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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

2010. Odisea dos (27 page)

BOOK: 2010. Odisea dos
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¿Hubo una ligera indecisión?, se preguntó Floyd. Pudo haber sido una duda perfectamente normal; quizás. O Chandra necesitó buscar la respuesta en su memoria, o podría estar mintiendo, por más improbable que pareciera.

—Entonces haremos lo que sugiere Sasha. Cárguele el nuevo programa; y deje todo así.

—¿Y cuando me pregunte sobre el cambio de planes?

—¿Se supone que lo haga, sin que usted saque el tema?

—Por supuesto. Recuerde, por favor, que fue diseñado para sentir curiosidad. Si la tripulación moría, él debía ser capaz de dirigir una misión eficaz, por propia iniciativa.

—Sigue siendo una cuestión sencilla. Él le creerá, ¿no es así?

—Desde luego.

—Entonces debe decirle que Discovery no está en peligro, y que habrá una misión de acople que lo llevará de regreso a la Tierra, en una fecha futura.

—Pero eso no es verdad.

—Tampoco sabemos que es mentira —replicó Tanya, comenzando a sonar un poco impaciente.

—Sospechamos que hay un serio peligro; de otro modo no estaríamos organizando una partida anticipada.

—¿Qué sugiere, entonces? —su voz contenía ahora una clara connotación de amenaza.

—Debemos decirle toda la verdad, hasta donde sabemos; no más mentiras o medias —verdades, que son casi tan malas. Y dejar que él decida por sí mismo.

—¡Demonios, Chandra! ¡Es sólo una máquina!

Chandra dirigió a Max una mirada tan firme, tan segura, que el joven bajó rápidamente los ojos.

—También nosotros lo somos, señor Brailovsky. Sólo es una cuestión de niveles. El hecho de estar constituidos por carbono o por siliconas no hace una diferencia fundamental; deberíamos tratarnos mutuamente con un respeto apropiado.

Era extraño, pensaba Floyd, cómo Chandra —la persona de menor tamaño de la habitación— ahora parecía la más grande. Pero la confrontación había llegado demasiado lejos. En cualquier momento Tanya comenzaría a impartir órdenes directas, y la situación se tornaría verdaderamente desagradable.

—Tanya, Vasili: ¿puedo hablar con ustedes dos? Creo que hay una forma de resolver el problema.

La interrupción de Floyd fue recibida con evidente alivio, y dos minutos más tarde, estaba descansando con los Orlov en sus cuartos (o "dieciseisavos", como los había bautizado Curnow a causa de su tamaño. En seguida había renunciado a la broma, porque tenía que explicársela a todos, menos a Sasha).

—Gracias, Woody —dijo Tanya, mientras le alcanzaba un bulbo de su Shemakha Azerbaijano favorito —. Estaba esperando que lo hicieras. Supongo que tendrás un... ¿cómo le dicen ustedes? un as en la manga.

—Eso creo —contestó Floyd, sorbiendo unos pocos centímetros cúbicos del dulce vino, y saboreándolo agradecido —. Lamento que Chandra se ponga difícil.

—Yo también. Qué bueno que sólo tengamos un científico loco a bordo.

—No es eso lo que siempre me dices —sonrió el académico Vasili —. De todos modos, Heywood: ¿de qué se trata?

—Esto es lo que sugiero. Dejemos que Chandra siga adelante y actúe como le parezca. Sólo hay dos posibilidades.

»La primera: Hal hará exactamente lo que le ordenemos; esto es, controlar a Discovery en los períodos de ignición. Recuerden, el primero no es crítico. Si algo anda mal mientras nos estamos desprendiendo de Ío, habrá mucho tiempo para hacer las correcciones. Y eso nos dará una prueba del... espíritu de cooperación de Hal.

—¿Y qué hay de la circunvolución alrededor de Júpiter? Eso es lo que verdaderamente cuenta. No sólo quemaremos allí la mayor parte del combustible de Discovery, sino que los vectores de tiempo y propulsión deben ser exactamente correctos.

—¿Podrían ser controlados manualmente?

—Odiaría tener que intentarlo. Al menor error, podríamos incendiarnos o transformarnos en un cometa de largo período. Regresaríamos en un par de milenios.

—¿Y si no hubiese alternativa? —insistió Floyd.

—Bueno, suponiendo que asumiéramos el control a tiempo y dispusiéramos de múltiples órbitas alternativas computadas... hum, tal vez podríamos arreglarnos.

—Conociéndote, Vasili, sé que ese "podríamos" significa "podemos". Lo que me conduce a la segunda posibilidad que mencioné. Si Hal insinúa la más pequeña desviación del programa... tomamos el mando.

—¿Quieres decir... que lo desconectamos?

—Exactamente.

—No fue tan fácil la última vez.

—Hemos aprendido un par de cosas desde entonces. Déjenmelo a mí. Puedo garantizar que les será devuelto el control manual en medio segundo.

—Supongo que no habrá peligro de que Hal sospeche nada.

