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Authors: Laura Gallego García

Alas de fuego (19 page)

BOOK: Alas de fuego
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Ahriel despertó, con el corazón latiéndole con fuerza. Al mirar a su alrededor sólo vio a Kendal, Tobin y Kiara profundamente dormidos en torno a los restos de la hoguera. Respiró hondo. Ahora comprendía que no había escapado de Gorlian, ni lo haría jamás.

Entrecerró los ojos con una mueca de odio. María tenía la culpa de todo aquello. Cuando María muriese, Gorlian moriría con ella, y Ahriel sería libre.

Movida por una nueva y sombría determinación, despertó a sus compañeros y los obligó a reemprender la marcha inmediatamente. Kendal abrió la boca para protestar, pero, de nuevo, la mirada de Ahriel lo hizo callar.

Tardaron varios días más en abandonar los dominios de la reina María. Tobin retrasaba la marcha, pero no estaba dispuesto a quedarse atrás, y Ahriel, que aplaudía interiormente su tenacidad, había decidido que no lo abandonaría.

El paisaje fue cambiando gradualmente. Las tierras que antes aparecían ante sus ojos verdes y fértiles fueron dando paso a un terreno yermo y baldío.

—Esto es el antiguo reino de Vol-Garios —dijo Ahriel a media voz.

—¿Qué pasó? —preguntó Kiara, estremeciéndose.

Pero Ahriel no respondió.

Era una tierra de páramos interminables, pero en el horizonte se divisaba una montaña sombría. Aunque Ahriel no dijo nada, sus compañeros sospechaban que aquél era su destino.

Vol-Garios era un desierto de donde toda la vida había huido tiempo atrás, pero los fugitivos no encontraron grandes problemas a la hora de sobrevivir allí. Por muy inhóspita que fuese una tierra, siempre sería mejor que Gorlian, en todos los sentidos.

Alcanzaron la base de la montaña, y Ahriel los hizo trepar hasta la cima. El suelo estaba formado de un material extraño que ninguno de los tres humanos pudo identificar. Kendal comenzaba a sospechar de qué se trataba, pero no confirmó sus conjeturas hasta que alcanzaron la cumbre y miraron más allá.

La gran montaña de Vol-Garios era un enorme volcán inactivo.

Ahriel no halló grandes dificultades a la hora de encontrar una manera de bajar hasta el fondo del cráter. Kiara y Kendal la siguieron, ayudando a Tobin para que no perdiera el píe.

Cuando alcanzaron a Ahriel, la encontraron frente a una gigantesca lápida hundida en la piedra volcánica. Ahriel estudiaba con atención unos extraños símbolos grabados en la superficie de la losa.

—Es lenguaje angélico —susurró Kiara.

—¿Qué es lo que dice? —quiso saber Kendal.

—Es una larga historia —dijo Ahriel a media voz—. Los ángeles encerraron aquí al Devastador hace mucho tiempo, pero sabían que el poder angélico del sello no bastaría para retenerlo ahí. Por alguna razón, necesitaban también colaboración humana.

—¿Qué tipo de colaboración? —preguntó Kendal.

—Desde entonces, los ángeles han estado protegiendo y vigilando a los humanos —prosiguió Ahriel, sin responder a la pregunta—, esperando que llegue alguien capaz de destruir al Devastador de una vez por todas. Hasta entonces, y atrapada por el poder del sello, esta criatura estará a merced de cualquiera que sea capaz de abrir su tumba. Y sólo una alianza entre un ángel y un humano protegido por la gracia angélica podría lograrlo.

—Pero tú has dicho muchas veces que ya no eres un ángel —objetó Tobin—. ¿Crees que podrías romper el sello?

Por toda respuesta, ella colocó la palma de la mano sobre uno de los símbolos.

