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Authors: Mary Nickson

Tags: #Romántico

Un verano en Escocia (18 page)

BOOK: Un verano en Escocia
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Isobel casi esperaba que Lorna no apareciera a cenar y se quedara en su habitación haciéndose la mártir y esperando que alguien se preocupara por su ausencia, pero estaba en la cocina, secando y guardando, metódicamente, las cosas que Isobel, que nunca conseguía acabar de recogerlo todo, había dejado secándose en la rejilla junto al fregadero.

—¡Izz! Déjame que te lo explique. Lo que has visto en la sala no es lo que piensas —dijo Lorna.

—Oh, creo que sí. Estabas disgustada y fuiste a llorar un poco en el hombro de Giles. Eso es todo —dijo Isobel, sin darle importancia—. Para eso están los cuñados. No te preocupes. Conozco a Giles demasiado bien para sospechar nada más siniestro.

—Ah, sí… bueno. Mientras lo entiendas… —Pero Lorna parecía más insatisfecha que aliviada—. De todos modos, lo siento. Y siento también lo de Edward, porque lo único que quería era ayudarte.

—Ah, eso es algo diferente. Mira, sé que es difícil y estoy segura de que tenías buenas intenciones —mintió Isobel, que no lo creía en absoluto—, pero sería más fácil para todos si dejaras que Joss y Mick se encargaran de él cuando yo no estoy. Por lo menos hasta que lo conozcas mejor —añadió, ablandándose un poco.

—Si eso es lo que quieres, Izzy.

Lorna tenía aquella expresión dolida que Isobel recordaba muy bien de su infancia. Podía durar días y días, como la niebla. También podía desaparecer muy rápidamente, si eso convenía a los propósitos de su hermana, como sucedió en aquel momento, al entrar Daniel.

—¿Llego tarde o demasiado pronto? —preguntó, inseguro, vacilando en el umbral.

—Ninguna de las dos cosas —respondió Isobel—. En esta casa es prácticamente imposible llegar tarde o temprano a las comidas, porque nunca sabemos cuándo vamos a comer. Pero, sorpresa, la cena está lista, así que siéntate y bebe algo mientras sirvo los platos. Esta noche solo somos nosotros cuatro. Los niños están cenando delante de la tele y yo estaba a punto de ofrecerle una copa de vino a Lorna y tomar otra también yo. ¿Te apuntas?

—Sí, gracias. Estupendo.

Daniel se había duchado y afeitado y llevaba una camiseta blanca limpia y vaqueros azul oscuro. Tanto Isobel como Lorna quedaron impresionadas por la transformación y pensaron, sorprendidas, que en realidad era muy atractivo.

Y las dos hermanas se dieron cuenta, también, de lo mucho que querían gustarle.

13

Daniel comenzó a trabajar a la mañana siguiente. Había que hacer muchos preparativos antes de empezar y, una vez desplegado el lienzo panorámico especial, lastrado con una cadena en la parte inferior, Angus Johnstone y Mick pusieron manos a la obra para construir un marco de madera, siguiendo las especificaciones de Daniel.

—Mi hermano cree que debes de estar en la miseria —dijo Angus, empujando hacia atrás, a guisa de saludo, el viejo gorro que siempre llevaba puesto, cuando Giles le presentó a Daniel—. Parece que ese coche tuyo no está en muy buenas condiciones. Bruce confía en venderte uno nuevo.

—Pues no alimentes sus esperanzas. Dile que le haga un remiendo al viejo guerrero —dijo Daniel, riéndose.

—No hay mucho que los hermanos Johnstone no puedan arreglar —dijo Giles—. Te dejo en buenas manos. Solo tienes que decirles a estos dos lo que quieres.

Daniel explicó lo que tenía pensado.

