Tormenta (7 page)

Read Tormenta Online

Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: Tormenta
2.64Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Si, en la zona de las excavaciones; he estado analizando varias muestras de basalto del lecho marino para intentar fechar exactamente el momento del cataclismo…

Asher lo animo a seguir con un movimiento de cabeza.

—Bueno, ya sabe lo que pasa. —Easton dio la impresión de ponerse nervioso—. Como en esta región las corrientes submarinas son tan fuertes, la sedimentación del fondo es un lio.

—Es una palabra técnica? —dijo Asher, en un intento de aligerar el tono de la conversación.

Easton no se dio cuenta.

—No se forman niveles. No hay estratificación. Los testigos de sondeo no sirven prácticamente de nada, y con el examen visual tampoco se consiguen datos claros. No hay el mismo tipo de erosión que en tierra firme. Por ello he intentado fechar la formación basáltica haciendo una comparación con las muestras de nuestra base de datos geológicos, pero no he encontrado ninguna coincidencia clara. Entonces he decidido fechar la muestra basándome en la desintegración de los isotopos radiactivos dentro del basalto.

—Sigue —dijo Asher.

—Pues… —Easton parecía cada vez más nervioso-—. Ya sabe que siempre hemos partido de una estimación general sobre el momento del cataclismo. Lo que ocurre es que… —balbuceo—. Yo en mis test siempre partía de la misma suposición. No llegue a comprobar la inversión del campo magnético.

Asher comprendió la razón del nerviosismo de Easton. Había cometido el peor error de un científico: partir de una suposición, y de resultas de ello saltarse una prueba fundamental. Se relajo interiormente.

≪Ahora me toca hacer de padre severo≫.

—Me alegro de que me lo cuentes, Paul. Siempre es violento darse cuenta de que no se ha seguido el método científico. Cuanto más tonto es el error, más tonto se siente uno. En este caso, lo bueno es que nada esencial se ha puesto en peligro. Que te aconsejo? Pues que te sientas mal, pero no por los suelos.

La expresión de preocupación de Easton no se borro.

—No, doctor Asher, no me entiende. Es que he hecho el test precisamente hoy; he medido el magnetismo… y en la muestra no había inversión magnética.

Asher se irguió bruscamente en la silla. Después se apoyó despacio en el respaldo, intentando no delatar su sorpresa.

—¿Que has dicho?

—Las muestras. Que no hay indicios de inversión magnética.

—Seguro que la orientación de las muestras era correcta?

—Segurísimo.

—¿Y te has cerciorado de que no hubiera anomalías, de que no estuvieras usando una muestra defectuosa?

—Lo he repetido con todas las que tenia, y el resultado siempre ha sido el mismo.

—Imposible. La inversión magnética es un método infalible de datación de muestras geológicas. —Asher vacio lentamente sus pulmones—. Eso significaría que el cataclismo aun es más antiguo de lo que suponíamos, y que no se remonta a una inversión magnética, sino a dos, de norte a sur y otra vez de sur a norte. Seguro que el examen de los isotopos te lo confirmara.

—No —dijo Easton.

La mirada de Asher se hizo más incisiva.

—¿Como que no?

—Ya he analizado los isotopos radiactivos, y casi no hay desintegración. Prácticamente ninguna.

—Imposible —se limito a decir Asher.

—Acabo de pasarme cuatro horas en Radiología. He repetido dos veces las pruebas, y aquí están los resultados.

Easton saco un DVD del bolsillo de su bata de laboratorio y lo dejó sobre la mesa de Asher.

Asher se quedó mirándolo sin tocarlo.

—O sea, que nos hemos equivocado en todas nuestras conclusiones. El cataclismo es mucho más reciente de lo que pensábamos. ¿Tienes una nueva fecha, basándote en los test?

—De momento es muy vaga.

—¿Cual?

—Hace aproximadamente seiscientos anos.

Asher se apoyó muy despacio en la silla.

—Seiscientos años…

Otro momento de silencio en el pequeño despacho.

—Habrá que solicitar uno de los vehículos, instalarle un magnetómetro especial y hacer varias pasadas sobre la zona de las excavaciones —dijo Asher, saliendo de su mutismo—. Lo dejó en tus manos?

—Si, doctor Asher.

—Perfecto.

Asher observo como el joven geólogo se levantaba, saludaba con la cabeza y se acercaba a la puerta.

—Ah, oye, Paul… —dijo con calma.

Easton se volvió.

—Que sea ahora mismo, por favor. Y no se lo digas a nadie. A nadie en absoluto.

9

Crane levantó la vista de la tabla digital donde había estado haciendo anotaciones con un marcador de plástico.

—¿Ya esta? ¿Solo un ligero dolor de piernas?

El paciente asintió con la cabeza. La sabana de la cama de hospital no lograba esconder su estatura ni su fuerte constitución física. Tenía buen color y los ojos brillantes.

—¿Como puntuaría la intensidad del dolor en una escala del uno al diez?

