Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

Amadís de Gaula (11 page)

BOOK: Amadís de Gaula
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—Estad y enderecemos nuestros yelmos, si quisieres que holguemos nuestra batalla no perderá tiempo y comoquiera que yo te desame mucho, te precio más que a ningún caballero con quien yo me combatiese; mas de te yo preciar no te tiene porque no te haga mal, que mataste a aquél que yo tanto amaba y pónesme en gran vergüenza de me durar tanto en batalla ante tantos hombres buenos.

El Doncel del Mar dijo:

—Rey Abies, ¿de esto se te hace vergüenza y no de venir con gran soberbia a hacer tanto mal a quien no lo merece? Cata que los hombres, especialmente los reyes, no han de hacer lo que pueden, mas lo que deben, porque muchas veces acaece que el daño y la fuerza que a los que se lo merecieron quieren hacer a la fin cae sobre ellos y piérdenlo todo y aun la vida a vueltas, y si ahora querrías que te dejase holgar así lo quisieran otros a quien tú sin se lo otorgar mucho apremiabas y porque sientes lo que a ellos sentir hacías, aparéjate que no holgarás a mi grado.

El rey tomó su espada y lo poco del escudo y dijo:

—Por tu mal haces este ardimiento que él te pone en este lago donde no saldrás sin perder la cabeza.

—Ahora haz tu poder —dijo el Doncel del Mar—, que no holgarás hasta que tu muerte se llegue o tu honra sea acabada, y acometiéronse muy más sañudos que antes y tan bravos se herían como si entonces comenzaran la batalla y aquel día no hubieran dado golpe. El rey Abies, como muy diestro fuese por el gran uso de las armas, combatíase muy cuerdamente, guardándose de los golpes e hiriendo donde más podía dañar; las maravillas que el Doncel hacía en andar ligero y acometedor y en dar muy duros golpes le puso en desconcierto todo su saber y a mal de su grado, no le pudiendo ya sufrir perdía el campo y el Doncel del Mar le acabó de deshacer en el brazo todo el escudo, que nada le quedó y cortábale la carne por muchas partes, así que la sangre le salía mucha y ya no podía herir, que la espada se le revolvía en la mano, tanto fue aquejado, que volviendo casi las espaldas andaba buscando alguna guarida con el temor de la espada que tan crudamente la sentía; pero como vio que no había sino muerto volvió tomando su espada con ambas manos y dejóse ir a Doncel, cuidándole herir por cima del yelmo, y él alzó el escudo donde recibió el golpe y la espada entró tan dentro por él, que no la pudo sacar y tirándose afuera diole el Doncel del Mar en el descubierto en la pierna tal herida que la mitad de ella fue cortada y el rey cayó tendido en el campo. El Doncel fue sobre él y, tirándole el yelmo, díjole:

—Muerto eres, rey Abies, si no te otorgas por vencido.

Él dijo:

—Verdaderamente muerto soy, más no vencido, y bien creo que me mató mi soberbia, y ruégote que me hagas segura mi compaña, sin que daño reciban y llevarme han a mi tierra, y yo perdono a ti y a los que mal quiero, y mando entregar al rey Perión cuanto le tomé y ruégote que me hagas haber confesión que muerto soy.

El Doncel del Mar cuando esto le oyó hubo de él gran duelo a maravilla, pero bien sabía que no lo hubiera el otro de él, si más pudiera. Todo esto pasado como oído habéis, se juntaron todos los de la hueste y de la villa, que eran todos seguros, y el rey Abies mandó dar al rey Perión cuanto le tomara y él le aseguró toda su gente hasta que lo llevasen a su tierra, y recibidos todos los sacramentos de la Santa Iglesia el rey Abies salióle el alma; sus vasallos le llevaron a su tierra con grandes llantos que por él hacían. Tomado el Doncel del Mar por el rey Perión y Agrajes y los otros grandes de su partido y sacado del campo con aquella gloria que los vencedores en tales autos llevar suelen, no solamente de honra, más de restitución de un reino a quien perdido lo tenía, a la villa con él se van; y la doncella de Dinamarca, que de parte de Oriana a él venía, como ya se os dijo, llegó allí al tiempo que la batalla se comenzó, y como vio que tanto a su honra se acabara, llegóse a él y díjole:

—Doncel del Mar, hablad conmigo aparte y deciros he vuestra hacienda, más que vos sabéis.

