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Authors: Arthur C. Clarke

Tags: #Ciencia Ficción

2010. Odisea dos (12 page)

BOOK: 2010. Odisea dos
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—¿Has jugado alguna vez a la ruleta rusa? —preguntó cuando recuperó el aliento.

—No, ¿qué es?

—Te lo tendré que enseñar alguna vez. Es casi tan bueno como esto para curar el aburrimiento.

"Walter, espero que no estará sugiriendo que Max haría algo peligroso." La voz de la doctora Rudenko sonó como si estuviera realmente ofendida, y Curnow decidió que lo mejor era no contestar; algunas veces, los rusos no entendían su particular sentido del humor. "Lo disimuló bastante bien..." murmuró casi con el aliento, lo bastante bajo como para que ella no lo oyera.

Ahora que estaban firmemente unidos al casco de la nave giratoria, ya no era consciente de su rotación, en especial cuando fijaba su mirada en las placas metálicas que tenía delante de sus ojos. Su próximo objetivo era la escala que se angostaba en la distancia, a lo largo del delgado cilindro que constituía la estructura principal de Discovery. El esférico módulo de comando del extremo más alejado parecía quedar a varios años luz, aunque él sabía perfectamente bien que la distancia era de sólo cincuenta metros.

—Yo iré primero —dijo Brailovsky, cobrando la cuerda que los unía —. Recuerda: desde aquí todo el camino es cuesta abajo. Pero eso no es problema; te puedes sostener con una sola mano. Inclusive en el extremo, la gravedad es sólo un décimo de ge. Y eso es... ¿cómo le dicen ustedes?... jugo de niños.

—Supongo que querrás decir juego de niños. Y si para ti es lo mismo, prefiero ir con los pies para adelante. Nunca me gustó arrastrarme por las escaleras al revés, aun con gravedad mínima.

Curnow estaba muy al tanto de que era esencial mantener su amable tono irónico; de otro modo, sencillamente se sentiría aterrorizado por lo misterioso y peligroso de la misión. Ahí se encontraba él, a casi mil millones de kilómetros del hogar, a punto de entrar en la nave náufraga más famosa en toda la historia de la exploración espacial; una periodista había llamado a Discovery la Marie Celeste del espacio, y no era una mala analogía. Pero además había otras cosas que hacían que su situación fuera única; aun cuando tratara de ignorar el inquietante paisaje lunar que cubría la mitad del firmamento, siempre había un elemento a mano que recordaba su presencia. Cada vez que tocaba los peldaños de la escalera, su guante levantaba una fina niebla de polvo de azufre.

Brailovsky estaba, desde luego, en lo cierto; la gravedad centrífuga provocada por la rotación de la nave era fácilmente controlable. Cuando se acostumbró a ella, Curnow incluso agradeció la sensación de dirección que le proporcionaba.

Y así, de repente, habían alcanzado la esfera grande y descolorida del módulo de control y supervivencia de Discovery. A sólo unos metros de allí había una escotilla de emergencia; la misma, pensó Curnow, por la que había entrado Bowman para su confrontación final con Hal.

—Espero que podamos entrar —murmuró Brailovsky —. Sería una lástima hacer todo este viaje y encontrar la puerta con llave.

Limpió el azufre que oscurecía la pantalla de control de la cámara de presión.

—Muerta, desde luego. ¿Intento con los controles? —No puede hacer ningún daño... pero no sucederá nada.

—Tienes razón. Bien, aquí vamos con el control manual...

Fue fascinante ver cómo se abría la delgada línea en la pared curva, y notar el pequeño soplo de vapor que se dispersaba en el espacio, llevándose consigo una hoja de papel. ¿Sería un mensaje vital? Nunca lo sabrían; se alejó, girando sobre sí mismo sin perder su velocidad de rotación inicial, en dirección a las estrellas.

Brailovsky siguió trabajando con el control manual durante lo que pareció un tiempo muy largo, hasta que la cueva oscura y poco acogedora de la esclusa se abrió totalmente. Curnow esperaba que al menos las luces de emergencia permanecerían operables, pero no tuvieron tanta suerte.

—Tú eres el jefe ahora, Walter. Bienvenido al territorio de los Estados Unidos.

Por cierto que no se sintió tan bien recibido al penetrar en la esclusa, mientras iluminaba el interior con la lámpara de su casco. Por lo que veía, estaba todo en orden. ¿Qué otra cosa había esperado?, se preguntó, un poco enojado.

Cerrar la puerta manualmente llevó más tiempo que abrirla, pero, hasta que la nave volviera a ser reactivada, no había alternativa. Antes de volver a cerrar la escotilla, Curnow arriesgó una mirada al insensato panorama exterior.

En el ecuador había aparecido un lago de un azul centelleante, que estaba seguro de no haber visto hacía sólo unas horas. En sus bordes danzaban rutilantes reflejos amarillos, el color característico del sodio ardiente y todo el panorama nocturno se hallaba velado por la fantasmal descarga de plasma de una de las casi continuas auroras de Ío.