Inmediatamente, sintió cómo un poder maligno la inundaba y exploraba todos los rincones de su alma. Ahriel cerró los ojos y aguantó. Cuando aquella energía se retiró de ella, abrió los ojos de nuevo y vio que la lápida se iluminaba con un suave resplandor sobrenatural.

—Sí eres un ángel —susurró Kiara—. El poder del sello te ha reconocido.

—Ahora te toca a ti —dijo Ahriel con brusquedad.

Retiró la mano y se hizo a un lado para que Kiara colocase la suya sobre la lápida.

Pero entonces, súbitamente, algo invisible golpeó por la espalda a la princesa de Saria y la derribó sobre el suelo de piedra volcánica. Ahriel se volvió como movida por un resorte.

Y entonces vio a María. Y, antes de que nadie pudiese impedirlo, la reina de Karish colocó la palma de la mano sobre la lápida, y un brillo cegador envolvió la tumba del Devastador, provocando una onda de energía que los lanzó a todos hacia atrás con violencia.

Ahriel aterrizó contra una roca, golpeándose la cabeza, y perdiendo el sentido.

Despertó apenas unos minutos después, aturdida. Una sombra se cernió sobre ella.

—Volvemos a vernos, ángel —dijo una voz cuyo sonido agitó los más profundos velos de su memoria.

Ahriel alzó la mirada. Sobre ella se inclinaba un individuo encapuchado que sonreía inquietantemente.

Lo reconoció.

—Tú... —dijo, apretando los dientes.

—Veo que todavía conservas el cepo que te puse. Qué detalle por tu parte.

Ahriel trató de incorporarse, pero no lo consiguió. Descubrió entonces, con horror, que sus miembros estaban paralizados.

—¿Qué me has hecho?

El nigromante se rió con suavidad. Era una extraña risa gorgoteante, y Ahriel recordó dónde la había escuchado antes.

El Rey de la Ciénaga.

—Eres tú, ¿verdad? Tú creaste al Rey de la Ciénaga. Le diste inteligencia. Le diste voz...

—Y tú le asesinaste. A mi mejor creación, un ser pensante...

—Un monstruo —corrigió Ahriel.

—No menos que tú —murmuró el nigromante—. ¡Mírate!. No eres humana, pero tampoco eres un ángel. Te has convertido en una rareza. Eres única en tu especie, igual que lo era el Rey de la Ciénaga. Y correrás su misma suerte.

El nigromante se enderezó y se alejó de ella, dándole la espalda. Ahriel trató desesperadamente de moverse, pero no lo logró. Miró a su alrededor, furiosa.

Y no le gustó lo que vio.

María estaba allí, acompañada por Kab. Junto a ella había un miembro de la secta de los Siniestros, y el creador del Rey de la Ciénaga se colocó junto a él para decirle algo en voz baja. Los dos llevaban las túnicas y capuchas oscuras propias de su orden. El grupo había apresado a Kiara y a Kendal, que contemplaban la tumba del Devastador con muda fascinación.

María estaba de pie ante la lápida, y la luz sobrenatural que brotaba de ella iluminaba su rostro, marcado por una perversa expresión codiciosa. El Devastador estaba despertando, y María, que había roto el sello, sería su ama y señora.

La situación no podía ser más desesperada. Pero, ¿por qué? ¿Cómo había llegado María hasta allí?

Miró a sus compañeros y descubrió por primera vez a Tobin, de pie junto a Kab. Trató de llamar su atención, pero el joven la miró un momento, indiferente, y se volvió de nuevo hacia la tumba del Devastador. Ahriel se preguntó si no lo habrían hechizado a él también, cuando la dolorosa verdad se abrió paso en su mente y comprendió qué era lo que había pasado.

Tobin los había traicionado.

«Pero no puede ser verdad», se dijo Ahriel. «Él es el hermano de Bran. Entró en Gorlian para rescatarlo. Quiere vengarse de la reina María.»

Pero, en el fondo, sabía que eso no era cierto. Cuanto más pensaba en ello, más piezas encajaban.

