Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (16 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—¿Cómo —dijo él—, viene alguno?.

—Sí, dijo Gandalín. Entonces le mostró las dueñas y los caballeros que ya cerca del otero venían. Amadís cabalgó en su caballo y fue contra ellos y saludólos, y ellos a él y vio entre ellos una dueña asaz hermosa y bien guarnida que muy fieramente lloraba. Amadís le dijo:

—Dueña, Dios os haga alegre.

—Y a vos dé honra —dijo ella—, que alegría tengo ahora mucho alongada, si me Dios remedio no pone.

—Dios le ponga —dijo él—. Mas, ¿qué cuita es la que habéis?.

—Amigo —dijo ella—, tengo cuanto he en aventura y prueba de una batalla, y él entendió luego que aquélla era la dueña que le dijeron y díjole:

—Dueña, ¿habéis quién pos vos lo haga?.

—No —dijo ella—, y mi plazo es mañana.

—Pues, ¿cómo cuidáis en ello hacer?, dijo él.

—Perder cuanto he —dijo ella— si en casa del rey no hay alguno que haya de mí duelo y tome esta batalla por merced y por mantener derecho.

—Dios os dé buen remedio —dijo Amadís—, que me placería mucho así por vos como porque desamo ese que contra vos es.

—Dios os haga hombre bueno —dijo ella—, y dé a vos y a mí presto de él venganza.

Amadís se fue a sus tendejones y la dueña con su compaña a la villa y las doncellas llegaron a poco rato y contáronle cómo Dardán era ya en la villa bien ataviado de hacer su batalla. Y Amadís les contó cómo halló la dueña y lo que pasaron.

Aquella noche holgaron y al alba del día las doncellas se levantaron y dijeron a Amadís cómo se iban a la villa y que le enviarían a decir lo que hacía el caballero.

—Con vos quiero ir —dijo él—, por estar más llegado y cuando Dardán al campo saliere venga la una a me lo decir; y luego se armó y se fueron todos de cosuno y siendo cerca de la villa, quedó Amadís al cabo de la floresta y las doncellas se fueron. Él descabalgó de su caballo y tiró el yelmo y el escudo y estuvo esperando y sería esto al salir el sol. A esta hora que oís cabalgó el rey Lisuarte con gran compaña de hombres buenos y fuese a un campo que había entre la villa y la floresta y allí vino Dardán muy armado sobre un hermoso caballo y traía a su amiga por la rienda la más ataviada que él llevarla pudo y así se paró con ella ante el rey Lisuarte y dijo:

—Señor, manda entregar a esta dueña de aquello que debe ser suyo y si hay caballero que diga que no, yo lo combatiré.

El rey Lisuarte mandó luego a la otra dueña llamar y vino ante él y díjole:

—Dueña, ¿habéis quién se combata por vos?.

—Señor, no, dijo ella llorando. El rey hubo de ella muy gran duelo porque era buena dueña. Dardán se paró en la plaza donde había de atender hasta hora de tercia así armado y si no viniese a él ningún caballero darle había el rey su juicio, que así lo vieron fue la una, cuanto más pudo, a lo decir a Amadís. Él cabalgó y tomando sus armas dijo a Gandalín y a la doncella que se fuesen por otra parte y que si él a su honra de la batalla se partiese que se fuesen a los tendejones que allí acudiría él y luego salió de la floresta todo armado y encima de un caballo blanco y él se iba hacia donde era Dardán, aderezando sus armas. Cuando el rey y los de la villa vieron al caballero salir de la floresta mucho se maravillaron quién sería, que ninguno no pudo conocer, mas decían que nunca vieran caballero que tan hermoso pareciese armado y a caballo. El rey dijo a la dueña reutada:

—Dueña, ¿quién es aquel caballero que quiere sostener vuestra razón?.

—Así me ayude Dios —dijo ella—, no sé que le nunca vi, que me miembre.