Era el germen de futuras pesadillas; y por si no fuera suficiente, había un último toque, digno de un enloquecido autor surrealista. Apuñalando el cielo negro, surgido en apariencia de las hogueras de aquella luna en llamas, había un inmenso cuerno curvado, tal como lo habría visto un torero sentenciado en el momento final de la verdad.

Júpiter se levantaba para saludar a Discovery y a Leonov, mientras ambas naves lo seguían en sus órbitas sincrónicas.

18. SALVAMENTO

Apenas se cerró la escotilla exterior detrás de ellos, hubo una sutil inversión de roles. Ahora era Curnow el que estaba cómodo, mientras que Brailovsky se encontraba fuera de su elemento, sintiéndose extraño a ese laberinto de oscuros y angostos corredores y túneles que era el interior de Discovery. En teoría, Max conocía el camino a seguir dentro de la nave, pero su conocimiento se basaba sólo en un estudio de los planos. Curnow, en cambio, había trabajado durante meses en un gemelo de Discovery sin terminar; podía andar, literalmente, con los ojos vendados.

El progreso era lento porque esa parte de la nave había sido diseñada para gravedad cero; ahora el giro sin control proveía una gravedad artificial, que, por pequeña que fuera, siempre parecía apuntar en la dirección menos conveniente.

—Lo primero que debemos hacer —murmuró Curnow, después de deslizarse algunos metros por un corredor antes de conseguir tomarse de una manija —, es parar ese condenado giro. Y no podremos hacerlo mientras no conectemos la energía. Sólo espero que Dave Bowman haya asegurado todos los sistemas antes de abandonar la nave.

—¿Estás seguro de que la haya abandonado por completo? Tal vez tuviera intención de volver.

—Es posible que tengas razón; supongo que nunca lo sabremos. Y es muy posible que tampoco él lo supiera.

Habían entrado al "Hangar de las Arvejas"; el garaje espacial de Discovery, que normalmente contenía tres de esas cápsulas esféricas monotripuladas, usadas en actividades exteriores a la nave. Sólo quedaba la Cápsula Número 3, —la Número 1 se había perdido en el misterioso accidente donde murió Frank Poole, y la Número 2 estaba con Dave Bowman, dondequiera que éste estuviera.

El Hangar de las Arvejas contenía asimismo dos trajes espaciales, con la desagradable apariencia de dos cuerpos decapitados al colgar, sin cascos, de la percha. Se requería poco esfuerzo de la imaginación (y la de Brailovsky estaba trabajando tiempo extra), para poner dentro de ellos a toda una galería de siniestros ocupantes.

Fue una desgracia, aunque no del todo sorprendente, que el a veces irresponsable sentido del humor de Curnow saliera a relucir en ese preciso momento.

—Max —dijo, con una seriedad mortal —, ante cualquier cosa que suceda... por favor, no vayas a asustarte si aparece el gato de la nave.

Durante unos milisegundos, Brailovsky fue sorprendido con la guardia baja, y casi contestó: "ojalá no hubieras dicho eso, Walter", pero se recuperó a tiempo. Hubiera sido admitir su debilidad; así, pues, que replicó:

—Me gustaría encontrar al idiota que puso esa película en nuestra cinemateca.

Probablemente fue Katerina, que quiso verificar el equilibrio psicológico de cada uno. Además, te morías de risa cuando la proyectamos la semana pasada.

Brailovsky se calló; la acotación de Curnow era totalmente cierta. Pero eso había sucedido en el calor familiar y luminoso de Leonov, entre sus amigos, no en una nave náufraga oscura y helada, poblada por fantasmas. Por más racional que fuera, era demasiado fácil imaginarse alguna implacable bestia alienígena rondando por los corredores, en busca de alguien a quien devorar.

"La culpa es tuya, Abuela (descansen en paz tus santos huesos en la tundra siberiana); ojalá no me hubieras llenado la cabeza con esas horribles leyendas. Si cierro los ojos, todavía puedo ver la choza del Baba Yaga, erguida en un claro del bosque, sobre sus delgadas patas de pollo...

"Suficiente, basta ya. Soy un brillante ingeniero enfrentado con el más grande desafío técnico de su vida, y no debo dejar que mi colega norteamericano sepa que a veces soy un niño asustado..."

Los ruidos no ayudaban. Había demasiados, aunque eran tan débiles que sólo un astronauta experimentado podría haberlos detectado por sobre los sonidos de su propio traje. Pero para Max Brailovsky, acostumbrado a trabajar en un ambiente de máximo silencio, eran particularmente irritantes, aun sabiendo que los ocasionales crujidos y chirridos eran causados, casi con seguridad, por la expansión térmica, mientras la nave giraba como carne al asador. Débil como era la presencia del Sol, había, sin embargo, una apreciable diferencia de temperatura entre la luz y la sombra.

Incluso su familiar traje espacial le resultaba incómodo, ahora que afuera existía la misma presión que adentro. Todas las fuerzas que actuaban sobre las articulaciones se habían alterado sutilmente, y ya no podía programar sus movimientos con precisión. "Parezco un principiante, volviendo a comenzar mi entrenamiento desde el principio", se dijo con enojo. Ya era tiempo de terminar esta situación con una acción decisiva.