—Necesitaremos unos puntales transversales para darle mayor resistencia —dijo—. De lo contrario, la tela pesaría demasiado para el marco, pero no la fijéis en los puntales; solo hay que clavarla alrededor, en el borde exterior. En cuanto la levantemos, tendré que darle una capa de apresto para endurecerla y tensarla antes de poder empezar a pintar. Lo siento, pero me parece que el mal olor os hará salir a toda velocidad de aquí. En cuanto empiece a hervir la cola, soltará un olor de todos los demonios. Por suerte, he traído mis propios cubos de metal y mi hornillo eléctrico. —Sonrió—. Estoy seguro de que Isobel y Joss no querrían ese tufo en su cocina.

Mick y Angus aportaron muchas sugerencias útiles y pronto el pequeño teatro bullía de actividad. Angus trajo los caballetes y los tablones, que usaban siempre que era necesario pintar algo en la propiedad. Daniel pensó que no eran ideales, pero sí mejores que una escalera de mano y, de todos modos, antes de aceptar el encargo, se había resignado al esfuerzo físico extra que representaba no contar con las instalaciones de un teatro profesional. Se dijo que sería un reto. Imaginaba el resultado final como una especie de cruce entre un mural y un decorado teatral, consciente de que, debido al menor tamaño del escenario y a que el telón de fondo estaría muy cerca del público, Giles querría un mayor detalle y algo más íntimo de lo habitual para conseguir un efecto escénico. Como el Old Steading no contaba con una galería de trabajo y a fin de que el telón de fondo se pudiera mover hacia delante y hacia atrás para adecuarse a cada tipo de representación, tendría que colgarlo del telar por encima del escenario. Por suerte, al construir el teatro habían instalado el telar, aunque nunca se había usado. Giles sabía, por su padre, que Atalanta deseaba tener decorados, pero su voluntad de vivir se había agotado antes de que esa ambición se hiciera realidad. Después de su muerte, Hector perdió el interés de añadir nada más.

Una vez levantado el lienzo y preparado con apresto y blanco de España, Daniel empezó a trazar una gran parrilla de cuadrados con carboncillo, para poder adaptar a la escala el contorno de sus detallados dibujos. Luego podría borrar las líneas negras antes de darle un carácter más permanente al perfilar con la tradicional pintura rojo ocre usada tradicionalmente para la pintura al fresco. Le gustaba la sensación de estar siguiendo una vieja y venerada costumbre, aunque las pinturas que él usaba fueran acrílicas.

La noche anterior, Giles y él se habían quedado levantados hasta tarde, hablando de los diseños y suscitando ideas el uno en el otro. Giles, que nunca se sentiría satisfecho de ningún proyecto al cual no hubiera hecho una aportación importante, estaba en su elemento, aunque Daniel esperaba que no resultara ser un patrón entrometido que siempre quería hacer cambios en el último momento. Giles se mostró especialmente entusiasmado cuando Daniel le habló de su última idea: hacer que toda la familia apareciera en la pintura.

—Pero primero tendré que hacer dibujos de todos vosotros, lo cual llevará un poco más y exigirá más tiempo —advirtió Daniel.

—No importa; será divertido. De hecho, iba a preguntarte si alguna vez pintabas retratos. Hace tiempo que quiero tener un retrato de Isobel, pero ella no está muy interesada y siempre me da largas. Hasta ahora, no he conseguido convencerla, aunque teniendo al pintor en casa, quizá logremos atraparla. Pero no recuerdo haber visto retratos en tu portafolio… —añadió, enarcando una ceja.

Daniel sonrió.

—No lo recuerdas porque no hay ninguno. El problema es que si te empiezan a conocer por una determinada cosa, y si tienes la suerte de que te encarguen trabajos continuamente, tiendes a quedar un poco encasillado. Es lo mismo que le pasa a un actor, supongo. Pero siempre he tenido muchas ganas de pintar retratos. Captar la esencia de una persona, ver a través del caparazón exterior y revelar la persona oculta que hay dentro… bueno, sería muy gratificante. He pintado a unos cuantos amigos, he sobornado a unas cuantas personas insólitas para que posaran para mí, pero hasta ahora no me han llegado encargos serios. No querría que pensaras que tengo nombre como retratista.

