Alas de fuego (18 page)

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Authors: Laura Gallego García

BOOK: Alas de fuego
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Kiara asintió, avergonzada.

—Seguidme todos —ordenó la Señora de Gorlian—. Puedo ver mejor que vosotros en la oscuridad. Cogeos de la mano y no os separéis.

Los tres jóvenes obedecieron, y Ahriel los guió por las escaleras. Tobin tropezó varias veces, pero sus compañeros lo sostuvieron e impidieron que cayera rodando escaleras abajo.

Al cabo de una subida que se les antojó interminable, vieron por fin un leve resplandor en lo alto. Antes de que Ahriel pudiese detenerla, Kiara salió corriendo hacia él. Kendal la siguió, y Ahriel se disponía a hacer lo mismo cuando vio que Tobin tenía dificultades para avanzar en aquellos últimos metros. Lo miró un momento, pensativa, mientras él arrastraba su pierna lisiada por el suelo de piedra, y entonces le tendió la mano para ayudarlo.

—Gra... —empezó Tobin, pero Ahriel lo cortó con sequedad.

—Lo hago por Bran.

Al doblar un recodo vieron un círculo de luz que relucía en el suelo. Ahriel lo contempló. Aquello era magia negra, al igual que los engendros y el cepo que le retenía las alas, pero ella no sintió ningún tipo de repulsión. Había pasado tanto tiempo en Gorlian que su cuerpo y su alma se habían acostumbrado a las infames vibraciones de aquel poder retorcido. Hacía ya muchos años que sentía el cepo como una parte más de su cuerpo.

Por un momento, sintió un ramalazo de nostalgia ante aquellos días pasados, cuando todo su ser reaccionaba dolorosamente ante cualquier manifestación de aquella magia perversa. Reprimiendo un suspiro, ayudó a Tobin a entrar en el círculo y vio cómo desaparecía.

Se quedó quieta un momento ante la salida, dudando. Una parte de su ser parecía desgarrarse para quedarse en Gorlian, y Ahriel comprendió que, después de tantos años, todavía se preguntaba si había hecho lo correcto.

Antes de entrar en el círculo, volvió la mirada hacia el túnel oscuro y se preguntó si tendría valor para regresar a buscar lo que dejaba atrás.

XIII

La transición fue breve y sencilla. Todo pareció ondularse durante un momento, y después la luz rojiza se intensificó hasta el punto de hacerles cerrar los ojos, pero enseguida el resplandor remitió y, cuando Ahriel y Tobin miraron a su alrededor, se encontraron en los aposentos de la reina María.

Ahriel lamentó no haber previsto aquel detalle. En su obsesión por salir de Gorlian, no se había planteado qué los esperaría al otro lado. Por fortuna, todo estaba oscuro y silencioso. O María no se encontraba allí, o estaba durmiendo en su alcoba, situada en la habitación de al lado. Ahriel dudaba que María durmiese alguna vez, de modo que decidió salir de allí cuanto antes, por si volvía. Se dijo a sí misma que prefería enfrentarse a ella en mejores condiciones, pero en el fondo de su corazón sabía que tal vez no estuviese preparada todavía.

Kiara y Kendal los esperaban en la puerta. Ahriel se reunió con ellos, seguida de Tobin. Sin una palabra, los cuatro salieron al pasillo y recorrieron el palacio, que presentaba un inusual aspecto silencioso y oscuro. «¿Dónde está todo el mundo?», se dijo Ahnel, desconcertada mientras su instinto la obligaba a mantener la guardia sin dejarse engañar. ,¿Qué es lo que pasa aquí?. Kendal los guió hasta la sala donde tiempo atrás había escuchado a escondidas la conversación entre Ahriel y María. El pasadizo secreto seguía oculto tras uno de los tapices. Por supuesto, Ahriel sabía que ya no era tan secreto como antes, pero, si seguían aquel camino al menos tendrían menos posibilidades de encontrarse con alguien.

