Atrapado en un sueño (3 page)

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Authors: Anna Jansson

Tags: #Intriga, Policíaca

BOOK: Atrapado en un sueño
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—¿Pero…? Puedo percibir que hay un pero detrás…

—Pero… la cosa no está exenta de complicaciones. Se llama Per Arvidsson y es policía. Seguramente lo recordarás. Aquel al que dispararon en acto de servicio. Físicamente se ha recuperado, pero cae en depresiones de tanto en tanto. Trabaja a mitad de jornada y acaba de separarse de su esposa. Tiene a los niños cada dos fines de semana. Nos vemos a veces, pero no se siente capaz de mantener una relación. No puede con mis hijos, le resulta demasiado difícil que tantas cosas giren en torno a ellos, así que nos vemos los fines de semana cuando no están nuestros respectivos hijos y tratamos de hacer algo. Ni siquiera está seguro de amarme. Dice que la única sensación que tiene es de vacío.

—¿Y eso es suficiente para ti? —inquirió Jonatan con un gesto muy serio—. Pienso que en ocasiones uno se conforma con migajas de la vida por creer que no merece más. Eso es lo que me pasó a mí. Quería que ella lo hiciera con todo su corazón, no que recurriera a mí de tanto en tanto, cuando necesitaba consuelo. Ahora que se ha ido me pregunto cómo llegamos a esa situación.

—Lo que me da Per me basta… si es lo único que me puede ofrecer ahora mismo. Seguro que poco a poco puede ir mejorando. Espero que con algo de tiempo la cosa se arregle.

—Cuídate, Maria, y llámame.

Jonatan se le quedó mirando un largo rato y Maria sintió como un cosquilleo por el cuerpo. Existía una tensión entre ellos. Así fue desde el primer momento, cuando ella, por error, le echó una bronca por teléfono un par de años atrás. Se diría que había pasado una eternidad. Maria se dio cuenta de que, a su pesar, no pudo evitar ruborizarse. Él, al advertirlo, le soltó la mano.

—Aprecio tu amistad —añadió, como si hubiera leído los pensamientos de ella y no quisiera incomodarla más. Acababa de declarar que estaba disponible y ello hubiera podido malinterpretarse como una proposición demasiado descarada.

Una enfermera asomó la cabeza detrás de la cortina que separaba las camillas.

—Jonatan, te están buscando en planta. ¿Has apagado tu localizador?

El médico se palpó el bolsillo del pecho.

—Tengo que haberlo olvidado en la sala de guardia. Nos vemos, Maria. Prométemelo. Llama cuando quieras.

—¿Cuánto tiempo debo quedarme aquí? —le preguntó a viva voz cuando Jonatan estaba ya en el pasillo.

—Por lo que a mí respecta puedes marcharte cuando te hayan realizado todas las pruebas. Tienes un par de costillas rotas. El cirujano tal vez quiera tenerte un tiempo en observación por si hay alguna hemorragia o una perforación en la pleura —respondió él mientras Maria veía el último retazo de su bata blanca doblando la esquina.

Tan pronto la dejaron sola empezó a darle vueltas a la cabeza. Repasó una y otra vez el terrible suceso, tratando de recordar más detalles. El muchacho alto llevaba botas Doc Martins con puntera de acero y vaqueros de la marca Kilroy. Un joven con bastante pasta, o bien de padres forrados de dinero, o generosos… Resultaba difícil precisar su edad. Los otros dos hablaban como si fueran oriundos de la región de Västerås, con eles pastosas. «¡Joder! Vamos a dejarlo, Roy. Nos piramo s». A l alto lo llamaban Roy. Hartman estaba examinando en ese momento la lista de delincuentes y bandas conocidas de esa comarca. Además, iba a solicitar también la contribución de testigos a través de la radio y los canales de televisión locales. Quedarse ahí esperando era una pérdida de tiempo. Maria quería ayudar, pero comprendió que no le dejarían participar en la investigación por su implicación personal.

