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Authors: Joanne Harris

Zapatos de caramelo (42 page)

BOOK: Zapatos de caramelo
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El Mago, la Torre, el Colgado, el Loco.

La Muerte. Los Enamorados. La Rueda de la Fortuna.

La Rueda de la Fortuna o el cambio. La carta muestra una rueda que gira implacablemente. Papas y pobres, plebeyos y reyes se aferran desesperadamente a los rayos y, a través del dibujo primitivo, distingo sus expresiones, las bocas abiertas, las sonrisas complacientes que se trocan en gemidos de terror cuando la rueda sigue su curso...

Miro a los Enamorados: Adán y Eva están desnudos y van de la mano. El pelo de Eva es negro y el de Adán, rojo. Aquí no hay grandes misterios. Las cartas están impresas en tres colores: amarillo, rojo y negro que, sumados al fondo blanco, componen los colores de los cuatro vientos...

¿Por qué he vuelto a tirar las cartas?

¿Qué mensaje me reservan?

Thierry telefoneó a las seis y me invitó a salir. Le dije que tenía migraña y para entonces era casi cierto; la cabeza me latía como un flemón y la idea de comer empeoró la situación. Prometí que lo vería mañana y procuré olvidarme de Roux, pero cada vez que intenté conciliar el sueño noté la caricia de sus labios en mi cara y cuando Rosette despertó y se puso a llorar, oí la dicción de Roux en el tono de mi niña y vi sombras de él en sus ojos entre grises y verdes...

5

Viernes, 14 de diciembre

Faltan diez días para Nochebuena. Quedan diez días para la gran sorpresa y lo que supuse que sería bastante simple se ha vuelto complicado.

En primer lugar, está Thierry y también Roux.

¡Anda ya, tío! ¡Qué follón!

Desde la charla del domingo con Zozie he intentado pensar qué puedo hacer. Mi primer impulso consistió en acudir directamente a Roux y contárselo todo, pero Zozie insiste en que sería un error.

En un cuento no plantearía dificultades. Bastaría con comunicar a Roux que es padre, deshacerse de Thierry, ocuparse de que todo vuelva a ser como antes y que en Nochebuena nos reunamos para celebrarlo a lo grande. Fin de la historia y trozo de pastel.

En la vida real no es tan sencillo. Zozie asegura que, en la vida real, hay hombres incapaces de afrontar la paternidad, sobre todo de una hija como Rosette... ¿Y si él no puede resistirlo? ¿Y si se avergüenza de Rosette?

Anoche apenas pegué ojo. Ver a Roux en el cementerio me llevó a preguntarme si Zozie tiene razón y Roux no quiere visitarnos. En ese caso, ¿por qué sigue trabajando para Thierry? ¿Lo sabe o no? Cavilé y reflexioné y para mí seguía sin tener sentido, razón por la cual hoy tomé una decisión y fui a visitarlo a la rue de la Croix.

Llegué a eso de las tres y media e interiormente estaba nerviosa y temblorosa. Me salté la última clase, que era de estudio, y si alguien me pregunta diré que fui a la biblioteca. De haber estado presente, Jean-Loup lo habría sabido, pero hoy también faltó por enfermedad. Tracé en mi mano la señal Uno Mono y me largué sin que se dieran cuenta.

Cogí el autobús a la place de Clichy y de allí caminé hasta la rue de la Croix, una calle ancha y tranquila que da al cementerio, con viejas casonas de estuco a un lado, semejantes a una fila de pasteles de boda, y del otro la elevada tapia de ladrillo.

El apartamento de Thierry está en el último piso. En realidad, es el propietario de todo el edificio: dos plantas y el apartamento del sótano. Es el piso más grande que he visto en mi vida, a pesar de lo cual a Thierry no le parece espacioso y se queja del tamaño de las habitaciones.

Cuando llegué estaba vacío. A un lado del edificio se alzaba el andamio y láminas de celofán cubrían las puertas. En la entrada un hombre con casco fumaba y me di cuenta de que no era Roux.

Entré y subí por la escalera. Desde el primer rellano percibí el ruido de las máquinas y olí el aroma dulzón y a caballo de la madera recién cortada. También oí voces..., mejor dicho, una voz, la de Thierry, por encima de los demás sonidos. Subí los últimos peldaños cubiertos de serrín y de virutas. Una lámina de celofán hacía las veces de puerta. La moví y miré hacia dentro.

Roux se había puesto mascarilla y pasaba la lijadora a las tablas del suelo. El olor a madera lo impregnaba todo. Thierry se cernía sobre él con el traje gris, un casco amarillo y esa expresión que adopta cuando Rosette se niega a usar la cuchara o escupe la comida en la mesa. Mientras miraba, Roux desconectó la lijadora y se quitó la mascarilla. Parecía cansado y no muy contento.

