Beenay dijo suavemente:
—¿Y la razón por la que no somos capaces de ver este satélite, señor...?
—Dos razones —replicó Athor serenamente—. Como el propio Kalgash, este cuerpo planetario brilla tan sólo con la luz reflejada. Si suponemos que su superficie está constituida principalmente por rocas azuladas, lo cual no es una probabilidad geológica implausible, entonces la luz reflejada por él se situará a lo largo del espectro de tal modo que el eterno resplandor de los seis soles, combinado con las propiedades difusoras de la luz de nuestra propia atmósfera, enmascararán por completo su presencia. En un cielo donde varios soles brillan virtualmente en todo momento, e incluso en los días en los que Onos es el único sol en el cielo, un satélite así resultaría invisible para nosotros.
—Suponiendo que la órbita del satélite sea extremadamente grande, ¿no es así, señor? —dijo Faro.
—Correcto. —Athor tecleó la segunda visual—. He aquí una imagen desde más cerca. Como podéis ver, nuestro desconocido e invisible satélite viaja en torno nuestro formando una enorme elipse que lo lleva hasta extremadamente lejos de nosotros durante muchos años consecutivos. No tan distante que no despliegue los efectos orbitales de su presencia en el cielo, pero sí lo bastante lejos como para que normalmente no haya ninguna posibilidad de que consigamos obtener una imagen a simple vista de su casi invisible masa rocosa en el cielo, y muy pocas posibilidades de que lo descubramos incluso con nuestros telescopios. Puesto que no tenemos ninguna forma de saber que está ahí a través de la observación ordinaria, será sólo por pura casualidad que podamos detectarlo astronómicamente.
—Pero, por supuesto, ahora podremos observarlo directamente —dijo Thilanda 191, cuya especialidad era la astrofotografía.
—Y, por supuesto, lo haremos —le dijo Athor. Se dio cuenta de que ahora empezaban a captar la idea. Todos ellos. Los conocía lo bastante bien como para ver que no eran mofadores secretos—. Aunque es probable que descubráis que la búsqueda resulta más difícil de lo que sospechabais, muy parecida a la proposición de la aguja en un pajar. Pero habrá una inmediata dedicación al trabajo, que confío a todos vosotros.
—Una pregunta, señor —dijo Beenay.
—Adelante.
—Si la órbita es tan excéntrica como supone su postulado, y en consecuencia este satélite nuestro, este... Kalgash Dos, llamémosle por el momento, se halla extremadamente distante de nosotros durante ciertas partes de su ciclo orbital, entonces es razonable deducir que en otros momentos de su ciclo orbital se halle mucho más cerca de nosotros. Tiene que haber algún grado de variación incluso en la órbita más perfecta, y un satélite que viaje en una órbita elíptica amplia es muy probable que tenga un grado muy extremo de variación entre los puntos más lejano y más cercano con respecto a su primario.
—Eso es lógico, si —dijo Athor.
—Pero entonces, señor —prosiguió Beenay—, si suponemos que Kalgash Dos ha permanecido tan lejos de nosotros durante todo el período de la moderna ciencia astronómica que hemos sido incapaces de descubrir ni siquiera su existencia excepto por el medio indirecto de medir sus efectos sobre la órbita de nuestro propio mundo, ¿no está de acuerdo usted en que probablemente no esté en su punto más alejado en estos momentos? ¿Que en realidad se esté acercando a nosotros?
—Eso no tiene por qué ser necesariamente así —dijo Yimot, con gran agitación de los brazos—. No tenemos la menor idea de dónde se encuentra a lo largo de su camino orbital en estos momentos, ni del tiempo que le toma efectuar una órbita completa en torno a Kalgash. Podría muy bien tratarse de una órbita de diez mil años, y Kalgash Dos podría estar alejándose de nosotros tras haberse aproximado en tiempos prehistóricos que nadie recuerda.
—Cierto —admitió Beenay—. En realidad no podemos decir si se acerca o se aleja en este instante. Todavía no, al menos.
