20.000 leguas de viaje submarino (13 page)

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Authors: Julio Verne

Tags: #Aventuras

BOOK: 20.000 leguas de viaje submarino
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—En efecto.

—Aquí tiene otra aplicación de la electricidad, en ese cuadrante que sirve para indicar la velocidad del
Nautilus
. Un hilo eléctrico lo pone en comunicación con la hélice de la corredera, y su aguja me indica la marcha real del barco. Fíjese, en estos momentos navegamos a una velocidad moderada, a quince millas por hora.

—Es maravilloso, y veo, capitán, que ha hecho usted muy bien al emplear este agente que está destinado a reemplazar al viento, al agua y al vapor.

—No hemos terminado aún, señor Aronnax —dijo el capitán Nemo, levantándose—, y si quiere usted seguirme, visitaremos la parte posterior del
Nautilus
.

En efecto, conocía ya toda la parte anterior del barco submarino, cuya división exacta, del centro al espolón de proa, era la siguiente— el comedor, de cinco metros, separado de la biblioteca por un tabique estanco, es decir, impenetrable al agua; la biblioteca, de cinco metros; el gran salón, de diez metros, separado del camarote del capitán por un segundo tabique estanco; el camarote del capitán, de cinco metros; el mío, de dos metros y medio, y, por último, un depósito de aire de siete metros y medio, que se extendía hasta la roda. El conjunto daba una longitud total de treinta y cinco metros. Los tabiques estancos tenían unas puertas que se cerraban herméticamente por medio de obturadores de caucho, y ellas garantizaban la seguridad a bordo del
Nautilus
, en el caso de que se declarara una vía de agua.

Seguí al capitán Nemo a lo largo de los corredores y llegamos al centro del navío. Allí había una especie de pozo que se abría entre dos tabiques estancos. Una escala de hierro, fijada a la pared, conducía a su extremidad superior. Pregunté al capitán Nemo cuál era el uso de aquella escala.

—Conduce al bote —respondió.

—¡Cómo! ¿Tiene usted un bote? —pregunté asombrado.

—Así es. Una excelente embarcación, ligera e insumergible, que nos sirve para pasearnos y para pescar.

—Pero entonces, cuando quiera embarcarse en él estará obligado a volver a la superficie del mar, ¿no?

—No. El bote está adherido a la parte superior del casco del
Nautilus
, alojado en una cavidad dispuesta en él para recibirlo. Tiene puente, está absolutamente impermeabilizado y se halla retenido por sólidos pernos. Esta escala conduce a una abertura practicada en el casco del
Nautilus
, que comunica con otra similar en el costado del bote. Por esa doble abertura es por la que me introduzco en la embarcación. Se cierra la del
Nautilus
, cierro yo la del bote por medio de tornillos a presión, largo los pernos y entonces el bote sube con una prodigiosa rapidez a la superficie del mar. Luego abro la escotilla del puente, cuidadosamente cerrada hasta entonces, pongo el mástil, izo la vela o cojo los remos, y estoy listo para pasearme.

—Pero ¿cómo regresa usted a bordo?

—No soy yo el que regresa, señor Aronnax, sino el
Nautilus
.

—¿A una orden suya?

—Así es, porque unido al
Nautilus
por un cable eléctrico, me basta expedir por él un telegrama.

—Bien —dije, maravillado—, nada más sencillo, en efecto.

Tras haber pasado el hueco de la escalera que conducía a la plataforma, vi un camarote de unos dos metros de longitud en el que Conseil y Ned Land se hallaban todavía comiendo con visible apetito y satisfacción. Abrimos una puerta y nos hallamos en la cocina, de unos tres metros de longitud, situada entre las amplias despensas de a bordo. Allí era la electricidad, más enérgica y más obediente que el mismo gas, la que hacía posible la preparación de las comidas. Los cables que llegaban a los fogones comunicaban a las hornillas de platino un calor de regular distribución y mantenimiento. La electricidad calentaba también unos aparatos destiladores que por medio de la evaporación suministraban una excelente agua potable. Cerca de la cocina había un cuarto de baño muy bien instalado cuyos grifos proveían de agua fría o caliente a voluntad.

Tras la cocina se hallaba el dormitorio de la tripulación, en una pieza de cinco metros de longitud. Pero la puerta estaba cerrada y no pude ver su interior que me habría dado una indicación sobre el número de hombres requerido por el
Nautilus
para su manejo.

Al fondo había un cuarto tabique estanco que separaba el dormitorio del cuarto de máquinas. Se abrió una puerta y me introduje allí, donde el capitán Nemo —un ingeniero de primer orden, con toda seguridad— había instalado sus aparatos de locomoción. El cuarto de máquinas, netamente iluminado, no medía menos de veinte metros de longitud. Estaba dividido en dos partes: la primera, reservada a los elementos que producían la electricidad, y la segunda, a los mecanismos que transmitían el movimiento a la hélice.

