Tormenta (3 page)

Read Tormenta Online

Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

BOOK: Tormenta
3.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Me lo imagino.

Con la de casos mortales de descompresión que había visto, a Crane le bastaba y sobraba.

—En fin, es todo lo que tenia que contarle. Solo me queda recordarle una vez más que incluso si decidiera rechazar el encargo existe un compromiso en firme y muy estricto que le prohíbe revelar que ha estado aquí, y el contenido de nuestra conversación.

Crane asintió con la cabeza. Sabía que Asher recurría a evasivas por que no tenía más remedio, pero no dejaba de ser irritante disponer de tan poca información. Lo que le estaban pidiendo era invertir varias semanas de su vida en un trabajo del que no sabía prácticamente nada.

Por otro lado, carecía de otros compromisos que le impidieran pasar unas semanas en Deep Storm. Se había divorciado hacia poco, no tenia hijos y en aquel momento se debatía entre dos propuestas de trabajo como investigador. Seguro que Asher también lo sabia.

≪Un descubrimiento de una importancia crucial.≫ A pesar del secretismo (o a causa de el), Crane se dio cuenta de que la simple idea de participar en semejante aventura le aceleraba el pulso. Comprendió que la decisión ya estaba tomada, aunque no fuera consciente de ello.

Asher volvió a sonreír.

—Bien —dijo—, si no tiene más preguntas cortó la comunicación y le doy un poco de tiempo para pensárselo.

—No hace falta —contestó Crane—. Puestos a hacer historia, no tengo que pensar nada. Dígame donde hay que ir y punto.

La sonrisa de Asher se amplió.

—Abajo, Peter, siempre abajo.

3

Peter Crane había pasado casi cuatro anos de su vida en submarinos, pero era la primera vez que le tocaba asiento de ventanilla.

Tras varias horas en
Storm King
(sometiéndose a una larga serie de pruebas físicas y psicológicas, y después en la biblioteca, esperando a que cayera el manto de la oscuridad), le habían llevado a un embarcadero especial debajo de la plataforma, donde había un batiscafo del ejercito amarrado a un contrafuerte de hormigón. El mar lamia traicioneramente el contrafuerte, y la pasarela que llevaba a la escotilla de entrada del batiscafo tenia dobles cuerdas de apoyo. Crane la cruzó, y al llegar a la torreta de mando bajo una escalera metálica resbaladiza por la condensación, cruzó la escotilla, atravesó el tanque de flotación y penetro en el exiguo espacio de una esfera de presión donde había un oficial muy joven en los controles.

—Siéntese donde quiera —dijo el muchacho.

Se oyó como se cerraba una escotilla muy por encima de ellos. Siguió otro impacto idéntico, dos golpes que reverberaron sordamente por todo el sumergible.

Crane miró la cabina. Aparte de los asientos vacios (distribuidos en tres hileras de dos), cada centímetro cuadrado de las paredes estaba cubierto de tubos, cables, indicadores e instrumentos. La única excepción, situada en la pared del fondo, era una escotilla estrecha pero muy gruesa. En el espacio cerrado flotaba un olor (a lubricante, humedad y sudor) que despertó inmediatamente en Crane el recuerdo de cuando llevaba la insignia de los delfines.

Después de sentarse y de dejar su equipaje en el asiento de al lado, se volvió hacia la ventana, una pequeña anilla de metal tachonada de pernos de acero en toda su circunferencia. Frunció el entrecejo. Al innato respeto de submarinista a un buen casco de acero, aquel ojo de buey le pareció un lujo innecesario y alarmante.

El marinero debió de ver su expresión, por que se rio.

—No se preocupe, es un compuesto especial fundido con el casco. Ha llovido muchísimo desde las ventanas de cuarzo del
Trieste.

Crane también se rio.

—No sabía que se me notara tanto.

—Así es como reconozco a los militares —dijo el joven—. Ha estado en submarinos, ¿verdad? Me llamo Richardson.

Crane asintió. Richardson llevaba galones de suboficial, y encima de ellos una insignia que le identificaba como especialista en operaciones.

—Primero dos años en nucleares —contestó Crane—, y luego dos en ataques rápidos.

—¿Lo ve?

Se oyó un chirrido, muy arriba. Crane supuso que estaban retirando la pasarela. Después se escucho una radio escondida entre el instrumental.

≪Eco Tango Foxtrot, todo a punto para la inmersión≫.

Richardson cogió un micrófono.

—Constante Uno, aquí Eco Tango Foxtrot. Recibido.

Un silbido de aire, el susurro apagado de las hélices. Durante unos segundos el batiscafo se meció al suave compas de las olas. Después el silbido aumento de intensidad, hasta diluirse en el ruido del agua que llenaba los tanques de lastre. El sumergible empezó a bajar. Richardson se inclino hacia los controles y encendió una batería de luces exteriores. Al otro lado del ojo de buey, donde hasta entonces todo había estado negro, apareció un remolino de burbujas blancas.

—Constante Uno, Eco Tango Foxtrot bajando —dijo Richardson por el micrófono.

—¿A que profundidad esta el Complejo? —preguntó Crane.