Él la recibió bien y apartóse con ella yendo por el campo, y la doncella le dijo:

—Oriana, vuestra amiga, me envía a vos y os doy de su parte esta carta en que está vuestro nombre escrito.

Y tomó la carta, mas no entendió nada de lo que dijo, así fue alterado cuando a su señora oyó mentar, antes se le cayó la carta de la mano y la rienda en la cerviz del caballo, y estaba como fuera de sentido. La doncella demandó la carta que en el campo estaba a uno de los que la batalla habían mirado y tornó a él, estando todos mirando lo que acaeciera y maravillándose cómo así se había turbado el Doncel con las nuevas de la doncella y, cuando ella llegó, díjole:

—¿Qué es eso, señor, tan mal recibís mandado de las más alta doncella del mundo, de aquélla que os mucho ama, y me hizo sufrir tanto afán en os buscar?.

—Amiga —dijo él—, no entendí lo que me habéis dicho con este mal que me ocurrió, como ya otra vez ante vos me acaeció.

La doncella dijo:

—Señor, no ha menester encubierta conmigo, que yo sé más de vuestra hacienda y de la de mi señora que vos sabéis, que ella así lo quiso, y dígoos que si la amáis, que no hacéis tuerto, que ella os ama tanto que de ligero no se podría contar, y sabed que la llevaron a casa de su padre y envíaos decir que, tanto que de esta guerra os partáis, vayáis a la Gran Bretaña y procuréis de morar con su padre hasta que os ella mande, y díceos que sabe cómo sois hijo de rey y que no es ella por ende menos alegre que vos y que pues no conociendo a vuestro linaje erais tan bueno, que trabajéis de lo ser ahora mucho mejor.

Entonces le dio la carta y díjole:

—Veis aquí esta carta en que está escrito vuestro nombre y ésta llevasteis al cuello cuando os echaron en la mar.

Él la tomó y dijo:

—¡Ay, carta!, cómo fuisteis bien guardada por aquella señora cuyo es mi corazón, por aquélla por quien yo muchas veces al punto de la muerte soy llegado, mas si dolores y angustias por su causa hube, en muy mayor grado de gran alegría soy satisfecho. ¡Ay, Dios y Señor!, cuándo veré yo el tiempo en que servir pueda aquella señora esta merced que me hace, y leyendo la carta conoció por ella que el su derecho nombre era Amadís. La doncella le dijo:

—Señor, yo me quiero tornar luego a mi señora, pues que recaudé su mandado.

—¡Ay, doncella! —dijo el Doncel del Mar—, por Dios holgad aquí hasta tercero día y de mí no os partáis por ninguna guisa y yo os llevaré donde os pluguiere.

—A vos vine —dijo la doncella—y no haré ál sino lo que mandares.

Acabada la habla fuese luego el Doncel del Mar para el rey y Agrajes que lo atendían, y entrando por la villa decían todos:

—Bien venga el caballero bueno por quien habemos cobrado honra y alegría.

Así fueron hasta el palacio y hallaron en la cámara del Doncel del Mar a la reina con todas sus dueñas y doncellas haciendo muy gran alegría y en los brazos de ella fue él tomado de su caballo y desarmado por la mano de la reina, y vinieron maestros que le curaron de las heridas, y aunque muchas eran no había ninguna que mucho empacho le diese. El rey quisiera que él y Agrajes comieran con él, mas no quiso sino con su doncella, por le hacer honra, que bien veía que ésta podía remediar gran parte de sus angustias. Así holgó algunos días con gran placer, en especial con las buenas nuevas que le vinieron, tanto que ni el trabajo pasado, ni las llagas presentes no le quitaron que no se levantase y anduviese por una sala hablando siempre con la doncella que por él era detenida, que no se partiese hasta que pudiese tomar armas y la llevase. Mas un caso maravilloso que a la sazón le acaeció fue causa que, tardando él algunos días, la doncella sola de allí partida se fue, como ahora oiréis.

