Treinta noches con Olivia (31 page)

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Authors: Noe Casado

Tags: #Erótico, Romántico

BOOK: Treinta noches con Olivia
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—¿Qué esperabas? ¿Que me gastase dinero contigo? Vas lista.

—Gilipollas. —Se subió al coche y cerró con un portazo, debía habérselo imaginado. Cero patatero, todo el despliegue no le había costado ni un céntimo.

Él arrancó y maniobró para salir. Estaba claro que las cosas ya no tenían marcha atrás.

El corto viaje de regreso a casa fue, como era de esperar, silencioso y tenso. Ella, sumida en sus pensamientos, empezando por el de «Qué tonta he sido» y él conduciendo, oculto tras sus gafas de sol sin ni tan siquiera mirarla de reojo.

Todos sus planes, todos sus preparativos a la mierda, directamente. Y no sólo eso, también, aunque jodiese reconocerlo, había puesto ciertas dosis de entusiasmo en el fin de semana.

Algo extraño en él, pragmático hasta la médula.

Por enésima vez se recordó cuál era el motivo de estar en ese pueblo, y de nuevo se mentalizó para finiquitar cuanto antes sus asuntos legales y dar carpetazo al tema. Volver a su rutina y olvidarse de una jodida vez de ella.

Las disposiciones testamentarias del viejo le estaban tocando los cojones, y además bien tocados. Complicándole la existencia y comportándose como un estúpido, algo que durante años se había esforzado por no hacer.

Se lo tenía merecido, por incauto, por creer que una mujer como Olivia iba a apreciar sus esfuerzos. Compartir con ella el detalle que habían tenido los del hotel había sido una de las peores decisiones tomadas en el último mes, y ya iban unas cuantas.

Al llegar a la casa los esperaba una preocupada Julia. Thomas apenas se dignó en saludarla y Olivia, aunque quería estar sola, se acercó a su sobrina.

—¿Estáis bien? —preguntó confusa. Vaya cara que traían. A cada cual más interesante. ¿Cuál podría ser el motivo? Una avería mecánica seguro que no, pensó.

—Más o menos —respondió su tía.

—Ya sé que para él «su coche» es como su propio hijo, pero no creo que haya que ponerse así. —Julia tanteó el terreno.

—Dudo mucho que tenga hijos, les causaría un trauma de por vida.

—No lo dudo. Pero ¿se puede saber por qué no buscasteis un taxi para volver? —indagó Julia con lógica.

—Ya sabes cómo es, se le metió en la cabeza que no, y es que no.

—Y ¿cómo habéis pasado la noche? —Estaba claro que no preguntaba el lugar, sino la situación de ambos.

—En el parador —contestó; mentir no tenía sentido cuando el lunes todo el mundo lo comentase.

—Qué raro… si está a un paso de casa —Julia continuó con sus suspicacias.

—Ya lo sé, pero era tarde y no tenía ganas de montar un escándalo.

—Podías haber llamado a Juanjo.

El que faltaba.

—No creo que a su novia le haga mucha gracia que lo moleste de noche, ¿no crees?

—¿Esa pedorra? Que se jo…robe, no te digo. Él haría cualquier cosa por ti. Ya lo sabes.

Olivia no quería entrar de nuevo en esa dinámica tan absurda.

—¿Por qué no has aprovechado para montar una fiesta, como todos los adolescentes cuando se quedan solos?

—Porque luego me tocaría limpiar todo y paso —respondió inteligentemente su sobrina.

—Buena respuesta, sí señor. En fin, me voy a mi habitación a recoger unas cosas y después a ver si con un poco de suerte puedo leer un rato sin que me molesten.

—Vale, yo intentaré ponerme con el maldito trabajo, que luego viene Don Pongo Pegas a Todo, y me obliga a repetirlo.

—Muy bien.

