Read Aprendiz de Jedi 5 Los Defensores de los Muertos Online
Authors: Jude Watson
Los defensores de los muertos viven en el pasado, mientras luchan sin cesar para destruir el futuro. Se han olvidado de los Jóvenes, un grupo de rebeldes liderados por los adolescentes Nield y Cerasi. Obi-Wan tiene 13 años, pero su Maestro Qui-Gon Jinn no supone que tomará partido por ninguno de los bandos. Pero cuando Obi-Wan encuentra a Nield y Cerasi, siente que debe unirse a la lucha aunque Qui-Gon se lo prohiba. La rebelión ha llegado a ser personal. Y Obi-Wan y Qui-Gon están en lados opuestos.
Cada vez que Yoda encontraba orgullo en un estudiante Jedi, buscaba la manera de desenmascararlo y conducirle por el buen camino. El orgullo tenía a menudo su base en la arrogancia, y ésa era una característica que no se podía dar en un Jedi.
Jude Watson
Los Defensores de los Muertos
Aprendiz de Jedi 5
ePUB v1.0
LittleAngel01.11.11
Título Original:
Jedi Apprentice: The Defenders of the Dead
Año de publicación: 2002
Editorial: Alberto Santos Editor
Traducción: Pilar Pascual Fraile
ISBN: 84-95070-05-7
El caza de combate descendió rápidamente hacia la superficie del planeta Melida/Daan. Sobre el accidentado terreno del planeta se elevaban enormes estructuras de ébano sin puertas ni ventanas, perfectamente alineadas, formando manzanas cuadradas.
Obi-Wan Kenobi las observó desde la carlinga mientras pilotaba la nave.
—¿Qué pueden ser? —preguntó a Qui-Gon Jinn—. No he visto nunca nada parecido.
—No lo sé —replicó el Jedi mirando el paisaje atentamente con sus ojos azules—. Naves de almacenamiento quizás, o complejos militares.
—Podrían estar ocultando algún tipo de instalación —observó Obi-Wan.
—El escáner no registra nada, pero vamos a descender un poco por si acaso.
Sin reducir la velocidad, Obi-Wan acercó la nave a la superficie del planeta. Pasaron rozando piedras y vegetación. Los motores iban al máximo de energía, así que Obi-Wan sujetaba con fuerza los controles. El más mínimo movimiento podía hacer que se estrellaran.
—Si volamos así de bajo terminaré haciendo un escáner molecular de los tejados —comentó secamente Qui-Gon, sentado en el asiento del copiloto—. Estás volando demasiado bajo a esta velocidad, padawan. Si nos cruzamos con un canto rodado acabaremos estrellándonos.
Su tono no era excesivamente severo, pero Obi-Wan sabía que Qui-Gon no admitiría una réplica. Obi-Wan era el aprendiz de Jedi de Qui-Gon, y una de las reglas de los Jedi es que no se puede cuestionar la orden de un Maestro.
De mala gana, Obi-Wan redujo suavemente la velocidad. La nave se elevó unos pocos metros. Qui-Gon miraba atentamente hacia delante, buscando un sitio para aterrizar. Buscaban las afueras de Zehava, la ciudad principal del planeta Melida/Daan, y era crucial que nadie se enterara de su llegada.
En Melida/Daan se libraba una cruenta guerra civil desde hacía treinta años. Era la continuación de un conflicto que había existido durante siglos. Los dos pueblos enfrentados, los Melida y los Daan, no se ponían de acuerdo en el nombre de su planeta. Los Melida lo llamaban Melida, y los Daan, Daan. Para no entrar en discusión, el Senado Galáctico había decidido utilizar los dos nombres separados con una barra.
Cada pueblo o ciudad del planeta estaba en guerra, y los territorios se adquirían o perdían en una continua serie de batallas. La capital, Zehava, estaba sitiada la mayor parte del tiempo, y la frontera entre los Melida y los Daan se movía continuamente a lo largo de la ciudad.
Obi-Wan sabía que el Maestro Jedi Yoda había confiado en ellos para esta misión, y los había elegido cuidadosamente entre muchos Jedi. La misión era importante para él. Hacía unas semanas, uno de sus alumnos más brillantes, la Maestra Jedi Tahl, había llegado a Melida/Daan como Guardiana de la Paz.
