Agentes del caos I: La prueba del héroe (28 page)

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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

BOOK: Agentes del caos I: La prueba del héroe
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Todo el mundo se rió, excepto Showolter. En vez de eso, empezó a distribuir armas e instrucciones de última hora, escritas en duraláminas auto-destructibles.

—Dejaos ver en Hyllyard City —dijo a los miembros del primer equipo—, pero no llaméis demasiado la atención. Si hay agentes yuuzhan vong, no se dejarán engañar fácilmente. —Les dio unos billetes de viaje—. Saldréis de Myrkr para ir a Gyndine, y de ahí a Thyferra.

Otro fajo de billetes fue para el hombre del segundo equipo.

—De Myrkr a Bimmisaari y a Kessel.

Se metió una pistola láser en la funda de la axila.

—Que todo el mundo se mantenga en contacto con el cuartel general por los canales habituales. En cuanto nuestros informadores lleguen a Coruscant, se os avisará para que abandonéis la farsa y volváis.

—¿Usted qué opina, Mayor? —preguntó el líder del primer equipo. Showolter bajó las comisuras de los labios y negó con la cabeza.

—Puede que los yuuzhan vong eviten ese sector tras la derrota en Ord Mantell. Además —añadió, abotonándose la chaqueta para ocultar la funda del arma—, ¿qué podrían querer de una banda de refugiados que viajan en un transporte decrépito?

Cuando el transbordador, lleno hasta la bandera, se detuvo junto al antaño magnífico transporte de lujo, Han se dio cuenta de repente de lo que C-3PO había intentado decirle en Ord Mantell.

De todas las naves del mundo
, se dijo a sí mismo cuando el nombre borrado y arañado de la leyenda pasó ante la ventanilla,
me tenía que tocar el
Reina del Imperio.

Sus primeros dueños y operarios habían sido las Líneas de Transporte Haj, una compañía cuya lealtad al Imperio y a la Alianza variaba según el mejor postor, y el
Reina
había sido la nave elegida para los pasajeros que viajaban desde Corellia hasta Gyndine, con numerosas paradas intermedias, y ocasionalmente llegaba hasta el Borde, y hasta Nar Hekka, en Espacio Hutt.

Ligeramente más grande que un destructor estelar imperial, la nave era capaz de transportar decenas de miles de personas, pero había restringido su aforo a sólo cinco mil para ofrecer, en su momento, una comodidad sin precedentes, un servicio excepcional y más distracciones de las que pudieran imaginarse. Piscinas específicas para cada especie, termas, restaurantes, centros comerciales, zonas climatizadas, salas de ejercicio, salones de depilación para los más peludos, curtideros para los de piel delicada, garitos de jizz, salones de baile en gravedad cero, casinos, miradores y zonas de ocio… Todo ello en más cubiertas de las que se podían explorar en un único viaje. El más exclusivo de sus muchos clubes nocturnos era el Vientos Estelares, donde quince rughjas tocaban el mejor swing-bob, y los opulentos pasajeros bailaban durante horas al ritmo del margengai-glide.

En su mejor época, el
Reina
había rivalizado con el más antiguo
Mensajero Quamar y
el transporte de lujo calamariano
Princesa Kuari
, sirviendo de modelo para nuevas naves como el
Tinta Palette
y la
Joya de Churba
. Pero había caído en desgracia al convertirse en frecuente objetivo de los piratas, e imán para meteoritos, y por permanecer una vez cinco días perdido en el hiperespacio.

Han nunca había estado a bordo, pero conocía la nave gracias a Lando, que había conocido en el
Reina
a Bria Tharen, primer amor de Han. Bria era por aquel entonces un miembro de alto rango de la resistencia corelliana, y Lando el mismo de siempre.

Han seguía profundamente sumido en sus recuerdos mientras era trasladado al
Reina
, pero mientras no vio el interior no se dio cuenta de lo bajo que había caído aquella nave.

Si bien algunos de los pasajeros, él incluido, tenían billete, la nave estaba llena de evacuados, heridos de guerra y refugiados previamente alojados en Ord Mantell y en la
Rueda
, que ahora se hallaban de camino a los distintos planetas del Núcleo y la Colonia, en buena parte gracias a los esfuerzos de Leia.

Los antaño enormes salones de baile del
Reina
se habían convertido en campamentos temporales, una babel de idiomas y una abrumadora amalgama de olores donde gente de cientos de especies diferentes se amontonaba en tiendas y refugios improvisados, protegiendo con mimo a niños, mascotas o alimentos u objetos personales que poseían. Entre ellos se paseaban los guardias y los soldados, resolviendo supuestos robos o disputas por el espacio, arreglando peleas causadas por motivos puramente discriminatorios. Entre ellos también circulaban androides y vendedores de todo tipo (muchos de ellos protegidos por guardaespaldas), ofreciendo a precios exorbitantes comidas rápidas, suplementos dérmicos, fármacos dudosos y tiques para los aseos portátiles de los pasillos.