—Los padres del chico quieren hablar con usted si tiene fuerzas para hacerlo. Se encuentran en la unidad de cuidados intensivos —le dijo la enfermera del carrito, una vez más—. Permítame únicamente hacerle las últimas pruebas antes de abandonar la cama.

Le hizo un torniquete en el brazo derecho con una goma elástica azul para buscarle una vena adecuada donde pinchar, tras lo cual la piel adquirió un tono rojizo y un vaso sanguíneo se destacó en el pliegue del codo. Maria giró la cabeza y trató de respirar profundamente. Nunca antes había tenido miedo a las inyecciones, pero ahora la simple visión de la aguja le provocó unas convulsiones incontroladas y, finalmente, el llanto. Maldijo su melindrosidad y se enfureció con la enfermera al tratar esta de consolarla.

La unidad de cuidados intensivos se encontraba inmersa en una luz clara y deslumbrante. Maria fue recibida por una comitiva ataviada de verde que pasaba visita carpeta en mano cual legión romana guarecida por escudos. Al fondo del pasillo divisó a un musculoso hombre de unos cuarenta años de edad, de mirada nerviosa, párpados inflamados y cabello fino empapado en sudor. El sujeto fue a su encuentro.

—Soy el padre de Linus —explicó, tendiéndole la mano a modo de saludo y reprimiendo las lágrimas—. Sería capaz de matar a los cabrones que hicieron esto a mi hijo. ¿Lo entiende? Los machacaría. No hay castigo suficiente para ellos. ¡Malditos hijos de puta!

—Comprendo que se sienta así —respondió Maria aturdida ante su terrible ira. No le cabía duda de que sería capaz de liquidarlos si se cruzara con ellos en ese momento.

—Pienso enterarme de quiénes han sido y me los voy a cargar.

—Tranquilízate, Ulf, y repara en lo que estás diciendo. —Una mujer pelirroja y regordeta con un vestido color pastel trató de envolverle con un brazo—. Vengarse no nos devolverá a Linus. No quiero que acabes en la cárcel. Tienes que calmarte. Me estás asustando, Ulf.

La mujer empezó a llorar. Las palabras de él fueron como un latigazo.

—Es tu puta culpa. Si hubiera estado conmigo, las reglas hubieran sido distintas. Piensas que eres buena con él porque le dejas salir hasta la hora que quiere, pero no es más que indolencia de mierda. Si se hubiera quedado en mi casa, como él quería, nunca habría ocurrido esto.

—¡Ulf! —replicó ella con voz suplicante—. Por favor, déjalo…

Él extendió la mano para atajar su tentativa de abrazo y dio un paso atrás.

—¡Es tu jodida culpa, Katarina!

Maria intervino. Resultaba insoportable verles pelearse.

—¿Cómo está Linus?

—Pero ¿es que no lo entiende? —repuso Ulf observándola fijamente con la mirada enloquecida—. ¡Está muerto! ¡Muerto! Y voy a pillar a los cabrones responsables de esto, aunque sea lo último que haga. Me importa una mierda si doy con mis huesos en chirona. Le pedí que viniera para saber exactamente qué sucedió. ¿Sabe quiénes fueron?

—No. No sabía… que había fallecido. —La noticia le cayó como una losa, aunque debería haberse preparado para ella—. Lo siento sinceramente. Lo último que me dijeron antes de acudir aquí era que lo habían llevado al quirófano. ¿Podemos sentarnos en algún sitio para hablar tranquilamente?

Maria sintió flaquear sus piernas. El dolor en el tórax se hizo casi insoportable. No podía desmayarse, no ahora. No podía convertirse en una molestia.

—Murió hace casi tres horas. Ni siquiera tuvieron tiempo de prepararle para la operación. Una costilla le había perforado el pericardio —dijo la mujer con la voz entrecortada por un nuevo acceso de llanto. Y aunque le hubieran salvado la vida, hubiera quedado postrado para siempre, y con respiración asistida. Según los médicos, no iba a recuperar la consciencia. Los golpes en la cabeza… Sufrió una hemorragia interna. Nunca más habría podido hablar, comer por sí solo, moverse…

—¡Cállate de una puta vez, Katarina! No aguanto oír más.

