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Authors: Ira Levin

Un día perfecto (31 page)

BOOK: Un día perfecto
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Al cabo de más o menos media hora sonó el despertador de Hassan. Lila se volvió en la cama. Chip acarició su cabeza y ella se sentó.

—¿Te encuentras bien? —preguntó.

—Sí, estoy mejor.

Se encendió la luz; y el resplandor les hizo cerrar los ojos. Oyeron a Hassan gruñir y levantarse, bostezando y pedorreándose.

—Arriba, Ria —dijo—. ¿Gigi? Es hora de levantarse.

Chip permaneció tendido de espaldas con la mano en la mejilla de Lila.

—Lo siento, querida —dijo—. Le llamaré hoy y le pediré disculpas.

Ella sujetó su mano y volvió los labios hacia él.

—No pudiste evitarlo —murmuró—. Él lo entendió.

—Voy a pedirle que me ayude a encontrar un trabajo mejor —dijo Chip.

Lila le miró interrogativamente.

—Ya lo he sacado todo —dijo él—. Como el whisky. Todo fuera. Voy a convertirme en un industrioso y optimista acerícola. Voy a aceptar y adaptarme. Algún día tendremos un apartamento mayor que el de Ashi.

—No quiero eso —dijo ella—. Aunque sí me gustaría disponer de dos habitaciones.

—Las tendremos —dijo él—. En dos años. Dos habitaciones en dos años; es una promesa.

Ella sonrió.

—Creo que deberíamos pensar en mudarnos a Nuevo Madrid, donde están nuestros amigos ricos —dijo él—. Ese hombre, Lars, dirige una escuela, ¿lo sabías? Quizá tú puedas enseñar allí. Y nuestro hijo iría al colegio cuando tuviera la edad.

—¿Qué podría enseñar yo? —dijo ella.

—Algo —respondió él—. No sé. —Bajó la mano y acarició sus pechos—. Cómo tener unos hermosos pechos, por ejemplo —dijo.

Ella se echó a reír.

—Será mejor que nos vistamos.

—Saltémonos el desayuno —dijo Chip, y la atrajo hacia sí. Rodó sobre ella, la abrazó y la besó.

—¿Lila? —llamó Ria desde el otro lado de la cortina—. ¿Cómo fue?

Lila liberó su boca.

—¡Te lo contaré más tarde! —exclamó.

Mientras descendía por el túnel hacia la mina recordó el túnel que llegaba hasta Uni, el que había construido Papá Jan para que fueran entrados los bancos de memoria.

Se detuvo en seco.

Abajo, donde estaban los auténticos bancos de memoria. Arriba estaban los falsos, los juguetes rosas y naranjas a los que se llegaba a través de la cúpula y los ascensores, y que todos creían que eran el auténtico Uni. Todos, incluso —¡tenía que ser así!— aquellos hombres y mujeres que habían partido a pelear contra Uni en el pasado. Pero Uni, el auténtico Uni, estaba en los niveles subterráneos, y podía ser alcanzado a través del túnel de Papá Jan desde detrás del monte Amor.

Debía estar allí todavía —con su boca cerrada, probablemente, quizá incluso sellada con un metro de cemento—, pero allí. Porque nadie vuelve a llenar un túnel en toda su longitud, y en especial no una computadora eficiente. Además había espacio excavado para más bancos de memoria —eso había dicho Papá Jan—, lo que significaba que el túnel volvería a ser necesitado algún día.

Estaba allí, detrás del monte Amor.

Un túnel hasta el interior de Uni.

Con los mapas y los cálculos correctos, alguien que supiera qué estaba haciendo podría probablemente situar su localización exacta, o muy aproximada.

—¡Eh, tú! ¡Sigue avanzando! —exclamó alguien.

Echó a andar de nuevo, rápidamente, pensando en ello, pensando en ello.

Estaba allí. El túnel.

6

—Si se trata de dinero, la respuesta es no —dijo Julia Constanza, caminando enérgicamente por entre resonantes telares y mujeres inmigrantes que alzaron la vista hacia ella—. Si se trata de un trabajo, quizá pueda ayudarte.