Han se abrió paso entre la multitud, siguiendo las señales de la cubierta en dirección al maloliente y cochambroso camarote que le correspondía. Pensó en su situación tras sentarse en el borde de la pequeña cama inclinada. El tamaño de la cabina le daba igual. Bilbringi sólo estaba a dos saltos de distancia, y el
Reina
llegaría al cabo de tres días de navegación. Han tenía allí contactos y conocidos, así que buscaría el rastro de Reck y otros miembros de la Brigada de la Paz, y puede que hasta obtuviera alguna información sobre lo que fue de las víctimas del ataque de los yuuzhan vong a la
Rueda del Jubileo
.

Se quedó dormido un rato y se despertó con un hambre canina, lo cual no era sorprendente, ya que no había comido nada aparte de los aperitivos del bar del casino La Dama del Destino.

Se suponía que los pasajeros con billete tenían privilegios exclusivos para acceder a una cafetería en la cubierta superior y al único restaurante que no había sido convertido en espacio habilitado para los refugiados. Pero la muchedumbre había sobrepasado los controles, si es que los hubo alguna vez, y la cafetería había sido tomada por pasajeros hambrientos. Cuando Han llegó, quedaba muy poca comida y ni un solo cubierto. La gente utilizaba las manos, las garras, las pinzas o cualquier apéndice que le hubiera dado la naturaleza.

Han intentaba adivinar si el óxido que tenía en las manos era tóxico, cuando recordó la herramienta de supervivencia que le había regalado Anakin, la que Chewbacca había fabricado y que, sorprendentemente, seguía prendida a su cinturón después de todo por lo que había pasado en la
Rueda
. Y, evidentemente, la herramienta incluía un tenedor.

Han contempló con admiración el inteligente utensilio y se metió entre la gente que rodeaba la mesa del bufé. Acercándose a las bandejas calientes, vio que sólo quedaba un filete de nerf, requemado y con mala pinta, y no iba a dejarlo ahí. Pero al acercarse y trincharlo, el filete fue perforado al mismo tiempo por una garra semejante a un espolón unida a una especie de mano aterciopelada de cinco dedos.

Han se giró y se encontró frente a frente con el ryn en cuya compañía había escapado de la
Rueda
. El alienígena de cola prensil llevaba los mismos pantaloncillos de colores chillones, el chaleco y la gorra.

—¡Ja! —soltó el ryn, encantado con la sorpresa—. Te dije que nos veríamos por ahí.

Han hizo una mueca.

—Dentro de unos cinco años hubiera sido más de mi gusto. —Ya, pero no se puede luchar contra el destino, amigo mío.

—Puedo intentarlo —replicó Han—. ¿Qué haces aquí?

—Pues lo mismo que tú, seguir el viaje —miró fijamente la fina loncha de carne—. ¿Quién se queda este trofeo?

—Supongo que habrá que compartirlo —dijo Han en tono resignado—. Eso teniendo en cuenta que te corresponde todo lo que te has metido debajo de la uña al trincharlo.

El ryn soltó una carcajada.

—Y dicen que ya no queda gente honrada.

Han colocó el filete en un plato mal lavado, y los dos encontraron sitio, uno frente al otro, en una mesa cercana, entre un grupo de sullustanos y bimms.

—Droma —dijo el ryn, ofreciéndole la mano al sentarse.

—Roaky Laamu —le dijo Han, estrechando su mano, reacio.

—He de decir, Roaky, que tienes mucha mejor pinta que la última vez que te vi.

Han se rascó el rectángulo de sintocarne que Leia le había aplicado en la frente.

—Las maravillas del bacta. Ojalá pudiera…

—… decir lo mismo de ti —completó Droma.

Han dio una palmada en la mesa y se echó hacia delante, furioso.

—Tú y yo tenemos que llegar a un acuerdo. No sé cómo lo haces, pero a partir de ahora te vas a guardar mis pensamientos para ti, ¿entendido?

—Menudo reto —musitó Droma.

—Ése es tu problema —Han le miró fijamente un momento—. Pero ¿cómo lo haces?

—Venga, ¿no has oído decir que los ryn podemos leer las mentes y decir la fortuna? —preguntó Droma en tono jocoso.

—Sí, ya, y yo soy un Jedi.

Droma rió.

—Eso sí que sería una sorpresa.

Han frunció el ceño y empleó el cuchillo de su herramienta de supervivencia para cortar el filete en dos. La requemada parte de abajo lucía el emblema del proveedor: «Consumibles Nebula».

Han se llevó un pedacito a la boca con evidente asco. Droma le miró a la cara mientras él masticaba… o intentaba hacerlo.

—¿No es lo que te esperabas?

—Me esperaba algo comestible —dijo Han, pasándose la carne de un lado a otro de la boca.

—¿Tan horrible es?

Droma le cogió la herramienta de supervivencia para cortar un poco de su mitad.

Han le acercó un plato vacío.

—Puedes escupir aquí los dientes.

