Read Al Filo de las Sombras Online
Authors: Brent Weeks
—¿Qué pasa? ¡Somos varios de los magos más poderosos del mundo! Si no les ayudamos, morirán. Si no plantamos cara a Khalidor ahora, será demasiado tarde.
—Jaedan —dijo Wervel con calma—, el ferali es casi invulnerable a la magia... y eso lo decían los antiguos. Ya es demasiado tarde.
Lord Lucius no estaba de humor para aplacar a los jóvenes.
—Nos enviaron a encontrar la gran espada o nuevas de ella. Si Curoch está aquí, créeme, Jaedan, lo sabremos enseguida. Si está en manos de los cenarianos, la usarán ahora. El consejo...
—¡El consejo no está aquí! —dijo Jaedan—. Yo creo...
—¡Lo que tú creas es irrelevante! No lucharemos. No hay más que hablar. ¿Entendido?
Jaedan apretó la mandíbula por el esfuerzo de contener unas palabras que más tarde le habrían hecho lamentar. Devolvió la mirada a los hombres que morían por culpa de la apatía de lord Lucius.
—Entendido, señor.
Una cosa que nunca se mencionaba sobre las batallas en las crónicas, en aquellas historias que tanto habían gustado a Logan de pequeño, era el olor. Creía que, después del Agujero, ya nada podría sobresaltarlo, pero se equivocaba. Había perdido la cuenta de los hombres que había visto morir en la prisión pero, fuese cual fuera su número —¿doce?, ¿quince?—, no era nada comparado con la cantidad de muertos que habían caído allí solo en la primera carga. El olor había sido una mezcla de emoción, miedo, lluvia y barro, olores insignificantes al lado de las imágenes del acero reluciente y los caballos orgullosos, de los rostros aguerridos de las mujeres que cabalgaban con él.
El enemigo los tenía acorralados. Sin banderas o señales de mano para comunicarse con los comandantes lejanos, los cenarianos no podían escapar. Si se unían pocos a una carga, no irían a ninguna parte. Si se unían demasiados, los masacrarían por la retaguardia. El ejército de Cenaria estaba paralizado, y no cesaban de aparecer más khalidoranos. ¿De dónde? ¿Por qué demonios no habían sabido que estaban allí? ¿Luc de Graesin había descuidado su cometido, o los había traicionado? Ya no tenía importancia; solo importaba evitar una carnicería, y el hedor le llenaba la nariz.
Era el de los hombres apiñados, de su calor, su sudor y su miedo mezclados con el terror de los caballos frenéticos. Era el de una cloaca, pues los muertos y los asustadizos perdían el control de sus intestinos. Era el de los jugos gástricos de los estómagos rajados, las tripas trinchadas, los animales moribundos que daban coces a la tierra y resoplaban. Era el de una cantidad tal de sangre que formaba charcos con la lluvia. Era el olor más dulce del sudor de las mujeres, cuyo número iba menguando pero aún dando muestra de coraje mientras Logan no sucumbiera al miedo.
Allá adonde iba, las líneas cenarianas sacaban fuerzas de flaqueza. No era solo su presencia. Eran aquellas mujeres magníficas, manchadas de sangre y renegando como marineros. Con solo verlas, los khalidoranos sucumbían al desconcierto.
De no haber sido por la Orden, Logan habría muerto en la primera carga. Luchaban con un frenesí casi suicida por estar a su lado, y lo habían pagado caro. De las treinta mujeres que habían cabalgado con él, solo quedaban diez. Con una guardia personal tan reducida, Logan sin duda se habría visto abrumado si no se le hubiesen unido más de cien hombres en los minutos que siguieron a la primera carga: los Perros de Agon. Él les había dado palabras, y ahora ellos le entregaban sus vidas.