Chip caminaba a su lado.

—Ashi ya me ha proporcionado un trabajo.

—Entonces se trata de dinero —dijo ella.

—Primero información —respondió Chip—, luego tal vez dinero. —Abrió una puerta.

—No —dijo Julia, cruzándola—. ¿Por qué no vas a la A.I.? Para eso está. ¿Qué información? ¿Sobre qué? —Le miró mientras empezaban a subir por una escalera de caracol que crujió bajo su peso.

—¿Podemos sentarnos en alguna parte cinco minutos? —preguntó Chip.

—Si me siento —dijo Julia—, la mitad de esta isla va a quedarse desnuda mañana. Eso quizá a ti no te importe, pero a mí sí. ¿Qué información?

Chip contuvo su resentimiento. Contempló el perfil aguileño de la mujer y dijo:

—Esos dos ataques a Uni que tú...

—No —dijo ella. Se detuvo y se volvió hacia él, con una mano en el poste central de la escalera—. Si es acerca de eso, no quiero escucharlo. Lo supe en el momento mismo que entraste, el aire de desaprobación que exhibiste. No. No estoy interesada en más planes y maquinaciones. Ve a hablar con algún otro. —Siguió subiendo por la escalera.

Se apresuró tras ella.

—¿Planeaban utilizar algún túnel? —preguntó—. Simplemente dime eso; ¿pensaban llegar a él por un túnel desde detrás del monte Amor?

Ella abrió la puerta al final de la escalera, Chip la sujetó y entró tras ella a una amplia buhardilla donde se hallaban algunas piezas de maquinaria de repuesto. Varios pájaros alzaron el vuelo aleteando hacia los agujeros del inclinado techo y salieron afuera.

—Pensaban entrar con la otra gente —dijo ella, dirigiéndose en línea recta hacia una puerta que había al fondo—. Con los visitantes. Al menos, ése era el plan. Iban a bajar en los ascensores.

—¿Y luego?

—No sirve de nada que...

—Simplemente contéstame por favor —insistió él.

Ella se volvió hacia él furiosa, luego miró de nuevo hacia delante.

—Se supone que hay un gran ventanal de observación —dijo—. Pensaban romperlo y arrojar explosivos dentro.

—¿Los dos grupos?

—Sí.

—Puede que consiguieran hacerlo —murmuró Chip.

Se detuvo con una mano en la puerta y le miró desconcertada.

—Lo que trataron de explotar no es el auténtico Uni —explicó Chip—. Es una exposición para los visitantes. Y quizá también sea un falso blanco para los posibles atacantes. Puede que lo volaran, pero no ocurrió nada... bueno, seguramente fueron apresados y tratados.

Julia no dejaba de observarle.

—El auténtico Uni está más abajo —dijo él—. Ocupa tres niveles. Estuve ahí dentro una vez, cuando tenía diez o doce años.

—Cavar un túnel es la cosa más ri...

—El túnel ya existe —dijo él—. No tiene que ser cavado.

Ella cerró la boca, se volvió rápidamente y abrió la puerta. Conducía a otra buhardilla, brillantemente iluminada, donde había una hilera de prensas inmóviles, con capas de tela sobre ellas. Había agua en el suelo, y dos hombres estaban intentando levantar el extremo de una larga tubería que al parecer se había desprendido de la pared y yacía sobre una cinta transportadora también parada, con piezas de telas amontonadas. El otro extremo de la tubería aún estaba anclado en la pared, y los hombres intentaban alzar otra vez la tubería por encima de la cinta para fijarla de nuevo contra la pared. Otro hombre, un inmigrante, aguardaba arriba de una escalera para sujetarla.

—Ayúdales —dijo Julia, y empezó a recoger piezas de tela del mojado suelo.

—Si es así cómo pierdo el tiempo, no cambiará nada —dijo Chip—. Eso será aceptable para ti, pero no para mí.