Se lo pensó.

—Depende. Digamos que seis, a veces un poco más.

≪Mialgia no febril≫, escribió Crane.

Parecía imposible (no, no parecía, lo era) que apenas dos días antes aquel hombre hubiera sufrido una pequeña embolia. Era demasiado joven, y para colmo ninguna de las pruebas indicaba la existencia del ataque. Todo se reducía a los síntomas iniciales: parálisis parcial y problemas de habla.

—Gracias —dijo Crane, cerrando la tablilla de metal—. Si tengo más preguntas ya le avisare.

Se apartó de la cama.

A pesar de su nombre, el centro médico de la estación Deep Storm estaba dotado de instrumentos que habrían sido la envidia de un hospital mediano. Además de urgencias, quirófanos y dos docenas de habitaciones, había diversos departamentos especializados, desde Radiología hasta Cardiología. También había un ala reservada al personal, con zonas de trabajo y salas de reuniones, donde a Crane le habían adjudicado un despacho pequeño pero suficiente, con su laboratorio adjunto.

Solo tres de los últimos casos descritos por la doctora Bishop eran bastante graves para haber requerido hospitalización. Crane ya había hablado con dos de los pacientes; un hombre de cuarenta y dos años con nauseas y diarrea y aquel supuesto caso de embolia. En el fondo no era imprescindible ingresar a ninguno de los dos. Seguro que la doctora Bishop solo los tenia en observación.

Se volvió hacia la doctora, que estaba bastante lejos, y le hizo una señal con la cabeza.

—No hay indicios de AIT —le dijo al salir al pasillo.

—Excepto el cuadro inicial.

—¿Dice que lo vio personalmente?

—Si, y era evidente que estaba sufriendo un ataque isquémico transitorio.

Crane titubeo. Aunque Bishop no hubiera dicho casi nada durante el examen de los dos pacientes, su hostilidad seguía latente, y seguro que no le gustaría que cuestionasen su diagnóstico.

—Hay diversos síndromes que pueden presentar un cuadro parecido… —empezó a decir Crane con diplomacia.

—Hice la residencia en una unidad de cuidados vasculares. He visto a montones de pacientes con cuadros de AIT, y se reconocerlos.

Crane suspiró. La actitud defensiva de Bishop empezaba a cansarle. A nadie le gustaban los intrusos, evidentemente, y tal vez el lo fuera, pero la cuestión era que el equipo médico del Complejo solo había realizado pruebas superficiales; había tratado cada caso de forma independiente. El estaba convencido de que si profundizaban más y hacían test más exhaustivos aparecería algo en común, y al margen de lo que ella dijera seguía apostando por el síndrome de descompresión como diagnóstico diferencial principal.

—No ha contestado a mi pregunta de antes —dijo—. Tienen cámara hiperbarica, ¿verdad?

La doctora asintió.

—Pues me gustaría que la usaran con este paciente, para ver si la represurizacion y el oxigeno puro alivian el dolor de las extremidades.

—Pero…

—Doctora Bishop, el señor Asher me explico que en este Complejo se usa algún tipo de tecnología secreta de presurización, que prácticamente no se ha probado sobre el terreno. Así las cosas, el principal candidato es con diferencia el síndrome de descompresión.

En vez de contestar, Bishop frunció el entrecejo y apartó la vista. Crane sintió que empezaba a impacientarse.

—Si no le gusta, solo tiene que ir a hablar con Asher —dijo secamente—, que es quien me ha traído justamente para esto, para dar ideas. Haga el favor de meter al paciente en la cámara. —Hizo una pausa para que recapacitara—. Visitamos al paciente numero tres ?

Había dejado para el final el caso más interesante, una mujer con adormecimiento y debilidad en las manos y la cara. Cuando entraron en la habitación la encontraron despierta, rodeada de varios aparatos de última generación que pitaban suavemente. Crane se percato enseguida de la diferencia. Se fijo en su mirada de angustia, en el color amarillento de sus ojos y en que tenía todo el cuerpo tenso de preocupación. No le hacia falta seguir los pasos del diagnóstico para saber que podía ser grave.

Abrió la tablilla. Nada más encenderse la pantalla LCD, apareció automáticamente el historial de la paciente. ≪Debe de estar grabado en su chip RFID≫, pensó Crane.

Leyó el resumen por encima:

Nombre:
Philips, Mary E.
Sexo:
F
Edad:
36
Resumen del cuadro:
Debilidad bilateral / adormecimiento
de las manos y la cara

Al alzar la vista, vio que había entrado sigilosamente un oficial de la Marina. Era alto, delgado y con los ojos claros, más juntos de lo normal. El derecho parecía estrabico. Llevaba galones de comandante en las mangas y la insignia dorada del Servicio de Inteligencia en la solapa izquierda. Estaba apoyado en el marco de la puerta, con las manos en los bolsillos, como si no existieran Crane ni Bishop.

Crane se concentro otra vez en la paciente.