Julia abrazó a su tía, no era tan tonta como para no haberse fijado. Todo el tiempo fingía estar alegre, indiferente al canalla de su hermano, pero hay cosas que no pueden ocultarse.

Desgraciadamente estaba perdiendo los papeles por alguien que iba a hacerle mucho daño.

Tenía que encontrar una forma de minimizar riesgos…

El causante de tales sobresaltos apareció en la cocina, duchado y vestido de forma absurda. Por mucho que estuviera en el pueblo, parecía que era tan sumamente estirado que hasta unos pantalones cortos y una camiseta le parecían fuera de contexto.

—¿Todo bien? —le preguntó como si no hubiera hablado con su tía.

—No —respondió, arisco, para no variar.

—Estupendo. Así pondrás más pegas a lo que he escrito y yo tendré que esforzarme más. Conseguiré una nota más alta y todo gracias a ti. ¡Eres el mejor hermano que una puede tener!

—Cuando mientas, al menos, pon un poco más de énfasis. Si no, te descubrirán a la primera —dijo él, para nada sorprendido. Podía tomárselo con buen humor y así disipar el cabreo que arrastraba desde la noche anterior, pero optó por no hacerlo—. Dame esos papeles y una aspirina, estoy seguro de que me va a doler la cabeza en cuanto empiece a leer.

—Gracias por tu voto de confianza. ¡Es genial sentirse apoyada! ¡Reafirma mi autoestima! —se guaseó Julia al darle su trabajo—. Por cierto, ¿el mecánico solucionó la avería?

—¿Perdón? —replicó algo distraído mientras leía; joder con la hermanita torpe, cómo se afanaba en meter la pata para que él tuviera algo que decir. Tachó sin hacer comentarios todo un párrafo en el que demostraba su desconocimiento de la letra «v».

—Hablaba de tu coche.

—¿Qué le pasa?

—Ah, no sé, tú sabrás, como anoche os dejó tirados… —Lo dejó caer de forma casual, como si tal cosa.

Qué jodida era, en un momento de despiste había intentado que cayera en su trampa. Si no fuera por el temor a estropear una brillante cabeza adolescente, hasta le diría que estaba orgulloso de ella.

—En perfecto estado. No ha sido tanto como creía al principio. Gracias por preguntar. —Esto último lo dijo esbozando una sonrisa lobuna como queriendo decir: «¡A mí me vas a pillar tú!».

—Pues qué bien. ¿Una magdalena? —Julia sabía que su hermano detestaba la bollería industrial—. Están rellenas de cacao.

—No, gracias. Dime una cosa, ¿tu religión te prohíbe el uso de la «v», o simplemente es una especie de protesta juvenil?

—Ya sabes… a veces una va de prisa y no se fija, lo importante es el fondo, no la forma —aseveró, apañando a su conveniencia una frase tan manida como ésa.

—Ya lo veo… supongo entonces que si mañana no tienes nada que ponerte saldrás a la calle con un saco y una cuerda. Como eres una chica estupenda, maravillosa y con buen fondo…. —La aguijoneó él.

—Vale, trae, ahora lo corrijo. ¡Jo! ¡No pasas una! —protestó.

43

Durante los días posteriores se instauró dentro de la casa lo que podría llamarse una guerra fría. Un pacto mutuo de no agresión, pero que evidenciaba que cada uno estaba enfadado con el otro, y Julia hacía el papel de Suiza, aunque su neutralidad se veía comprometida constantemente. En la mayoría de los casos, se inclinaba por su tía, pues eran demasiados años juntas como para cambiar de repente.

Si algo estaba aprendiendo durante ese extraño verano era a no dar nada por sentado, a currar como una loca si deseaba algo y que eso de enamorarse no suponía más que perder el tiempo. A esa última conclusión había llegado tanto por su experiencia personal, como fijándose en los dos adultos que se suponía que eran los responsables de su educación.

