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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (23 page)

BOOK: Un verano en Escocia
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—Plum va a ser el nuevo administrador de Neil Dunbarnock cuando el anciano señor Crombie se retire, así que seremos vecinos —siguió diciendo la señora Duff-Farquharson, estableciendo, claramente, sus credenciales—. Tara me ha dicho que Amy tiene un hermano, pero supongo que va a una escuela diferente. Nuestros hijos son mucho mayores que Tara; ella llegó cuando ya no esperábamos tener más hijos, así que andamos un poco cortos de chicos para el grupo. Aunque eso es algo que no importa mucho a esta edad, nos encantaría que tu hijo también pudiera venir. He visto a Amy en el Pony Club, pero no creo que su hijo sea socio, ¿me equivoco?

—Es muy amable por tu parte —dijo Isobel—, pero me temo que Edward no estaría en su ambiente en un baile.

—Oh, enseguida lo animaríamos a participar —dijo la señora Duff-Farquharson, tajante—. No dejamos que nadie se quede a un lado. Uno de mis hijos era horriblemente tímido, pero yo siempre le obligaba a ir a fiestas en cualquier sitio donde pudiera hacerle sobresalir. Plum pensaba que yo era demasiado dura con el chico, pero ahora Rob me lo agradece, te lo aseguro. Creo que es muy importante que los jóvenes se mezclen y hagan amigos adecuados lo antes posible, ¿no estás de acuerdo? Bien, dime, ¿a qué escuela va Edward?

Isobel le cogió una antipatía instantánea a la señora Duff-Farquharson.

—Va a Greenyfordham. Y es realmente amable por tu parte, pero sé a ciencia cierta que los bailes no son para él. Sin embargo, Amy es muy sociable y le encanta bailar. Supongo que le encantará ir.

—¿Greenyfordham? —Isobel podía imaginar a la señora Duff-Farquharson revisando mentalmente su lista de escuelas socialmente aceptables—. Me pregunto si habrá alguien más que conozcamos que vaya allí. No es una escuela de la que haya oído hablar.

—No, bueno, supongo que es normal. —Isobel deseaba poder hablar claramente de Edward enseguida, y algunas veces, lo conseguía, pero otras, como aquella mañana, evadía la cuestión porque a ciertas personas parecía resultarles muy difícil saber cómo reaccionar—. Edward tiene problemas —explicó ahora— y Greenyfordham es la maravillosa escuela local para niños con necesidades especiales.

—Oh,
pobrecita
. Ya he metido la pata como de costumbre. —La risa de Jilly Duff-Farquharson hizo que Isobel alejara el teléfono de la oreja. La mujer siguió, imperturbable—: Pero no te preocupes, en mi familia siempre nos han educado para ayudar a los menos afortunados; déjalo venir de todos modos y nos ocuparemos de que lo pase de maravilla. Me ocupo de la equitación para los discapacitados, así que sé exactamente qué hay que hacer. Mira, no digas que no. Insisto.

—Muchas gracias —dijo Isobel, sintiéndose como si hubiera quedado atrapada en una máquina de triturar metales—, pero la verdad es que Edward no puede hacerlo. —Era una oferta hecha claramente con buenas intenciones y, por lo menos, no se había producido aquella pausa embarazosa. Un punto para la jovial Jilly, pensó, aprobándola a regañadientes, pero la idea de que animaran a Edward para que participara en una danza escocesa le daba escalofríos. La inundaron recuerdos de cuando los gemelos eran pequeños: Amy brillante como un botón militar, entregándose con todo su entusiasmo al baile, mientras que Edward todavía no podía andar. Recordó cuando le preguntaban: «¿Cuántos años tiene el pequeño?», y la expresión de desconcertada incredulidad cuando explicaba que Amy y Edward eran gemelos. Se dijo que, a estas alturas, tendría que estar acostumbrada. La verdad es que Edward adoraba las ocasiones en que los niños de Greenyfordham iban a equitación para discapacitados; durante una hora mágica parecía que su discapacidad no tuviera ninguna importancia. Isobel pensó, sintiéndose culpable, que seguramente era imposible de contentar. Probablemente, Jilly Duff-Farquharson rebosaba humanidad, pero… Se esforzó por encontrar qué decir, tratando desesperadamente de salir del atolladero, sin ser grosera y, al final, consiguió librarse de la trituradora con dificultades y promesas de que la volvería a llamar.

—¿Quién era? —preguntó Giles, sobresaltándola. Había entrado sin hacer ruido en la cocina, hacia el final de la conversación, y estaba de pie detrás de ella. Le cogió un mechón de pelo y se lo enrolló en el dedo.

Isobel apartó la cabeza con brusquedad.

—Un plomo de amiga de Frank y Grizelda, cuyo marido tiene nombre de pudín. Quiere que los niños vayan al baile del Pony Club.

—No estabas tan simpática como de costumbre. ¿Te ha molestado que te interrumpieran durante la sesión de pintura? —preguntó Giles, que tenía un ojo infalible para dar en el blanco.

