Vampiros (24 page)

Read Vampiros Online

Authors: Brian Lumley

BOOK: Vampiros
13.34Mb size Format: txt, pdf, ePub

Precisamente después de que lo expulsaran del colegio, se le aflojó el que siempre había presumido que era su primer diente de adulto. Era una muela y le dolía mucho. Pero no quiso ir al dentista. A fuerza de tocarlo, una noche se le cayó, y examinó de cerca la muela, pensando que era curioso que fuera una parte de él que había sido expulsada. Un hueso blanco y un hilo cartilaginoso, de raíz roja. Lo había puesto en un platito, sobre el alféizar de la ventana de su dormitorio. Pero, por la mañana, había oído que caía al suelo: habían brotado de ella unas raíces diminutas y se arrastraban como un cangrejo ermitaño a la luz del día.

Los dientes de Yulian, salvo las muelas, habían sido siempre afilados como cuchillos y terminados en forma de cincel, pero humanos a fin de cuentas. No dientes de animal, por cierto. El que había empujado al que se había caído, no tenía nada de humano. Era un colmillo bestial. A partir de entonces, había cambiado casi todos los dientes, y todos los nuevos eran colmillos. Especialmente los caninos. Sus mandíbulas habían cambiado también, para adaptarse a ellos.

A veces pensaba: «Tal vez soy yo la causa de este cambio. Tal vez estoy yo haciendo que suceda. Por mi fuerza de voluntad. La mente sobre la materia. Porque soy malo».

Georgina le había dicho esto alguna vez; le había dicho que era malo. Esto, cuando era pequeño y ella tenía aún cierto dominio sobre él, y había hecho alguna cosa que no le gustaba. Cuando había empezado sus experimentos de necromancia. Oh, pero después había hecho muchas cosas que no le habían gustado.

Georgina, la «madre», una gallina aterrorizada por tener un cachorro de zorro en el gallinero, viéndolo crecer esbelto y vigoroso. Pues, cuando Yulian se hizo mayor, el elemento de control también había cambiado, había pasado a sus manos; eran sus ojos. Sólo tenía que mirarla y… ella no podía hacer nada. Y tampoco los maestros y los condiscípulos en el colegio. A fuerza de probar, se había convertido en un experto en hipnotismo. La práctica lo es todo. Al menos en esto, el libro tenía razón: el vampiro es muy capaz de hipnotizar a su presa.

Pero ¿qué decir de la mortalidad o de la inmortalidad, de la no-muerte? Esto era todavía un enigma, un misterio; pero pronto lo resolvería. Pues George era todavía, en gran parte, un hombre. Regresado de la tumba, no-muerto, sí, pero todavía con carne de hombre. Y lo que llevaba dentro no había podido crecer mucho en tan poco tiempo. A diferencia del Otro, que había tenido mucho.

Desde luego, Yulian había experimentado con el Otro. Sus experimentos le habían dicho muy poco, pero siempre era mejor que nada. Según las novelas, se presumía que los vampiros sucumbían al serles clavada una estaca afilada. El Otro parecía invulnerable a la estaca. Tratar de clavársela, era como querer marcar una huella en el agua. El Otro podía ser a veces bastante sólido; podía formar dientes, manos rudimentarias, incluso ojos. Pero, en su mayor parte, los tejidos eran protoplasmáticos, gelatinosos, y para clavarle una estaca en el «corazón» o cortarle la «cabeza»…

Y, sin embargo, no era indestructible, no era inmortal. Podía morir. Podía ser muerto. Yulian había quemado una parte de aquello en un incinerador del sótano, y por Dios (si había un Dios, cosa de la que Yulian dudaba) que no le había gustado en absoluto. Yulian estaba seguro de que tampoco le habría gustado a él. Y era ésta una idea que en ocasiones le preocupaba: si un día era descubierto, si los hombres descubrían lo que era, ¿tratarían de quemarlo? Suponía que sí. Pero ¿quién podía descubrirlo? Y si alguien lo hacía, ¿quién le creería? No era muy probable que la policía escuchase un cuento de vampiros, ¿verdad? Por otra parte, ¿quién podía asegurar que no practicaba el «culto satánico» local?

