Cleo observó su perfil. Era una mujer bonita y fina. ¿Por qué no le podía contestar? No le haría daño hablar sobre ello.
—Hazla. Pero te advierto que no sé mucho. Soy una principiante.
La chica se giró hacia Cleo y volvió a sonreír agradecida.
—Bueno, yo tampoco —le dijo a modo de confidencia—. No sé mucho... ¿Crees que un hombre con esas inclinaciones puede aceptar de nuevo a su mujer?
—No entiendo...
—A su mujer —prosiguió—. La misma que lo denunció por malos tratos en una sesión ... íntima. —Le estaba hablando como si fuera una niña pequeña —... Un poco diferente a lo habitual... A lo que estaba acostumbrada.
A ver si lo entendía.
—Te refieres a que... —le habló del mismo modo—, denunciaste a tu marido porque...
—Me tiró del pelo... Y me azotó las nalgas... Y...
—¿Y...?
—Me esposó a la cama. —Carraspeó incómoda, mirando a Cleo como si ella fuera la respuesta a sus dudas.
Cleo se aclaró la garganta. No tenía ni idea.
—¿Él te avisó de que iba a suceder eso esa noche?
—Sí... Bueno... Me dijo que esa noche probáramos algo diferente. Que me disfrazara de doncella y él de pirata...
—
Roleplay
.
—¿Eh?
—Eso se llama
Roleplay
. —Se visualizó en una tarima recibiendo un diploma, con cientos de hombres y mujeres cubiertos con máscaras de piel, aplaudiendo su audacia—. Te disfrazas e interpretas a un personaje.
—Sí, ahora lo sé. —Le explicó con ojos tristes—. La cuestión es que lo hice, pero no me imaginé lo que vendría a continuación. Él me...
—Te asustó.
—Sí... —se lamentó—, no me imaginaba que me arrancaría la ropa y fingiría que era un pirata que iba a violar a una doncella. Yo... Él —no sabía cómo explicarlo—... Él me arrancó la ropa y me esposó. Yo gritaba de miedo, pero él lo asoció a mi papel. Y después me tiró del pelo y me azotó con la mano —susurró—. Con la mano abierta en todo el trasero —aclaró, como si aquello fuera un pecado capital—. Con fuerza. Pero...
«¿No había palomitas en el servicio aéreo?». Tenía una imaginación muy vívida.
—¿Le dijiste que se detuviera?
—Sí. Él paró en cuanto vio que estaba llorando. Me quitó las esposas y se puso a llorar conmigo, arrepentido, cuando me vio tan descontrolada. Me puse histérica. —Sacudió la cabeza, como si quisiera borrar ese recuerdo—. Él me explicó que quería jugar a dominación y sumisión conmigo, y que yo también podría hacerlo con él... Sacó una fusta del cajón y me la ofreció para que yo lo azotara. Para que le azotara en sus partes... —sonrió con pena y apoyó la cabeza en el asiento, como si estuviera cansada—. Yo lo taché de enfermo. —Cada una de sus palabras era como si echara sal a sus heridas—. La cuestión es que, esa misma noche, lo denuncié, aunque él me suplicó que no lo hiciera, que me quería y que jamás me haría daño a propósito; que si no me gustaba ese tipo de juego no lo haría nunca más, pero...
—Lo hiciste igualmente. Le denunciaste.
—Sí. Y después de eso no lo vi más, hasta cuatro semanas después cuando nos reunimos con nuestros abogados para pedirle el divorcio.
—Lo siento. —Siempre era triste saber que una pareja se separaba.
—Y yo —contestó ella con la mirada perdida—. Entonces, cuando puse la denuncia, lo vi muy claro; pero después de salir del juzgado... Pasó el tiempo y poco a poco quise averiguar qué era aquello que sucedió aquel día... Me equivoqué al seguir mi impulso, pero tenía tanto miedo, ¿sabes? Hay tantos casos horribles que salen por la tele... y piensas que puede tratarse de eso, que eso mismo te puede pasar a ti... Nos enseñan que el amor y el sexo solo se sienten de una manera... Pero no nos explican que hay otro tipo de caricias y sexo que pueden canalizar el mismo amor, incluso de un modo mucho más divertido. Él solo quería... jugar. Y yo creo que le acusé de una cosa que no era.
Cleo comprendía el miedo de aquella chica. La noche anterior, ella misma se había enfrentado a un verdadero maltratador. Y tuvo que sufrir sus golpes y su fuerza, su maltrato y tortura, como solo un hombre agresivo y malo podía impartir: sin compasión y sin clemencia. Sin embargo, Lion no era nada de eso. Cuando él utilizaba una fusta, era para jugar, calentar, estimular y ayudar a conseguir un fin: un orgasmo demoledor. Cuando Billy Bob utilizó el látigo lo hizo para dañar, herir, menguar y marcar. La habría matado si Lion no hubiese aparecido para salvarla.
Las personas deberían saber diferenciar entre un perfil y otro; sobre todo, las mujeres.
—¿Se lo has dicho? ¿Le has dicho a tu ex-marido lo que me estás diciendo a mí?
