Vampiros (22 page)

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Authors: Brian Lumley

BOOK: Vampiros
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Thibor recordó las palabras de cierto cortesano de Vlad en Kiev:
Clavan estacas en su corazón y les cortan la cabeza…, mejor aún, los destrozan y queman los pedazos…, incluso una pequeña parte de un vampiro puede crecer de nuevo en el cuerpo de un hombre incauto… como una sanguijuela, ¡pero por dentro!

—En el suelo del bosque —dijo Faethor, expresando sus morbosas ideas—, crecen muchas enredaderas. Buscan la luz y trepan a los grandes árboles para alcanzar el aire libre y fresco. Pero algunas enredaderas «necias» llegan a crecer tan espesas que matan a los árboles y éstos se derrumban, y ellas se destruyen. Estoy seguro de que lo habrás visto alguna vez. Pero otras emplean simplemente los grandes troncos como sus huéspedes; comparten con ellos la tierra y el aire y la luz; viven juntos sus vidas. Incluso hay enredaderas que son beneficiosas para sus árboles.

»¡Ay, pero llega la sequía! Los árboles se marchitan, se ennegrecen, se derrumban, y el bosque deja de existir. Pero las enredaderas siguen viviendo en la tierra fértil, esperando. Sí, y cuando crecen más árboles en cincuenta o cien años, las enredaderas vuelven a subir por ellos hacia la luz. ¿Quién es más fuerte? ¿El árbol, por su tronco y sus robustas ramas, o la delgada e insignificante enredadera por su paciencia? Si la paciencia es una virtud, Thibor de Valaquia, los wamphyri son los seres más virtuosos del mundo…

—Árboles, peces, enredaderas. —Thibor sacudió la cabeza—. ¡Desvarías, Faethor Ferenczy!

—Todas las cosas que te he dicho —prosiguió imperturbable el otro— las comprenderás… en definitiva. Pero antes de que puedas empezar a comprenderlas, tienes que creer en mí. En lo que soy.

—Yo nunca… —empezó a decir Thibor, pero el Ferenczy lo interrumpió.

—¡Oh, vaya si
creerás
! —silbó el Ferenczy, vibrando su lengua en la caverna de la boca—. Ahora escucha; he conjurado a mi semilla. La he traído y ya se está formando. Cada uno de los wamphyri tiene una sola semilla en toda su vida; una sola ocasión de crear de nuevo el verdadero fruto; una sola oportunidad de implantar su retadora «naturaleza» en otro ser vivo. Tú eres el huésped que he elegido para mi semilla.

—¿Tu semilla? —Thibor arrugó la nariz y se apartó lo más que permitían sus cadenas—. ¿Tu semilla? No tienes remedio, Faethor.

—¡Ay! —dijo el otro, torciendo los labios y dilatando las grandes fosas nasales—. ¡Eres tú el que no tiene remedio! —Su capa se acampanó al dirigirse al cuerpo destrozado del viejo Arvos. Levantó el cadáver del gitano con una mano, como si fuese un montón de harapos, y lo colgó, con la cabeza rígidamente gacha en una hornacina de la pared de piedra—. Nosotros no tenemos sexo como tal —dijo, mirando fijamente a Thibor—. Sólo el sexo de nuestros huéspedes. ¡Pero centuplicamos su ardor! Sus deseos son los nuestros, pero los doblamos y redoblamos. Podemos, y lo hacemos, llevarlos a excesos en todas sus pasiones; pero también curamos sus heridas cuando el exceso es demasiado grande para que puedan soportarlo la carne y la sangre humanas. Y con los años, incluso con los siglos, el hombre y el vampiro se convierten en una sola criatura. Se hacen inseparables, excepto en circunstancias extremas. Yo, que fui hombre, he alcanzado ahora esa madurez. Y tú la alcanzarás también, tal vez dentro de mil años.

Una vez más, Thibor tiró fútilmente de sus cadenas. Imposible romperlas o siquiera aflojarlas. Podía poner el dedo pulgar en cada eslabón.