—Ahora eres tú el paranoico, Vasili. Hal no es tan humano. Pero Chandra sí, para otorgarle el beneficio de la duda. Así que no le digan una palabra. Estamos completamente de acuerdo con su plan, lamentamos que se hayan presentado objeciones, y tenemos absoluta confianza en que Hal comprenderá nuestro punto de vista. ¿Correcto, Tanya?

—Correcto, Woody. Y te felicito por tu clarividencia; ese pequeño aparato fue una buena idea.

—¿Qué aparato? —preguntó Vasili.

—Te lo explicaré uno de estos días. Lo siento, Woody; éste es todo el shemakha que me queda. Quiero guardarlo... hasta encontrarnos a salvo, camino a la Tierra.

46. CUENTA REGRESIVA

Nadie me lo creería sin ver las fotografías, pensaba Max Brailovsky, cuando orbitaba las dos naves a medio kilómetro de distancia. La escena era cómicamente indecente, como si Leonov estuviera violando a Discovery ahora que lo pensaba, el achatado y compacto navío ruso parecía un macho, si se lo comparaba con la esbelta y delicada nave norteamericana. Pero casi todas las operaciones de amarre tenían claras connotaciones sexuales, y él recordaba que uno de los primeros cosmonautas —no recordaba su nombre— había sido reprendido por ser demasiado expresivo al relatar el ... hem, clímax de la misión.

Hasta donde podía decir de su cuidadosa revisión, todo estaba en orden. La tarea de colocar en posición a las dos naves y de asegurarlas con firmeza había llevado más de lo esperado. Hubiera resultado totalmente imposible sin uno de esos golpes de suerte que a veces —no siempre— favorecen a quien los merece. Providencialmente Leonov había llevado varios kilómetros de cinta de fibra de carbono, no más ancha que el moño que podría usar una niña para sujetarse el cabello, pero capaz de soportar tensiones de varias toneladas. Se había incluido con la intención de amarrar equipos de instrumental a Hermano Mayor, si fallaba todo lo demás,. Ahora ataba a Leonov y a Discovery en un tierno abrazo; suficientemente firme, se esperaba, como para evitar temblores y choques en cualquier aceleración hasta alcanzar el décimo de ge, máximo que Podría proporcionar todo el empuje inicial.

—¿Quieres que verifique algo más antes de volver a casa?

—No —contestó Tanya —. Se ve todo muy bien. Y no podemos perder más tiempo.

Eso era bastante cierto. Si se tomaba en serio aquel aviso misterioso —y, en verdad, ahora todos lo tomaban en serio —deberían comenzar la maniobra de escape dentro de las próximas veinticuatro horas.

—Bien; llevaré a Nina de regreso al establo. Lo siento, pequeña.

—Nunca nos dijiste que Nina fuera una yegua.

—Y tampoco lo digo ahora. Me entristece tener que arrojarla al espacio, sólo para obtener unos pocos miserables metros de más por segundo.

—Podemos llegar a estar muy contentos de ellos, Max. De todos modos, siempre existe la posibilidad de que alguien vuelva y la rescate, algún día.

"Lo dudo mucho", pensó Max. Y tal vez, después de todo, fuera apropiado dejar allí la pequeña cápsula espacial, como recuerdo permanente de la primera visita del Hombre al reino de Júpiter.

Con pulsos suaves, cuidadosamente sincronizados, de los reactores de control, condujo a Nina alrededor de la gran esfera del módulo habitacional de Discovery; sus colegas del puente de vuelo apenas la vieron pasar cuando cruzó frente a su ventana curvada. La puerta del Hangar de las Arvejas bostezó frente a él, y después de posar delicadamente a Nina en el brazo extendido del muelle, Max desmontó.

—Súbanme —dijo apenas se oyó el click del cierre de puertas —. Eso es lo que llamo una EVA bien planeada. Queda un kilogramo entero de propelente para sacar a Nina por última vez.

Normalmente no había mucho dramatismo alrededor de un despegue en el espacio profundo, no existían esos fuegos y truenos —y sus riesgos siempre presentes— de la partida desde una superficie planetario. Si algo funcionaba mal, y los motores no alcanzaban a proporcionar todo el impulso, generalmente se podían corregir las cosas con una explosión un poco más prolongada. O se podía esperar al próximo punto apropiado de la órbita, y volver a intentar.

Pero esta vez, mientras la cuenta regresiva se acercaba a cero, la tensión a bordo de ambas naves era casi palpable. Todos sabían que era la primera prueba real de la docilidad de Hal; sólo Floyd, Curnow y los Orlov conocían la existencia de un sistema alternativo. Y ni siquiera ellos estaban absolutamente seguros de que funcionara.

"Buena suerte, Leonov", dijo Control de Misión, sincronizando el mensaje para que llegara cinco minutos antes de la ignición. "Esperamos que todo vaya sobre ruedas. Y si no es mucha molestia, tomen algunos primeros planos del ecuador, 115 grados de longitud, al rodear a Júpiter. Hay una curiosa mancha negra; presumiblemente, un remolino, perfectamente circular, de unos cien kilómetros de diámetro. Parece la sombra de un satélite, pero no puede ser eso".

