ADN asesino (12 page)

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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

BOOK: ADN asesino
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—¿Qué es lo que no entiende de lo de «No molestar»? —le grita.

—Lo siento, señor. El cartelito no está en la puerta.

—Lárgate de inmediato. —Toby vuelve al balcón, da una calada al porro y casi grita por el auricular—: Me largo de aquí, ¿lo pillas? A donde haga calor. Esto es insoportablemente aburrido. Ya me has metido en bastantes líos, y más vale que merezca la pena.

—Aún no. Resultaría sospechoso que de repente tomaras un vuelo a Los Ángeles. Tienes que permanecer ahí unos días más. Hemos de asegurarnos de que no está en algún lugar donde puedan encontrarlo y causarnos un montón de problemas. ¡Piensa, Toby!

—Si está en alguna parte, tiene que seguir dentro del maldito apartamento. No lo sé… —De pronto Toby cree recordar algo. No está seguro de haber mirado debajo de la cama, así que lo menciona y añade—: Ya sabes, cuando lo estaba leyendo, es posible que lo metiera allí debajo. ¿Por qué no vas y echas un vistazo tú mismo, joder?

—Ya lo he hecho.

—¡Pues si andas tan rayado con todo el asunto, vete a mirar otra vez!

—¡Piensa! ¿Dónde lo tuviste por última vez? ¿Seguro que no lo dejaste en la oficina…?

—Ya te lo dije. Me lo llevé conmigo, lo sé con toda seguridad porque lo estuve leyendo.

—¡Yo no te dije que te lo llevaras para leerlo!

—Sí, ya me lo has repetido unas cien veces, así que podrías dejar de darme la vara con eso, ¿vale?

—Lo dejaste en el coche y te lo llevaste allí. Y luego, ¿qué? ¿Lo estuviste leyendo en la cama, para así poder ver las malditas fotos? ¡Estás como una cabra! ¡Dónde lo tuviste por última vez!

—Te he dicho que dejes de darme la vara como una vieja histérica. Tampoco es que pueda ir a mirar, ¿verdad? Pues haz lo que te venga en gana y busca hasta que te hartes. Tal vez se me haya pasado, ¿vale? Lo dejé en un montón de sitios mientras estaba allí: en un cajón, al lado de la cama, debajo de la almohada. En un momento dado lo metí en el cesto de la ropa sucia. O tal vez fuese en la secadora…

—Toby, ¿estás seguro de que no te lo llevaste a Vineyard?

—¡Cuántas veces me lo vas a preguntar! ¿Qué más da? ¿Qué pasa si ha desaparecido? De todas maneras, nada salió como estaba previsto.

—Bueno, no sabemos con seguridad que haya desaparecido, ¿verdad? Y eso supone un problema muy grave. Deberías haberlo dejado donde lo encontraran. Es lo último que tendrías que haber hecho antes de marcharte, pero no lo hiciste. Pasaste completamente de mis órdenes.

—De manera que probablemente acabó en la basura, ¿vale? Eso es lo que probablemente ocurrió cuando limpié todo. —Toby da otra calada al porro—. Bueno, tampoco es que no tuviera nada más en lo que pensar, ¿no? Y él venga insistir en lo del dinero; dijo que mejor se lo diera por adelantado, y le contesté que le daría la mitad, y entonces a ti te llevó una eternidad hacérmelo llegar…

—¿Cómo demonios he acabado mezclándome con alguien como tú?

Toby retiene el humo y luego lo expulsa:

—Porque tienes suerte; hasta el momento. Pero eso puede cambiar, ¿verdad?

  

Rake está perdida en un mundo informático de píxeles, valores de Z e histogramas, panorámica, zoom, rotación, manipulación de los ángulos de luz, reflejo de la superficie y realce del contorno mientras Win mira fijamente su enorme pantalla plana, contemplando formas sombrías magnificadas en tres dimensiones.

Empieza a ver una palabra, tal vez números.