—Pero podemos intentar averiguarlo —dijo Faro—. Thilanda ha tenido la idea correcta. Aunque todos los números encajen, necesitamos ver si Kalgash Dos está realmente ahí fuera. Una vez lo hayamos descubierto podremos empezar a calcular su órbita.
—Deberíamos poder calcular su órbita simplemente a partir de las perturbaciones que causa en la nuestra —indicó Klet, que era el mejor matemático del Departamento.
—Sí —intervino Simbron, la cosmógrafa—, y también podemos averiguar si se acerca o se aleja de nosotros. ¡Dioses! ¿Y si se encamina hacia nosotros? ¡Qué asombroso acontecimiento sería eso! Un cuerpo planetario oscuro cruzando el cielo..., ¡pasando entre nosotros y los soles! ¡Posiblemente incluso interponiéndose ante la luz de alguno de ellos por un par de horas!
—Qué extraño sería eso —murmuró Beenay—. Un eclipse, supongo que lo llamaríamos. Ya sabéis: el efecto visual que se produce cuando algún objeto se interpone entre el observador y la cosa que está observando. Pero, ¿podría ocurrir algo así? Los soles son tan enormes... ¿Cómo podría Kalgash Dos ocultar realmente uno de ellos a nuestra vista?
—Si se acercara lo suficiente a nosotros podría —dijo Faro—. Bueno, puedo imaginar una situación en la que...
—Sí, elaborad todos los escenarios posibles, ¿por qué no? —interrumpió Athor de pronto, cortando a Faro con tanta brusquedad que todo el mundo en la habitación se volvió para mirarle—. Juguetead con la idea, todos. Llevadla a este lado y a ese otro, y ved lo que obtenéis.
De pronto no pudo soportar el seguir sentado ahí más tiempo. Tenía que marcharse.
La excitación que había sentido desde que pusiera la última pieza del rompecabezas en su lugar le había abandonado bruscamente. Ahora sentía un cansancio de plomo, como si tuviera cien años. Sus brazos se veían recorridos por estremecimientos que llegaban hasta la punta de sus dedos, y algo hormigueaba frenéticamente en los músculos de su espalda. Sabía que había ido más allá de lo soportable. Ahora era el momento de que los trabajadores más jóvenes le relevaran en aquella empresa.
Se levantó de su silla ante las pantallas, dio un tambaleante paso hacia el centro de la habitación, se recuperó antes de caer, y caminó lentamente y con toda la dignidad que pudo reunir más allá del personal del observatorio.
—Me voy a casa —dijo—. Creo que me irá bien dormir un poco.
—¿Debo entender que el poblado fue destruido por el fuego nueve veces consecutivas, Siferra? —dijo Beenay—. ¿Y que lo reconstruyeron cada vez?
—Mi colega Balik cree que puede que tan sólo haya siete poblados uno encima del otro en la Colina de Thombo —respondió la arqueóloga—. Y en realidad puede que tenga razón. Las cosas están bastante liadas en los niveles inferiores. Pero siete poblados, nueve poblados..., no importa cuántos sean exactamente, eso no cambia el concepto fundamental. Toma: mira esos mapas. Los he elaborado a partir de mis notas de excavación. Por supuesto, lo que hicimos no fue más que una excavación preliminar, un corte rápido a través de toda la colina, con todo el trabajo realmente meticuloso dejado para una expedición posterior. Descubrimos la colina demasiado tarde como para hacer algo más. Pero esos mapas te darán una idea. No te aburres, ¿verdad, Beenay? ¿Te interesa realmente todo esto?
—Lo encuentro absolutamente fascinante. ¿Crees que me hallo tan absorbido por la astronomía que no presto atención a ninguna de las otras disciplinas? Además, arqueología y astronomía van a veces cogidas de la mano. He aprendido bastante acerca de los movimientos de los soles a través del cielo estudiando los antiguos monumentos astronómicos que los tuyos han estado desenterrando de aquí y de allá por todo el mundo. Espera, déjame ver.