Él los había sacado de Gorlian, un lugar de donde nadie había escapado jamás. Él había convencido a Kiara y a la propia Ahriel para que fuesen a la tumba del Devastador, donde los estaban esperando María y los suyos.

Ahriel cerró los ojos, sin poder creerlo.

María y Kiara habían sido elegidas para ser las depositarías de una sabiduría ancestral que los ángeles querían compartir con los humanos; entre aquellos conocimientos se hallaba todo lo referente al Devastador. Pero Ahriel nunca le había hablado de ello a su protegida. Lo único que María sabía era lo que la inscripción de su medallón podía revelarle: que ella podría despertar a la bestia que dormía en el volcán de Vol-Garios.

Las tierras de Vol-Garios eran ahora parte del reino de Saria; por eso María había tenido tanto interés en someter a Saria y ocupar sus territorios.

Pero María no conocía suficientemente el idioma angélico como para descifrar los símbolos de la lápida. Sólo cuando el medallón de Kiara fue a parar a sus manos comprendió que necesitaba un ángel para despertar al Devastador. Y ella había enviado a Gorlian al único ángel que conocía. «Sabía que yo no la ayudaría voluntariamente», siguió reflexionando Ahriel. «Por eso no podía sacarme de Gorlian sin más. Envió a Tobin para mostrarme el camino de regreso y asegurarse de yo colocaba la mano en esa lápida. Sabía que confiaría en él, porque...»

Porque no sólo era un pobre chico cojo que inspiraba compasión, sino que, además, era hermano de Bran.

Si Tobin había servido a María desde el principio, o sólo desde la captura de Kiara y Kendal, eso Ahriel no podía saberlo. Pero sospechaba que la reina de Karish sabía desde hacía mucho cuál era el punto débil de Ahriel; y, desde luego, había sabido sacar partido de él.

Ahriel sabía que María pasaba horas estudiando su bola de cristal. Una oleada de indignación la invadió cuando entendió que la reina había estado espiándola todo aquel tiempo. Y, seguramente, no había elegido a Tobin como agente por casualidad. «Tal vez, desesperada por no poder averiguar cómo despertar al Devastador, había planeado hace tiempo enviar a Tobin a Gorlian para interrogarme sutilmente», se dijo Ahriel.

Y la llegada de Kiara con su ángel y su medallón la había obligado a cambiar de planes. Ya no necesitaba los conocimientos de Ahriel: la necesitaba a ella.

¿Tobin planeaba realmente rescatar a Bran cuando contactó con Kendal? Probablemente no, se dijo Ariel con amargura. Si después de todo lo que ella le había contado, después de haber visto Gorlian con sus propios ojos, después de saber que había una manera de derrotar a María... si, después de todo aquello, Tobin los había traicionado igualmente, Ahriel no podía hacerse ilusiones en cuanto a su motivación.

¿Qué le había prometido María? ¿Riquezas, poder...? Lo que sí quedaba claro era que no le importaba lo más mínimo su hermano desaparecido. Sólo se preocupaba por sí mismo.

Debería haber sospechado de su actitud tranquila y segura. Por supuesto que no había estado preocupado en ningún momento. Al entrar en Gorlian, lo hizo con la certeza de que volvería a salir.

«No era el más rápido ni el más fuerte», había dicho Bran, «pero era listo».

Sí, pensó Ahriel con amargura. No cabía duda de que el muy canalla era listo.

Antaño, Ahriel había sido capaz de descubrir a los embusteros con sólo mirarlos a los ojos. Pero aquello era cosa del pasado.

Después de vivir tanto tiempo entre ladrones y delincuentes, después de convertirse en una de ellos, Ahriel había perdido su objetividad angélica.

Dominada por la furia y la sed de venganza, Ahriel trató de liberarse del hechizo. Pero su energía angélica estaba demasiado contaminada de humanidad, y no logró desbaratarlo.

