Read Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos Online
Authors: Jude Watson
Obi-Wan miró alrededor de la bóveda, al rostro de los chicos y las chicas. Con lo que había visto en el poco tiempo que llevaba en este mundo, sabía que Nield y Cerasi tenían razón. Los Mayores estaban destrozando el planeta. Las antiguas y clásicas leyes morales sobre mejorar el mundo para las generaciones futuras no servían aquí. Incluso los niños eran sacrificados por el sentimiento de odio. Obi-Wan les admiró por su manera de resistirse.
—Por eso te salvamos de Wehutti —explicó Nield—. El Consejo de Guerra planeaba utilizaros como rehenes para forzar al Consejo Jedi a que les devolviera el Gobierno. Esperaban poder obligaros a hablar en su favor en el Senado de Coruscant.
—Entonces es que no conocen a los Jedi —señaló Qui-Gon.
Habló un chico delgado.
—No saben nada —dijo en un tono de burla—. Son Melida.
Nield salió disparado hacia él, le agarró del cuello y le levantó del suelo. El chico pataleaba mientras Nield le apretaba la garganta. Los ojos del chaval se abrían con desesperación. Dejó escapar un sonido angustioso con el que trataba de coger aire. Nield apretó aún más fuerte.
Qui-Gon dio un paso hacia delante, pero justo en ese momento Nield soltó al chico, que cayó al suelo jadeando.
—No hables así aquí —dijo Nield—. Nunca. Cada uno es de donde es. Towan, dormirás durante tres días en el Desagüe Dos por haber dicho eso.
El chico asintió, llevándose las manos al cuello y tratando de recuperar el ritmo normal de respiración. Nadie le miró cuando se dirigió a la parte trasera del grupo y se perdió entre las sombras.
—Os ayudaremos a encontrar a Tahl —dijo Nield tranquilamente, volviendo a la conversación como si no hubiera pasado nada—. Pero vosotros también tendréis que ayudarnos a nosotros.
Obi-Wan tuvo que contenerse para no gritar: "¡Por supuesto que os ayudaremos!" Era su Maestro el que tenía que tomar una decisión. Nunca se había enfrentado a una situación cuya causa le pareciera más justa. Habían sido enviados a rescatar a Tahl, pero seguramente podrían continuar con su misión de Guardianes de la Paz. El principal propósito de la galaxia era conseguir la paz para ese planeta. Nield les estaba dando la oportunidad de hacer algo por la paz, a la vez que cumplían el propósito originario de su misión. Esperó a que Qui-Gon hablara. Los ojos de todos los presentes en la bóveda estaban expectantes, clavados en la figura del fornido Caballero Jedi.
—Hemos hablado con los Melida —dijo Qui-Gon con precaución—. Y con vosotros. Pero todavía no tenemos una visión completa de lo que sucede ahí afuera. No os puedo prometer la ayuda hasta que no haya hablado con los Daan.
Pasó un momento hasta que las palabras de Qui-Gon hicieron su efecto. Después, la cara de Nield se volvió roja de ira.
—¿Quieres ver algo de los Daan? —preguntó, retándole—. Yo soy Daan. Ven conmigo. Te mostraré por qué los Daan no son mejores que los Melida. Pero tampoco peores.
Cerasi les condujo de nuevo a través de los túneles, pero esta vez en dirección contraria a la que habían venido, directos hacia el territorio Daan.
—Cerasi conoce cada rincón de estos túneles —explicó Nield mientras la seguían.
Su repentino enfado había desaparecido tan pronto como llegó.
—Fue la primera que vino a vivir aquí.
—¿Por qué? —preguntó Qui-Gon.
—Entendió lo que estaba sucediendo, como me pasó a mí —contestó Nield—. No podemos vivir arriba. Abajo tenemos suciedad y humedad, pero al menos también tenemos esperanza.
Sus dientes blanquearon la oscuridad al sonreír.
—Puede que os parezca extraño, pero somos más felices aquí.