Tahl era conocida entre los Jedi por sus habilidades diplomáticas. Los dos bandos habían llegado a un acuerdo, pero la guerra se reinició y Tahl fue herida de gravedad y capturada por los Melida.
Hacía unos días, Yoda consiguió mandar un mensaje a su contacto en el planeta, un Melida llamado Wehutti que había aceptado introducir a Obi-Wan y Qui-Gon a escondidas en la ciudad y ayudarles a liberar a Tahl.
Obi-Wan sabía que la misión que les esperaba era más difícil que las habituales. Esta vez, los Jedi no habían sido invitados para acabar con un conflicto. No eran bienvenidos. El último Jedi que había estado allí había sido capturado y quizás asesinado.
Miró de reojo a su Maestro. La mirada de Qui-Gon era tranquila e intensa mientras escrutaba el paisaje que tenían delante. Según observó Obi-Wan, no parecía ocultar preocupación o inquietud.
Una de las muchas cosas que Obi-Wan admiraba de él era su compostura. Quiso ser su padawan porque Qui-Gon era respetado por su valentía, habilidad y manejo de la Fuerza. Aunque a veces tenían sus diferencias, Obi-Wan sentía un gran respeto hacia el Maestro Jedi.
—¿Ves aquel cañón? —preguntó Qui-Gon, echándose hacia delante y señalando—. Si pudieras aterrizar entre las paredes podríamos esconder allí la nave. Es un buen sitio.
—Puedo hacerlo —prometió Obi-Wan.
Manteniendo la velocidad, comenzó a descender.
—Reduce la velocidad —le advirtió Qui-Gon.
—Sé cómo descender —dijo Obi-Wan, apretando los dientes.
Era uno de los mejores pilotos del Templo Jedi. ¿Por qué tenía Qui-Gon que corregirle siempre?
Entró zumbando en la pequeña abertura. A cada lado de la nave sólo tenía un centímetro de espacio, pero en el último momento, y demasiado tarde, vio que uno de los laterales tenía un pequeño saliente. Se oyó un tremendo ruido en la cabina cuando uno de los lados de la nave rozó contra el saliente.
Obi-Wan hizo descender la nave hasta el suelo y apagó los motores. No quería mirar a Qui-Gon, pero sabía que convertirse en Jedi suponía admitir la responsabilidad de los errores. Miró a su Maestro de frente.
Se sintió aliviado al encontrarse con la mirada divertida de Qui-Gon.
—Menos mal que no prometimos que devolveríamos la nave sin ningún rasguño —dijo.
Obi-Wan sonrió abiertamente. Habían tomado prestado el transporte de la reina Veda, del planeta de Gala, donde habían terminado con éxito su última misión.
Mientras salían de la nave, hacia el rocoso terreno de Melida/Daan, Qui-Gon se detuvo.
—Aquí hay una gran perturbación en la Fuerza. El odio domina este lugar.
—Sí, puedo sentirlo —dijo Obi-Wan.
—Debemos ser muy cuidadosos en este planeta, padawan. Cuando hay mucha emoción concentrada en un lugar es difícil mantener las distancias. Recuerda que eres un Jedi. Estás aquí para observar y para ayudar si puedes. Nuestra misión consiste en llevar a Tahl de vuelta al Templo.
—Sí, Maestro.
Los arbustos eran fuertes y con muchas hojas, así que fue fácil encontrar grandes ramas para cubrir la nave. Así no sería visible desde el aire.
Los dos Jedi se echaron al hombro sus equipos de supervivencia y comenzaron a andar hacia las afueras de Zehava. Les habían recomendado que se acercaran por el Oeste, donde se encontrarían con Wehutti en la puerta controlada por los Melida.
Recorrieron un camino polvoriento entre montañas y cañones. Al fin, las torres y los edificios de la ciudad amurallada se alzaron ante ellos. Se habían alejado de la carretera principal, caminando a campo través, y ahora oteaban la ciudad desde una colina cercana.