Thierry echó un vistazo a las tablas del suelo y ordenó:

—Aspira el polvo y pasa la pulidora. Quiero que antes de irte des, como mínimo, una mano de barniz.

—Es una broma, ¿no? Tendré que quedarme hasta la medianoche.

—Me importa un bledo —puntualizó Thierry—. No estoy dispuesto a perder un día más. Tiene que estar terminado para Nochevieja.

Franqueó la puerta, pasó a mi lado y bajó la escalera hasta el primer piso. Como me encontraba detrás de la lámina contra el polvo, no me detectó, pero yo lo vi de cerca y su expresión no me gustó nada. Era una especie de mueca de suficiencia, que no llegó a ser una sonrisa, aunque mostró demasiado los dientes. Fue como si, en lugar de repartir regalos entre los niños, este año Papá Noel hubiera decidido quedárselos. En ese instante odié a Thierry..., no solo porque le había gritado a Roux, sino porque se creía mejor que él. Se notó en la manera en que lo miró y en el modo en que se cernió sobre Roux, como alguien que se hace limpiar los zapatos; sus colores permitieron vislumbrar algo más..., algo que podría haber sido envidia o un sentimiento todavía más negativo...

Roux estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, la mascarilla colgada del cuello y la botella de agua en la mano.

—¡Anouk! —Roux sonrió de oreja a oreja—. ¿Vianne está aquí?

Negué con la cabeza y se le cayó el alma a los pies.

—¿Por qué no has venido? Dijiste que nos visitarías.

—He estado ocupado, eso es todo. —Levantó la cabeza y con la barbilla señaló la estancia, envuelta en celofán de construcción—. ¿Te gusta?

—Bah... —mascullé.

—Se acabaron las mudanzas. Tendrás una habitación para ti sola y estarás cerca de la escuela y de todo.

A veces me pregunto por qué los adultos dan tanta importancia a la educación cuando es evidente que los niños saben mucho más que ellos acerca de la vida. ¿Por qué complican tanto las cosas? ¿Por qué, para variar, no permiten que sean simples?

—He oído lo que Thierry te dijo. No debería hablarte así. Se considera mucho mejor que tú. ¿Por qué no lo mandas a freír espárragos?

Roux se encogió de hombros.

—Cobro un salario. Además... —Percibí el brillo de su mirada—. Además, es posible que pronto pueda desquitarme.

Me senté en el suelo, a su lado. Olía a sudor y a serrín, que le cubría los brazos y el pelo. Noté algo distinto en Roux, pero no llegué a deducir de qué se trataba. Fue una especie de expresión divertida, alegre y esperanzada que en la chocolatería no había mostrado.

—Anouk, ¿qué puedo hacer por ti?

Dile a Roux que es padre. Es lo más adecuado. Como tantas cosas, parece fácil, pero a la hora de abordar la parte práctica...

Me humedecí la yema del dedo y tracé el signo de la señora del Conejo de la Luna en el polvo depositado en el suelo. Zozie dice que es mi signo: un círculo con un conejo en el interior. Supuestamente se parece a la luna nueva; como es el signo del amor y los nuevos comienzos pensé que, puesto que se trata de mi signo, tal vez daría más resultado con Roux.

—¿Qué te pasa? —Roux sonrió— ¿El gato se te ha comido la lengua?

Tal vez fue porque pronunció la palabra «gato» o quizá se debió a que nunca se me ha dado bien mentir, sobre todo a los que quiero. Sea como fuere, lo cierto es que solté de sopetón la pregunta que desde la charla con Zozie me ha quemado el paladar:

—¿Sabes que eres el papá de Rosette?

Roux me traspasó con la mirada.

—¿Qué has dicho?

Su mirada de estupefacción fue inconfundible. Por lo tanto, no lo sabía. Su expresión demostró que tampoco podía decirse que estuviera contento.

Miré la señal de la señora del Conejo de la Luna y dibujé a su lado, en el suelo harinoso, la cruz rota de Tezcatlipoca Rojo, el Mono.

—Sé lo que estás pensando. Es pequeña para tener cuatro años, se babea, se despierta por la noche y siempre ha sido lenta para ciertas cosas, como aprender a hablar y a usar la cuchara, pero es realmente divertida y tierna y si le das la oportunidad...

El rostro de Roux adquirió el color del serrín. Meneó la cabeza como si se tratase de una pesadilla de la que podía deshacerse de una sacudida.

—¿Cuatro? —preguntó.

—Los cumple la semana que viene. —Sonreí—. Estaba segura de que no lo sabías. —Pensé que Roux jamás nos habría dejado como lo hizo si hubiese conocido la existencia de Rosette.