—No es extraño en absoluto —dijo Obi-Wan.
—¿Habéis construido vosotros los túneles? —preguntó Qui-Gon—. Parecen nuevos.
Nield asintió antes de meterse por una pequeña abertura que les condujo a un túnel nuevo.
—Los hicimos centímetro a centímetro, pieza a pieza. Fueron construidos durante la Decimoctava Batalla de Zehava. Los Daan construyeron túneles para el agua y el alcantarillado y pasaron a través de los cementerios subterráneos de la Décima Batalla, trabajando por las noches para entrar en territorio Melida. Fue entonces cuando la ciudad se dividió en Norte y Sur. Ganaron la batalla.
—La Decimonovena Batalla ocurrió unos escasos seis meses después —comentó Cerasi—. Las batallas nunca terminan. Nunca lo harán a menos que nosotros actuemos.
Cerasi se detuvo. Se filtraba luz a través de un agujero en la piedra.
—Aquí.
Qui-Gon miró el techo curvado del túnel.
—¿Dónde?
Cerasi sacó una madeja de cuerda de su cinturón, la lanzó con destreza hacia arriba y, con un movimiento mínimo de su muñeca, la enganchó en un saliente del techo. Luego comprobó que estaba bien enganchada y miró con una sonrisa a Qui-Gon.
—No te preocupes, está preparada para aguantar incluso tu peso.
Cerasi empezó a subir por la cuerda, colocando una mano a continuación de la otra. Cuando casi había llegado al techo, se soltó de la cuerda y metió los dedos en una abertura de la roca. Se quedó allí, colgando de cara a la abertura.
—Está despejado —les dijo en voz baja.
Se echó hacia atrás y comenzó a balancearse. Utilizando el impulso, dio una patada a la roca, que se movió, y con un segundo impulso logró desplazarla aún más. Qui-Gon oyó el ruido de la piedra arrastrándose en el piso superior. En el siguiente balanceo, Cerasi metió sus pies con facilidad en la abertura. Luego se dobló para meter el resto del cuerpo por el agujero.
La operación había durado unos treinta segundos. Qui-Gon admiró la agilidad y la fuerza de Cerasi.
La joven asomó su cabeza.
—No hay nadie.
Uno a uno, los tres subieron por la cuerda y después se deslizaron a través del agujero. No tenían la misma habilidad y elegancia que Cerasi, pero todos consiguieron entrar.
Qui-Gon comprobó que se encontraban en una nave de almacenamiento situada dentro de un edificio de servicio, en la parte trasera de un lugar abandonado. Era un sitio muy apropiado para esconder la entrada a los túneles.
Ahora era Nield quien los guiaba, ya que conocía bien el área Daan.
—No os preocupéis —dijo a los Jedi—. Soy Daan, así que sé dónde estoy. Estáis seguros en territorio Daan. Los Daan al menos no quieren tomaros como rehenes.
Ahora que Qui-Gon disponía de más tiempo, pudo estudiar con más detenimiento el territorio Daan. No era muy diferente del Círculo Interior. Había edificios bombardeados, abandonados y con barricadas, y escasez de alimentos en las tiendas. Todo el mundo intentaba hacer su vida cotidiana, pero llevaban armas viejas. Nadie parecía más joven de sesenta años o más viejo de veinte.
—Solía ser una ciudad muy bonita —remarcó Nield, y se notó tristeza en su voz—. He visto dibujos y recreaciones holográficas. Ha sido completamente reconstruida siete veces. De cuando yo era muy pequeño, recuerdo jardines y arbustos, incluso un museo que no tenía nada que ver con los mausoleos.
—Durante cinco años no hubo barricadas —comentó Cerasi—. Los Daan y los Melida se mezclaron en ambos sectores. En algunos barrios vivían unos al lado de los otros. Hasta que comenzó la Vigésimo Quinta Batalla de Zehava.
—¿Dónde están tus padres, Cerasi? —preguntó Obi-Wan.