De nuevo esbozó su horrible sonrisa. Ahora resultaba gracioso, pero no lo había sido cuando la policía llamó a su puerta el día después del regreso de George. Casi había cometido un grave error, al ponerse en guardia, a la defensiva, con demasiada rapidez. Pero, desde luego, ellos habían atribuido su nerviosismo a la pérdida reciente de su «tío». ¡Si hubiesen podido saber la verdad! George Lake estaba precisamente debajo de sus pies, gimiendo y temblando en el sótano. Y aun así, ¿qué habrían podido hacer? Difícilmente podrían decir que era culpa de Yulian que George no quisiera estarse quieto, ¿verdad?

Y ésta era otra parte de la leyenda que era real: que cuando un vampiro mataba a una víctima de cierta manera, la víctima podía volver como un no-muerto. George había yacido allí durante tres noches y, la cuarta, había salido a fuerza de garras. Un hombre corriente, enterrado vivo, jamás habría podido hacerlo, pero el vampiro que llevaba dentro había dado a George toda la fuerza que necesitaba y más. El vampiro que había sido parte del Otro, que había metido una de sus seudomanos dentro de él y había parado su corazón. El Otro que había sido parte de Yulian; en realidad, un diente de Yulian.

¡En qué estado tan lamentable se encontraba George cuando Yulian le había abierto la puerta, aquella noche! ¡Y cómo habían resonado en la casa sus sollozos y gemidos de demente, hasta que Yulian se enfadó con él, lo hizo callar y lo encerró en el sótano! Y allí se había quedado.

Yulian observó la luz plateada de la luna filtrándose por una rendija de las cortinas y tomó de nuevo el hilo de sus pensamientos. ¿Qué había estado recordando? ¡Ah, sí, la policía!

Habían venido a informar de un delito espantoso, la profanación de la tumba de George Lake por persona o personas desconocidas, y el robo de su cadáver. ¿Residía todavía la señora Lake en la casa de Harkley?

Pues sí, pero estaba impresionada todavía por la muerte de su marido. Si no era absolutamente necesario que la viesen, Yulian preferiría darle él mismo la noticia. Pero ¿quiénes podían ser los autores de un delito tan horrendo?

Bueno, señor, nosotros creemos que habrá sido uno de esas sectas que actúan por aquí, que saquean los cementerios y celebran… ¿aquelarres? Druidas o algo parecido. Adoradores del demonio, ¿sabe? Pero esta vez han ido demasiado lejos. No tema, señor, los prenderemos. Pero déle la noticia con delicadeza a su viuda, ¿eh?

Desde luego, desde luego. Y muchas gracias por traernos la noticia, por terrible que ésta sea. Por cierto, no les envidio su trabajo.

El de cada día, señor. Lamentamos no haberle traído buenas noticias, eso es todo. Buenas noches…

Y eso fue todo.

Pero de nuevo había perdido el hilo y se veía obligado una vez más a enfocar su pensamiento sobre la «leyenda» del vampiro. Los espejos. Los vampiros odiaban los espejos, porque no reflejaban su imagen. Falso; y sin embargo, había en ello algo de verdad. Reflejaban la imagen de Yulian; pero a veces, al mirarse en un espejo, especialmente de noche, veía mucho más de lo que los otros podían ver. Pues
sabía
lo que estaba mirando, sabía que era algo ajeno al hombre. Y se había preguntado si los otros, al verlo así, reflejado en un cristal, ¿verían también el ser real, el monstruo que se ocultaba detrás del hombre?