Nada más entrar, me sorprendió el olor
sui generis
que llenaba la pieza. El capitán Nemo advirtió mi reacción.

—Son emanaciones de gas producidas por el empleo del sodio. Pero se trata tan sólo de un ligero inconveniente. Además, todas las mañanas purificamos el barco ventilándolo completamente.

Yo examinaba, con el interés que puede suponerse, la maquinaria del
Nautilus
.

—Como ve usted —me dijo el capitán Nemo—, uso elementos Bunsen y no de Ruhmkorff, que resultarían impotentes. Los elementos Bunsen son poco numerosos, pero grandes y fuertes, lo que da mejores resultados según nuestra experiencia. La electricidad producida se dirige hacia atrás, donde actúa por electroimanes de gran dimensión sobre un sistema particular de palancas y engranajes que transmiten el movimiento al árbol de la hélice. Ésta, con un diámetro de seis metros y un paso de siete metros y medio, puede dar hasta ciento veinte revoluciones por segundo.

—Con lo que obtiene usted…

—Una velocidad de cincuenta millas por hora.

Había ahí un misterio, pero no traté de esclarecerlo. ¿Cómo podía actuar la electricidad con tal potencia? ¿En qué podía hallar su origen esa fuerza casi ilimitada? ¿Acaso en su tensión excesiva, obtenida por bobinas de un nuevo tipo? ¿O en su transmisión, que un sistema de palancas desconocido
[8]
podía aumentar al infinito? Eso era lo que yo no podía explicarme.

—Capitán Nemo, compruebo los resultados, sin tratar de explicármelos. He visto al
Nautilus
maniobrar ante el
Abraham Lincoln
y sé a qué atenerme acerca de su velocidad. Pero no basta moverse. Hay que saber adónde se va. Hay que poder dirigirse a la derecha o a la izquierda, hacia arriba o hacia abajo. ¿Cómo hace usted para alcanzar las grandes profundidades en las que debe hallar una resistencia creciente, evaluada en centenares de atmósferas? ¿Cómo hace para subir a la superficie del océano? Y, por último, ¿cómo puede mantenerse en el lugar que le convenga? ¿Soy indiscreto al formularle tales preguntas?

—En modo alguno, señor profesor —me respondió el capitán, tras una ligera vacilación—, ya que nunca saldrá usted de este barco submarino. Venga usted al salón, que es nuestro verdadero gabinete de trabajo, y allí sabrá todo lo que debe conocer sobre el
Nautilus
.

13. Algunas cifras

Un instante después, nos hallábamos sentados en un diván del salón, con un cigarro en la boca. El capitán me mostraba un dibujo con el plano, la sección y el alzado del
Nautilus
. Comenzó su descripción en estos términos:

—He aquí, señor Aronnax, las diferentes dimensiones del barco en que se halla. Como ve, es un cilindro muy alargado, de extremos cónicos. Tiene, pues, la forma de un cigarro, la misma que ha sido ya adoptada en Londres en varias construcciones del mismo género. La longitud de este cilindro, de extremo a extremo, es de setenta metros, y su bao, en su mayor anchura, es de ocho metros. No está construido, pues, con las mismas proporciones que los más rápidos vapores, pero sus líneas son suficientemente largas y su forma suficientemente prolongada para que el agua desplazada salga fácilmente y no oponga ningún obstáculo a su marcha. Estas dos dimensiones le permitirán obtener por un simple cálculo la superficie y el volumen del
Nautilus
. Su superficie comprende mil cien metros cuadrados cuarenta y cinco centésimas: su volumen, mil quinientos metros cúbicos y dos décimas, lo que equivale a decir que en total inmersión desplaza o pesa mil quinientos metros cúbicos o toneladas.

»Al realizar los planos de este barco, destinado a una navegación submarina, lo hice con la intención de que en equilibrio en el agua permaneciera sumergido en sus nueve décimas partes. Por ello, en tales condiciones no debía desplazar más que las nueve décimas partes de su volumen, o sea, mil trescientos cincuenta y seis metros y cuarenta y ocho centímetros, o, lo que es lo mismo, que no pesara más que igual número de toneladas. Esto me obligó a no superar ese peso al construirlo según las citadas dimensiones.

»El
Nautilus
se compone de dos cascos, uno interno y otro externo, reunidos entre sí por hierros en forma de T, que le dan una extrema rigidez. En efecto, gracias a esta disposición celular resiste como un bloque, como si fuera macizo. Sus juntas no pueden ceder, se adhieren por sí mismas y no por sus remaches, y la homogeneidad de su construcción, debida al perfecto montaje de sus materiales, le permite desafiar los mares más violentos.