—Pues la verdad es que sí. No me entusiasmó precisamente —dijo Isobel en un tono glacial—. Y para Daniel debe de haber sido exasperante. Pero supongo que Amy querrá ir a la fiesta. Al parecer, Emily también va y Christopher y Jamie. He rechazado la invitación para Edward, claro. Quizá por eso has notado que estaba tensa. —Se preguntó si alguna vez sería capaz de rehusar aquellas invitaciones corrientes, sin el dolor interno por lo que podría haber sido.

—Estoy casi seguro de que la banda toca en esa fiesta —dijo Giles—, así que Amy podría bailar, además de tocar. ¿Por qué no les propones que unamos fuerzas?

Isobel puso una cara desdeñosa y Giles le lanzó una mirada penetrante. Era la clase de invitación que, de ordinario, más le gustaba a su esposa; una reunión de todas las edades para bailar, con la banda de Giles y Amy proporcionando la música. Por suerte, había suficientes músicos en la banda para que todos pudieran bailar en algún momento.

—Podríamos llevar a Daniel para que viviera algo más la vida escocesa… si eso te dora la píldora. —La voz de Giles era suave como la seda, mientras la miraba enarcando una ceja—. Y a Lorna también, claro. Antes bailaba maravillosamente. Seguro que le encantaría.

La temperatura que había entre ellos, fría desde el principio, cayó unos cuantos grados más.

—Perfecto —dijo Isobel—. Llamaré a la elegante señora Plum Duff y se lo propondré. Está claro que se muere por volver a verte… lo dejó absolutamente claro.

—Hazlo, por favor, oh, dama quisquillosa. Recuerdo vagamente al viejo Plum de cuando yo era niño, aunque era mayor que yo, así que no lo conocía muy bien. Creo que ahora es un general retirado, nada menos, pero incluso de adolescente parecía que había nacido con pantalones cortos de color caqui con una raya perfecta marcada y salacot… un poco pomposo, pero absolutamente inofensivo, por lo que yo recuerdo. He oído que han comprado el Old Manse, en Largan. A lo mejor se hacen socios del teatro, si no los ofendemos mostrándonos distantes.

—Ah, muy bien; entonces, sobre todo, no confundamos cuáles son nuestras prioridades. —La voz de Isobel era viva y crispada—. Si pueden ser útiles, por supuesto, se trata de un asunto diferente. Tal vez sería mejor que le pidieras a Lorna que los llamara.

Se quedaron mirándose fijamente. Luego Giles se echó a reír y levantó las manos con un gesto de apaciguamiento.


Pax
, Izzy… esto no es digno de nosotros. Lo siento.

Isobel se acercó hasta su lado y apoyó la mejilla en su brazo.

—Yo también lo siento —murmuró. No había necesidad de explicaciones entre ellos. Es posible que Daniel y Lorna, cada uno por razones diferentes, hubieran sentido envidia ante la comprensión instantánea que había entre los dos esposos.

Giles e Isobel se sentían como si hubieran estado caminando demasiado cerca del borde de un precipicio desconocido y hubieran dado —por el momento— un paso atrás, hasta recuperar un sendero seguro y familiar.

17

En el almuerzo había un ambiente artificial, como si todos sintieran, de repente, la necesidad de mostrar sus mejores modales.

—Giles, espero que te parezca bien que haya empezado el retrato de Isobel esta mañana —dijo Daniel, sirviéndose un buen plato de la deliciosa sopa casera de Joss y llevándolo a la mesa con un trozo de pan caliente. El almuerzo en la cocina de Glendrochatt era siempre algo relajado, donde cada uno se servía lo que quería—. Encuentro que va bien descansar y trabajar en algo diferente, de vez en cuando; aun así, no me gustaría que creyeras que me he precipitado. Lorna me ha dicho que querías que primero acabara el telón.

Lorna abrió la boca para negar aquella afirmación pero, consciente de la burlona mirada de Daniel clavada en ella, la volvió a cerrar; tenía la impresión de que sería poco prudente desafiarlo. Pese a sus bromas suaves y su aire tímido, sospechaba que, si quería, podía ser un adversario formidable. De cualquier modo, prefería tenerlo como esclavo, lleno de admiración, a sus pies, que como antagonista, aunque, por el momento, no parecía que le estuvieran saliendo las cosas como ella quería.

—Pues claro que me parece bien; haz lo que quieras. Absolutamente.

Daniel pensó que Giles parecía demasiado entusiasta en su respuesta y observó que él, su mujer y Lorna evitaban mirarse a la cara. Cuando Isobel salió del teatro, Lorna no dejó pasar la oportunidad para preguntarle cuándo tenía intención de empezar su propio retrato; Daniel le contestó, con una mirada divertida que ella encontró desconcertante, que le iba bien cualquier momento fuera de sus horas de trabajo y que dejaba la decisión en sus manos.

Aquella noche, por vez primera desde su llegada, Daniel no cenó en la casa y se fue a tomar unas copas con Mick y Joss.

—¿Qué tal es la vida nocturna por aquí? —preguntó al acabar el trabajo de la jornada.

—Está el bar del Drochatt Arms, que no está mal. También puedes ir al club con los viejos
choochters
[7]
—dijo Joss.