Amadís entró en el campo donde estaba Dardán y díjole:

—Dardán, ahora mantén razón de tu amiga, que yo defenderé la otra dueña con la ayuda de Dios y quitarme he de lo que te prometí.

—¿Y qué me prometisteis?, dijo él.

—Que me combatiría contigo —dijo Amadís—, y esto fue por saber tu nombre cuando fuiste villano contra mí.

—Ahora os precio menos que antes, dijo Dardán.

—Ahora no me pesa de cosa que me digáis —dijo Amadís—, que cerca estoy de me vengar, dándome Dios ventura.

—Pues venga la dueña —dijo Dardán—, y otórgate por su caballero y véngate si pudieres.

Entonces llegó el rey y los caballeros por ver lo que pasaba y Dardán dijo a la dueña:

—Este caballero quiere la batalla por vos, ¿otorgáisle vuestro derecho?.

—Otorgo —dijo ella—, y Dios le dé ende buen galardón.

El rey miró a Amadís y vio que tenía el escudo falsado por muchos lugares y dijo contra los otros caballeros:

—Si aquel caballero extraño demandase escudo dárselo habían con derecho.

Mas tanto había Amadís la cuita de se combatir con Dardán que en otro no tenía mientes, teniendo aquellas sucias palabras que dijera en la memoria muy más frescas y recientes que cuando pasaron, en que todos debían tomar ejemplo y poner freno a sus lenguas, especialmente con los que no conocen, porque de lo semejante muchas veces han acaecido grandes cosas de notar. El rey se tiró afuera y todos los otros y Dardán y Amadís movieron contra sí de lejos y los caballos eran corredores y ligeros y ellos de gran fuerza que se hirieron con sus lanzas tan bravamente que sus armas todas falsaron, mas ninguno no fue llagado y las lanzas fueron quebradas y ellos se juntaron de los cuerpos de los caballos y con los escudos tan bravamente que maravilla era y Dardán fue en tierra de aquella primera justa, mas de tanto le vino bien que llevó las riendas en la mano y Amadís pasó por él y Dardán se levantó aína y cabalgó como aquél que era muy ligero y echó mano a su espada muy bravamente. Cuando Amadís tornó hacia él su caballo, violo estar de manera de lo acometer y echó mano a la espada y fuéronse ambos a acometer tan bravamente que todos se espantaban en ver tal batalla y las gentes de la villa estaban por las torres y por el muro y por los lugares donde los mejor podían ver combatir, y las casas de la reina eran sobre el muro y habían allí muchas fenestras donde estaban muchas dueñas y doncellas y veían la batalla de los caballeros que les parecía espantosa de ver que ellos se herían por cima de los yelmos que eran de fino acero, de manera que a todos parecía que les ardían las cabezas según el gran fuego que de ellos salía, y de los arneses y otras armas hacían caer en tierra muchas piezas y mallas y muchas rajas de los escudos.

Así que su batalla era tan cruda que muy gran espanto tomaban los que la veían, mas ellos no quedaban de se herir por todas partes y cada uno mostraba al otro su fuerza y ardimiento. El rey Lisuarte que los miraba, comoquiera que por muchas cosas de afrenta pasado hubiese por su persona y visto por sus ojos, todo le parecía tanto como nada y dijo:

—Ésta es la más brava batalla que hombre vio y quiero ver qué fin habrá y haré figurar en la puerta de mi palacio aquél que la victoria hubiere, que lo vean todos aquéllos que hubieren de ganar honra.