—Hablemos de los wamphyri —prosiguió Faethor—. Así como hay en el mundo ordinario clases muy diferentes de la misma criatura básica, como buho y gaviota y gorrión, zorro y perro y lobo, así hay diversos estados y condiciones en los wamphyri. Por ejemplo hemos hablado de tomar esquejes de un manzano. Sí, tal vez será más fácil si lo piensas de esta manera.

Se interrumpió, arrastró el cuerpo convulso e inconsciente del robusto valaco lejos del sector de las losas levantadas y arrojó el cadáver del viejo Arvos sobre el negro suelo. Entonces rasgó la harapienta camisa del viejo y miró, desde donde estaba arrodillado, a los aturrullados ojos de Thibor.

—¿Hay bastante luz, hijo mío? ¿Puedes ver?

—Veo a un loco con bastante claridad —respondió Thibor.

El Ferenczy le dirigió otra vez una de sus odiosas sonrisas, resplandecientes los dientes marfileños a la luz de la linterna.

—Entonces, mira esto —siseó.

Arrodillado junto al cuerpo desplomado del viejo Arvos, extendió un dedo índice hacia el pecho descubierto del gitano. Thibor observó. Faethor sacó el antebrazo de debajo de su capa. Fuera lo que fuese lo que el Ferenczy pretendía hacer, no podía haber ningún truco, no podía ser un juego de manos.

Los dedos regulares y delgados de Faethor terminaban en unas uñas largas y afiladas. Thibor vio que la punta del dedo con que señalaba se volvió roja y empezaba a gotear sangre. La uña de color de rosa se abrió como una cascara de nuez, como una trampa sobre un dedo hinchado y pulsátil. Venas azules y de un gris verdoso serpenteaban en aquel apéndice, debajo de la piel, y la punta en carne viva se alargó hacia la carne fría y gris del gitano muerto.

El dedo pulsátil ya no era tal: era un seudópodo de no-carne, una varilla palpitante de materia viva, una serpiente rígida, despojada de su piel. Ahora dos veces, tres veces más largo que al principio, vibró a pocas pulgadas de su objetivo, que parecía ser el corazón del viejo muerto. Y Thibor lo observaba todo con ojos desorbitados, boquiabierto y sin aliento.

Hasta ese momento, no había conocido el miedo; pero ahora supo lo que era. Thibor el Valaco, capitán de un pequeño ejército de desharrapados, grave, matador implacable de los pechenegi…, el impertérrito Thibor, no había temido hasta ahora. Hasta hoy, ninguna criatura le había inspirado temor. En la caza, jabalíes salvajes de los bosques, que habían herido y matado a hombres, eran «cerditos» para él. En los desafíos, ¡que alguien se
atreviese
a lanzarle el guante! Thibor lucharía con el arma que eligiese el otro. Todos lo sabían, y preferían no elegir. Y en el combate, siempre estaba en primera línea, dirigiendo el ataque, cuando no se hallaba en el centro de la contienda. ¿Miedo? Era una palabra que nada significaba. Miedo ¿de qué? Cuando se había lanzado al combate, lo había hecho sabiendo que cada día podía ser el último para él. Y esto no lo había disuadido. Tan negro era su odio contra los invasores, contra cualquier enemigo, que simplemente sofocaba el miedo. Ninguna criatura, ningún hombre, ninguna amenaza de ingenios inventados por los hombres lo habían atemorizado desde… oh, desde que podía recordar; desde que era niño…, si lo había sido alguna vez. Pero Faethor Ferenczy era algo más que todo aquello. La tortura sólo podía mutilar y matar al fin, y no hay dolor después de la muerte; Ferenczy parecía amenazarlo con una eternidad infernal. Unos momentos antes, había sido una fantasía extraña, los sueños de un loco; pero ¿ahora…?

Incapaz de apartar la mirada, Thibor gimió y palideció al ver lo que vino después.

