto que causan en nosotros es lo que llamamos
intención
del acto. Por último, las intenciones que atribuimos al prójimo las convertimos en cualidades permanentes suyas, de forma que hacemos de él
un hombre peligroso
, por ejemplo. Esto constituye un triple error, una triple equivocación tan antigua como el mundo. Puede que esto lo hayamos heredado de los animales y de su forma de juzgar. ¿No habrá que buscar el origen de toda moral en estas horribles
pequeñas conclusiones
?: lo que
me
perjudica es
malo
(lo perjudicial en sí); lo que
me
es útil es
bueno
(beneficioso y útil en sí); lo que
me
perjudica
una
o
varias veces
, me es hostil en sí mismo; lo que
me
es útil
una
o
varias veces
, me favorece en sí mismo.
O pudenda origo
! ¿No equivale esto a interpretar las relaciones pequeñas, casuales y accidentales que otro pueda tener con nosotros, como si fueran el fondo y la esencia de su ser, y pretender que sólo puede tener con todo el mundo y consigo mismo unas relaciones similares a las que ha tenido una o varias veces con nosotros? ¿No se esconde tras esta auténtica locura la más inmoderada de las pretensiones: la de creer que somos el principio del bien, puesto que el bien y el mal se determinan en relación a nosotros?
103. Dos formas de impugnar la moral.
Impugnar la moral
puede significar, primero, la negación de que los motivos éticos que
pretextan
los hombres para justificar sus actos, sea verdaderamente lo que les ha impulsado a realizarlos; lo que equivale a decir que la moral es una cuestión de palabras y que forma parte de esos engaños burdos o sutiles (autoengaños las más de las veces) que caracterizan al hombre y principalmente quizá al hombre notable por sus virtudes.
En segundo lugar, puede equivaler a negar que los juicios morales se basen en verdades. En este caso, se admite que tales juicios constituyen realmente los motivos de las acciones, pero se destaca que lo que impulsa a los hombres a realizar los actos
morales
son los
errores
que sirven de base a los juicios morales. Esto último es lo que yo defiendo, aunque no niego que, en muchos casos, la actitud de sutil desconfianza que se adopta en la primera forma de impugnación (como en el caso de La Rochefaucauld, por ejemplo), resulte adecuada y de gran utilidad general.