Andando los caballeros con mucho ardimiento en su batalla, como oísteis, hiriéndose de muy grandes golpes sin solo un poco holgar, Amadís, que mucha saña tenía de Dardán, y que en aquella casa de aquel rey donde su señora era, esperaba morar, porque por su mandado la sirviese, viendo que el caballero tanto se le detenía comenzóle a cargar de grandes y duros golpes, como aquél que si alguna cosa valía, allí más que en otra parte, donde su señora no fuese, lo quería mostrar, de manera que antes que la tercia llegase conocieron todos que Dardán había lo peor de la batalla, pero no de manera que se no defendiese también, que no estaba allí tan ardid que con él se osase combatir. Mas todo no valía nada, que el caballero extraño no hacía sino mejorar en fuerza y ardimiento y heríalo tan fuertemente como en el comienzo, que todos decían que nada le menguaba sino su caballo, que ya no era tan valiente como era menester.

Y otrosí, aquél con quien se combatía, que muchas veces tropezaban y ahinojaban con ellos que a duro los podían sacar de paso y Dardán, que mejor se cuidaba combatir de pie que de caballo, dijo a Amadís:

—Caballero, nuestros caballos nos fallecen, que son muy cansados y esto hace durar mucho nuestra batalla; yo creo que si anduviésemos a pie, que rato hubiese que te habría conquistado.

Esto decían tan alto que el rey y cuantos con él eran le oían y el caballero extraño hubo ende muy gran vergüenza y dijo:

—Pues tú te crees mejor defender de pie que de caballo apeémonos, y defiéndete, que lo has mucho menester y aunque no me parece que el caballero debe dejar su caballo en cuanto pudiere estar en él.

Así que luego descendieron de los caballos sin más tardar y tomó cada uno lo que le quedaba de su escudo, y con gran ardimiento se dejaron ir el uno al otro e hiriéronse muy más bravamente que antes, que era maravilla de los mirar. Pero de mucho había muy gran mejoría el caballero extraño, que se podía mejor a él llegar y heríalo de muy grandes golpes y muy a menudo que no le dejaba holgar, pero veía que le era menester y muchas veces lo hacía volver de uno y otro cabo y algunas ahihojar, tanto, que todos decían:

—Locura demandó Dardán cuando quiso descender a pie con el caballero, que le no podía a él llegar en su caballo que era muy cansado.

Así traía el caballero extrañado a Dardán a toda su voluntad que ya pugnaba más en se guardar de los golpes que en herir y fuese tirando afuera contra el palacio de la reina y las doncellas y todos decían que moriría Dardán si más en la batalla porfiase. Cuando fueron debajo de las fenestras decían todos:

—¡Santa María, muerto es Dardán!.

Entonces, oyó hablar Amadís a la doncella de Dinamarca y conocióla en la habla y cató suso y vio a su señora Oriana que estaba a una fenestra y la doncella con ella y así como la vio, así la espada se le revolvió en la mano y su batalla y todas las otras cosas le fallecieron por la ver. Dardán hubo ya cuanto de vagar y vio que su enemigo cataba a otra parte, y tomando la espada con ambas las manos diole un tal golpe por cima del yelmo que se lo hizo torcer en la cabeza. Amadís por aquel golpe no dio otro, ni hizo sino aderezar su yelmo, y Dardán lo comenzó a herir por todas partes. Amadís lo hería pocas veces, que tenía el pensamiento mudado en mirar a su señora. A esta hora comenzó a mejorar Dardán y él a empeorar y la doncella de Dinamarca dijo:

—¡En mal punto vio aquel caballero acá alguna!, que así perdiendo hizo cobrar a Dardán, que al punto de la muerte llegado era. Cierto, no debiera el caballero a tal hora su obra fallecer. Amadís que lo oyó hubo tan gran vergüenza que quisiera ser muerto, con temor que creería su señora que había en él cobardía y dejóse ir a Dardán e hiriólo por cima del yelmo de tan fuerte golpe que le hizo dar de las manos en tierra y tomóle por el yelmo y tiró tan recio que se lo sacó de la cabeza y diole con él tal herida que lo hizo caer aturdido y dándole con la manzana de la espada en el rostro, le dijo:

—Dardán, muerto eres si a la dueña no das por quita.

Él le dijo:

—¡Ay, caballero, merced! No muero yo, la doy por quita.