Capítulo 10

Cómo el Doncel del Mar fue conocido por el rey Perión, su padre, y por su madre Elisena.

Al comienzo ya se contó cómo el rey Perión dio a la reina Elisena, siendo su amiga, uno de los dos anillos que él traía en su mano, tal el uno como el otro, sin que en ellos ninguna diferencia pareciese y cómo al tiempo en que el Doncel del Mar fue en el río lanzado, en el arca, llevó al cuello aquel anillo, y cómo después le fue dado con la espada al Doncel por su amo Gandales, y el rey Perión había preguntado a la reina algunas veces por el anillo y ella, con vergüenza que no supiese dónde le pusiera, decíale que lo había perdido, pues así acaeció, que pasando el Doncel del Mar por una sala hablando con su doncella, vio a Melicia, hija del rey, niña que estaba llorando y preguntóle qué había. La niña dijo:

—Señor, perdí un anillo que el rey me dio a guardar en tanto que él duerme.

—Pues yo os daré —dijo él— otro tan bueno o mejor que le deis. Entonces sacó de su dedo un anillo y dióselo. Ella dijo:

—Este es el que yo perdí.

—No es, dijo él.

—Pues es el anillo del mundo que más le parece, dijo la niña.

—Por esto está mejor —dijo el Doncel del Mar— que en lugar del otro le daréis, y dejándola se fue con la doncella a su cámara y acostóse en un lecho y ella en otro que ende había. El rey despertó y demandó a su hija que le diese el anillo y ella le dio aquél que tenía; él lo metió en su dedo creyendo que el suyo fuese, mas vio yacer en un cabo de la cámara el otro que su hija perdió y tomándolo juntólo con el otro y vio que era el que él a la reina había dado y dijo a la niña:

—¿Cómo fue esto de este anillo?.

Ella, que mucho le temía, dijo:

—¡Por Dios, señor!, el vuestro perdí yo y pasó por aquí el Doncel del Mar y como vio que yo lloraba diome ese que él traía, y yo pensé que el vuestro era.

El rey hubo sospecha de la reina, que la gran bondad del Doncel del Mar, junto con la de su demasiada hermosura no la hubiesen puesto en algún pensamiento indebido, y tomando su espada entró en la cámara de la reina y cerrada la puerta dijo:

—Dueña, vos me negasteis siempre el anillo que os yo diera, y el Doncel del Mar halo dado ahora a Melicia, ¿cómo pudo ser esto? Que, ¿veisle aquí? Decidme de qué parte le hubo, y si me mentís vuestra cabeza lo pagará.

La reina, que muy airado le vio, cayó a sus pies y díjole: ¡Ay, señor, por Dios Merced, pues de mí mal sospecháis, ahora os diré la mi cuita que hasta aquí os hube negado.

Entonces comenzó a llorar muy recio, hiriendo con sus manos en el rostro y dijo cómo echara su hijo en el río y que llevara la espada y aquel anillo.

—¡Santa María! —dijo el rey—, yo creo que éste es nuestro hijo.

La reina tendió las manos diciendo:

—Así pluguiese al Señor del mundo, ahora vamos allá vos y yo —dijo el rey—, y preguntémosle de su hacienda.

Luego fueron entrambos solos a la cámara donde él estaba, y halláronlo durmiendo muy sosegadamente, y la reina no hacía sino llorar por la sospecha que tanto contra razón de ella se tomaba. Mas el rey tomó en su mano la espada que a la cabecera de la cama era puesta y catándola la conoció luego, como aquél que con ella diera muchos golpes y buenos, y dijo contra la reina:

—¡Por Dios!, esta espada conozco bien y ahora creo más lo que me dijisteis.