Ulf dio media vuelta y se les adelantó con grandes y rápidas zancadas, como si eso le permitiera alejarse de las palabras de ella. Se sentaron entonces en torno a una mesa en la sala de familiares. Ulf volvió a levantarse casi de inmediato y comenzó a andar de un sitio para otro frente a ellas.

—¡Joder! —exclamó golpeando el puño contra el marco de la puerta—. ¡La puta mierda!

—Lo siento mucho por ustedes. Es algo terrible. No sé qué decir. —Maria colocó un brazo en torno a la madre de Linus y esta le respondió con una mirada de infinito agradecimiento—. ¿Existía alguna posibilidad de que Linus conociera a esos hombres? ¿Algún contexto donde haya podido coincidir con ellos anteriormente?

—¡En absoluto! —prorrumpió Ulf reanudando su caminata por la sala—. Linus no tenía muchos amigos en general. Se pasaba casi todo el tiempo en casa.

Katarina miró de reojo a Ulf para comprobar si iba a atreverse a completar su exposición.

—Sufría de asma grave y no podía jugar con los otros chicos de la clase al fútbol ni otras cosas por el estilo. Se ponía peor al realizar esfuerzos. Estaba muy contenta de que tuviera a Oliver, con quien podía jugar a los videojuegos, y así no estar solo. Trataba de buscar cosas que pudiéramos hacer juntos, pero eso no siempre es lo más conveniente. Un chico de su edad debe estar con sus amigos, no con su madre. Hice todo lo posible por animarle para que se relacionara con muchachos de su misma edad —aclaró, lanzando luego a su ex marido una mirada prolongada que venía a significar: «Gracias por dejarme acabar de explicar lo que quería decir».

—No es que lo acosaran en la escuela, pero tampoco se juntaba con los demás —coincidió Ulf. Ahora que ya no tenía motivo para gritar a Katarina daba la impresión de haberse desinflado poco a poco, hundiéndose en el sillón más cercano a la puerta. Su ataque de ira parecía haber amainado—. Cuéntenos lo que pasó.

Maria describió en los términos más suaves posibles la forma en que se sucedió la agresión, sin entrar en detalles sobre los perpetradores. Cazar a los culpables era asunto de la policía.

—No vamos a escatimar medios para dar con ellos. Yo no podré participar directamente en la investigación, pero estoy involucrada en calidad de testigo. Siento lo que usted, Ulf. Me gustaría matarlos, pero eso es incompatible con un buen trabajo policial. Mi superior, Tomas Hartman, es un policía muy competente. Pondrá todo de su parte.

Maria comprendió que sus palabras no alcanzaban a convencer a Ulf, cuya voz reflejaba una sombría determinación. Esperaba realmente que se calmara y confiara en la diligencia de la policía.

—Gracias por atreverse… por intentar salvar a Linus.

Katarina le dio a Maria un sentido abrazo y miró a Ulf, pero este fue incapaz de mostrar gratitud alguna. Su odio le cegaba.

—Mencionó que había un testigo, un hombre que pasó pero no les ayudó. ¿Podría describirlo con más detalle?

Capítulo 3

Eran casi las once cuando Linn Bogren terminó su turno en el hospital. Justo antes de marcharse a casa el personal de tarde había llegado un caso procedente de la unidad de cuidados intensivos, en el momento preciso de redactar el informe. Si la decisión se hubiera tomado una hora antes, todo habría sido mucho más ágil. La unidad de medicina tenía que hacerse cargo de un hombre con un cuadro múltiple, con todo lo que ello implicaba: alimentación con sonda, catéter y control de orina. Suero con electrólitos, proteínas y grasa. Venía además con oxígeno, respiración asistida y una bomba para analgesia que nunca antes habían visto. Ni siquiera contaban con un modo de empleo para esa bomba. Tardaron un rato en instalarle y en informar a sus allegados de que no podían mantenerlo en cuidados intensivos, por falta de espacio. La UCI había acogido durante la noche a un muchacho con graves lesiones que precisaba con más urgencia esa plaza, aunque, obviamente, no se le explicó exactamente así a los familiares del hombre mayor. Era mejor enfocarlo como una noticia tranquilizadora: «La situación se ha estabilizado y consideramos que puede pasar a planta». Antes, cuando la situación era más boyante, contaban con vigilancia adicional. Al anciano le hubiera hecho falta alguien constantemente a su lado, teniendo en cuenta su estado de confusión. En el breve espacio de tiempo que había estado en la unidad, había logrado sacarse la aguja en dos ocasiones, derramando sangre y suero en la cama, lo que les obligó a cambiar las sábanas. Como es natural, el hombre necesitaba una habitación individual, lo que les llevó a reamueblar media unidad y a colocar a una señora en el pasillo, la cual también actuaba aturulladamente y hubiera sido necesario que alguien la supervisara de vez en cuando.