Súbitamente un espantoso sonido, parecido a un aullido inhumano, rasgó el silencio. Todos retrocedieron un paso, a excepción de María, que permaneció impasible, con los ojos fijos en la tumba del Devastador. Ahriel siguió la dirección de su mirada.

Entonces, como herida por un rayo, la lápida se partió en dos.

XIV

La luz sobrenatural que bañaba el cráter del volcán se hizo todavía más intensa. Irradiaba un poder indudablemente maligno, que golpeó el alma de Ahriel con tanta violencia que ella perdió el aliento durante un breve instante. «¿Qué es eso?», quiso gritar, pero no le salieron las palabras. Sin atreverse a mirar al centro del cráter, se volvió hacia los humanos, y vio que todos, sin excepción, tenían la vista fija en la tumba del Devastador. A Ahriel no le gustó la expresión fascinada de sus rostros, pero hubo otro detalle que le gustó todavía menos: la certeza de saber que aquella cosa también seducía a una parte de sí misma. Trató de identificar la naturaleza de la poderosa criatura que estaba despertando, y casi inmediatamente comprendió que lo había sabido desde el principio.

Pero eso no impidió que se sintiese aterrada cuando la figura del Devastador se alzó ante ellos, enorme, terrorífico y decididamente maléfico.

—¡Un demonio! —susurró Ahriel, sobrecogida.

—Sí —dijo una voz cerca de ella—. Y tú lo has liberado.

Ahriel volvió la cabeza y encontró a su lado a un ángel de enormes y orgullosas alas blancas.

—Tú debes de ser Yarael —murmuró Ahriel—. ¿Cómo has llegado hasta aquí?

—Perdí el rastro de mi protegida, pero no tardé en volver a encontrarlo.

—Ayúdame a liberarme del hechizo. Si eso es realmente un demonio, debemos...

—No —la atajó Yarael—. No confío en ti.

—¡Pero no podrás enfrentarte a él tú solo!

Yarael le dirigió una mirada severa y Ahriel calló, intimidada. Al lado de aquel majestuoso ángel se sentía pequeña, sucia y mezquina.

—No te necesito —dijo Yarael—. Eres una vergüenza para nuestra raza.

Entonces Ahriel comprendió que nunca volvería a ser una de ellos. Comprendió que, aunque quisiese regresar a casa, los demás ángeles jamás le dejarían volver.

Algo se clavó en su espalda como dos dagas ardientes, y, lentamente, se volvió, temiendo enfrentarse a lo que sabía que iba a encontrar.

El Devastador, uno de los más poderosos demonios que existían, estaba allí, en pie, pletórico de fuerza, y los miraba a ellos.

O, mejor dicho, dejó de mirar a Ahriel para clavar sus ojos como brasas en Yarael. Y mantuvo fija su mirada, sin volver a preocuparse de Ahriel, como si ella no fuese un rival digno de tener en cuenta.

Yarael pareció aceptar el desafío, porque se alzó en toda su altura de más de dos metros, irguió las alas, encrespó ligeramente las plumas y extrajo su espada de la vaina.

—Vaya —dijo María—. Por fin un ángel de verdad.

Ahriel encajó el comentario hiriente sin un solo gesto. Los demás notaron entonces la presencia de Yarael. Ahriel oyó que Kiara lanzaba una exclamación ahogada.

Volvió su mirada hacia el Devastador. Sus contornos resultaban difusos, pero su figura parecía hecha de sombra y fuego, y sus ojos llameaban como el mismo infierno. Comparados con el Devastador, la secta de los Siniestros no era más que una pandilla de chiquillos traviesos.

—Mátalo —dijo María fríamente.

El Devastador lanzó un potente y aterrador rugido y saltó hacia Yarael. El ángel respondió de buena gana. Batió las alas y se elevó en el aire, y el demonio fue tras él, enarbolando una espada de fuego.

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