Read Agentes del caos I: La prueba del héroe Online
Authors: James Luceno
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
En medio del sistema solar, el crucero de combate y la nave de guerra avanzaron el uno hacia el otro, intercambiando andanadas y cargas. Tormentas localizadas de relámpagos azules envolvieron a ambas naves cuando sus escudos energéticos entraron en contacto. La nave yuuzhan vong desató una lluvia de fuego letal contra la nave más grande, y el crucero respondió con una andanada tras otra de luz dirigida. Una nave de escolta atrapada entre ambos recibió un impacto directo que arrojó al espacio sus chamuscados y deformados pedazos giratorios.
El crucero aumentó la intensidad de sus disparos como si estuviera furioso por la pérdida. Bloques de espejado coral, grandes como peñascos, fueron arrancados de la nave de guerra yuuzhan vong, pero eso no la hizo rendirse. Los brazos delanteros de la nave soltaron chorros de plasma que provocaron abrasadoras explosiones en el casco blindado del crucero.
Las armas refulgían y llameaban. El fuego chorreaba en la popa del crucero, y la nave empezó a escorarse, disparando todavía los cañones principales, con las antenas ardiendo. Los proyectiles siguieron penetrando en su casco hasta que cedió, y la preciada atmósfera empezó a escapar al exterior. Al tener deshabilitada la gravedad artificial, salieron despedidas las escotillas y los cierres, las torretas y los cañones. Entonces, el vacío jugó su última carta, arrojando a la gélida noche tanto a la tripulación como al contenido de la nave.
Los Ala-X y los Ala-E acudieron enseguida en apoyo del crucero. Los torpedos de protones encontraron puntos débiles en las maltrechas defensas de la nave enemiga e hicieron explosión entre los brazos de la superestructura y el puente de mando, liberando géiseres de coral hecho añicos.
Pero los esfuerzos de los cazas llegaron demasiado tarde.
Una explosión infernal se abrió paso por una grieta del casco de la nave calamariana, partiéndola en dos. Se lanzaron cápsulas de salvamento que partieron en dirección a Ord Mantell como gotas de lluvia radioactiva, mientras el crucero de batalla se convertía en una esfera incandescente antes de explotar con gran brillantez.
El destructor estelar emergió de entre las lunas de Ord Mantell con los motores principales y auxiliares a toda potencia. Se arrojó de cabeza a la refriega, abriendo fuego a discreción contra la nave yuuzhan vong. Las delgadas líneas de energía de los turboláseres de popa y los cañones de iones, finas como agujas al lado del enorme transporte, atacaron sin piedad a la negra nave.
El
Erinnic
se dispuso a encajar los disparos de respuesta, pero no le llegaron ni el plasma ni los proyectiles.
La nave de guerra cambió de pronto el rumbo, aceleró y comenzó a desatar toda su furia contra Ord Mantell, disparando a discreción con todos los cañones delanteros. Misiles cegadores se volaron hacia la superficie del planeta, abriendo túneles abrasadores en la atmósfera. Las detonaciones contra el suelo iluminaron la parte inferior de las nubes.
Entonces, a la nave de guerra le salió un enorme gorro desde un oscuro orificio en el casco, más monstruosidad viva que máquina. El morro chato de gigante de piel ennegrecida percibió el olor de la cercana
Rueda del Jubileo
, y se estiró, acercándose a la pequeña estación orbital, metiéndose entre los rebaños de cargueros, naves y transportes de pasajeros.
Una cuña de Ala-X y TIEs despegó del portacruceros
Thurse
y atacó la terrorífica arma como si fueran aves de presa; pero fue inútil. La titánica criatura, todavía unida a la nave de guerra y protegida por los escudos de sus dovin basal, golpeó la
Rueda
como una serpiente venenosa. La criatura reculó y volvió a golpearla, como queriendo sacarla de su órbita, hundiendo las fauces en el borde, y tirando de la
Rueda
como si fuera una rosquilla, agitándola de un lado a otro.
Han, Roa y Fasgo corrían por un tramo curvado del pasillo en medio del florido velo de las luces de emergencia, con el estruendo de las sirenas imposibilitando oírse y con la esperanza de llegar al
Daga Afortunada
antes de que lo que fuese que tuviera cogida la
Rueda
se decidiera a romperla.
Los temblores de la batalla que tenía lugar en el espacio les hacían tambalearse de un lado a otro mientras corrían. A veces chocaban con paredes acolchadas, pero otras con objetos a la deriva, liberados por las intensas sacudidas.
Casi toda la marea de gente presa del pánico corría en dirección contraria, pero Roa insistió en que ése era el camino más corto al hangar. Cada temblor violento hacía que parte de la gente se cayera, deslizara o saliera despedida por los pasillos, y muchos de ellos chocaban contra las paredes o eran aplastados bajo el peso de cuerpos amontonados en los rincones. Los que subieron a los taxis propulsados no tuvieron mejor suerte, ya que los vehículos se estrellaban contra las paredes o entre ellos, quedando boca abajo y arrojando fuera a sus ocupantes.