—Me gusta abrir caminos, no seguirlos —dijo Giles—. Me encantaría pensar que te diversificas en algo nuevo debido a nosotros. Empieza con los dibujos que necesites para el telón y luego pinta un retrato como es debido de Isobel para mí. Es una dama muy especial, mi esposa, y maravillosamente inconsciente de que solo por ser ella misma y vivir aquí ha cambiado lo que antes era un ambiente bastante sombrío y opresivo en un lugar donde la gente se siente alegre y bienvenida. Muchas personas lo han comentado. Debería haber un retrato suyo aquí. La casa lo exige.

—Hum…
La señora de Glendrochatt
, pero no pintado en un estilo ancestral convencional. Quizá algo un poco más natural. Por cierto, ¿la mujer que hay encima de la chimenea de la sala fue la predecesora de Isobel? —preguntó Daniel—. Debió de ser una mujer impresionante.

—Sí, era mi madre. Era una belleza famosa. Mi padre construyó el teatro para ella, así que se podría decir que fue la inspiración original que hay detrás de nuestra empresa; sin embargo, es también el fantasma que Isobel, en parte, ha conseguido que descanse. Era hermosa y tenía mucho talento, pero… con una falla terrible. Una esmeralda que se partió en pedazos.

Giles esperó a que Daniel le preguntara, pero no llegó ninguna pregunta.

—Se mató disparándose un tiro en la cabeza, cuando yo era niño —siguió diciendo, observando a Daniel, tratando deliberadamente de desconcertar a su invitado. Sentía que necesitaba establecer su dominio sobre aquel joven, que parecía tan seductoramente enigmático; tan inseguro, por un lado, tan seguro de sí mismo, por otro, y lo más importante para Giles, que parecía haberse apuntado un éxito enorme no solo con los niños, sino también con Isobel y Lorna. Naturalmente se alegraba de que les cayera bien a todos, pero pensaba, posesivamente, que había límites y era preciso fijarlos. A veces, disfrutaba viendo el efecto que la información desnuda sobre su madre tenía en la gente, aunque sabía que Isobel creía que solo la usaba como una manera de intimidación social y lo desaprobaba.

—¿De veras? —Daniel no parecía impresionado por aquella conmovedora historia—. Entonces tenemos algo en común. Mi padre se suicidó cuando yo tenía catorce años. —Miró a Giles y algo insondable en su mirada hizo que este se sintiera no solo avergonzado de sí mismo, sino además inesperadamente amenazado—. No es algo de lo que suela hablar… Siempre me ha parecido que podría resultar embarazoso para los demás —dijo Daniel.


Touchè
. Me lo merecía. —Giles reconoció la estocada y pensó que estaba frente a un hombre al que no era fácil intimidar. Eso lo hacía más interesante, lo convertía en un desafío mayor—. Un día tenemos que cambiar impresiones sobre nuestra traumatizada infancia —dijo, en tono ligero—. Pero si pintaras a Isobel, solo querría el retrato si fuera mi Isobel quien apareciera en él. ¿Estarías dispuesto a correr el riesgo de que quizá no me gustara el cuadro lo suficiente como para colgarlo?

—Claro. —Daniel se encogió de hombros y asintió, muy consciente de que Giles lo estaba poniendo a prueba de alguna manera. Pensó que eran como dos perros dando vueltas el uno alrededor del otro, olisqueándose, sin llegar a querer pelearse, pero dibujando círculos, con las patas rígidas… marcando el territorio. Daniel se sorprendió de sí mismo. Marcar su territorio no era algo natural en él. El territorio, emocional o físico era algo que evitaba—. Eso sí, tendrías que pagarme de todos modos —dijo—, sin importar lo que pensaras del resultado final, y ese sería el riesgo que tú correrías. Supongo que también podría olvidarme de los honorarios y quedarme yo el cuadro para exponerlo o vendérselo a alguien… si a mí me gustara especialmente y tú no lo quisieras.