—¿Qué diablos son los
choochters
del club cuando están en casa? —preguntó Daniel.

Mick sonrió.

—Joss cree que se le da bien la jerga local —dijo—. Para la gente normal, como tú y yo, compañero, se trata del Bowling Club de Blairalder, con todos los carrozas, como Bruce y Angus Johnstone y ese charlatán pretencioso de McMichael, el que está en el comité.

Al final, los tres fueron al Drochatt Arms, donde consumieron una gran cantidad de cerveza y whisky. Mick le había propuesto a Daniel que se llevara el acordeón, y su música fue muy apreciada. Mientras salían tambaleándose del aparcamiento, ninguno de ellos en condiciones de conducir, Daniel pensaba que hacía muchos años que no se emborrachaba así; a la mañana siguiente tenía una resaca que lo demostraba a las claras, aunque Mick y Joss no parecían afectados en absoluto. El martilleo que resonaba en su cabeza le ayudó a borrar de su mente otros sentimientos.

Lorna también salió aquella noche y fue a ver, de nuevo, a su amiga Daphne Crawford, con quien disfrutó hablando de remedios herbales y de los defectos de su hermana.

Isobel pensaba que las palabras «Daphne dice» estaban empezando a aparecer con tediosa frecuencia en la conversación de Lorna, pero ahora resultó que Grizelda Murray pertenecía al mismo grupo de meditación que Daphne, y que también iba a cenar en su casa aquella noche. Hasta aquel momento, Isobel había evitado deliberadamente presentar a Grizelda y Lorna, porque temblaba al pensar qué podría suceder si las dos empezaban a intercambiar remedios, pero la idea de verlas a las tres juntas le trajo a la mente una imagen irresistible: la de las tres brujas de
Macbeth
. «Supongo que Daphnita Catastrofita se habrá nombrado a sí misma bruja principal, y apuesto a que sus calderos hervirán como locos toda la noche, echando conjuros contra todos nosotros», predijo para sus adentros. Le divertía que Grizelda y Lorna estuvieran tan absolutamente convencidas del éxito de sus panaceas favoritas, aunque ahí se acababa el parecido entre ellas. Lorna, bendecida desde el nacimiento con una constitución de hierro, ahora decía que el mérito de su radiante salud eran los complementos minerales con los que, desde que había renovado su amistad con Daphne, había empezado a fortalecerse, olvidando convenientemente los años de salud de que hasta ese momento había disfrutado. Por su parte, Grizelda, aunque alegremente esclava de una variedad cambiante de interesantes dolencias, seguía estando igualmente segura de que cualquier cura que siguiera en aquel momento demostraba ser asombrosamente eficaz, pese a lo que sus escépticas amigas consideraban pruebas en contra. Una mañana, había obligado a Isobel a probar su último descubrimiento; una infusión de sabor nauseabundo, hecha con una mezcla de hierbas, semillas de calabaza y la corteza pulverizada del árbol cola de macaco, en lugar del café que Grizelda desaprobaba. Pese a la información tranquilizadora de la etiqueta, que aseguraba que la bebida no contenía arsénico, Isobel medio esperaba salir despedida por los aires, de tan alarmante que era el sabor. Grizelda trató de convencerla de que aquel brebaje vital transformaría la calidad de vida de Edward, si Isobel le permitía que lo probara.

—A ti no parece hacerte mucho bien —le soltó por fin Isobel. A lo cual Grizelda respondió con una frase irrefutable—. Ah, pero es que si no lo tomara estaría mucho peor.

Aunque aliviada de que Lorna hubiera ido a ver a sus amigas, Isobel se había esforzado por convencerse de que no echaba en falta la presencia de Daniel. Pese a la amnistía firmada con Giles, sintió una desagradable punzada de decepción cuando Joss, charlando mientras preparaba un estofado de pollo, le dijo que Daniel saldría aquella noche con Mick y con él y que, por eso, no se quedaría a cenar.

—Vaya, parece que nuestros invitados nos han abandonado —dijo Giles, estirando sus largas piernas delante del fuego, todavía necesario por la noche, ofreciéndole una sonrisa encantadora—. Solos los dos, por una vez. Qué bien, ¿verdad, cariño?

Unas semanas antes, Isobel hubiera estado totalmente de acuerdo con él.

«Aléjate del precipicio», se dijo severamente.

Unos días más tarde, Lorna se encontró a Edward junto al corral, con la nariz incómodamente pegada a la tela metálica y decidió echar una mano con su educación.

—¿Qué quieres, Edward?

—Las ga…

—¿Las qué?

—Los gall… —dijo Edward que, cuando no usaba su código particular, solía negarse a completar las palabras.

—¿Te refieres a las gallinas?

Edward asintió.

—Entonces dilo. Di: «Por favor, tía Lorna, ¿puedo entrar a ver las gallinas?».

Silencio.

—Edward. No te abriré, a menos que me lo pidas como es debido. —Había oído muchas veces a Isobel poniendo unas condiciones parecidas, pero para Edward, en la voz de Lorna había más que un poco de amenaza y empezó a alejarse, sin siquiera mirarla.

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