—Un esqueje, sí —y la voz de Faethor era grave, temblorosa de negra pasión—, para ser alimentado con carne que ya empieza a corromperse. Ésta es la forma más baja de existencia del wamphyri; se reduce a nada mientras no tiene un huésped vivo. Pero vivirá, devorará, se fortalecerá… ¡y se esconderá! Cuando no quede nada de Arvos, se ocultará en la tierra y esperará. Como espera la enredadera un árbol. Como la pata de la estrella de mar, que no muere, sino que espera a que se desarrolle un nuevo cuerpo. ¡Pero esta cosa que yo hago espera
habitar
en un cuerpo! Sin razón, sin ideas, será una cosa con los instintos más primitivos. Pero puede durar siglos y siglos. Hasta que algún incauto lo encuentre y sea encontrado por ella…

Su increíble, ensangrentado, palpitante dedo índice tocó la carne de Arvos… y unas pequeñas raíces blanquecinas brotaron de aquél y, como gusanos en la tierra, se deslizaron en el pecho del gitano. Se desprendieron pequeños colgajos de piel desgastada; empezaron a crecerle unos dientes brillantes al seudópodo; y éste empezó a roer para abrirse camino hacia el interior. Thibor quería mirar a otra parte, pero no podía. El «dedo» de Faethor se rompió con un suave chasquido y se perdió rápidamente de vista dentro del cadáver.

Faethor levantó la mano. El apéndice cortado se estaba encogiendo para integrarse de nuevo en él, mezclándose la seudocarne con su carne. Los colores cancerosos desaparecieron del dedo, que tomó una forma más normal; la uña vieja cayó al suelo y, delante de los ojos de Thibor, empezó a formarse una uña nueva de color de rosa.

—Está bien, mi hijo heroico vino aquí a matarme. —Faethor se puso lentamente en pie y extendió la mano hacia la cara exangüe de Thibor—. ¿Habría podido matar esto?

Thibor volvió la cara, la cabeza y el cuerpo, tratando de confundirse con la piedra para evitar aquel dedo que lo estaba apuntando. Pero Faethor se echó a reír.

—¿Qué? ¿Te imaginas que yo…? ¡Oh, no, no a ti, a mi hijo! Oh, claro que podría hacerlo. Y serías mi esclavo para siempre. Pero éste es el segundo estado de los wamphyri y seria indigno de ti. No, a ti te tengo en la más alta estima. Sí, ¡tú recibirás mi semilla!

Thibor trató de encontrar palabras; pero tenía seca la garganta, seca como un desierto. Faethor rió de nuevo y retiró aquella mano amenazadora. Se volvió y se dirigió al lugar donde yacía el valaco achaparrado sobre las losas, respirando en una especie de estertor, de bruces en un rincón polvoriento.

—Él está en aquel segundo estado —explicó al atormentado Thibor—. Tomé algo de él y le di algo a cambio. Ahora hay en él carne de mi carne, que lo está curando, cambiando. Sus heridas y sus huesos fracturados sanarán, y vivirá… durante el tiempo que me plazca. Pero siempre será mi esclavo, hará lo que yo desee, cumplirá todas mis órdenes. Ya lo ves: es un vampiro, pero sin la mente de un vampiro. La mente viene sólo de la semilla, y él no ha crecido de una semilla, sino… de un esqueje. Cuando despierte, que será pronto, entonces lo comprenderás.

—¿Comprender? —Thibor había recobrado el habla, aunque emitió una voz cascada—. Pero ¿cómo puedo comprenderlo? ¿Por qué habría de querer comprenderlo? Eres un monstruo; esto sí que lo entiendo. Avros murió, y sin embargo… ¡le has hecho
esto
! ¿Por qué? Nada puede ya vivir en él, salvo los gusanos.

Faethor sacudió la cabeza.

—No; su carne es como el suelo fértil, o como el mar fértil. Piensa en la estrella de mar.

—¿Crearás otro… otro
Faethor
? ¿Dentro de él?

Thibor casi farfullaba.

—Lo consumiré —respondió Ferenczy—. Pero otro yo, no. Yo tengo mente, eso no la tendrá. Arvos no puede ser un huésped, pues su mente está muerta, ¿lo ves? Es alimento; nada más. Cuando crezca, no será como yo. Solamente como… lo que has visto.