Y por último, estaba la lujuria del vampiro, su manera de saciarse con las mujeres. Yulian había probado la sangre, y más la sangre de mujeres, y la había encontrado sabrosa como un fuerte vino tinto. Lo excitaba, como lo excitaba toda la sangre, pero no tanto como para hartarse de ella. Georgina, Anne, Helen: había saboreado la sangre de las tres. Y sin duda, con el correr del tiempo, probaría la de otras muchas mujeres. Pero su propia actitud con respecto a la sangre lo desconcertaba. Si fuese un verdadero vampiro, seguro que la sangre sería la puerta impulsora de su vida. Y sin embargo, no lo era. Tal vez su metamorfosis no era aún completa. Tal vez al completarse el cambio en él, se desvanecería la parte humana, desaparecería en su totalidad. Y entonces se convertiría en un vampiro de cuerpo entero. ¿O de sangre entera?

Lascivia, sí…, pero era más que una simple sed de sangre. Mucho más. Y no era de extrañar que las mujeres, en las novelas, sucumbiesen con tanta facilidad a los hechizos del vampiro. Sobre todo, después de la primera vez. ¡Ay! ¿Qué mujer se había sentido alguna vez plenamente satisfecha en brazos de un hombre? ¡Ninguna! Sólo pensaban que lo estaban, porque no habían experimentado nada mejor. ¿«Plenamente satisfecha»? ¿Por un simple hombre? ¡Completamente imposible! Pero por un vampiro…

Yulian se volvió un poco de costado y contempló, en la oscuridad de su habitación, mitigada por la luna, a la muchacha que tenía al lado: la prima Helen. Era muy hermosa y había sido muy inocente. No del todo pura, pero casi. ¿Quién la había desflorado…? ¡Pero qué importaba eso! En realidad, él no le había quitado nada y le había dado muy poco. Habían sido torpes amantes durante una hora.

Pero ¿y ahora? Ahora sabía ella lo que era estar «plenamente satisfecha». Sin duda sabía que, si Yulian quería, podía llenarla hasta reventar… literalmente.

Una risa brotó de su garganta y tomó forma en sus labios como una burbuja de bilis. Oh, sí, pues el Otro no era el único que podía proyectar seudópodos. Yulian contuvo la carcajada que sintió formarse en su interior, alargó una mano y, con engañosa suavidad, acarició el fresco y redondeado flanco de Helen.

Incluso profundamente dormida y soñando los sueños de los condenados, se estremeció bajo el contacto de la mano de él. Se le puso la piel de gallina y su respiración se aceleró hasta convertirse en un jadeo. Gimió, en su sueño hipnótico, como el viento a través de la rendija de una tabla. Su sueño hipnótico, sí; el poder del hipnotismo y el de la telepatía, que era su pariente.

En ninguna obra literaria, salvo ocasionales insinuaciones en algunas de las mejores novelas, Yulian había encontrado mención alguna al control ejercido por el vampiro sobre la voluntad de los demás y de la lectura de mentes a distancia; y sin embargo, ésta era también una de sus facultades. Todavía muy incipiente, como todos sus poderes, pero también muy real. Una vez tocada por Yulian, una vez dominada físicamente por él, la víctima era como un libro abierto, aun a distancia. Incluso ahora, si escrutaba con su mente de cierta manera…, veía los turbios y vagos «pensamientos» del Otro. No, ni siquiera esto: había tocado simplemente el sentido instintivo del Otro, una especie de conciencia básica animal. El Otro tenía conciencia de sí mismo (¿de ellos mismos?) a la manera de una ameba, y como había sido parte de él, Yulian podía sentir aquella conciencia.

Ahora que se había apoderado de —o empleado a— Helen, Anne, George y Georgina, ¡podía sentirlos a todos! Dejó que sus pensamientos exteriores dejasen al Otro y vagasen por allí, y… allí estaba Anne, durmiendo en algún frío y húmedo rincón oscuro. Y allí estaba también George. Pero George no dormía.

George. Yulian sabía que pronto tendría que hacer algo con George, pues no se comportaba como debía. Había en él cierta obstinación. Al principio había estado absolutamente bajo el control de Yulian al igual que las mujeres. Pero recientemente…

Yulian enfocó la mente de George, penetró en silencio en sus pensamientos y…
¡un pozo negro de odio estalló en llamas de un rojo puro!. Y también de afán, una sed bestial que Yulian apenas podía creer, y no sólo de sangre sino también… ¿de venganza?