Logan no sabía cuánto tiempo habían luchado cuando un nuevo olor se extendió entre las filas. Era algo rancio, lo cual no tenía sentido. Esa noche los ejércitos dejarían carne de sobra pudriéndose en el campo, pero aún no debería haber nada descompuesto. Oyó y notó que los cenarianos reaccionaban mucho antes de avistar el origen de su miedo más reciente. Entonces, desde su silla de montar, divisó lo que parecía un toro, un toro de la altura de un corcel de guerra, atravesando las líneas como un rodillo hasta salirse de la batalla, arrastrando hombres consigo.
La criatura regresó cambiada. Era un trol con cuatro brazos, cuatro ojos, piel grisácea llena de bultos y la espalda erizada de espadas. Logan supo que debería haber sentido miedo, y una parte de él se maravilló de que no fuera así. El miedo, sencillamente, no estaba allí.
La batalla se simplificó cuando comprendió un hecho sin vuelta de hoja: aquella criatura estaba matando a su gente. Tenía que detenerla.
El general Agon encabezó otra carga. Sus hombres se estrellaron contra la caballería como un martillo de madera de balsa contra un yunque. Bastante hizo Agon con separarse de aquel maldito oficial de caballería de piel ladeshiana y ropa y caballos alitaeranos.
Logan cargó contra la bestia. Parecía más grande todavía. A esas alturas un brazo entero se había transformado en una hoja de guadaña con la que el trol segaba el campo a un metro del suelo, recogiendo una abundante cosecha. No había manera de esquivarlo. Algunos hombres saltaban y otros se lanzaban al suelo, pero la mayoría acababan cortados por la mitad. El trol avanzó, levantando a los muertos con sus brazos y empalándolos en las lanzas y espadas que tachonaban su cuerpo.
Logan cabalgó hasta el espacio que se abría ante el trol por la frenética retirada de los cenarianos. Su corcel blanco corcoveó, nervioso.
El trol se detuvo y contempló a Logan. Emitió un rugido ininteligible que casi le hizo perder el control de su caballo, y después se sacudió. Una cabeza humana asomó de la barriga del monstruo.
—Logan —dijo la cabeza con una voz perfectamente humana que solo presentaba un leve rastro de acento khalidorano. Asomó un poco más del estómago del trol en dirección a Logan.
—Ursuul —gruñó este.
—Hay algo que deberías saber sobre Jenine.
Logan no había estado en forma cuando empezó la batalla. Los meses de privaciones lo habían dejado demacrado y débil. Había sobrevivido hasta el momento gracias a la suerte y la ferocidad de la Orden de la Jarretera y los Perros de Agon, no a su propia fuerza o habilidad, pero cuando oyó el nombre de Jenine en la lengua inmunda de aquella bestia, sintió el poder de una furia justiciera.
—Tu adorable, adorable esposa está vi...
La espada de Logan destelló y cercenó la cabeza, que se despedazó contra el suelo en pegotes de carne putrefacta.
Por un minuto, la bestia se quedó paralizada. No movió un músculo y, mientras el momento se prolongaba, los cenarianos vitorearon, creyendo que Logan la había matado de alguna manera.
Entonces el trol levantó los brazos hacia los cielos y emitió un rugido ensordecedor que hizo temblar el mismo suelo. Fijó dos de sus ojos en Logan y echó atrás la enorme guadaña de hueso para golpear.
Vi le retiró a Kylar el pelo de la cara con dedos delicados. Ante ellos, el ferali se había convertido en un trol y se estaba abriendo paso entre las líneas cenarianas. Vi apenas lo veía. Tenía la mirada fija en la cara muerta de Kylar. Por primera vez, se daba cuenta de lo joven que parecía. Destilaba serenidad, beatitud. Vi lo había asesinado. Había puesto la inmortalidad al alcance del rey dios.