—¡Ayúdales!—exclamó Julia—. ¡Adelante! ¡Hablaremos más tarde! ¡No vas a llegar a ninguna parte mostrándote insolente!

Chip ayudó a los hombres a fijar la tubería contra la pared, después salió con Julia a un descansillo exterior con barandilla a un lado del edificio. Nuevo Madrid se extendía hasta lo lejos debajo de ellos, brillante a la luz del sol de media mañana. A lo lejos se veía una franja de mar verdeazulado salpicado con botes de pesca.

—Cada día pasa alguna cosa —murmuró Julia. Buscó algo en el bolsillo de su delantal gris, sacó un paquete de cigarrillos, ofreció uno a Chip, y los encendieron con cerillas baratas.

Fumaron.

—El túnel está ahí. Fue usado para entrar los bancos de memoria.

—Puede que alguno de los grupos con que no tuve nada que ver lo supiera —dijo Julia.

—¿Puedes averiguarlo?

Ella expelió una bocanada de humo. A la luz del sol parecía más vieja, la piel de su rostro y cuello estaba cubierta de pequeñas arrugas.

—Sí —dijo—. Supongo que sí. ¿Cómo sabes todo eso?

Se lo contó.

—Estoy seguro de que no ha sido llenado —dijo—. Debe tener unos quince kilómetros de longitud. Además, tendrá que ser usado de nuevo algún día. Hay excavado espacio para más bancos, para cuando la Familia crezca.

Julia le miró interrogativamente.

—Creía que las colonias tenían sus propias computadoras —dijo.

—Las tienen —afirmó él, sin comprender. Después entendió qué quería insinuar Julia. La Familia sólo crecía en las colonias. En la Tierra, con dos hijos por pareja y sin muchas parejas autorizadas a reproducirse, la Familia se iba haciendo cada vez más pequeña. Nunca había relacionado aquello con lo que le había dicho Papá Jan acerca del espacio para más bancos de memoria—. Quizá sean necesarios para más equipo de telecontrol.

—O quizá —dijo Julia— tu abuelo no era una fuente de información de mucha confianza.

—Él tuvo la idea del túnel —indicó Chip—. Está ahí, sé que está. Y puede ser una forma, la única, de llegar hasta Uni. Voy a intentarlo, y necesito tu ayuda, tanta como puedas proporcionarme.

—Quieres decir que quieres mi dinero —rectificó ella.

—Sí —admitió él—. Y tu ayuda. Para encontrar la gente adecuada con las habilidades necesarias, conseguir la información y el equipo que necesitaremos, encontrar a las personas que puedan enseñarnos lo que no sabemos. Quiero planearlo todo muy lenta y cuidadosamente. Quiero volver.

Los ojos de Julia estaban entrecerrados a causa del humo del cigarrillo.

—Bien, no eres imbécil —dijo—. ¿Qué clase de trabajo ha encontrado Ashi para ti?

—Lavar platos en el Casino.

—¡Dios de los cielos! —exclamó ella—. Ven aquí mañana a las ocho menos cuarto.

—El Casino me deja las mañanas libres —dijo Chip.

—¡Ven aquí! —dijo ella—. Tendrás el tiempo que necesites.

—De acuerdo —dijo él con una sonrisa—. Gracias.

Julia se dio la vuelta, miró su cigarrillo, después lo aplastó contra la barandilla.

—No voy a pagar por ello —dijo—. No por todo, al menos. No puedo. No tienes ni idea de lo caro que va a ser. Los explosivos, por ejemplo: la última vez costaron más de dos mil dólares, y eso fue hace cinco años. Dios sabe qué valdrán hoy. —Frunció el entrecejo sin dejar de mirar la colilla de su cigarrillo y la arrojó por encima de la barandilla—. Pagaré lo que pueda y te presentaré a gente que costee el resto si la adulas lo suficiente.

—Gracias —repitió Chip—. No puedo pedir más. Gracias.

—Dios de los cielos, aquí estoy metida de nuevo —suspiró Julia. Se volvió hacia Chip—. Espera y lo descubrirás: cuanto más viejo te vuelves, más sigues siendo el mismo. Soy la única niña que acostumbraba salirse siempre con la suya, ése es mi problema. Vamos, tenemos trabajo que hacer.