Estaban en la oficina de Siferra. Ésta le había pedido a Beenay que acudiera a verla para hablar de un problema que se le había presentado inesperadamente en el transcurso de su investigación. Lo cual desconcertaba a Beenay, porque no sabía ver cómo un astrónomo podía ayudar a una arqueóloga en su trabajo, pese a lo que acababa de decir acerca de que arqueología y astronomía iban a veces de la mano. Pero siempre era agradable tener la oportunidad de visitar a Siferra.
Se habían conocido hacía cinco años, cuando habían trabajado juntos en un comité interdisciplinario de la Facultad que estaba planeando la expansión de la biblioteca de la universidad. Aunque Siferra se pasaba fuera la mayor parte del tiempo efectuando trabajos de campo, ella y Beenay comían juntos ocasionalmente cuando ella estaba en el campus. La hallaba desafiadora, muy inteligente y refrescantemente abrasiva. No tenía la menor idea de lo que ella veía en él: quizá tan sólo a un joven intelectualmente estimulante que no se implicaba en las envenenadas rivalidades y los feudos de su propio campo y no tenía intenciones evidentes respecto a su cuerpo.
Siferra desenrolló los mapas, enormes hojas de delgado papel pergamino sobre las que se hallaban inscritos complejos y elegantes diagramas a lápiz, y ella y Beenay se inclinaron para examinarlos desde más cerca.
Él decía la verdad cuando había mencionado que se sentía fascinado por la arqueología. Desde que era un muchacho había disfrutado leyendo las narraciones de los grandes exploradores de la antigüedad, hombres como Marpin, Shelbik, y por supuesto Galdo 221. Hallaba el remoto pasado casi tan excitante como las investigaciones profundas del espacio interestelar.
Su compañera contractual Raissta no se mostraba muy complacida ante su amistad con Siferra. Incluso había apuntado un par de veces que era la propia Siferra la que lo fascinaba, no su campo de trabajo. Pero Beenay consideraba que los celos de Raissta eran absurdos. Ciertamente Siferra era una mujer atractiva —sería falso pretender lo contrario—, pero era una no romántica empedernida, y todos los hombres del campus lo sabían. Además, era como unos diez años mayor que Beenay. Aunque era muy hermosa, Beenay nunca había pensado en ella con ningún tipo de intenciones íntimas.
—Lo que tenemos aquí en primer lugar es una sección transversal de toda la colina —le dijo Siferra—. He señalado cada nivel separado de ocupación de una forma esquemática. Los asentamientos más recientes son los de arriba, por supuesto..., enormes murallas de piedra, lo que llamamos el estilo arquitectónico ciclópeo, típico de la cultura de Beklimot en su período maduro de desarrollo. Esta línea de aquí al nivel de las murallas ciclópeas representa una capa de restos carbonizados..., lo bastante ancha como para indicar una amplia conflagración que debió borrar por completo la ciudad. Y aquí, debajo del nivel ciclópeo y la línea quemada, está el siguiente asentamiento más antiguo.
—Que se halla construido en un estilo distinto.
—Exacto. ¿Ves cómo he dibujado las piedras de los muros? Es lo que llamamos el estilo entrecruzado, característico de la cultura de Beklimot primitiva, o quizá de la cultura que se desarrolló en Beklimot. Esos dos estilos pueden verse en las ruinas de la era de Beklimot que rodean la Colina de Thombo. Las ruinas principales son ciclópeas, y aquí y allá hemos encontrado algo de material entrecruzado, sólo uno o dos afloramientos, que llamamos proto Beklimot. Ahora mira aquí, en el borde entre el asentamiento entrecruzado y las ruinas ciclópeas de encima.
—¿Otra línea de fuego? —preguntó Beenay.