Entonces se llegó el rey y los caballeros y lo oyeron. Amadís, que con la vergüenza estaba de lo que le aconteciera, fue cabalgar en su caballo y dejóse ir lo más que pudo correr la floresta. La amiga de Dardán llegó allí donde él tan maltrecho estaba y díjole:

—Dardán, de hoy más no me catéis por amiga, vos ni otro que en el mundo sea, sino aquel buen caballero que ahora hizo esta batalla.

—¿Cómo —dijo Dardán—, yo soy por ti vencido y escarnido y quiéresme desamparar por aquél que en tu daño y en mi deshonra fue? Por Dios, bien eres mujer que tal cosas dices, y yo te daré el galardón de tu aleve.

Y metiendo mano a su espada, que aún tenía a su cinta, diole con ella tal golpe que le echó la cabeza a los pies. Después de esto estuvo un poco pensando y dijo:

—¡Ay, cautivo! ¿Qué hice?, que maté la cosa del mundo que más amaba, mas yo vengaré su muerte.

Y tomando la espada por la punta la metió por sí que no lo pudieron acorrer aunque en ello trabajaron, y como todos se llegasen a lo ver por maravilla, no fue ninguno en pos de Amadís, para lo conocer; mas de aquella muerte plugo mucho a todos los más, porque aunque este Dardán era el más valiente y esforzado caballero de toda la Gran Bretaña, la su soberbia y mala condición hacia que lo no emplease sino en injuria de muchos, tomando las cosas desaforadas, teniendo en más su fuerza y gran ardimiento del corazón que el juicio del Señor muy alto, que con muy poco del su poder hace que los muy fuertes de los muy flacos vencidos y deshonrados sean.

Capítulo 14

Cómo el rey Lisuarte hizo sepultura a Dardán y a su amiga e hizo poner en su sepultura letras que decían la manera cómo eran muertos.

Así esta batalla vencida en que Dardán y su amiga tan crueles muertes hubieron, mandó el rey traer dos monumentos e hízoles poner sobre leones de piedra y allí pusieron a Dardán y a su amiga en el campo, donde la batalla fuera con letras que cómo había pasado señalaban. Y después a tiempo fue allí puesto el nombre de aquél que lo venció, como adelante se dirá y preguntó el rey qué se hiciera del caballero extraño, mas no le supieron decir sino que se fuera al más correr de su caballo contra la floresta.

—¡Ay! —dijo el rey—, quién tal hombre en su compaña haber pudiese que de más del su gran esfuerzo, yo creo que es muy mesurado, que todos oísteis el abiltamiento que le dijo Dardán, y aunque en su poder lo tuvo no quiso matarlo, pues bien creo yo que entendió en el talante del otro que no le hubiera merced si así lo tuviera.

En esto hablando se fue a su palacio hablando él y todos del caballero extraño. Oriana dijo a la doncella de Dinamarca:

—Amiga, sospecho en aquel caballero que aquí se combatió que es Amadís, que ya tiempo sería de venir, que pues le envié mandar que se viniese no se detendría.

—Cierto —dijo la doncella—, yo creo que él es, y yo me debería hoy membrar cuando vi el caballero que traía un caballo blanco, que sin falta un tal le dejé yo cuando de allá partí.

Luego dijo:

—¿Conocisteis qué armas traía?.

—No —dijo ella—, que el escudo era despintado de los golpes, mas parecióme que había el campo de oro.

—Señora —dijo la doncella—, él tuvo en la batalla del rey Abies un escudo que había el campo de oro y dos leones azules en él alzados uno contra otro, mas aquél escudo fue allí todo deshecho y mandó hacer luego otro tal y díjome que aquél traería cuando acá viniese y creo que aquél es.

—Amiga —dijo Oriana—, si es éste o vendrá o enviará a la villa y vos salid allá, más lejos que soléis por ver si hallaréis su mandado.

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