Bajaron por las escaleras del descansillo exterior.

—En realidad —dijo Julia—, tengo todo tipo de nobles razones para malgastar mi tiempo y mi dinero con personas como tú: un ansia cristiana de ayudar a la Familia, el amor a la justicia, la libertad, la democracia..., pero la verdad del asunto es que soy la única niña que acostumbraba salirse siempre con la suya. ¡Me enloquece, me enloquece de una forma absoluta no poder ir a cualquier lugar que me plazca de este planeta! ¡O fuera de él, si es necesario! ¡No tienes ni idea de lo que odio a esa maldita computadora!

Chip se echó a reír.

—¡Yo también! —dijo—. Así es exactamente como me siento.

—Es un monstruo salido directamente del infierno —dijo Julia.

Caminaron rodeando el edificio.

—Es un monstruo, sí —dijo Chip. Tiró su cigarrillo—. Al menos, tal como es ahora. Una de las cosas que quiero intentar averiguar es si, caso de tener alguna posibilidad, podríamos cambiar su programación en lugar de destruirlo, para que fuera la Familia la que lo dirigiera a él, y no viceversa, entonces no sería tan malo. ¿Crees realmente en el cielo y el infierno?

—No te metas con la religión —dijo Julia—, o te verás fregando platos en el Casino. ¿Cuánto te pagan?

—Seis cincuenta a la semana.

—¿De veras?

—Sí.

—Yo te daré lo mismo —dijo Julia—, pero si alguien de por aquí te pregunta, dile que te pago cinco.

Aguardó hasta que Julia, tras interrogar a un cierto número de gente, averiguó que no se sabía de grupo de ataque alguno que hubiera conocido la existencia del túnel. Después, firme en su decisión, contó sus planes a Lila.

—¡No puedes! —exclamó ella—. ¡No después de lo que les ocurrió a toda esa otra gente!

—Ellos apuntaban a un blanco equivocado —dijo él.

Lila negó con la cabeza, sujetó su barbilla, le miró fijamente.

—Es... No sé qué decir —murmuró—. Pensé que habías... acabado con todo esto. Pensé que te habías asentado. —Alzó las manos hacia la habitación que les rodeaba, su habitación en Nuevo Madrid, con las paredes que ellos mismos habían pintado, la librería que Chip había hecho, la cama, la nevera, el dibujo de Ashi de un niño riendo.

—Cariño, puede que sea la única persona de todas las islas que sabe lo del túnel, lo del auténtico Uni. Tengo que hacer uso de ello. ¿Cómo puedo quedarme sin hacer nada?

—De acuerdo, úsalo —dijo ella—. Planéalo, ayuda a organizar un grupo... ¡Estupendo! ¡Yo te ayudaré! Pero ¿por qué tienes que ir? Pueden hacerlo otras personas, gente sin familia.

—Estaré aquí cuando nazca el niño —dijo él—. Va a tomar tiempo prepararlo todo, pero luego estaré fuera... quizá menos de una semana.

Ella lo miró fijamente.

—¿Cómo puedes decir eso? —murmuró—. ¿Cómo puedes decir que...? ¡Es posible que no vuelvas! ¡Pueden cogerte y tratarte!

—Aprenderemos a pelear —dijo él—. Llevaremos pistolas y...

—¡Pueden ir otros! —insistió ella.

—¿Cómo puedo pedírselo, si yo no voy?

—Pregúntaselo, eso es todo. Pregúntaselo.

—No —dijo él—. Tengo que ir.

—Quieres ir, eso es —dijo ella—. No tienes que ir; quieres hacerlo.

Chip guardó silencio por un momento.

—De acuerdo, quiero ir —dijo finalmente—. Sí. No puedo pensar en no estar allí cuando Uni sea derrotado. Quiero arrojar yo mismo el explosivo, o apretar el botón, o hacer lo que tenga que hacerse finalmente...

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