Algo salpicó la mejilla de Kylar. Vi parpadeó. «¿Qué demonios?» La gota resbaló por el pómulo del joven hasta llegar a la oreja. Volvió a parpadear, más deprisa, negándose a creer que estuviera llorando. ¿Qué había dicho la hermana Ariel? ¿Algo sobre que era una tullida emocional? Vi contempló su lágrima, que resplandecía sobre la oreja de Kylar, y la secó. «Aquella mala puta me llamó estúpida.»
Y lo era.
Su dedo se quedó paralizado.
La revelación la golpeó como un caballo de guerra a galope tendido. No había escapado en absoluto de la hermana Ariel.
De repente, no podía respirar. Al fin veía la trampa de la hermana, tendida para ella en todas las palabras que Ariel había pronunciado. Vio el cebo y las consecuencias. No significaba la libertad, pero sí escapar del rey dios.
El único requisito era que Vi hiciera a Kylar algo peor que cualquier cosa que Hu Patíbulo le hubiera hecho a ella en su vida. Metió una mano vacilante en un bolsillo y encontró la cajita justo donde la había dejado. La abrió y contempló los aretes de boda waeddryneses que había dentro.
Si hacía aquello, sería como una violación, y Vi sabía de violaciones.
Aun así, era el único modo. La hermana Ariel hizo que los Nile le proporcionasen toda la información que Vi necesitaría. Ellos le habían contado que necesitaba demostrar «la manifestación externa de un cambio interno» para romper la compulsión, probar una transferencia de lealtades. Hablaron de la magia poderosa que contenían algunos de los antiguos anillos, de cómo encerraban una especie de hechizo de compulsión. Y la mala puta había meneado la zanahoria ella misma: progreso rápido, tutela privada, ser importante.
A Vi no le importaba. No haría aquello por ella misma. Lo haría porque, si no, el rey dios se volvería inmortal. Vi se convertiría en su mascota asesina, una plaga por sí sola que aniquilaría a cualquiera que osara desafiarlo. Lo haría por aquellos pobres desgraciados a los que se estaban comiendo vivos en el campo de batalla. Lo haría porque, si no, Kylar moriría, moriría de verdad.
Sin embargo, él nunca la perdonaría.
Pasó los dedos por el pelo de Kylar. Su rostro parecía frío e inmóvil, sentencioso. Vi escaparía y cambiaría, pero Kylar y Elene pagarían el precio.
El pendiente perforó su oreja izquierda y el aro se soldó solo sin dejar marca. El dolor hizo que se le humedecieran los ojos. Con lágrimas corriéndole por las mejillas, perforó la oreja de Kylar con el otro.
Una ola de calor la encendió de la cabeza a los pies. Sintió que la compulsión se marchitaba y estallaba. Eso no fue nada comparado con el repentino anhelo que experimentó. Resopló. En su misma piel, en su estómago, en su columna vertebral, sentía a Kylar. Se estaba curando, pero sus heridas eran tan graves que le dolían a ella. Notó un hormigueo en los dedos donde le estaba tocando la cara. Estaba más guapo que nunca. Quería que la conociese. Quería confesarle la verdad y que él la perdonase y correspondiera a su amor. Quería que la abrazase, le acariciara la mejilla, le pasase los dedos por el pelo y...
Ese pensamiento explotó contra todo lo que había sabido nunca. Vi apartó a Kylar bruscamente de su regazo y se puso en pie tambaleándose. El caudal de emociones era demasiado grande, demasiado intenso, demasiado inmenso para interpretarlo, y aun así no se le hacía ajeno. No se le antojaba impostado. Tenía la sensación de que su amor se estaba purificando, de que estaban soplando al carbón para que brotara la llama. Boqueó, aturdida. Apenas podía soportar mirar a Kylar. Pero era libre. La compulsión había desaparecido.
¡Libre! Libre del rey dios. En el suelo, un jinete solitario se erguía delante del trol descomunal. Vi cogió la daga y caminó con paso vacilante hacia su padre. Asió su cuerpo y lo hizo levantarse. Lo sacudió.
—¡Padre! ¡¡Padre!! —gritaba alguien.