Con Han y Fasgo siguiéndole de cerca, Roa giró hacia la izquierda en uno de los radios de la
Rueda
, bajó corriendo por una escalera helada hasta un pasillo estrecho cuyas paredes tenían huecos excavados. Las chispas llovían de los conductos de energía y de los paneles reventados.
Sólo llevaban diez metros de pasillo cuando la estación sufrió otra potente sacudida que deshabilitó temporalmente los generadores de gravedad artificial. Han y los otros caminaban entre los restos, cuando se encontraron de repente en el aire, flotando hacia el techo parcialmente derrumbado, como buceadores nadando hacia la superficie del mar. Entonces, el sistema de gravedad volvió a conectarse de forma igualmente repentina, y cayeron de cabeza al hangar.
—Esto no tiene mucho futuro —gritó Roa mientras se ponía en pie y avanzaba a duras penas.
—El futuro es como tú haces que sea —le bramó Han, que se las arregló para conservar la mochila y mantener el equilibrio durante un violento temblor que derribó lo que quedaba de techo y de conductos.
Un pesado telón de acero descendió delante de ellos, sellando el camino y obligándoles a regresar al borde exterior de la estación. Al llegar a un pasillo central, se vieron arrastrados inmediatamente por una multitud compuesta por criaturas de todas razas que luchaba por abrirse paso hacia los hangares.
De pronto, la estación sufrió un golpe de una fuerza sin precedentes. Un estruendo ensordecedor de metal rompiéndose llenó el pasillo cuando se arrancó un enorme arco del mamparo exterior.
Y la multitud fue absorbida de forma inexorable por esa oscura grieta.
Los gritos se oyeron por encima de la estridencia metálica. La gente se agarraba a las paredes, a los salientes y unos a otros, librando una batalla perdida de antemano, en un esfuerzo por no ser succionados hasta las fauces.
Han, Fasgo y Roa estaban pegados a la pared interior de la curva y consiguieron cogerse al amasijo de hierros que una vez fue una barandilla. Pero la barandilla se desprendió de la pared mientras luchaban por no soltarse, con los cuerpos en paralelo al suelo por la fuerza de succión.
Los tres se vieron arrastrados durante varios metros antes de que la barandilla se enganchara en una sección de suelo bloqueada por una escalera, pero la brusquedad del repentino parón les hizo soltarse. Se agarraron al primer saliente que encontraron, con las ropas agitándose al viento, mientras personas pasaban junto a ellos en dirección a la grieta, y la atmósfera rugía como un río furibundo.
Un androide MSE-6 del tamaño de una caja de zapatos arrastrado por los aires dio a Fasgo en la cabeza y se lo llevó consigo entre alaridos. Han le vio flotar hasta la grieta, con los brazos estirados y agitándose, como arrojado desde una gran altura.
Han apartó la mirada antes de que Fasgo desapareciera.
—Creo que cogimos el camino equivocado —gritó a Roa, que estaba a la izquierda de Han con los dedos regordetes enganchados a un imperceptible saliente de la parte arrugada del mamparo.
Roa giró la cabeza.
—Lástima que los equipos de rejuvenecimiento no me equiparan con la fuerza de un hombre joven, además de darme esta apariencia.
—¡No te sueltes, Roa!
—Ojalá pudiera. Pero creo que ya oigo a Lwyll llamándome. —¡No digas eso! ¡Aguanta hasta que me ponga a tu lado!
Roa gruñó por el esfuerzo.
—La mala suerte se cuela por la escotilla que te dejas abierta, Han. La fortuna sonríe y luego traiciona.
Han escupió una maldición.
—Vale, sigue hablando si quieres, pero aguanta.
—No puedo, Han. Lo siento. Pero no tengo fuerzas. —El rostro de Roa denotó su esfuerzo—. Cuídate, amigo. Acaba nuestro asunto con Reck.
Sonrió con resignación, y se dejó llevar por la corriente de aire.
—¡No, Roa! —gritó Han, atreviéndose a estirar un brazo y casi siendo arrastrado a su vez.
Han cerró los ojos, bajó la cabeza y gritó de rabia hasta que le dolió la garganta.
Cuando recuperó el aliento, se aseguró la mochila y empezó a moverse lentamente hacia una columna que había quedado expuesta por las láminas arrancadas de los paneles. En cuanto rodeó la pieza estructural con los brazos, sintió que algo le pasaba rozando la cara y se le agarraba a las piernas con desesperación.
La columna vertebral de Han se estiró como una goma elástica, y él gruñó de dolor. Cuando se recuperó de la sorpresa, miró hacia sus piernas y vio que su carga no deseada era un ryn que se abrazaba a las rodillas de Han con todas sus fuerzas, con las piernas colgando. Llevaba una gorra blanda de cuadros rojos y azules, sin visera, ladeada sobre la cabeza.