—No quiere verme. No quiere hablar conmigo desde hace seis meses. Él lo intentó muchas veces antes, pero yo seguía un poco confusa y asustada. Y después de la orden de alejamiento que le impuse...
—¿Pediste una orden de alejamiento? —estaba sorprendida—. Cada vez lo pones peor...
—Dios, sí; ¿muy mal, verdad? No sé qué me pasó. Supongo que estaba perdida... Después de la orden, se coló una noche en mi casa, entró por el balcón y... Me dijo todo lo que pensaba de mi comportamiento... Rompió todo intento de contacto conmigo —se acongojó—. Yo me mudé a Luisiana, a casa de mis padres. Y no volví a saber de él hasta hace poco...
Cleo no sabía si consolarla o no.
—No comprendiste lo que él te pidió aquella noche y tú cometiste un error llevada por los prejuicios.
—Por supuesto que no lo comprendí —murmuró mordiéndose el pulgar, nerviosa—. Ahora llevo seis meses aprendiendo ese tipo de juegos... Aprendiendo a saber cómo actuar. Porque quiero comprender qué fue lo que le llevó a querer hacer eso... Qué fue lo que vio de divertido en disfrazarnos y jugar a someterme. Y, después de lo que he aprendido, ¿sabes qué?
«No me lo digas. Te gusta».
—¿Qué?
—Me gusta. He comprendido, incluso, muchas cosas sobre mí misma... Cosas que antes no sabía. Y creo que puedo recuperarle y pedirle perdón. Al menos, lo voy a intentar.
—¿Lo has localizado? ¿Sabes dónde está?
—Sí. Y voy a cometer una locura... Estoy muy loca. Mucho... Pero solo me queda esta carta para que acceda a escucharme una vez, al menos. Solo una vez —repitió para sí misma, con los ojos oscuros llenos de esperanza—. Después de todo lo que te he contado, ¿crees que podrá perdonarme? —volvió a preguntar, consciente de que era una tarea difícil—. Tú eres ama o dómina, ¿verdad? ¿Crees que puede darme otra oportunidad?
Cleo intentó transmitirle fuerzas con una sonrisa sincera.
—No. No lo soy... Solo me informo. Pero creo que si él te sigue amando y tú le amas... Todo es posible.
—Sí. —Jugó con el anillo dorado que cubría su dedo anular—. Sí... No le he dejado de amar. Le amo con todo mi corazón. Le echo de menos. Todo. Todo de él... ¿entiendes? Y tenemos una niña en común. Mira. —Cogió su bolso de mano, muy caro, y lo abrió para hallar su cartera y mostrarle la foto de carné de una preciosa niña muy rubia y con los ojos negros como ella—. Es Cindy. Tiene solo dos añitos.
—Es una niña muy guapa. Felicidades.
—Sí, y muy buena. Extraña tantísimo a su padre... Nicholas adora a la pequeña. La quiere, siempre la trató tan bien... Pero con lo que yo hice, ya hace tiempo que no la ve... Creo que él me odia. —Sus labios temblaron de la pena.
Cleo puso una mano sobre la de aquella mujer. Su tristeza le había llegado al corazón. Era una historia bastante sórdida, aunque estaba convencida de que iba a ganarse ese perdón con sudor y lágrimas. Pero tenía que pelear.
—No hay nada imposible. ¿Cómo te llamas?
—Sophie —le ofreció la mano, mientras se sorbía las lágrimas y sonreía avergonzada.
—Soy Cleo, encantada.
—Igualmente. Lo siento, no hago esto nunca... No explico mi vida al primero que se cruza en mi camino. Pero te vi leyendo eso y soy del tipo de maleducada a la que a veces le da por leer la revista del de al lado... Y pensé que tú sabías lo que era coger a un hombre por los... —Levantó la mano y colocó los dedos en posición cóncava.
—¿Principios?
—Sí —Sophie se echó a reír.
Acercó su rostro al de ella y le confesó:
—No tengo ni idea, Sophie. Pero voy a dar lo mejor de mí para ponérselos por corbata.
—Los principios, claro.
—Obvio. —Le guiñó un ojo—. Somos mujeres de principios.
—Señores pasajeros, les rogamos que se abrochen los cinturones. El avión está a punto de aterrizar en el Aeropuerto Nacional Ronald Reagan de Washington D.C. Son las cuatro y cuarto, y el día es soleado en la capital. Esperamos que hayan tenido un buen vuelo.
Cuando Cleo bajó del avión, después de despedirse cariñosamente de Sophie y de desearle suerte en la reconquista de su ex marido, recogió su maleta, salió de la terminal y se dirigió al lugar de encuentro con Nick Summers.
Un señor trajeado tenía entre sus manos un cartel con su nombre y lo alzaba por encima de la cabeza.
Cleo se acercó a él.
—¿Señorita Connelly?
—Sí, yo misma.
—La guiaré hasta la sala de conferencias.
El agente Summers la esperaba en una sala privada de reuniones que había alquilado el FBI en el mismo aeropuerto. Estarían solos y podrían hablar de lo que necesitaran, como ponerse al día sobre sus... preferencias y su modo de actuar como pareja.