—Walter, me gustaría verificar la atmósfera.

—La presión está bien; temperatura... iuf! ciento cinco grados bajo cero.

—Un confortable invierno ruso. De todos modos, el aire de mi traje aislará la mayor parte del frío.

—Bien, adelante. Pero déjame iluminar tu cara para ver si estás poniéndote azul. Y sigue hablando.

Brailovsky quitó el seguro a su visor, y levantó el casco. Titubeó un instante al sentir cómo unos dedos helados acariciaban su rostro, olisqueó con precaución, y respiró por fin profundamente.

—Está frío, pero no se me congelarán los pulmones. Hay un olor raro, sin embargo... Rancio, podrido, como si algo... ¡oh no!

Empalideciendo de golpe, Brailovsky cerró su casco rápidamente.

—¿Cuál es el problema, Max? —preguntó Curnow con repentina, y ahora genuina, ansiedad. Brailovsky no contestó; aún parecía estar intentando recuperar el control de sí mismo. En verdad se hallaba ante el peligro cierto de un desastre horrible, y a menudo fatal: vomitar dentro de un traje espacial.

Hubo un largo silencio; luego Curnow dijo en tono tranquilizador:

—Ya sé qué es. Pero estoy seguro que te equivocas. Sabemos que Poole se perdió en el espacio. Bowman informó que eyectó fuera a los otros después de muertos en hibernación, y estamos seguros de que lo hizo. No puede haber nadie aquí. Además, hace tanto frío...

Casi agregó "como en una morgue", pero se frenó a tiempo.

—Pero supón —murmuró Brailovsky —sólo supón que Bowman haya conseguido volver a la nave, y que haya muerto aquí.

Hubo un silencio aún más largo, antes de que Curnow abriera su propio casco, lenta y cuidadosamente. Se estremeció al sentir el aire congelado en sus pulmones, y frunció la nariz en una mueca de disgusto.

—Ahora lo comprendo. Pero estás dejando volar demasiado a tu imaginación. Te apuesto diez contra uno a que este olor proviene de la cocina. Seguramente es carne que se echó a perder, antes de que la nave se congelara. Y Bowman debe haber estado muy ocupado para mantener la casa en orden. He conocido departamentos de soltero que olían peor.

—Tal vez tengas razón... Eso espero.

—Por supuesto que sí. Y aunque no la tuviera... maldito sea, ¿cuál es la diferencia? Tenemos un trabajo que hacer, Max. Si Dave Bowman aún está aquí, bueno, no es asunto nuestro. ¿No es así, Katerina?

No hubo respuesta de la cirujano-comandante; se habían adentrado demasiado en la nave, y la radio no llegaba hasta allí. Ahora se encontraban librados a sus propios medios, pero Max estaba recobrando el ánimo con rapidez. Finalmente decidió que era un privilegio trabajar con Walter. A veces, el ingeniero norteamericano parecía tomarse las cosas a la ligera. Pero era absolutamente competente; y si era necesario, duro como el hierro.

Juntos, devolverían Discovery a la vida, y, tal vez, de regreso a Tierra.

19. OPERACIÓN MOLINO

Cuando Discovery se encendió de repente como el proverbial árbol de Navidad, con sus luces internas y de navegación brillando de extremo a extremo, los gritos de alegría a bordo de Leonov casi se podrían haber escuchado a través del vacío que separaba ambas naves. Pero se transformaron en un gruñido irónico cuando casi inmediatamente se volvieron a apagar.

Durante media hora no sucedió nada más; entonces, las ventanas del puente de vuelo de Discovery se iluminaron con el suave carmesí de las luces de emergencia. Pocos minutos más tarde, se pudo ver a Curnow y a Brailovsky moverse ahí dentro, aunque las siluetas eran borrosas a causa de la película de polvo de azufre.

—Hola, Max, Walter, ¿pueden oírnos? —llamó Tanya Orlova. Las dos figuras agitaron las manos simultáneamente, pero no dieron otra respuesta. Sin duda, estaban demasiado ocupados como para entablar una charla informal; los observadores de Leonov tuvieron que esperar con paciencia mientras se encendían y apagaban varias luces, una de las tres compuertas del Hangar de las Arvejas se abriera y cerrara rápidamente, y la antena principal girara unos modestos diez grados.

"Hola, Leonov", dijo Curnow al fin. "Disculpen la demora, pero hemos estado bastante ocupados".

"Aquí va un pequeño informe, de acuerdo con lo que pudimos observar hasta ahora. La nave se encuentra en mejores condiciones que lo que me había temido. El casco está intacto, las filtraciones son despreciables; presión de aire: ochenta y cinco por ciento del valor nominal. Es respirable, pero tendremos que hacer un reciclado total, porque apesta.

"La mejor noticia es que los sistemas de energía funcionan bien. El reactor principal está estable y las baterías, operables. Los fusibles de casi todos los circuitos se encontraban abiertos; deben haber sido cortados por Bowman antes de partir, así que el equipo vital estuvo protegido. Pero será todo un trabajo verificar cada conexión antes de que vuelva a funcionar a pleno".

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