—Otra línea de fuego, sí. Lo que tenemos en esta colina es como un bocadillo: una capa de ocupación humana, una capa de carbón, otra capa de ocupación humana, otra capa de carbón. Así que lo que creo que ocurrió es algo parecido a esto. Durante la época entrecruzada hubo un fuego devastador que afectó la casi totalidad de la península Sagikana y obligó al abandono del poblado de Thombo y de otros poblados estilo entrecruzado cercanos. Después, cuando los habitantes volvieron y empezaron a reconstruir, utilizaron un estilo arquitectónico completamente nuevo y más elaborado, que llamamos ciclópeo debido a las enormes piedras de construcción empleadas. Pero luego se produjo otro fuego y barrió el asentamiento ciclópeo. En ese punto la gente de la zona abandonó el intentar construir ciudades en la Colina de Thombo y esta vez, cuando reconstruyeron, eligieron otro emplazamiento cercano, que denominamos Beklimot Mayor. Hemos creído durante mucho tiempo que Beklimot Mayor era la primera ciudad auténticamente humana, que emergía de los asentamientos más pequeños tipo entrecruzado del período proto Beklimot dispersos a su alrededor. Lo que nos dice Thombo es que hubo al menos una importante ciudad ciclópea en la zona antes de que existiera Beklimot Mayor.
—Y el emplazamiento de Beklimot Mayor —dijo Beenay—, ¿no muestra signos de daños por el fuego?
—No. De modo que no estaba ahí cuando la ciudad superior de Thombo fue quemada. Finalmente toda la cultura de Beklimot se colapsó y la propia Beklimot Mayor fue abandonada, pero eso fue por otras razones que tuvieron que ver con los cambios climáticos. El fuego no tuvo ninguna relación con ello. Eso fue quizás hace un millar de años. Pero el fuego que destruyó el más superior de los poblados de Thombo parece ser muy anterior a eso. Calcularía un millar de años antes. Las fechas del radiocarbono obtenidas de las muestras de carbón nos darán una cifra más precisa cuando las obtengamos del laboratorio.
—Y el asentamiento entrecruzado..., ¿qué antigüedad tiene?
—La creencia arqueológica ortodoxa ha sido siempre que las estructuras entrecruzadas fragmentarías que hemos encontrado aquí y allá en la península Sagikana son tan sólo unas generaciones más antiguas que el emplazamiento de Beklimot Mayor. Después de la excavación de Thombo, ya no lo creo así. Mi suposición es que el asentamiento entrecruzado en esa colina es dos mil años más antiguo que los edificios ciclópeos que tiene encima.
—¿Dos mil...? ¿Y dices que hay otros asentamientos debajo de ése?
—Mira el mapa —indicó Siferra—. Éste es el número tres..., un tipo de arquitectura que nunca hemos visto antes, sin el menor parecido con el estilo entrecruzado. Luego otra línea quemada. El asentamiento número cuatro. Y otra línea quemada. El número cinco. Otra línea. Luego el número seis, siete, ocho y nueve..., o, si la lectura de Balik es correcta, sólo los números seis y siete.
—¡Y cada uno destruido por un gran fuego! Eso me parece notable. Un círculo mortal de destrucción, golpeando una y otra y otra vez el mismo lugar.
—Lo más notable —dijo Siferra con un tono curiosamente sombrío— es que cada uno de esos asentamientos parece haber florecido durante aproximadamente la misma longitud de tiempo antes de ser destruido por el fuego. Las capas de ocupación son extraordinariamente parecidas en grosor. Aún esperamos los informes del laboratorio, ¿sabes? Pero no creo que mi estimación visual esté muy alejada de la realidad. Y las cifras de Balik son idénticas a las mías. A menos que estemos completamente equivocados, estamos contemplando un mínimo de catorce mil años de prehistoria en la Colina de Thombo. Y, durante esos catorce mil años, la colina fue periódicamente barrida por enormes fuegos que obligaron a abandonarla con una regularidad de reloj..., ¡un incendio cada dos mil años, casi exactamente!