Linn se dirigió con paso diligente a casa bajo la luz de las farolas por Strandpromenaden, junto a la muralla. A lo lejos, en el horizonte azul gélido, pudo vislumbrar el transbordador de Gocia, blanco como un terrón de azúcar, camino del puerto. Trató de desconectar su mente del trabajo, respirar con calma y relajarse, pero le resultó imposible. No podía dejar de pensar en ese muchacho destrozado. Por su colega de la UCI se enteró de que lo habían agredido y de que sus lesiones podían ser fatales. Había visto a sus padres en el rellano de la escalera. La descarnada desesperación de estos le había conmocionado profundamente.

Pero tenía que dejar de darle vueltas a las cosas del trabajo, tranquilizarse de regreso a casa para poder conciliar luego el sueño. Al día siguiente tendría que estar de nuevo en pie a las siete. En el mejor de los casos podría descansar cinco horas. Una vez que empiezas a mirar el reloj estás perdida. Primero te quedan cinco horas de sueño, luego cuatro, tres, dos, una y finalmente, ninguna. Solía dormir como un tronco hasta que sonaba el reloj. El trabajo en el centro de salud le venía mejor. Semana continua, de ocho de la mañana a cinco de la tarde, pero el verano anterior se había comprometido a regresar al hospital, que padecía escasez de personal. Se había mostrado muy reacia a volver por varias razones, pero al final había dado su brazo a torcer. Necesitaba el dinero y este año podría arreglárselas con solo una semana de vacaciones en noviembre.

Se detuvo un momento ante la Puerta del Amor de la muralla. Doce años atrás se había prometido justo aquí, en una mañana de primavera, fría pero soleada, con las olas arremetiendo contra las piedras de la playa. Había sido feliz en ese momento… ¿o no realmente? Era una chiquilla, tal vez más enamorada del amor que del hombre con el que se había comprometido. Él lo quería así y su voluntad era de hierro. Era mayor y sabía lo que se hacía. Mostraba en todo mucha más seguridad que ella. Según él, estaban hechos el uno para el otro. Ya entonces había tenido sus dudas, pero le ocurría lo mismo con muchas otras cosas en la vida. Raras veces sabía con certidumbre lo que quería, y al final tienes que decidirte por algo, ¿no es cierto? No elegir a alguien con quien vivir era sinónimo de estar sola, y no había nada más terrorífico que eso.

Atravesó la Puerta del Amor y puso rumbo a su hogar a través de la Studentallén. Había mucha gente pululando por la ciudad, en su mayor parte jóvenes celebrando el final de curso. Todavía no era época de afluencia masiva de turistas y la Semana Medieval tendría lugar a finales de agosto, pero el calor había llevado a la multitud a salir de sus madrigueras y a empezar a hacer vida social. A las puertas del hotel Wisby vio a una novia de blanco con su comitiva, todos ellos riendo, conversando animadamente y abrazándose. Probablemente la fiesta había sido todo un éxito. Ella era preciosa. Linn se acordó de Sara y sintió una punzada en el corazón. La novia estaba igual de hermosa e irresistible que la valiente Sara, con su ondulado cabello de color pelirrojo claro y sus vivos ojos grises.

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