—A poco más de tres mil doscientos metros.

El remolino de burbujas desapareció paulatinamente en un mar verdoso. Crane miró buscando peces, pero solo vio formas borrosas y plateadas, justo donde no alcanzaba el circulo de luz.

Ahora que se había implicado de verdad, casi no podía reprimir su curiosidad. Se volvió hacia Richardson en busca de alguna distracción.

—¿Hace este viaje a menudo? —preguntó.

—Cuando construían el Complejo hacíamos de cinco a seis viajes al día, siempre llenos, pero ahora que funciona a pleno rendimiento pueden pasar varias semanas sin ninguna inmersión.

—Pero a alguien habrá que subir, no?

—De momento aun no ha subido nadie.

Crane estaba sorprendido.

—¿Nadie?

—No, señor.

Volvió a mirar por la ventana. El batiscafo bajaba deprisa. El tono verdoso del agua se oscurecía por momentos.

—¿Como es por dentro? —preguntó.

—¿Por dentro? —repitió Richardson.

—El Complejo.

—Nunca he entrado.

Crane se volvió y lo miró con cara de sorpresa.

—Yo solo soy el taxista. El proceso de aclimatación es demasiado largo para hacer turismo. Dicen que se necesita un día para entrar y tres para salir.

Crane asintió con la cabeza. Al otro lado del ojo de buey, el agua estaba aun más oscura que antes, veteada por cintas de alguna materia hecha de partículas. La velocidad de descenso cada vez era mayor. Bostezo para destaparse las orejas. En su época de militar había hecho infinidad de inmersiones parecidas, siempre bastante tensas; los oficiales y la tripulación solían estar muy serios y de pie mientras el aumento de la presión hacia crujir y rechinar el casco. En cambio el batiscafo no hacia ningún ruido, aparte del silbido casi imperceptible del aire y del zumbido de los ventiladores del instrumental.

La oscuridad al otro lado del ojo de buey se había vuelto impenetrable. Clavo la vista en las profundidades negras. Mas abajo, en algún lugar, había un complejo de ultimísima tecnología, así como algo más: algo desconocido que le esperaba bajo el limo y la arena del lecho.

Justo entonces, Richardson saco algo de debajo de su asiento y se lo entrego.

—El doctor Asher me pidió que se lo diera. Quizá le haga más corto el viaje.

Era un sobre grande de color azul, cerrado y cubierto de sellos:
INFORMACION CONFIDENCIAL. DE USO EXCLUSIVO. MAXIMO SECRETO
. En una esquina había un sello del gobierno y un cumulo de advertencias en letra pequeña que amenazaban con graves consecuencias a quien osase infringir el pacto de confidencialidad.

Crane dio varias vueltas al sobre. Ahora que había llegado el gran momento, sentía una perversa reticencia a abrirlo. Después de otro instante de vacilación, rasgo el cierre con cuidado y puso el sobre al revés.

En su regazo cayeron una hoja plastificada y un pequeño folleto. Cogió la primera y la miró con curiosidad. Era un esquema de algo que parecía un gran complejo militar, o un barco, con la leyenda
CUBIERTA 10 - HABITACIONES DEL PERSONAL (INFERIOR)
. Se quedó mirándolo. Luego lo dejó y cogió el folleto.

Llevaba impreso en la cubierta el titulo ≪Código de Conducta Naval Clasificada≫. Después de leer por encima los artículos, lo cerro de golpe. ¿Que era? ¿Una muestra del sentido del humor de Asher? Antes de guardar el sobre echó otro vistazo a su interior.

De repente vio que quedaba un papel doblado. Lo saco y lo desdoblo. En el momento de empezar a leerlo sintió un hormigueo muy extraño que arrancaba en las yemas de los dedos y se propagaba rápidamente por todo su cuerpo.

LO QUE SIGUE ES UN FRAGMENTO

Ref.N.°CER-10230a

Resumen: Atlántida

  1. Primera descripción escrita
  2. Causa súbita de la sumersión (hipótesis)
  3. Fecha de la sumersión: 9500 a.C.

Fuente: Platón,
Timeo
(dialogo)

Nuestros libros nos refieren que una formidable escuadra invadió los mares de Europa, procedente de una isla mayor que Libia y Asia reunidas; los navegantes pasaban de esta isla a otras y de estas al continente que tiene sus orillas en aquel mar verdaderamente digno de su nombre.

En esta isla Atlántida sus reyes habían llegado a constituir un gran estado que dominaba toda la isla, muchas otras y hasta diversas partes del continente. Más en los tiempos sucesivos, ocurrieron intensos terremotos e inundaciones, y en un solo día, en una noche fatal, la isla Atlántida desapareció entre las olas.

FINAL FRAGMENTO

En la hoja solo había aquella cita de Platón. Pero era suficiente.

Crane dejó caer el documento en sus rodillas, con la mirada perdida en el ojo de buey. Era la tímida bienvenida a bordo de Asher, su manera de anunciar con precisión que se estaba excavando a tres mil metros de profundidad.

La Atlántida.