Cerasi hizo un gesto difícil de descifrar para Qui-Gon. Pareció dudar antes de contar una parte de su historia personal.
—Su odio los destruyó, como a muchos otros. Mi madre murió mientras conducía un vehículo militar. A mi hermano lo mandaron al campo, a trabajar en una fábrica de municiones. No he vuelto a saber nada de él.
—¿Y tu padre?
La cara de Cerasi perdió el color.
—Está muerto.
Aquí hay una historia
, pensó Qui-Gon. Se dio cuenta de que cada uno de los Jóvenes había vivido una similar, llena de dolor y tragedia, con la pérdida temprana de sus padres y con su familia rota. Ese era su lazo de unión.
Más adelante, Qui-Gon vio un reflejo de agua azul. Bajaron por un ancho bulevar, a cuyos lados se veían los agujeros causados por las bombas de protones al caer.
—Éste es el lago Weir —dijo Nield—. Yo venía aquí a nadar cuando era pequeño. Ahora puedes ver lo que los Daan han hecho con él.
A medida que se acercaban, Qui-Gon observó que el fragmento azul que había intuido entre dos edificios se hacía más ancho; el lago era bastante grande. Hubiera sido un lugar bastante agradable, de no ser por los edificios de piedra bajos y negros que flotaban sobre las aguas.
—Otra Sala de la Evidencia —dijo Nield con disgusto—. Es el último lugar con agua en kilómetros a la redonda, pero ahora nadie puede disfrutar de él excepto los muertos.
El viento movió el cabello de Nield mientras miraba hacia el agua. Su expresión de enfado se había convertido en una de tristeza, y Qui-Gon intuyó que estaría recordando algún momento del pasado. De repente, se dio cuenta de lo joven que era Nield. Bajo tierra, su comportamiento había hecho que pareciese mayor, pero ahora se daba cuenta de que debía de tener la misma edad que Obi-Wan.
Qui-Gon echó una rápida mirada a Cerasi. Su bonita cara estaba pálida, casi sin color, pero pudo ver a la chiquilla que fue un día. Pensó con dolor que todos eran demasiado jóvenes. Demasiado jóvenes para la misión que se habían impuesto, para resolver los errores cometidos durante siglos y salvar un mundo destruido por la tensión y las luchas.
—Vamos —dijo Nield—. Oigamos lo que nos cuentan los muertos felices.
Comenzó a andar, y todos le siguieron. Entró por la puerta de piedra y pasó rápidamente por las hileras, de monumento en monumento. Activaba todos los hologramas, pero no se paraba a escuchar ninguno. Sus voces llenaron el amplio espacio, haciendo eco con sus historias de venganza y odio. Nield empezó a correr, presionando los controles que activaban las historias de los muertos.
Finalmente se paró frente al último holograma que había activado. Era un hombre alto, vestido con una armadura, y cuyo pelo le llegaba a los hombros.
—Soy Micae, hijo de Terandi de Garth, del País del Norte —dijo el holograma—. Yo no era más que un niño cuando los Melida invadieron Garth y expulsaron a mi pueblo a los campos. Muchos murieron, incluyendo...
—¿Y por qué hicieron eso los Melida, eh, loco? —Nield se burló de la figura—. ¿Quizá porque los soldados Daan del País del Norte atacaron los asentamientos Melida sin avisar, matando a cientos de ellos?
La historia del holograma seguía adelante.
—...y mi madre murió ese día sin haber podido reunirse con mi padre. Mi padre murió en la gran Batalla de las Llanuras, vengando el gran error Melida en la Batalla del Norte...
—¡Que había ocurrido un siglo antes! —se burló Nield.
—...y todavía hoy yo lucho con mis tres hijos. Mi hijo menor es todavía demasiado pequeño para venir con nosotros. Lucho hoy para que él nunca tenga que luchar...
—¡Qué gran oportunidad! —siguió burlándose Nield.
—Buscamos la justicia, no la venganza. Y por eso sé que venceremos.