De nuevo fin de semana, y de nuevo sus dudas acerca de qué hacer con Pablo. Dentro de poco se marcharía, como muchos, al finalizar las vacaciones, así que cada día que pasaba se le escapaba poco a poco la oportunidad de ser algo más que una buena amiga.

—Creo que al final voy a pasar de Pablo —murmuró.

Olivia, que estaba fregando los platos y no veía su expresión, giró la cabeza y la miró frunciendo el cejo.

—¿Segura?

—Ya no sé qué hacer —aseveró abatida—. Aunque apareciera desnuda frente a su casa ni me miraría.

—Por si acaso, no nos arriesgaremos —arguyó su tía volviendo a su tarea de aclarar los platos.

—Tengo que replantearme todo esto de los chicos —dijo convencida.

Tan convencida, que Olivia, sin apartar la vista de la pila de cacharros, sonrió. ¡Pobre, lo que aún le quedaba por pasar! Sin embargo, es un proceso natural, no podía adelantar acontecimientos contándole lo que seguramente acabaría pasando. Lo mejor es que ella misma descubriera, con sus alegrías y sus amarguras, de qué iba eso del amor.

—Me parece muy bien.

—Tú, por ejemplo. Sólo has tenido un novio lo que se dice formal, con el que hasta hace poco querías casarte y que has dejado que se vaya con otra.

—Juanjo ahora es un buen amigo —dijo prudente.

—Lo que tú digas —murmuró escéptica—. Pero yo no voy a ser así. Estoy segura de que no hay que sufrir, no tiene sentido. Si ahora ya lo estoy pasando mal… ¿Cómo va a ser cuando me enamore de verdad?

—¡Cosas de la vida! —aportó Olivia encogiéndose de hombros.

—Pues yo voy a intentar que no me pase como a ti. No voy a tener novio para que después se vaya con otra, ni hablar. Tengo que ser yo quien deje a los chicos, al menos así sufriré menos.

Olivia no podía contradecirla. Qué fácil resultarían las cosas de poder ser siempre la parte ofensora, y no la ofendida.

—Si hubieras sido tú quien abandonase a tu novio la gente al menos no pensaría que algo malo has hecho para que te deje.

—Eso no es del todo verdad. Las parejas a veces se rompen.

—Ya, pero estamos en Pozoseco, aquí tienes que «pescar» a un buen hombre, si no, eres una fresca. Y me parece que a este paso a mí me va a pasar lo mismo que a ti. Mato un perro y me llaman mataperros.

—No exageres —dijo Olivia conteniendo la risa. Esa chica tenía cada idea…

—No exagero. En el pueblo dicen muchas cosas de ti, y yo sé que son mentiras. No te pasas el día cambiando de novio. ¡Si no tienes tiempo!

—Déjalos, de algo tienen que hablar.

—Pues que hablen de otra. ¡No te digo! Por eso yo me voy a asegurar de hacer bien las cosas. Cuando aparezca un tío que me guste un poco no voy a ir por ahí babeando, como hace la Jenny, voy a concentrarme y a no perder la cabeza.

—Y ¿qué hay de Pablo?

—Lo voy a considerar como la experiencia inicial, el error del que aprender.

Parecía tan convencida, tan segura de sí misma… Era un amor y una bendición tener una sobrina así. Lástima que una teoría tan interesante fuera tan difícil llevar a la práctica.

—Ésa debe de ser Mónica —dijo Julia al oír el timbre—. Me voy. Vendré tarde a no ser que… bueno… si tú quieres puedo regresar antes y hacemos algo juntas. —Julia no se arriesgó a decir abiertamente que se preocupaba por ella, para no molestarla, aun sabiendo quién era el culpable.

—¡No seas tonta! Pásatelo bien con tus amigos. Vuelve cuando quieras e intenta poner en práctica tu bonita teoría.

—¡Eres la mejor tía del mundo! —exclamó abrazándola y besándola. Después se marchó dejándola sola.

Ya faltaba menos para recoger la cocina y poder tumbarse a la bartola.