Parecía increíble, pero todas las piezas encajaban: el hermetismo, la tecnología… Incluso el gasto. Era el mayor misterio del mundo, la prospera civilización de la Atlántida, interrumpida en su mejor momento por una erupción catastrófica. Una ciudad sumergida. ¿Quienes eran sus habitantes? ¿De que secretos eran poseedores?

Espero sentado, sin moverse, pero no consiguió que se le pasara el hormigueo de nerviosismo. Se dijo que quizá fuera un sueño. En pocos minutos podía sonar el despertador, marcando el principio de otro día de bochorno en North Miami. Todo se desvanecería y el volvería a la rutina de siempre, al dilema entre dos puestos de investigador; seguro, por que no era posible que estuviese bajando hacia una ciudad antigua y perdida, ni a punto de incorporarse a la excavación arqueológica más compleja e importante de la historia.

—¿Doctor Crane?

La voz de Richardson le devolvió a la realidad.

—Nos acercamos al Complejo.

-.Ya?

—Si, señor.

Crane miró rápidamente por el ojo de buey. A tres mil trescientos metros de profundidad, el océano era de un negro tan denso y cenagoso que ni siquiera los focos exteriores podían atravesarlo. Sin embargo, había un extraño y etéreo resplandor que contra toda lógica no procedía de arriba, sino de abajo. Se acercó, y al mirar se quedó sin aliento.

Estaban unos treinta metros por encima de una inmensa cúpula de metal que se elevaba sobre el lecho marino. Aproximadamente a media altura de la cúpula había un acceso en forma de túnel de unos dos metros de diámetro, como una boca de embudo. Por lo demás, la superficie era lisa y sin marcas. No tenía relieve ni inscripciones. Su aspecto era idéntico al de la mitad de una canica de plata hundida en la arena. Al otro lado había un batiscafo que no se diferenciaba en nada del de Crane, amarrado a una compuerta de emergencia. Del punto más alto de la cúpula brotaba un bosquecillo de sensores y aparatos de comunicación, alrededor de un objeto en forma de taza invertida. Miles de minúsculas luces parpadeaban por toda la superficie de la cúpula como piedras preciosas; se encendían y se apagaban en función de las corrientes de las profundidades marinas.

Bajo aquella cúpula protectora se escondía Deep Storm, una ciudad de maravillas tecnológicas, lo más avanzado del momento. Y todavía más abajo (cuanto?), tan antiguos como nuevo era el Complejo, el misterio y la promesa de la Atlántida.

Crane, hipnotizado, se dio cuenta de que sonreía como un tonto. Miró a Richardson con disimulo. El suboficial también sonreía, pero le miraba a el.

—Bienvenido a Deep Storm, señor —dijo.

4

Kevin Lindengood lo tenía todo preparado hasta el último detalle, obsesivamente. Se daba cuenta del peligro (tal vez grave) que corría, pero todo era cuestión de preparación y de control, y el estaba preparado y lo tenia todo controlado. En consecuencia, no había nada que temer.

Se apoyó en el capo de su destartalado Taurus y vio pasar el trafico de Biscayne Boulevard. Aquella gasolinera estaba en una de las calles más transitadas de Miami. No se podía encontrar un lugar más público. Y público era sinónimo de seguro.

Se quedó con la manguera de la bomba de aire en la mano, haciendo como si comprobara la presión de los neumáticos. Hacia calor, treinta y tres o treinta y cuatro grados, pero Lindengood lo agradecía. Ya había tenido suficiente hielo y nieve para varias vidas en la plataforma petrolífera
Storm King.
Hicks y su iPod de las narices, Wherry y su chulería… No, a esa vida no le apetecía volver por nada del mundo, ni tendría por que hacerlo si jugaba bien sus cartas a lo largo del día.

Justo cuando se levantaba tras comprobar el neumático delantero derecho, un coche negro aparco a cuatro o cinco metros del suyo, en el área de servicio. Con una emoción compuesta a medias de entusiasmo y miedo, Lindengood vio salir a su contacto por la puerta del conductor. Había seguido sus indicaciones: acudir al encuentro en camiseta y bañador, para no poder esconder ningún tipo de arma.

Miró su reloj. Las siete. Llegaba puntual.

Preparación y control.

Vio como se acercaba. En los encuentros anteriores se había presentado como Wallace, sin dar nunca su apellido. Lindengood estaba casi seguro de que el nombre de Wallace era falso. Era un hombre delgado, con cuerpo de nadador. Llevaba unas gafas de concha muy gruesas y cojeaba un poco, como si tuviera una pierna ligeramente más corta que la otra. Como era la primera vez que lo veía en camiseta, Lindengood no pudo evitar sonreír ante la blancura de su piel. Se notaba que se pasaba la vida delante del ordenador.

Other books

Dreaming in Technicolor by Laura Jensen Walker
My Animal Life by Maggie Gee
Making Pretty by Corey Ann Haydu
The Banks Sisters by Nikki Turner
Shadow of Guilt by Patrick Quentin
Maliuth: The Reborn by McKnight, Stormy
The Way to Yesterday by Sharon Sala
The Duke's Reform by Miller, Fenella J