El guerrero levantó el puño y después lo abrió en un gesto de paz.
—¡Locos y mentirosos! —gritó Nield. Se separó con violencia del holograma.
—Salgamos. No puedo aguantar ni un minuto más estas voces estúpidas.
Salieron al exterior. Unas nubes grises empezaban a acumularse en el cielo, y el agua parecía casi tan negra como el gran edificio que flotaba sobre ella, proyectando una gran sombra. Era difícil decir dónde terminaba el edificio y dónde el agua.
—¿Lo ves? —preguntó Nield a Qui-Gon—. Nunca pararán. Los Jóvenes somos la única esperanza de este mundo. Sé que los Jedi sois sabios. Tenéis que ver que nuestra causa es justa. ¿No nos merecemos una oportunidad?
Los ojos dorados de Nield refulgían de emoción. Qui-Gon miró a Obi-Wan. Vio que el chico no sólo se había conmovido con las palabras de Nield, sino que estaba fuertemente convencido.
Esto complicaba las cosas. Aunque las circunstancias llegaran a tocar el corazón de un Jedi, era su deber mantenerse frío e imparcial. La situación aquí era complicada y volátil. Necesitarían tener las cosas claras para poder manejarse bien en el planeta. Su instinto le decía que era mejor no tomar partido por ninguno de los bandos.
Pero también estaba el tema de Tahl. Rescatarla era el motivo principal de su misión. Nield había prometido ayudarles. ¿Podía confiar en él?
—Sé dónde tienen retenida a Tahl —dijo Nield, como si hubiese leído los pensamientos de Qui-Gon —. Está viva.
—¿Puedes llevarnos hasta ella? —preguntó Qui-Gon.
—Cerasi puede —dijo Nield—, vuestra amiga está a buen recaudo, pero yo tengo un plan. Mientras vosotros rescatáis a Tahl, los Jóvenes lanzaremos un ataque sorpresa.
—No estoy muy seguro de que el ataque sea muy sorprendente, ya que los Melida saben que los Jedi andamos por aquí —dijo Qui-Gon—. Estarán esperándolo.
—Pero lo que no esperan es un ataque Daan.
—¿Los Daan van a atacar? —preguntó Obi-Wan.
—No —contestó Nield—, pero eso no significa que los Melida crean que han sido ellos. Nuestro plan contempla realizar ataques en ambos sectores, el Melida y el Daan. Los Melida pensarán que les están atacando los Daan, y sacarán sus fuerzas a la calle para defenderse. Los Daan harán lo mismo. Os prometo que habrá confusión y caos. Y entonces podréis rescatar a Tahl.
—Pero tú no tienes armas —dijo Obi-Wan—. ¿Cómo piensas atacar?
—Tenemos un plan —dijo misteriosamente Nield—. Sólo os pedimos que os quedéis en la bóveda y no entréis en contacto con los Melida. Ahora mismo os están buscando por todas partes. Es mejor que sus esfuerzos se concentren en esa tarea, y así nosotros podremos hacer mejor nuestro trabajo.
—¿Habéis visto lo fácil que será esto para vosotros? —preguntó Cerasi—. Sólo os pedimos que no hagáis nada.
—Nosotros nos ocuparemos de distraerlos —continuó Nield—. Y vosotros de Tahl. Sé que está gravemente herida y que necesita cuidados médicos.
Enfadado, Qui-Gon miró el agua, tratando de ganar tiempo. Sabía que Nield le estaba manipulando, forzándole a aceptar sus planes para poder cumplir su misión. Estaba siendo manejado por un chiquillo.
Y veía que Obi-Wan disfrutaba con esta situación. Registró otro estremecimiento de aprensión a lo largo de su columna vertebral.
Se volvió hacia Nield y Cerasi.
—De acuerdo —dijo—. Obi-Wan y yo esperaremos a que nos traigáis a Tahl. Nuestro objetivo prioritario era rescatarla. Después de todo, estáis en vuestro derecho. ¿Es suficiente?