El avión que les llevaría a la isla de Saint Thomas partía a las seis de la madrugada del domingo y llegaba a la isla a las cinco y media de la tarde. Casi once horas de duración de vuelo y dos paradas en el itinerario: en Newark y San Juan, respectivamente.
La sala estaba vacía, a excepción del hombre corpulento y rubio, con el pelo de punta y despeinado, que permanecía sentado al final de la mesa de reuniones.
Una camiseta de color lila oscuro se pegaba a su torso e hinchaba sus bíceps. Sus ojos ámbar la evaluaron con amabilidad, y se levantó con educación para recibirla. Era alto.
Cleo llevaba una falda negra elástica corta y ajustada, una camiseta de tirantes ancha que no se ceñía a su cuerpo, y unos zapatos con tiras negras y plataformas altas de esparto. Se había recogido el pelo porque le daba calor y, en lo alto, llevaba sus gafas grandes y rojas.
—Te pareces a tu hermana —dijo Nick con simpatía—. Aunque sois... diferentes.
—Sí. Ella es morena y tiene los ojos grises. Yo soy pelirroja —se señaló la cabeza mientras se acercaba a él—, y tengo los ojos verdes. —Dejó la bolsa de viaje en el suelo y le ofreció la mano—. Cleo Connelly. Un placer, Nick.
—Lo mismo digo. —Se la tomó con convicción y le retiró la silla para que se sentara.
Cleo accedió y esperó a que él hiciera lo mismo, pero en vez de eso, se dirigió al bufé que habían preparado para ellos.
—¿Quieres tomar algo, Cleo?
—Una Pepsi Light y —oteó lo que había sobre la mesa con interés— y... ensalada y un sándwich.
Nick asintió y le sirvió un plato y la bebida.
Cleo lo observó intrigada. O era todo un caballero, o se había metido demasiado bien en el papel de sumiso.
Nick se sentó a su lado y la observó mientras comía.
—¿Lady Nala, eh? —preguntó intrigado—. La pareja perfecta del Rey León.
—Eso mismo pensé yo. —Pero no lo era. No era la pareja perfecta. Lion la había retirado.
—¿Qué sucedió?
Cleo lo miró de soslayo.
—¿Cómo?
—¿Qué sucedió para que Lion decidiera retirarte del caso? Eras clave para él y para nosotros. Tu parecido con Leslie es inquietante, te formó durante días... Explícame qué pasó para que pueda entenderlo, por favor. Por lo que sé, Lion no permitió que nadie más te formara. El subdirector Montgomery iba a escoger a otro amo para ti. Pero Lion fue intolerante con esa opción. Le conozco desde hace tiempo y esa actitud no es propia de él.
—No estoy segura de saber la respuesta. Es... complicado.
—Tenemos tiempo hasta que salga el avión. —Hizo un gesto indiferente con la boca.
—¿Incompatibilidad de caracteres? Supongo que no nos entendimos.
—¿Es un amo duro?
Parecía que Nick se divirtiese con la situación, como si nada le preocupase o, peor, como si ya nada le importara. Estaba en una misión haciéndose pasar por sumiso y se avecinaba una semana definitiva para la resolución del caso; si al final había una intervención policial, probablemente, se pondrían en peligro... Y ese hombre, extrañamente relajado, tenía una actitud indolente hacia su papel y su responsabilidad.
—No lo sé. Nunca he tenido un amo antes.
—¿Os habéis ejercitado juntos?
—Sí.
—¿Te ha dado miedo o... asustado?
Detectó algo en el tono de voz. Había algo importante para él en la respuesta de aquella pregunta. Qué extraño.
—Me ha impactado, pero nunca he tenido miedo. Supongo que me conciencié bien. El agente Romano hizo un buen trabajo y se esforzó en tranquilizarme.
—¿Te sentiste cómoda? ¿Cómo es para ti estar sometida? —Su mirada ámbar refulgía con destellos de interés.
—No debe de ser muy diferente a tener a una ama. Lion..., digo, el agente Romano, solo ha tenido esta semana para instruirme como sumisa... Es muy estricto, supongo.
Nick miró a través de las cristaleras que daban a las pistas de aterrizaje y salida del aeropuerto.
—En realidad, hay diferencias entre un amo y una ama.
—Dímelas —ordenó interesada—. Necesito saber cuánto más, mejor.
—Las mujeres, definitivamente —remarcó, observando cómo despegaba y se elevaba un avión de más de mil toneladas—, sois más duras y crueles que los hombres.
—No estoy de acuerdo.
—No hablo en líneas generales. Pero la
dómina
tiene que ser así con su sumiso. Los hombres tendemos a relajarnos con una mujer y creemos que son incapaces de hacernos daño. Nos da por vacilar de vez en cuando, ¿comprendes? —giró el rostro hacia ella y sonrió.
Cleo estudió su expresión. Era un hombre de facciones clásicas y hermosas, como las de una escultura griega o un ángel torturado. Le dieron ganas de abrazarlo y aliviarlo de todos sus demonios. Los tenía, y muchos.