Droma masticó un rato antes de escupir discretamente el pedazo en la mano y tirarlo debajo de la mesa.

Han respiró hondo.

—Oye, ¿qué te parece si probamos el restaurante? Yo invito. Droma sonrió.

—Estaba esperando que lo dijeras.

Se fueron de la cafetería y caminaron una corta distancia por la cubierta de paseo, hasta un comedor abarrotado que había conseguido mantener parte de la grandeza que el resto del
Reina
había perdido hacía tanto tiempo. Sin embargo, cuando estaban a punto de sentarse, el
maitre
klaatooiniano se dirigió a él.

—Lo lamento, señor —dijo a Han—. Pero no podemos atender al… ryn. Han le dedicó una mirada incrédula al humanoide de pestañas espesas y mandíbulas alargadas.

—¿Dónde te crees que estás trabajando, en el
Tinta Rainbow
? ¡Esto es una nave de refugiados!

El
maitre
resopló.

—Aun así, tenemos nuestras normas.

Han se sintió indignado y echó el brazo para atrás, pero Droma le detuvo.

—Una pelea no va a cambiar nada —le advirtió Droma, casi colgando de los bíceps de Han.

—Salvo mi humor —gruñó Han.

—Pero no nuestro apetito.

Han bajó los brazos y cogió una carta a un camarero que pasaba. La miró, señaló la especialidad del chef y la tiró a las largas manos del
maitre
.

Dos de esto… para llevar.

El klaatooiniano miró con desdén a Han y se alejó. Al cabo de un rato volvió con lo que habían pedido.

Han y Droma cogieron los envases y los llevaron a unos asientos situados ante el mirador. Comieron en silencio, mientras el
Reina
maniobraba para salir del espacio de Ord Mantell, adquiriendo velocidad para el salto a la velocidad de la luz. La luz de las estrellas se reflejaba en el maltrecho anillo exterior de la
Rueda del Jubileo
. Han estaba decidido a no pensar en Roa y en Fasgo… al menos mientras no llegara a Bilbringi.

Saciado, se apoyó en el respaldo y se puso las manos detrás de la cabeza.

—¿De dónde proceden los ryn? —preguntó, mientras Droma se chupaba los dedos para limpiárselos—. ¿Cuáles son sus orígenes?

Droma se alisó las puntas de su mostacho blanco.

—De un planeta del Núcleo, pero ni siquiera los ryn sabemos cuál.

—¿Os obligaron a marcharos?

—Hay dos teorías al respecto. La primera dice que descendemos de una tribu de diez mil músicos que se donó a un planeta cercano carente de artistas. Según la otra, descendemos de guerreros enviados a luchar contra una amenaza del Borde Interior. Nuestro idioma contiene muchos términos militares, como nuestra palabra para los que no son ryn, que tiene lazos lingüísticos con la palabra «civil».

—¿Y cómo acabasteis tantos en el Sector Corporativo?

—Las circunstancias nos arrinconaron allí. Tras abandonar el Núcleo, los ryn aprendieron técnicas agrícolas, a trabajar el metal y otros oficios, pero en todas partes nos miraban con sospecha. Empleamos salvoconductos falsos para establecernos en planetas remotos del espacio del Sector Corporativo. Ayudó bastante el hecho de que nuestras técnicas de curación, aprendidas de muchas razas distintas, le salvaran la vida a una importante autoridad ejecutiva.

»Aun así, nuestro estilo de vida nómada, nuestro amor por la privacidad y la falta de registros escritos, que beneficia enormemente nuestra propia conservación, hizo pensar a algunos que practicábamos la magia negra o que éramos unos ladrones. Se dijo que nos gustaba la carne viva, y en algunos sectores se aprobaron leyes que permitían que se nos cazara, esclavizara o asesinara. Nos culparon de crímenes ajenos. Se prohibió nuestro idioma natal, y muchos de nosotros fuimos vendidos a traficantes, o destinados a procrear niños esclavos.

Han recordó al ryn de la
Rueda
que se había acercado al
Daga Afortunada
, y la pareja que se le había acercado personalmente en el Apostador para pedirle que los llevara de vuelta al Núcleo.

—¿Y cómo acabaste en la
Rueda del Jubileo
? —preguntó.

—Estaba en una caravana de naves ryn que abandonó el Sector Corporativo rumbo a la Constelación de Lesser Plooriod cuando los yuuzhan vong llegaron al sistema Ottega y destruyeron Ithor.

—¿Eres piloto profesional?

—Y bastante bueno —dijo Droma—. Además soy explorador y he viajado por todo el espacio.

—¿Y qué pasó después de Ithor?

—Nuestras naves se dispersaron, así como nuestras familias. Llevo buscando a mi gente desde entonces, a mi hermana y a varios primos.

—Es difícil —dijo Han.

Droma asintió.

—¿Y tú, Roaky? Conduces naves con la habilidad de un piloto de cazas de combate… o de un auténtico contrabandista. ¿Qué haces tú por aquí? Han tardó un momento en ordenar sus pensamientos.

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