—¿Una «e», una «r», minúsculas? —sugiere—. ¿Tres y noventa y seis?

Hay algo más. Conforme Rake sigue trabajando, las palabras y los números se materializan con un aspecto extraño, casi solapado.

—Quizás hubiera más de una nota que dejó marcas de escritura —aventura Win.

—Eso me parece a mí —coincide Rake—. Podrían ser marcas de distintas anotaciones en diferentes páginas del mismo cuaderno. Ya sabes, escribes algo, luego pasas página, escribes otra cosa y la presión del boli o el lápiz contra el papel es lo bastante fuerte como para dejar una imagen marcada varias páginas más abajo.

Ella sigue trabajando y alcanzan a dilucidar lo que pueden: frases como «exclusividad de mercado a tres años», «de acuerdo» y, parcialmente superpuesto, lo que parece una anotación distinta en otra hoja. Se lee «8,96 dólares» y «a partir de una previsión anterior de 6,11 dólares», o algo muy similar.

Capítulo 10

M
onique Lamont está sentada en una cocina ultramoderna en Mount Vernon Street, Beacon Hill, una de las zonas más caras y codiciadas de Boston. Se está tomando su primer martini del día en una copa que ha sacado del congelador.

Viste vaqueros y una camiseta holgada. El chándal que llevaba antes está en el contenedor, detrás de la urbanización de ladrillo visto del siglo XIX, donde el apartamento estaba perfectamente escondido y a salvo hasta esta mañana, cuando Sammy ha revelado la ubicación a las tropas, haciendo hincapié en que la policía patrulle el área e insistiendo en que no puede quedarse en su casa de Cambridge. Le resulta sencillamente imposible. Siempre verá esa puerta trasera, la caja para la llave de reserva, la lata de gasolina. Siempre lo verá en su dormitorio, el arma apuntándole a la cabeza mientras él hacía lo que le venía en gana, mientras la recreaba para que se ajustara a su propia imagen: una criaturilla inmunda, nada, nadie.

—Ojalá lo hubiera matado yo misma —dice.

Huber está sentado a la mesa, delante de ella, tomándose su segunda cerveza. Le está costando trabajo no apartar la vista, su mirada interrumpida como si los músculos de sus ojos sufrieran una repentina parálisis.

—Tienes que superarlo, Monique. Ya sé que resulta fácil decirlo, pero no ves las cosas con claridad, sería imposible en estas circunstancias.

—Cállate, Jessie. Si alguna vez te ocurre a ti, te encontrarás aullando a la maldita luna. Entonces sabrás lo que es identificarse con el prójimo.

—¿De qué te sirve arruinar todo lo demás en tu vida? No deberías haberles hablado de este lugar.

—¿Y qué iba a hacer? ¿Rechazar la protección policial cuando no sé quién está detrás de lo que ocurrió, quién le instó a hacerlo?

—No sabes a ciencia cierta que hubiera nadie más.

—¿Propones que vaya a un hotel? ¿Para entrar en el vestíbulo y encontrarme a los periodistas en manada esperando para hacerme trizas?

—Eres tú la que ha acudido a los medios —le recuerda él en tono pesimista, con esa expresión tan suya, fría y calculadora, en los ojos—. Ahora tienes que convertir toda esa porquería en auténtico caviar.

Utiliza las peores metáforas y comparaciones que Lamont haya oído en su vida.

—¿Por qué se lo permitiste? —dice la fiscal—. Podrías haberle dicho que andaban liados en el laboratorio de documentos, que no estaba Rachael, que estaba ocupada, cualquier cosa. Ha sido una enorme estupidez, Jessie.

—Win siempre ha tenido acceso privilegiado al Club del Laboratorio Criminalista. Es listo de cuidado. Si hubiera empezado a ponerle excusas, se habría olido de inmediato algo raro. Confía en mí como en un padre.

—Entonces no es tan listo como crees —señala ella, y vacía la copa de martini para a continuación comerse la aceituna.