¿Quién demonios gritaba algo así en el campo de batalla? Al cabo de un momento, Garoth cayó en la cuenta de lo que debía de ser y devolvió su consciencia al salón del trono. Logan podía esperar unos segundos. Al infierno con él si no quería saber que Jenine estaba viva.
—Padre —dijo Vi—, ¿puedes decirme una cosa? —Era evidente que había aceptado su compulsión, porque lo estaba tocando.
—«¿Padre?» Estoy un poco ocupado, ¿te importa?
—¿Tú me hiciste matar a Jarl? ¿Fue compulsión?
Garoth sonrió. La mentira acudió fácilmente a sus labios.
—No,
moulina
. Eso lo hiciste tú sola.
—Oh. —La única sílaba brotó de sus labios como una pequeña burbuja.
Garoth sonrió y volvió a meterse en el ferali. Rugió hacia los cielos y echó atrás su brazo con forma de guadaña. Logan cabalgó derecho hacia él hasta que su caballo se asustó. Logan lo aguijoneó y tironeó de las riendas, pero el animal se negó a obedecer. Dio media vuelta trazando un círculo desesperado y tropezó con un cuerpo. Cuando Garoth blandió la enorme guadaña a la altura que cortaría a Logan por la mitad, uno de los cazadores de brujos montados irrumpió en el claro y saltó de su silla para derribar a Logan. La guadaña atravesó el cuello de ambos caballos y los animales se derrumbaron sobre la tierra bajo dos chorros gemelos de sangre.
Logan se apartó rodando y se puso en pie. A su lado, el arquero ya estaba preparando una flecha. Disparó a uno de los ojos de Garoth y luego a otro. El rey dios parpadeó y unos ojos nuevos expulsaron a los antiguos. No importaba. Logan estaba de pie, desafiante pero indefenso. La siguiente acometida de Garoth partiría al hombrecillo en dos...
Algo caliente le entró en la espalda. Una, dos, tres veces. Más y más. Llevó las manos del ferali a su espalda, preguntándose qué podría perforar su grueso pellejo, pero no tenía flechas ni lanzas en el espinazo.
El ferali se estaba desvaneciendo y, cuando Logan cargó contra él para clavarle su espada en la panza, Garoth cayó en la cuenta de que no era el ferali el que sangraba.
Era él.
Oyó un sollozo y de repente volvió a estar en el salón del trono.
Vi lo abrazaba contra su pecho y lo apuñalaba, una y otra vez, como si deseara que la daga lo atravesase y se clavara en su propio corazón.
Garoth le dijo a sus miembros que se movieran, pero eran pedazos de carne vacíos. Su cuerpo estaba muriendo, ¡muriendo!, y su visión se volvía negra, negra...
Activó el conjuro que tenía preparado para su muerte. Se trataba de un riesgo atroz, intentar lanzar su consciencia al interior de otro cuerpo. Si Khali se lo concedía, su precio sería prohibitivo, pero no tenía nada que perder.
El vir se desprendió de sus brazos y engulló a Vi en un bosque de dedos negros. La acercaron a él.
¡Estaba cerca! ¡Estaba funcionando! ¡Lo notaba!
Y entonces todos los dedos de vir fueron atravesados por un filo iridiscente que pasó entre Garoth y Vi. El vir, aislado de su fuente, se congeló, se resquebrajó y se evaporó en forma de humo negro. Garoth se volvió para ver lo imposible.
Kylar estaba vivo. Se erguía con el juicio escrito en sus facciones y un filo de ka’kari negro en su puño. La revelación asaltó a Garoth con la fuerza de un maremoto.
El Devorador devoraba la propia vida. El Preservador preservaba la propia vida. No eran solo una vida prolongada o la curación. Era auténtica inmortalidad. Garoth había tenido la oportunidad de conseguir la auténtica divinidad y había dejado que se le escurriese entre los dedos. Lo invadió una furia impotente.