—¿Mary Philips? —preguntó, adoptando automáticamente el tono neutro que había aprendido a usar con los pacientes tiempo atrás.

Ella asintió con la cabeza.

—No la entretendré mucho —dijo Crane, sonriendo—. Estamos aquí para intentar que se restablezca lo antes posible.

La paciente correspondió a su sonrisa con una contracción fugaz de los labios.

—Todavía siente adormecimiento en las manos y la cara?

Asintió, parpadeo y se pasó un pañuelo por los ojos. A Crane le pareció que no se le cerraban del todo los parpados al pestañear.

—¿Cuando empezó a darse cuenta? —preguntó.

—Hace diez días o dos semanas. Al principio era tan ligero que casi no lo notaba.

—Estaba trabajando la primera vez que se fijo en esa sensación?

—Si.

Crane dio otra ojeada a la tabla digital.

—Aquí no figura su empleo.

Quien contestó fue el hombre de la puerta.

—Por que no es pertinente, doctor.

Crane se volvió hacia el.

—¿Quien es usted?

—El comandante Korolis.

Tenía una voz grave, de una suavidad casi meliflua.

—Pues a mi me parece muy pertinente saber en que trabaja, comandante.

—¿Por qué? —preguntó Korolis.

Crane se volvió hacia la paciente, que lo miraba con ansiedad. Pensando que lo menos conveniente era aumentar su nerviosismo, Crane hizo señas al comandante Korolis de que saliesen al pasillo.

—Estamos haciendo un diagnóstico —dijo donde la paciente no pudiera oírlos—. En un diagnóstico diferencial todo es pertinente. No se puede descartar que el entorno laboral de esta mujer tenga parte de culpa.

Korolis sacudió la cabeza.

—No la tiene.

—¿Como lo sabe?

—Tendrá que fiarse de mí.

—Disculpe, pero no me basta.

Crane se volvió.

—Doctor Crane —dijo Korolis sin alterarse—, Mary Philips trabaja en una zona restringida del Complejo, y en una parte restringida del proyecto. No esta permitido hacerle preguntas concretas sobre su trabajo.

Crane volvió a girarse.

—Como que…?

Hizo un esfuerzo por callar y aguantarse la rabia. Saltaba a la vista que Korolis tenia autoridad, o como mínimo eso creía el. A que venia tanto secretismo en una base científica?

Tuvo que recordarse que acababa de llegar, y que aun no conocía las reglas, ni explicitas ni implícitas. Lo más probable era que tuviese perdida la batalla de antemano. A lo que no pensaba renunciar era a comentárselo a Asher, pero de momento no había más remedio que hacer el diagnóstico de la paciente lo mejor que pudiese.

Volvió a la habitación. La doctora Bishop seguía al lado de la cama con una expresión de neutralidad estudiada.

—Perdone la interrupción, señora Philips —dijo Crane—. Sigamos.

Inicio una exploración física y neurológica a fondo que duro un cuarto de hora. Poco a poco, a medida que se concentraba en el cuadro clínico de la mujer, Crane se olvidó de la vigilancia del comandante Korolis.

Era un caso intrigante. La debilidad bilateral en los músculos faciales superiores e inferiores era muy marcada. Las pruebas de sensibilidad demostraban que la paciente tenía problemas de distribución trigeminal. La flexión del cuello estaba intacta, al igual que la extensión, pero Crane observo una considerable reducción de la sensación de temperatura tanto en el cuello como en la parte superior del tronco. Sorprendentemente, también observo un deterioro notable (y parecía que bastante reciente) de los músculos de la mano. Al comprobar los reflejos profundos de los tendones, y las respuestas plantares, empezó a cobrar forma una sospecha.

Todos los médicos suenan con encontrar un caso particularmente raro o interesante, de los que aparecen en la literatura medica, pero no es habitual. Sin embargo, era justo lo que presentaba Mary Philips, al menos por lo que llevaban observado. Crane (que muchas noches se quedaba leyendo revistas médicas hasta altas horas) empezó a pensar que podía haber descubierto uno de aquellos casos. ≪Quizá si que estoy aquí por algo especial≫.

Siguiendo una corazonada, examino las amígdalas de la paciente. Eran más grandes de lo normal, amarillentas y lobuladas. ≪Que interesante≫.

Dio las gracias a la mujer por su paciencia y fue a consultar el análisis de sangre en la tablilla.

Leucocitos (por mm)
3.100
Hematocrito (%)
34,6
Plaquetas (por mm)
104.000
Glucosa (mg/dl)
79
Triglicéridos (mg/dl)
119
Velocidad de sedimentación de eritrocitos (mm/h)
48,21

Other books

Knitting Bones by Ferris, Monica
Angry Lead Skies by Glen Cook
Welcome to Paradise by Jill Tahourdin
Daphne by Justine Picardie
Reasonable Doubts by Evie Adams
Jumbo by Young, Todd
Survival by Powell, Daniel
Pleasing the Colonel by Renee Rose