Mirando hacia abajo, a los campos, Obi-Wan se dio cuenta del paisaje desolado que ofrecían las afueras de la ciudad. No se veía gente por las calles y sólo había una entrada a la ciudad, en la carretera principal. En la abertura de la gruesa muralla se veía un puesto de vigilancia con dos cañones láser apuntando a la carretera. Dos altas torres flanqueaban el puesto. Detrás de la muralla se adivinaban los edificios, distribuidos en las colinas de la ciudad. Cerca de la muralla había un edificio largo y bajo, de piedra negra y sin ventanas ni puertas.
—Tiene un tamaño más pequeño que los que hemos visto desde el aire —comentó Obi-Wan.
Qui-Gon asintió.
—Podría ser algún tipo de edificio militar. Y las torres indican que hay un campo de partículas en funcionamiento. Si intentamos entrar sin permiso nos dispararán con rayos láser.
—¿Por qué íbamos a hacerlo? —preguntó Obi-Wan—. No deberíamos aproximarnos a menos que estuviéramos seguros de que Wehutti nos espera allí.
Qui-Gon buscó en su equipo de supervivencia un par de electrobinoculares y enfocó al puesto de vigilancia.
—Malas noticias —dijo—. Veo una bandera de Daan. Eso significa que toda la ciudad está ahora controlada por los Daan, o al menos la entrada.
—Y Wehutti es Melida —se quejó Obi-Wan—. Así que no hay manera de entrar.
Qui-Gon retrocedió para apartarse del campo de visión de la ciudad y guardó los electrobinoculares con el resto del equipo.
—Siempre hay una manera, padawan —dijo—. Wehutti nos dijo que nos acercásemos por el Oeste. Si seguimos alrededor de la muralla, puede que encontremos un área sin guardias. Cuando nos hayamos alejado de las torres de vigilancia podremos acercarnos.
Manteniéndose protegidos por las sombras de las montañas, Obi-Wan y Qui-Gon hicieron su doloroso camino alrededor de las murallas de la ciudad. Cuando estuvieron fuera del área de visión del punto de vigilancia se acercaron. Los ojos de Qui-Gon escrutaban cada centímetro de las murallas, buscando un hueco. Obi-Wan sabía que Qui-Gon estaba usando la Fuerza para comprobar el camino que tenían que recorrer, con la esperanza de encontrar un agujero en el campo de partículas. Obi-Wan intentó hacer lo mismo, pero sólo sentía destellos de resistencia.
—Espera —dijo Qui-Gon de repente. Se paró y levantó una mano—. Aquí. Hay un agujero en el campo.
—Hay otro de esos edificios negros —señaló Obi-Wan.
El largo y bajo edificio se extendía pegado a la muralla de la ciudad.
—Todavía no sé qué son, pero creo que es mejor evitarlos —remarcó Qui-Gon—. Escalaremos la muralla cerca de esos árboles.
—Necesitaremos la Fuerza —dijo Obi-Wan, mirando los altos muros.
—Sí, pero una cuerda de carbono también nos ayudará —dijo Qui-Gon, sonriendo.
Dejó su equipo en el suelo y se agachó sobre él.
—Necesitaremos el tuyo también, padawan.
Obi-Wan dio unos pasos, acercándose a Qui-Gon a la vez que deslizaba su equipo para dejarlo en el suelo. De repente, sus botas tropezaron con algo que hizo un ruido metálico. Miró abajo y vio que había movido un poco de tierra que estaba encima de una plancha metálica.
—Mira, Maestro —dijo—. Me pregunto si esto será...
No tuvo oportunidad de terminar la frase. De repente, unas barras de energía emergieron del suelo y los atraparon. Antes de que pudiesen moverse, la plancha de metal se abrió y ambos cayeron al abismo que se abría bajo sus pies.
Obi-Wan caía a través de una especie de tubo metálico. Trató de detener su descenso con los pies, pero sólo logró rozarse contra la superficie metálica. Su velocidad de caída iba en aumento, y le empujó hacia delante, haciendo que su cabeza golpeara con el borde del tubo. Terminó cayendo a un suelo sucio.
Permaneció echado un momento, debido a la conmoción del golpe. Qui-Gon se puso de pie inmediatamente, con su sable láser en la mano. Permaneció de pie, al lado de Obi-Wan, para protegerle.