Yulian, contrariado, retiró su mente antes de que George pudiese sentirlo. Según parecía, tendría que habérselas con su tío más pronto de lo que había pensado. Había decidido ya utilizarlo; sabía cómo lo utilizaría, pero ahora debía fijar una fecha definitiva. Por ejemplo, mañana. Dejó a la ignorante criatura no-muerta rabiando y rondando por los sótanos, y…

¿Qué había sido eso?

Los cabellos de su nuca se erizaron. Apoyó los pies en el suelo y se levantó. No había sido una de las mujeres, y acababa de dejar a George; entonces, ¿quién había sido? Alguien, cerca de allí, estaba pensando en la casa de Harkley, ¡pensando en él! Se dirigió a las cortinas, las abrió unos quince centímetros, y miró en la noche lleno de ansiedad.

Observó la finca. Los viejos edificios abandonados, el paseo enarenado, los matorrales y el soto; el alto muro de la cerca y la verja; la carretera más allá de la verja, una cinta de luz bajo la luna, y más allá, un alto seto. Yulian frunció la nariz y husmeó con recelo, como un perro ante la presencia de un desconocido. Oh, sí, un desconocido…
¡allí!
En el seto, un destello de luz de luna sobre cristal, el rojo y opaco resplandor de la punta de un cigarrillo. Alguien en la sombra del seto observaba Harkley. ¡Alguien vigilaba a Yulian!

Ahora ya sabía dónde tenía que apuntar. Dirigió sus pensamientos y encontró la mente del desconocido. Pero sólo por un momento. Entonces los postigos mentales se cerraron, como una trampa de acero. El brillo de las gafas o de los prismáticos desapareció, el resplandor del cigarrillo se extinguió, y el propio hombre, la vaga sombra, ya no estaba allí.

¡Vlad!
, ordenó instintivamente Yulian.
Ve a buscarlo. Sea quien fuere ¡tráemelo!

Y abajo, entre las zarzas y los matorrales próximos a la puerta del sótano, donde estaba medio dormido,
Vlad
se puso de pronto alerta, volvió sus sensibles orejas hacia el paseo y la verja, se puso en pie de un salto y empezó a correr. En lo más hondo de su garganta, un gruñido, que no era simplemente el de un perro, retumbó como un trueno lejano.

Darcy Clarke estaba haciendo el último turno en la finca Harkley; tenía sensibilidad psíquica y un alto grado de poder telepático. También tenía grandes dotes de autoconservación. Un extraño talento automático, sobre el que no tenía control consciente, estaba siempre en guardia para tenerlo «a salvo»; por consiguiente, no era propenso a los accidentes y llevaba una vida muy «afortunada». Lo cual le convenía mucho en esta ocasión.

Clarke era joven, tenía sólo veinticinco años; pero lo que le faltaba en años era sobradamente compensado por su celo. Habría sido un soldado perfecto, pues el deber era lo primero para él. Era ese deber lo que lo había mantenido aquí, en las cercanías de Harkley desde las cinco de la tarde hasta las once de la noche. Y fue precisamente a las once en punto que vio que se ampliaba un poco la rendija entre las cortinas de la ventana de uno de los dormitorios del caserón.

Esto no significaba nada en sí mismo. Había cinco personas y sabía Dios qué más en aquella casa, no había la menor razón para suponer que no tuviesen que dar señales de vida. Clarke hizo una mueca y se corrigió enseguida. ¿Señales de no-muerte? Instruido a fondo, sabía que los moradores de Harkley eran algo más de lo que parecían. Pero, al enfocar la ventana con los prismáticos nocturnos, sintió de pronto que había allí algo más. Algo que le impresionó como el fulgor de un rayo.

Other books

Damaged by Elizabeth McMahen
Blind Her With Bliss by Nina Pierce
Insurgency by Alex Shaw
Crisis of Consciousness by Dave Galanter
A Shared Confidence by William Topek
Treasured Lies by Kendall Talbot
Black Angels???Red Blood by Steven McCarthy
This Mortal Coil by Snyder, Logan Thomas