»Estos dos casos están fabricados con planchas de acero, cuya densidad con relación al agua es de siete a ocho décimas. El primero no tiene menos de cinco centímetros de espesor y pesa trescientas noventa y cuatro toneladas y noventa y seis centésimas. El segundo, con la quilla que con sus cincuenta centímetros de altura y veinticinco de ancho pesa por sí sola sesenta y dos toneladas, la maquinaria, el lastre, los diversos accesorios e instalaciones, los tabiques y los virotillos interiores, tiene un peso de novecientas sesenta y una toneladas con sesenta y dos centésimas, que, añadidas a las trescientas noventa y cuatro toneladas con noventa y seis centésimas del primero, forman el total exigido de mil trescientas cincuenta y seis toneladas con cuarenta y ocho centésimas. ¿Ha comprendido?

—Comprendido.

—Así pues —prosiguió el capitán—, cuando el
Nautilus
se halla a flote en estas condiciones, una décima parte del mismo se halla fuera del agua. Ahora bien, si se instalan unos depósitos de una capacidad igual a esa décima parte, es decir, con un contenido de ciento cincuenta toneladas con setenta y dos centésimas, y se les llena de agua, el barco pesará o desplazará entonces mil quinientas siete toneladas y se hallará en inmersión completa. Y esto es lo que ocurre, señor profesor. Estos depósitos están instalados en la parte inferior del Nautilus, y al abrir las llaves se llenan y el barco queda a flor de agua.

—Bien, capitán, pero aquí llegamos a la verdadera dificultad. Que su barco pueda quedarse a flor de agua, lo comprendo. Pero, más abajo, al sumergirse más, ¿no se encuentra su aparato submarino con una presión que le comunique un impulso de abajo arriba, evaluada en una atmósfera por treinta pies de agua, o sea, cerca de un kilogramo por centímetro cuadrado?

—Así es, en efecto.

—Luego, a menos que no llene por completo el
Nautilus
, no veo cómo puede conseguir llevarlo a las profundidades.

—Señor profesor, respondió el capitán Nemo, no hay que confundir la estática con la dinámica, si no quiere uno exponerse a errores graves. Cuesta muy poco alcanzar las bajas regiones del océano, pues los cuerpos tienen tendencia a la profundidad. Siga usted mi razonamiento.

—Le escucho, capitán.

—Cuando me planteé el problema de determinar el aumento de peso que había que dar al
Nautilus
para sumergirlo, no tuve que preocuparme más que de la reducción de volumen que sufre el agua del mar a medida que sus capas van haciéndose más profundas.

—Es evidente.

—Ahora bien, si es cierto que el agua no es absolutamente incompresible, no lo es menos que es muy poco compresible. En efecto, según los cálculos más recientes, esta compresión no es más que de cuatrocientas treinta y seis diezmillonésimas por atmósfera, o lo que es lo mismo, por cada treinta pies de profundidad. Si quiero descender a mil metros, tendré que tener en cuenta la reducción del volumen bajo una presión equivalente a la de una columna de agua de mil metros, es decir, bajo una presión de cien atmósferas. Dicha reducción será en ese caso de cuatrocientas treinta y seis cienmilésimas. Consecuentemente, deberé aumentar el peso hasta mil quinientas trece toneladas y setenta y siete centésimas, en lugar de mil quinientas siete toneladas y dos décimas. El aumento no será, pues, más que de seis toneladas y cincuenta y siete centésimas.

—¿Tan sólo?

—Tan sólo, señor Aronnax, y el cálculo es fácilmente verificable. Ahora bien, dispongo de depósitos suplementarios capaces de embarcar cien toneladas. Puedo así descender a profundidades considerables. Cuando quiero subir y aflorar a la superficie, me basta expulsar ese agua, y vaciar enteramente todos los depósitos si deseo que el
Nautilus
emerja en su décima parte sobre la superficie del agua.

A tales razonamientos apoyados en cifras nada podía yo objetar.

—Admito sus cálculos, capitán —respondí—, y mostraría mala fe en discutirlos, puesto que la experiencia le da razón cada día, pero me temo que ahora nos hallamos en presencia de una dificultad real.

—¿Cuál?

—Cuando se halle usted a mil metros de profundidad, las paredes del
Nautilus
deberán soportar una presión de cien atmósferas. Si en ese momento decide usted vaciar sus depósitos suplementarios para aligerar su barco y remontar a la superficie, las bombas tendrán que vencer esa presión de cien atmósferas o, lo que es lo mismo, de cien kilogramos por centímetro cuadrado. Pues bien, eso exige una potencia.

—Que sólo la electricidad podía darme —se apresuró a decir el capitán Nemo—. Le repito que el poder dinámico de mi maquinaria es casi infinito. Las bombas del
Nautilus
tienen una fuerza prodigiosa, lo que pudo usted comprobar cuando vio sus columnas de agua precipitarse como un torrente sobre el
Abraham Líncoln
. Por otra parte, no me sirvo de los depósitos suplementarios más que para alcanzar profundidades medias de mil quinientos a dos mil metros, con el fin de proteger mis aparatos. Pero cuando tengo el capricho de visitar las profundidades del océano, a dos o tres leguas por debajo de su superficie, empleo maniobras más largas, pero no menos infalibles.

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