—¡Ay, señor! —dijo la reina—, no le dejemos más dormir, que mi corazón se aqueja mucho; y fue para él y tomándole por la mano tiróle un poco contra sí diciendo:

—Amigo, señor, acorredme en esta prisa y congoja en que estoy.

Él despertó y viola muy reciamente llorando y dijo:

—Señora, ¿qué es eso que habéis? Si mi servicio puede algo remediar mandádmelo, que hasta la muerte se cumplirá.

—¡Ay, amigo! —dijo la reina—, pues ahora nos acorred con vuestra palabra en decir cuyo hijo sois.

—Así Dios me ayude —dijo él—, no lo sé, que yo fui hallado en la mar por gran aventura.

La reina cayó a sus pies toda turbada y él hincó los hinojos ante ella y dijo:

—¡Ay, Dios!, ¿qué es esto?.

Ella dijo, llorando:

—Hijo, ves aquí tu padre y madre.

Cuando esto oyó dijo:

—¡Santa María!, ¿qué será esto que oigo?.

La reina, teniéndole entre sus brazos, tornó y dijo:

—Es, hijo, que Dios quiso por su merced que cobrásemos aquel yerro que por gran miedo yo hice y, mi hijo, yo, como mala madre os eché en la mar y veis aquí el rey que os engendró.

Entonces hincó los hinojos y les besó las manos con muchas lágrimas de placer, dando gracias a Dios porque así le había sacado de tantos peligros para en la fin le dar tanta honra y buena ventura con tal padre y madre. La reina le dijo:

—Hijo, ¿sabéis vos si habéis otro nombre sino éste?.

—Señora, sí sé —dijo él—, que al partir de la batalla me dio aquella doncella una carta que llevé envuelta en cera cuando en la mar fui echado en que dice llamarme Amadís.

Entonces, sacándola de su seno, se la dio y vieron cómo era la misma que Darioleta por su mano escribiera, y dijo:

—Mi amado hijo, cuando esta carta se escribió era yo en toda cuita y dolor y ahora soy en todo holganza y alegría, ¡bendito sea Dios!, y de aquí adelante por este nombre os llamad.

—Así lo haré, dijo él. Y fue llamado Amadís, y en otras muchas partes Amadís de Gaula. El placer que Agrajes, su primo, con estas nuevas hubo y todos los otros del reino sería excusado decir, que hallando los hijos perdidos aunque revesados y mal condicionados sean, reciben los padres consolación y alegría. Pues mirad qué tal podía ser con el que en todo el mundo era un claro y luciente espejo.

Así, que, dejando de más hablar en esto contaremos lo que después acaeció. La doncella de Dinamarca dijo:

—Amadís, señor, yo me quiero ir con estas buenas nuevas, de que mi señora habrá gran placer, y vos quedar a dar gozo y alegría a aquellos ojos que por deseo vuestro tantas lágrimas han derramado.

A él le vinieron las lágrimas a los ojos, que a hilo por la faz le caían y dijo:

—Mi amiga, a Dios vais encomendada y a vos encomiendo mi vida que de ella hayáis piedad, que a mi señora sería osado de la pedir según la gran merced que ahora me hizo y yo seré allá a la servir muy presto con otras tales armas como en la batalla del rey Abies tuve, por donde me podáis conocer, si no hubiera lugar para lo saber de mí.

Agrajes asimismo se despidió de él, diciéndole cómo la doncella a quién él dio la cabeza de Galpano en venganza de la deshonra que le hizo, le trajo mandado de Olinda, su señora, hija del rey Vanaín de Noruega que luego la fuese a ver. La cual él ganara por amiga al tiempo que él y su tío don Galvanes fueron en aquel reino. Este don Galvanes era hermano de su padre, y porque no había más heredad de un pobre castillo, llamábanle Galvanes Sin Tierra y díjole:

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