—Y tú eres una esnob de Harvard.

Huber se levanta, abre la nevera, saca una botella de Grey Goose, una copa helada y le prepara otro martini, aunque olvida añadirle la aceituna.

Lamont se queda mirando el martini que Jessie deja encima de la mesa y lo sigue mirando el tiempo suficiente para que él se acuerde de la aceituna.

—¿Sabes qué coeficiente intelectual tiene? —dice Huber con la cabeza medio metida en la nevera—. Más alto que el tuyo y el mío juntos.

Ella vuelve a proyectar esa película implacable en la que Win la ve, le tiende su chaqueta y le dice que respire hondo. Lo ve viéndola desnuda, indefensa y humillada.

—Sencillamente es incapaz de aprobar un examen —continúa Huber mientras abre otra cerveza—. Acabó la secundaria con un expediente impecable, el mejor alumno de su promoción, votado como quien más posibilidades tenía de alcanzar el éxito, votado como el más atractivo, el mejor en todo salvo por un pequeño detalle. La cagó en los exámenes de acceso a la universidad. Luego, después de los estudios superiores, la cagó en las pruebas de acceso a un posgrado y en los exámenes de acceso a la Facultad de Derecho. Es incapaz de pasar los exámenes. Le ocurre algo en esas situaciones.

Win no se presentó en el
Globe
. La ha desafiado. Luego de verla ha dejado de respetarla…

—Tengo entendido que hay gente así. —Huber vuelve a tomar asiento—. Son brillantes, pero incapaces de hacer exámenes.

—No estoy interesada en sus problemas de aprendizaje —dice Lamont—. ¿Qué encontró exactamente en el laboratorio? —El vodka ha hecho que la lengua se le vuelva menos ágil y sus pensamientos vacilantes—. ¿O qué cree que encontró?

—Probablemente no sabe lo que significa. De todas maneras, no puede probar nada.

—¡Eso no es lo que he preguntado!

—Notas de una conversación por teléfono con mi corredor de bolsa.

—Dios santo.

—No te preocupes. No encontrarán huellas dactilares ni nada que me vincule con esa carta. Si de algo sé es de ciencia forense. —Huber sonríe—. Probablemente Win piense que eres tú. Si a eso vamos, probablemente sospeche que estás detrás de todo. Es posible que crea que fue Roy quien lo llamó «mestizo». —Se echa a reír—. Eso sí que le cabreó.

—Otra de tus arriesgadas e impulsivas decisiones.

No se lo preguntó a ella, sencillamente lo hizo. Después se lo contó porque cuanto más sepa ella más implicada estará; ésa ha sido su estrategia desde el principio.

—Tuvo exactamente el efecto que predije. —Huber toma un trago de cerveza—. Lo amenazas, lo insultas, intentas asustarle para que abandone un caso y él no hace más que apresarlo más fuerte entre sus mandíbulas igual que un pit bull.

Ella guarda silencio, toma el martini a sorbos, se siente atrapada.

—No era necesario —dice—. Es un pit bull de todas maneras.

—Es culpa tuya por empeñarte en hablar con él en persona en lugar de hacerlo por teléfono. Deberías haberlo dejado allí, en Knoxville. —Huber hace una pausa; tiene el rostro crispado—. Igual resulta que te gusta. Eso es lo que parece.

—Vete al infierno, Jessie.

—Claro que fue una bendición que estuviera aquí. La divina providencia, tu ángel de la guarda, una recompensa por seguir el camino recto, como quieras decirlo —continúa él, indiferente, sin el menor tacto—. Así que Win se cabreó y fue a verte. Resulta que mi pequeña estratagema nos hizo un gran favor a todos. Sigues viva, Monique.

—Pareces decepcionado.

—Monique…

—No bromeo. —Ella le sostiene la mirada, ni se inmuta, cae en la cuenta de que ha llegado a odiarlo, a desearle la muerte. Tras una pausa añade—: No quiero que vuelva Toby. No sirve para nada. Ya me he hartado de ese favor. Ya me he hartado de hacer favores.