El grupo se internó por el túnel. Kendal iba delante, iluminando el camino con una antorcha. Lo seguían Kiara y Tobin. Ahriel cerraba la marcha. Percibió una gran tensión en el ambiente, y comprendió que todos temían no poder alcanzar la ansiada libertad en aquellos metros finales.

También la propia Ahriel se sentía intranquila. Durante mucho tiempo había soñado con escapar de Gorlian pero en los últimos años había aprendido a vivir con la idea de que ese deseo jamás se haría realidad Ahora avanzaba por aquel pasadizo en dirección a la libertad, y se movía como en un sueño, esperando despertar en cualquier momento, sin terminar de creer que aquello estuviese sucediendo realmente.

Quizá por eso no estaba tan tensa como sus compañeros cuya estancia en Gorlian había sido considerablemente más breve que la suya, y además no habían llegado a recibir lo que el viejo Dag había llamado el Golpe.

De pronto, Kendal se detuvo. Kiara casi chocó contra él.

—¿Qué pasa? —preguntó.

—Hay una bifurcación. Sé que el camino de la izquierda no lleva a ninguna parte, pero no sé si debemos seguir recto o torcer a la derecha

—El camino recto lleva a las mazmorras —dijo Ahnel—. No sé a dónde conduce el de la derecha, pero no es descabellado pensar que desemboque en el exterior.

—¿Como lo sabes? —preguntó Tobin.

—Lo sé —se limitó a responder Ariel—. Yo conocía este pasadizo mucho antes que Kendal. De hecho, lo utilicé para tenderle una trampa.

El joven bardo asintió, pero no hizo ningún comentario.

—Fue María quien me lo enseñó —prosiguió Ahriel en voz baja—. No sospeché entonces, pero ahora sé que es muy probable que emplease el túnel a menudo y para salir del palacio sin ser vista.

—Eso no importa ahora —los apremió Tobin—. Debemos salir de aquí cuanto antes.

Kendal alzó la antorcha y entró el primero por el pasadizo de la derecha. Los demás lo siguieron

Al cabo de un rato llegaron a otra bifurcación. Uno de los túneles seguía recto, mientras que el otro desembocaba en unas escaleras descendentes. Ahriel se asomo, pero ni siquiera su aguda visión de ángel pudo distinguir qué había más allá.

—Es ese poder oscuro —dijo inesperadamente Kiara, a su lado.

Ahriel prestó más atención y percibió también aquella energía repulsiva y retorcida que emanaba de los engendros, de su cepo y de todo Gorlian en general.

—¿Crees que es ahí donde se reúne con los Siniestros? —preguntó Kendal, estremeciéndose.

—Yo no pienso bajar para averiguarlo —declaró Tobin—. Vamos, tenemos que salir de aquí. Estamos cansados, hambrientos y debilitados. No podríamos enfrentarnos a ella en estas condiciones.

—No podríamos enfrentarnos a ella ni siquiera contando con todas nuestras fuerzas —replicó Kendal, apesadumbrado.

Pero se apartó de las escaleras y siguió a Tobin por el pasadizo. Kiara no tardó en reunirse con ellos. Ahriel se quedó quieta un momento, contemplando el camino descendente. «Pronto, María», se dijo, y se apresuró en alcanzar a sus compañeros.

No tardaron en comprobar que la intuición de Ahriel era correcta. El túnel terminaba en una portezuela que, una vez retirada, les mostró un pedazo de cielo nocturno. Cuando salieron al exterior, a Kiara se le llenaron los ojos de lágrimas.

—Por fin —susurró—. Por fin.

Se hallaban en un bosquecillo no muy lejos del palacio real. La luna iluminaba suavemente la ciudad de Karishia, que dormía en el fondo del valle.

—No puedo creerlo —dijo Kendal—. Hemos escapado de Gorlian. Y hemos sido los primeros.

Ahriel no dijo nada. Se había sentado sobre la hierba con los ojos cerrados y respiraba profundamente, acariciando la hierba con los dedos, como si no se atreviese a tocarla.