Levantó el pálido y nuevamente formado dedo índice.

—¿Y el otro?

Thibor consiguió señalar con la cabeza en la dirección del hombre (del que había sido hombre) que roncaba y jadeaba en el rincón.

—Cuando me apoderé de él estaba vivo —dijo Faethor—. Su mente estaba viva. Lo que le di está ahora creciendo en su cuerpo y en su mente. Oh, murió, pero sólo para dar paso a la vida del wamphyri. La cual no es vida, sino no-muerte. No volverá a la verdadera muerte, sino a la no-muerte.

—¡Una locura! —gimió Thibor.

—En cuanto a éste… —El Ferenczy se hundió en la sombra del otro lado de la celda, donde la luz no llegaba del todo. Las piernas y un brazo del segundo camarada valaco de Thibor sobresalían de la oscuridad, hasta que Faethor sacó de allí todo el cadáver para que lo viese—. Éste será alimento para los otros dos. Hasta que el que no tiene mente se esconda, y el otro actúe como tu servidor aquí.


¿Mi
servidor? —Thibor estaba pasmado—. ¿Aquí?

—¿No oyes nada de lo que digo? —Faethor se volvió, ceñudo—. Durante más de doscientos años he cuidado de mí, me he protegido, he estado solo y solitario en un mundo en expansión, cambiante, lleno de nuevas maravillas. Y todo esto lo he hecho para mi semilla, que ahora está a punto de ser trasladada, transmitida a ti. Te quedarás aquí y conservarás este castillo, estas tierras, esta «leyenda» del Ferenczy vivo. Yo me confundiré con los hombres ¡y disfrutaré! Allí hay guerras que ganar, honores que conquistar; se está haciendo historia. Lo sé. Y también hay mujeres a las que pervertir…

—¿Honores, tú? —Thibor había recobrado algo de su anterior valor—. Lo dudo. Y por ser una criatura «sola y solitaria», pareces saber mucho de lo que ocurre en el mundo.

Faethor esbozó una de sus tétricas sonrisas.

—Otro arte secreto de los wamphyri —rió entre dientes—. Uno entre varios. La seducción es otro, y lo has visto funcionar entre Arvos y yo, al ligar su mente a la mía de manera que pudiésemos hablar entre nosotros desde largas distancias. Y también está el arte de la necromancia.

¡Necromancia! Thibor había oído hablar de eso. Los bárbaros orientales tenían magos que podían rajar el vientre de los muertos para leer los secretos de sus vidas en las entrañas humeantes.

—Necromancia, sí —dijo Faethor, viendo la expresión de los ojos de Thibor—. Pronto te la enseñaré. Me sirvió para confirmar la elección que hice de ti como futuro continuador de los wamphyri. Pues, ¿quién podía saber más de ti y de tus hazañas, de tu fuerza y de tus flaquezas, de tus viajes y aventuras, que un antiguo colega?

Se agachó y, sin el menor esfuerzo, cargó el cuerpo del valaco flaco sobre su espalda. Y Thibor vio lo que había hecho. No había sido obra de una manada de lobos, pues nada se habían comido.

El delgado y encorvado valaco (hombre agresivo en vida, que siempre había ido con el mentón levantado) parecía ahora todavía más magro. Su tronco había sido rajado desde la garganta hasta el bajo vientre, con todos los órganos y vasos sueltos y colgando, en particular el corazón, literalmente arrancado y pendiente de un hilo. La espada de Thibor había destripado también a hombres, y nada había significado para él. Pero, según había dicho el propio Ferenczy, este hombre estaba ya muerto. Y la enorme herida no había sido producida por una espada…

Thibor se estremeció. Apartó la mirada del cadáver mutilado y, sin proponérselo, se fijó en las manos de Faethor. Las uñas del monstruo eran afiladas como cuchillos. Y pero aún (Thibor sintió vértigo y estuvo a punto de desmayarse), sus dientes eran como cinceles.

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