—De todas maneras, no soporta trabajar para ti.

—Me tienes harta, Jessie. Desde hace mucho tiempo. —El vodka la está desinhibiendo. Ya se puede ir al carajo—. Te dije que no pienso seguir con este asunto. Lo digo en serio, joder. No merece la pena.

—Claro que sí. Has conseguido lo que querías, Monique. Lo que te mereces —asegura, y no cabe la menor duda de a qué se refiere.

Ella se le queda mirando, estupefacta.

—¿Lo que me merezco?

Él le sostiene la mirada.

—¿Me merezco eso? —dice Lamont—. ¡Estás diciendo que me merezco eso! ¡Hijo de puta!

—Me refería a que has trabajado duro y te mereces algo a cambio.

Esta vez él no desplaza la mirada de aquí para allá, sino que la mantiene fija en ella, aunque con expresión neutra.

Lamont se echa a llorar.

  

Ya ha oscurecido; hay luna nueva.

Win abre la puerta del lado del conductor del viejo Buick de Nana, detenido otra vez en medio de la carretera, y vuelve a ver a
Miss Perra
callejeando sin rumbo, con el brillo de los faros del coche en sus ojos ancianos y ciegos.

—Hasta aquí hemos llegado. Ya está bien —dice Win, furioso—. Ven aquí, guapa —intenta engatusarla entre silbidos—. ¿Qué haces de nuevo en la calle, eh? ¿Ha olvidado cerrar la puerta? ¿Te ha dejado salir y esa culo gordo es tan vaga que no ha ido a ver si habías regresado? ¿Te ha vuelto a echar el tarado de su yerno?

Miss Perra
mete el rabo entre las patas, agacha la cabeza y pega la barriga al suelo como si hubiera hecho alguna trastada. Win la recoge con delicadeza y sigue hablando, se pregunta si puede oírle siquiera, la mete en el coche, arranca y le dice adonde van y qué va a pasar a continuación. Tal vez lo oye, tal vez no, pero lame la mano. Aparca detrás de la casa de Nana —los móviles se mecen tenuemente en la noche serena, el aire fresco apenas se mueve, las campanillas tintinean con suavidad como si revelaran secretos— y abre la puerta de atrás con
Miss Perra
apoyada en el hombro igual que un saco de patatas peludo.

—¿Nana?

Sigue el sonido de la televisión.

—¿Nana? Tenemos alguien nuevo en la familia.

  

Sykes lleva más de una hora al teléfono, pasando de un veterano a otro. Veintitrés años es una eternidad. Hasta el momento, en el Departamento de Policía de Asheville nadie recuerda al detective Mark Holland.

Marca otro número mientras conduce hacia el oeste en dirección a Knoxville. Los faros que se acercan en dirección contraria la confunden y le recuerdan la mala pasada que es envejecer. Ya no ve una mierda, no puede leer un menú sin recurrir a las gafas y su visión nocturna es horrenda. «Malditas líneas aéreas. Malditos retrasos y cancelaciones». El único coche de alquiler que quedaba, un cuatro cilindros, tiene la potencia de una foca.

—Intento localizar al detective Jones —le dice al hombre que contesta a la llamada.

—Hace tiempo que no me llamaban así —comenta la voz en tono agradable—. ¿Quién es usted?

Sykes se presenta y dice:

—Según tengo entendido, usted era detective de la policía de Asheville en los años ochenta, y me preguntaba si tal vez recuerda a otro detective llamado Mark Holland.

—No muy bien, porque Holland sólo llevaba dos meses de detective cuando murió.

—¿Qué recuerda al respecto?

—Sólo que había ido a Charlotte supuestamente para hablar con un testigo en un caso de robo. Si quiere saber mi opinión, no fue ningún accidente. Creo que sencillamente no quería quitarse la vida en un lugar donde alguno de nosotros tuviera que ocuparse de su caso.

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