Le hablé de la época en la que Rosette había nacido, de la pequeña crepería de Les Laveuses, de lo grave que había estado los primeros días, de que la habíamos alimentado con un gotero, de nuestro traslado a París y de todo lo ocurrido...

—Espera un poco —pidió Roux—. ¿Vianne sabe que estás aquí? ¿Sabe que me estás contando todo esto?

Negué con la cabeza.

—Nadie lo sabe.

Roux caviló y sus colores pasaron lentamente de los azules y los verdes serenos a los rojos y los naranjas chillones; adoptó una mueca de contrariedad que no tenía nada que ver con el Roux que yo conozco.

—O sea que..., ¿en todo este tiempo Vianne no me dijo nada? ¿Tengo una hija y hasta ahora no lo supe?

Cuando se enfada se agudiza su acento del Midi y en ese momento estaba tan cabreado que parecía que hablaba en un idioma extranjero.

—Tal vez no tuvo ocasión de decírtelo.

Roux emitió una especie de gruñido colérico.

—Quizá piensa que no estoy preparado para ser padre.

Me habría gustado abrazarlo para que se sintiese mejor y decirle que lo queríamos, que todas lo queríamos, pero en ese momento estaba demasiado alterado como para hacerme caso, lo vi sin necesidad de apelar al Espejo Humeante, y de pronto pensé que tal vez había cometido un error, que tendría que haber hecho caso de los consejos de Zozie...

Súbitamente Roux se puso en pie, como si hubiese tomado una decisión, y con la bota borró la señal de Tezcatlipoca Rojo, el Mono, trazada en el polvo.

—Espero que el chiste os haya hecho gracia. Es una lástima que no durase un poco más..., al menos hasta que terminara mi trabajo en el apartamento... —Se arrancó la mascarilla que colgaba de su cuello y la arrojó contra la pared—. Dile a tu madre que se acabó y que está a salvo. Ha tomado una decisión y más le vale respetarla. Ya que estamos, dile a Le Tresset que a partir de ahora se ocupe personalmente de las reformas. Me largo.

—¿Adónde vas?

—A casa —repuso Roux.

—¿Qué dices? ¿Vuelves a tu barco?

—¿Qué barco?

—Dijiste que tenías una embarcación —le recordé.

—Sí, claro.

Roux se miró las manos.

—¿Estás dando a entender que no tienes barco?

—Claro que lo tengo. Es impresionante.

Roux miró hacia otro lado y su voz sonó monótona. Formé el Espejo Humeante con los dedos y vi sus colores, una mezcla de rojos coléricos y verdes cínicos, por lo que pensé:
Venga ya, Roux, por favor, solo por esta vez.

—¿Dónde está?

—En el port de l'Arsenal.

—¿Por qué estás allí?

—Porque solamente pasaba por aquí.

Pensé que estaba mintiendo. Se necesita mucho tiempo para navegar aguas arriba desde el Tannes, es posible que meses. Además, nadie pasa solamente por París. Tienes que registrarte en el port de Plaisance y pagar el amarre, lo que me llevó a preguntarme por qué, si tenía barco, Roux trabajaba para Thierry.

Me dije que, si mentía, me sería imposible hablar con él. Mi plan (o lo que fuese) se había basado en el supuesto de que Roux se alegraría realmente de verme, diría lo mucho que nos había añorado y hasta qué punto le había dolido saber que mamá se casaría con Thierry. Después yo le hablaría de Rosette y entonces Roux comprendería que no podía marcharse, por lo que viviría con nosotras en la chocolatería, de modo que mamá no tendría que casarse con Thierry y podríamos formar una familia...

Ahora que lo pienso, suena muy poco convincente.

—¿Qué pasará con Rosette y conmigo? En Nochebuena damos una fiesta. —Saqué su invitación de mi mochila y se la entregué—. Tienes que venir —acoté a la desesperada—. Aquí está tu invitación.

Rió de forma desagradable.

—¿A quién te refieres? ¿A mí? Seguramente estás pensando en el padre de otra persona.

¡Anda ya, tío!, pensé. ¡Qué lío! Tuve la sensación de que, cuanto más intentaba hablar con él, mayor era su furia y de que mi nuevo sistema, que ya ha obrado maravillas con Nico, Mathilde y madame Luzeron, no surte efecto con Roux.

Si hubiese terminado su mu
ñ
eco...

La inspiración me asaltó:

—Vaya, tienes polvo en el pelo —comenté, y me puse de puntillas para quitárselo.

—¡Ay! —se quejó Roux.

—Perdona. Por favor, ¿puedo verte mañana, aunque solo sea para despedirme?

Hizo una pausa tan larga que tuve la certeza de que se negaría.

Finalmente Roux suspiró y replicó:

—Nos veremos en el cementerio, junto a la tumba de Dalida, a las tres en punto.

—De acuerdo —accedí sonriendo para mis adentros.

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