Aclarar los vasos, secar los cubiertos y dar una pasadita a la encimera…

—Sigo muy enfadado contigo.

Ella se sobresaltó, pensaba que estaba sola con sus entretenidos quehaceres. No esperaba que una voz ronca, insinuante y acompañada de un cuerpo que la apretujaba contra el mueble, interrumpiera.

—Pero que muy enfadado. —Acompañó sus palabras de un rápido movimiento de manos que acabaron sobre las caderas femeninas.

A ella se le resbalaron un par de cubiertos, salpicando de agua su camiseta de tirantes. Menos mal que llevaba puesto un delantal, si no, hubiera ganado el concurso de Miss Camiseta Mojada y alegrado la vista al inoportuno visitante.

—Aunque… —Sus manos abandonaron las caderas para agarrarla de la cintura y pegarla aún más a él—. Podría dejar de estarlo, al menos durante un espacio de tiempo considerable, si pasas la tarde desnuda y me alegras la vista.

Había conseguido durante unos días, con bastante esfuerzo, mantenerse alejado de Olivia. Pero había fuerzas ocultas (a falta de una explicación más coherente, ésa era la mejor manera de decirlo) que lo obligaban a mantener un contacto regular con ella.

Aún con ese resquemor interior que le recordaba a cada minuto lo que no debía hacer para el buen funcionamiento de las cosas, seguía comportándose de forma irracional y terminaba por claudicar ante ella.

Puede que sus palabras enmascararan su atracción, pero no era tan tonto como para mentirse a sí mismo. Como no saliera pronto de ese pueblo, terminaría por caer de rodillas.

—Aparta —le pidió ella con un vaivén de trasero para dar más énfasis a sus palabras. Lo que faltaba, que ahora Thomas se animase después de portarse como un gilipollas; más gilipollas de lo normal, para ser exactos.

—Esta escenita doméstica, con esos guantes de goma y ese delantal de chacha cachonda me está volviendo loco.

—Pervertido —lo acusó ella empezando a ponerse nerviosa.

—Por tu culpa, hasta que te conocí no tenía yo estos repentinos ataques de lujuria caseros.

—Pues contrólate, guapo.

—Lo intento, no creas, pero tú te empeñas en mostrarme la mercancía. Eres como un programa de la teletienda a última hora de la noche: siempre acabo por querer comprar algo…

—Pues cambia de canal.

—Lo hago, y entonces aparece el canal porno, donde la chacha se dedica a provocar al señorito y…

—… Y éste, pobrecito, no puede hacer otra cosa que tirársela. —Olivia remató la frase como si estuviera de acuerdo con esa tontería—. ¡No me jodas! Aparte de ser una visión bastante distorsionada de la historia, por no decir machista, que lo es, esa tontería está desfasada.

—¿Desfasada? —preguntó, descolocado por esa definición.

—Pues sí —espetó utilizando el tono petulante característico de él—. Ahora las «chachas», como tú las llamas, tienen en la mesilla de noche un surtido completo de juguetes para no tener que soportar al baboso del señorito.

—Joder, esta película me gusta más que la mía. Vamos, deja eso…

Lo dijo con tal ansia que ella creyó que él sería capaz incluso de terminar la faena para revisar su mesilla de noche.

Lo cierto era que Thomas tenía una rara habilidad para dar la vuelta a la tortilla, es decir, para salirse con la suya. Y lo peor del caso, es que ya ni le apetecía negarse. Era un cabronazo, sí, pero qué buenos ratos le hacía pasar. Con tal de luego mantenerse a una prudente distancia de él para que su lengua viperina no la alcanzase…

—Ya lo terminarás luego.

«Qué típico —pensó ella—. Otro de los que, cuando te ven cansada o cuando tienen prisa, te dicen: “Tranquila, déjalo, ya lo harás luego”. Jamás un: “De esto me encargo yo”.»

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