—¿Ahriel? —la llamó Kiara, insegura.

—Había olvidado lo bien que huele el mundo —dijo ella solamente.

Nadie supo qué decir. Ahriel se levantó y miró a su alrededor. Había lágrimas en sus ojos. Kiara la contempló, sobrecogida. Había pasado toda su vida junto a Yarael y jamás lo había visto llorar, porque los ángeles no lloraban.

Ahriel sacudió la cabeza y dijo:

—Está bien, vamonos. Tenemos mucho que hacer.

Cerraron la entrada del pasadizo. La puerta estaba trenzada con helechos y enredaderas, lo que la hacía completamente invisible a simple vista, puesto que se confundía perfectamente con el entorno. Después, Ahriel echó a andar sin mirar atrás. Tobin la siguió.

—¿A dónde vais? —preguntó Kiara.

—Vamos a despertar al Devastador —respondió Tobin.

Ahriel no dijo nada. Siguió andando, y Kiara fue tras ella. Kendal se quedó mirando un momento la entrada oculta del pasadizo, pensativo.

—¿No creéis que ha sido demasiado fácil?

—No desprecies los golpes de suerte, amigo —le llegó la voz de Tobin—. La fortuna podría ofenderse y volverte la espalda.

Kendal sonrió, a su pesar, y echó a correr para alcanzar a sus compañeros.

Ahriel sabía dónde se encontraba la tumba del Devastador, y estaba dispuesta a viajar hasta allá. Tobin la apoyaba. Kiara tenía sus dudas, pero, dado que no tenía un plan mejor, y que no sabía dónde encontrar a Yarael, optó también por acompañar a Ahriel en su viaje hacia el norte.

Los primeros días, Ahriel impuso un ritmo muy duro, porque quería alejarse todo lo posible de Karishia. Cuando juzgó que no había peligro inmediato se relajó un tanto, pero no demasiado.

Una tarde, mientras atravesaban un bosque —Ahriel evitaba poblaciones y caminos transitados— tropezaron con un río de agua tan clara que se veían todas y cada una de las piedras del fondo. Los cuatro fugitivos contemplaron el agua con avidez, pero sin atreverse a acercarse todavía. Tobin fue el primero en entrar en el río, cojeando, sin molestarse en deshacerse de la ropa de pieles que Ahriel le había proporcionado en Gorlian. Kendal lo siguió, y Kiara buscó un lugar algo más apartado para poder bañarse con tranquilidad. Ahriel, sin embargo, permaneció en la orilla, con la vista clavada en el agua. Casi había olvidado lo fresca, pura y transparente que podía llegar a ser el agua.

Sin decir nada a nadie, remontó el curso del río hasta que halló un remanso tranquilo. Entonces, lentamente, se quitó la ropa y entró en el agua.

Cerró los ojos para disfrutar de aquella sensación. Hacía muchos años que no tomaba un baño de verdad. Ni siquiera el agua del refugio secreto de Bran podía despojarla de la suciedad de Gorlian.

Se lavó a conciencia, frotando amorosamente todas y cada una de sus plumas hasta que volvieron a ser blancas. Pero no logró devolverles el blanco de antaño, puro y resplandeciente como la nieve de las montañas o la espuma de mar. Ahora era un blanco desvaído, marchito, sucio.

Y Ahriel comprendió entonces que nada volvería a ser como antes, porque, por muy lejos que fuese, siempre llevaría Gorlian adherido a su piel y enquistado en su corazón.

No tardaron en reanudar la marcha. Kendal robó algo de ropa que halló tendida al sol en el patio trasero de una granja, y de esta manera pudieron despojarse de sus vestimentas de piel de engendro y sentirse, más que nunca, libres.

—Deberías cubrirte con una capa, o algo parecido —señaló Kiara—. Tus alas llaman demasiado la atención, sobre todo ahora que vuelven a ser blancas.

No añadió que no se trataba del blanco angélico que ella tanto admiraba, y que había visto en las alas de Yarael. De los tres humanos, sólo Kiara fue capaz de apreciar que, si bien Ahriel había recuperado su aspecto de ángel, no era ni la sombra de lo que había sido.