Giles no estaba seguro de que le gustara la idea.

—En cualquier caso —siguió diciendo Daniel—, tendré que pintar a la persona que yo veo, no solo tratar de satisfacerte. Eso nunca sale bien. Si resultara que consigo captar la imagen que tú tienes de tu esposa, sería estupendo. Pero no te dejaría verlo hasta que estuviera prácticamente acabado. Puedes tomarlo o dejarlo.

Giles asimiló aquello.

—No te gusta que te mangoneen, ¿verdad? —preguntó.

—No —respondió Daniel.

—De acuerdo. Es un trato. —Giles asintió después de una ligera pausa y miró a Daniel con un aire divertido, como valorándolo—. Pero quizá tenga que trabajarme a Lizzy para conseguir que acepte.

—Bien —dijo Daniel, y añadió un poco más tímidamente—. También me gustaría pintar a tu cuñada mientras estoy aquí… si quiere posar para mí, claro. Se me ocurrió en el momento en que la vi. Lo haría en mi tiempo libre, por supuesto, pero ¿te importaría que se lo pidiera yo?

—Es una idea espléndida. —Al momento Giles se sintió intrigado por las posibilidades y por el efecto que podría tener en la relación entre las hermanas—. Dos personalidades muy diferentes. Será fascinante ver qué sacas de las dos.

Giles le ofreció a Isobel una versión adaptada de la conversación cuando se fue a la cama aquella noche. Como todavía estaba molesta con él —e incluso más furiosa con Lorna— había fingido que estaba dormida cuando él subió, aunque en realidad su cabeza era un remolino de irritación demasiado grande como para permitirle dormir.

Giles no se dejó engañar.

—Oh, qué espalda más enfurruñada —susurró, recorriendo con el dedo la curva de la columna, mientras se deslizaba a su lado—. No es propio de ti que sigas con ese malhumor. Además, hace un momento he estado hablando de ti… y diciendo cosas muy bonitas, para que lo sepas.

Isobel se apartó de la acariciadora mano y se encogió de hombros, con un gesto poco amistoso.

—¿Quieres saber qué he dicho?

—No, no quiero. Por favor, aparta y déjame dormir. —Isobel parecía enfadada, pero Giles sabía que no hablaba en serio.

—Acabo de hacerle otro encargo a nuestro pintor.

—¿Ah, sí? —A su pesar, Isobel sentía curiosidad.

—Le he pedido que pinte tu retrato. Ya sabes lo mucho que quiero tener uno y él tiene muchas ganas de empezar a pintar retratos, pero hasta ahora no ha habido nadie interesado. Tiene demasiado éxito en el diseño escénico y el arte decorativo y está demasiado atrapado. ¿Posarías para él? ¿Para complacerme a mí y para ayudarle a él a hacerse un nombre?

—Supongo que podría. —Aunque estaba acostumbrada a los métodos arteros de Giles para conseguir lo que quería, no podía menos que sentirse aplacada. Pensó que sería divertido posar para Daniel; disfrutar de cierta libertad, sin obligaciones más serias; tener la oportunidad de conocerlo mejor… sabía que le encantaría hacerlo. De todos modos, no tenía intención de comprometerse—. Lo pensaré —fue todo lo que dijo.

Giles empezó a besarle la nuca.

Más tarde, cuando estaba empezando a quedarse dormida de verdad, Giles añadió:

—Ah, se me olvidaba decírtelo; Daniel también tiene muchas ganas de pintar a Lorna… pero eso se le ha ocurrido a él solo. —Y dejó que su esposa lo interpretara como quisiera.

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