Tanya acusó recibo, logrando, con notablemente pocas palabras, comunicar una profunda falta de interés por la meteorología de Júpiter en ese momento. A veces, Control de Misión daba muestras de ingenio profundo para la falta de tacto y el sentido de la oportunidad.

"Todos los sistemas funcionan normalmente", dijo Hal. "Dos minutos para la ignición".

Era extraño, pensaba Floyd, cómo la terminología sobrevive mucho tiempo a la tecnología que le dio origen. Sólo los cohetes químicos eran capaces de una ignición; aun cuando el hidrógeno de una reacción nuclear o plasmática entrara realmente en contacto con el oxígeno, estaría demasiado caliente para quemarse. A tales temperaturas, todos los compuestos se descomponían en sus elementos básicos.

Su mente comenzó a divagar, buscando otros ejemplos. La gente, especialmente de mayor edad, seguía hablando de poner la película en la cámara o cargar nafta en el coche. Inclusive la frase "cortar la cinta" seguía escuchándose alguna vez en los estudios de grabación, aunque abarcara dos generaciones de tecnología obsoleta.

"Un minuto para la ignición".

Su mente volvió al aquí y ahora. Ese era el minuto que contaba; durante casi cien años, en pistas de lanzamiento y centros de control, ésos fueron los sesenta segundos más largos de la historia. Innumerables veces habían terminado en un desastre; pero sólo los triunfos eran recordados. ¿Qué pasaría con ellos ahora?

La tentación de llevar una vez más la mano al bolsillo que guardaba el activador del corte era casi irresistible aunque la lógica indicaba que había mucho tiempo para una acción correctiva. Si Hal no obedeciera el programa, sería una molestia... no un desastre. El momento realmente crítico vendría cuando estuvieran volando a Júpiter.

"Seis... cinco... cuatro... tres... dos... uno... ¡IGNICIÓN! "

Al comienzo, el empuje fue casi imperceptible; tardó casi un minuto en alcanzar el décimo de ge. Sin embargo, todos aplaudieron inmediatamente, hasta que Tanya hizo una señal de silencio. Había demasiado que controlar; aun cuando Hal se portara bien —como parecía estar haciendo— había muchas cosas que podían fallar todavía.

El complejo de antenas de Discovery —que ahora absorbía la mayor parte de la inercia de Leonov— no había sido pensado para una sobrecarga semejante. El diseñador en jefe de la nave, que habían llamado a su lugar de retiro, había asegurado que el margen de seguridad era adecuado. Pero podría equivocarse; y se sabía de materiales que se tornaron quebradizos después de años de estar en el espacio...

Y las cintas que mantenían juntas a las dos naves podían no haber sido colocadas de la forma adecuada; podrían estirarse, o resbalar. Discovery podría no ser capaz de compensar aquel desequilibrio axial de masas, ahora que transportaba mil toneladas a caballo. Floyd imaginaba una docena de cosas que podían fallar; no era gran consuelo recordar que siempre era una decimotercera la que finalmente fallaba.

Pero los minutos se sucedían sin novedad; la única prueba de que los motores de Discovery estaban funcionando era la pequeña gravedad inducida por la aceleración, y la suave vibración que se transmitía a través de las paredes de las naves. Ío y Júpiter seguían allí, donde habían estado siempre, en lados opuestos del cielo.

—Corte de impulsión en diez segundos. Nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno, ¡YA!

—Gracias, Hal. Listo el botón.

Ésa era otra frase muy anticuada; hacía ya una generación, las almohadillas de contacto habían reemplazado completamente a los botones. Pero no en todos los casos; en ocasiones críticas, era preferible tener una piecita que se moviera con un agradable y tranquilizador click.

—Confirmado —dijo Vasili —. No hay necesidad de correcciones hasta la mitad del trayecto.

—Saluden a la sensual y exótica Ío; verdadero sueño dorado de los agentes inmobiliarios, —dijo Curnow —. Tendremos mucho gusto en extrañarle.

Eso se parece más al viejo Walter, se dijo Floyd. En las últimas semanas se lo había visto apagado, como si tuviera algo en la cabeza. (¿Pero quién no lo tenía?). Pasaba gran parte de su tiempo libre en sosegadas conversaciones con Katerina; Floyd esperaba que no tuviera algún problema médico. Hasta el momento habían sido muy afortunados al respecto; lo último que necesitaban era una emergencia que requiriera de la experiencia de la cirujano-comandante.

—No te muestras amable, Walter —dijo Brailovsky —. Estaba empezando a disfrutar del lugar. Podría ser divertido pasear con un bote en esos lagos de lava.

—¿Y qué de una parrillada en un volcán? —¿O un auténtico baño de azufre derretido?

Todos se sentían más alegres, y hasta un poco histéricos por el alivio. A pesar de que era demasiado pronto para relajarse, y de que aún faltaba la fase más crítica de la maniobra de escape, se había dado el primer paso seguro en el largo camino al hogar. Ésa era razón suficiente para un modesto festejo.

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