Pero, pese a que la princesa no dijo una sola palabra al respecto, sus ojos se encontraron con los de Ahriel, y ésta supo muy bien qué era lo que le rondaba por la cabeza.

—Aquí hay una capa —dijo entonces Kendal, revolviendo en el lío de ropa que había traído—. No es gran cosa, pero creo que servirá.

Al acercarse a Ahriel para entregársela, sus ojos se detuvieron por casualidad en sus alas, y ya no pudo apartarlos de ellas.

—¿Qué es lo que pasa? —inquirió Ahriel.

—Es ese cepo. Ahora que lo veo mejor... Bueno, no sé cuántos años has pasado en Gorlian, pero el cepo está muy estropeado. Tal vez podamos arrancarlo.

Alargó la mano hacia él, pero Ahriel se apartó bruscamente.

—No toques mis alas —le advirtió.

Kendal fue a replicar, pero sus ojos se cruzaron con los de Ahriel, y no se atrevió.

Ahriel pasó el resto del día preguntándose por qué había reaccionado de aquella manera. Era cierto que los hombres más fuertes de Gorlian habían tratado de arrancar el cepo sin conseguirlo, y que cada nueva decepción había sido más difícil de encajar que las demás. Pero... ¿justificaba eso que no quisiera volver a intentarlo?

Por la noche, mientras seguía meditando la cuestión al amor del fuego de la hoguera, pensó en lo que supondría deshacerse del cepo por fin. Después de tantos años, aquel artefacto había dejado de molestarle, hasta el punto de que casi lo sentía ya como una parte más de su cuerpo.

Pero había otra cosa: aun en el caso de que lograsen quitarle el cepo... ¿sería capaz de volver a volar, después de haber estado tanto tiempo con las alas inmovilizadas? Comprendió entonces que, en el caso de que aquello sucediese, no podría soportar una decepción tan amarga.

Y estaba también el hecho de que ella ya no quería ser un ángel.

Las preguntas y las dudas siguieron martilleando en su cabeza hasta mucho después de que se acostara, cerca de la hoguera. Cuando, finalmente, se durmió, agotada, todavía no tenía la respuesta para ninguna de ellas.

Aquella noche soñó con Bran.

Los ángeles no soñaban, pero Ahriel había empezado a hacerlo mucho tiempo atrás, a raíz de la muerte de su amigo. Siempre se trataba de malos sueños que le mostraban a Bran muriendo de cien maneras diferentes. Ella trataba de salvarlo, pero nunca llegaba a tiempo.

Durante muchos años, las pesadillas la habían atormentado casi cada noche. Con el tiempo había dejado de experimentarlas.

Aquella noche, volvieron.

Soñó que se hallaba en el fondo de un abismo, y Bran se encontraba en el borde del precipicio, muchos metros por encima de ella, con Tobin. Ahriel les gritaba para que se alejasen del peligro, pero Bran no la oía, perdía el pie y caía.

Ahriel batió las alas con todas sus fuerzas y logró elevarse unos cuantos metros. Pero sentía que algo muy pesado tiraba de ella hacia abajo.

Bran caía. Ahriel lo llamaba, gritando su nombre. Movía las alas desesperadamente, haciendo un esfuerzo sobrehumano por alcanzarlo, pero no lograba avanzar lo más mínimo.

Bran pasó junto a ella en su caída hacia el suelo, pero Ahriel sólo logró rozar sus dedos.

Entonces se giró para ver qué ocurría con sus alas, y el horror le impidió gritar. Las blancas plumas de sus alas se habían transformado en cadenas negras.

Ahriel no pudo soportar su peso por más tiempo y empezó a caer. Instantes después, los dos se precipitaban hacia el suelo, hacia una muerte segura. Lo último que vio Ahriel fue la figura de Tobin que, desde lo alto del precipicio, los miraba. Lo último que oyó fue el llanto de un niño pequeño.

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