—¿Te importa si descanso aquí un momento? —le preguntó el alienígena en un Básico melodioso—. Si peso demasiado, me quito la gorra. Han le miró con desdén.
—Mientras la cabeza siga dentro cuando te la quites…
—Así que prefieres que me suelte.
—Siempre que procures cerrar la puerta al salir.
—Eso de ahí no es un vacío —dijo el ryn, señalando la grieta con la cabeza—. Hay una boca al otro lado.
—¿Una boca?
—La boca de un arma terrible de los yuuzhan vong. Para atrapar prisioneros.
Han entendió todo de repente. La gente, los androides y los objetos que pasaban no eran víctimas de la ausencia de gravedad. Estaban siendo inhalados por una cosa que le había dado un bocado enorme a la
Rueda
.
—¿Y cómo tapamos esa bocaza? —dijo Han.
El ryn negó con la cabeza, y sus largos bigotes se agitaron de un lado a otro.
—No creo que podamos. Pero igual hay una forma de asfixiarla.
Han siguió la mirada del ryn hacia una abertura en el techo del pasillo, situada entre las fauces y ellos.
¡Una puerta acorazada!
El problema era que el interruptor con forma de hongo que bajaba el escudo estaba situado en la pared del pasillo, cinco metros más cerca de la grieta.
—Hay un puntal de soporte justo encima de mí —dijo el ryn—. Si te suelto, igual podría agarrarme a él. Pero, aun así, no llegaré al interruptor de activación del escudo.
—Ve al grano —dijo Han, intentando suprimir una sensación de ahogo.
—Entonces tú tendrás que soltarte y agarrarte a mí. Eso te acercará lo bastante como para pulsar el interruptor con el pie.
—¡Suponiendo que consiga agarrarme a ti!
El ryn soltó una risilla.
—Y en el supuesto de que yo consiga agarrarme a la viga. Si no lo hago, bueno, supongo que sólo tendrás que preocuparte de mantenerte aquí agarrado el tiempo suficiente. Y si no…
—Y si no, ¿qué?
El ryn sonrió.
—Y si no, te veré en el infierno.
Han le contempló atónito un instante y luego asintió sombrío.
—Trato hecho. Buena suerte.
El ryn de vello aterciopelado se fue soltando de las piernas de Han hasta que se quedó agarrado sólo a sus tobillos, y entonces abrió las manos. Más que verlo, Han le oyó chocar contra la viga.
—¿Estás bien? —gritó.
—Te toca a ti —gritó el ryn.
Han respiró hondo para tranquilizarse. Se fue soltando poco a poco de la columna, y luego voló. La corriente era aún más fuerte de lo que pensaba. Pasó por delante del ryn en un segundo, pero cuando alargó los brazos para cogerse, sólo rozó el aire.
Ya se veía dentro de la terrible arma de los yuuzhan vong cuando algo se le abrazó al pecho, obligándole a parar. Han tardó un momento en darse cuenta de que el ryn le había cogido con la cola.
—¡Dale al botón! ¡Dale al botón! —gritó el alienígena con voz entrecortada—. ¡O vete haciendo a la idea de que te llevarás parte de mí a la criatura!
Han se echó hacia la derecha y miró el botón, que estaba casi al alcance de su pie derecho.
—¡Balancéame hacia la derecha! —gritó.
La musculosa cola del ryn se contrajo lo suficiente como para que Han se acercara a la pared del pasillo. Estiró el pie y dio al interruptor con la punta de la bota.
La puerta descendió rápidamente, golpeando el hangar con un estruendo sordo. Al mismo tiempo, Han, el ryn y todos los que quedaban en el pasillo cayeron, golpeando el suelo como sacos de piedras.
Mientras Han luchaba por recuperar el aliento, el ryn se puso en pie y se caló la gorra. Han contempló el resto de las coloridas vestiduras del alienígena: la camisa, los pantaloncillos y los botines.
—¿A qué hora te encienden? —preguntó jadeando.
El ryn se rió.
—Más o menos cuando tú te vas a la cama. ¿Y ahora qué?
Han se levantó, quitándose el polvo de las manos.
—Tenemos que salir de esta estación antes de que esa cosa decida que se ha quedado con hambre.
—Los hangares están por aquí —dijeron los dos al mismo tiempo, aunque cada uno echó a andar en dirección contraria.
—Confía en mí —dijo el ryn antes de que Han pudiera decir nada. Han le miró atónito, le hizo un gesto para que siguiera adelante y caminó tras él.
Las potentes sacudidas continuaron agitando la
Rueda
, agitándolos de un lado a otro. Han se detuvo a recoger a dos niños bimm que estaban llorando y que habían sido separados de sus padres. Otros niños y adultos se unieron a Han y al ryn, por la única razón de que al menos parecían saber adónde iban.
—Más te vale estar en lo cierto —le advirtió Han mientras corrían.
—No te preocupes —gritó el ryn sobre su hombro—. Soy demasiado joven para morir.
—Sí, y yo demasiado famoso.