—¿Que tal, Chucky?
Chucky se detuvo al cabo de dos pasos y se volvió despacio, por no decir rígidamente, hacia el técnico, que ya iba por la mitad del pasillo. Había tardado un segundo en entender la pregunta. La extraña sensación en la cabeza, como de tenerla demasiado llena, empanaba sus ojos y agravaba el zumbido de sus oídos. Estaba tan absorto en su dolor de cabeza y en los escalofríos que recorrían todo su cuerpo que empezaba a aislarse de su entorno.
—Hola… —trato de decir, pero le salió una voz pastosa, rara.
Volvió a pasarse la lengua por los labios, pero no consiguió humedecerlos. Entonces se fue pasito a pasito hacia la cafetería, parándose en cada cruce de pasillos para mirar los letreros pestañeando, en un esfuerzo por tomar la dirección correcta a través de su neblina mental.
Como faltaba poco para el cambio de turno, el Bajo estaba abarrotado, con gente agolpada frente al caballete donde estaba expuesta la carta, mientras otros esperaban turno para que les sirviesen. Chucky se puso a la cola preguntándose (desde muy lejos) por que sentía sus piernas tan agarrotadas y pesadas. Tuvo la sensación de que el rumor de la cafetería no hacia más que empeorar el zumbido de sus oídos, tan fuerte y nítido que estuvo seguro de que también lo oían los demás. Sin embargo, no parecía que la gente viera nada raro ni fuera de lugar. Era como si su cabeza fuese el único foco de una serie de rayos invisibles de sonido.
¿De donde salían? ¿Quien los lanzaba?
Cogió la primera bandeja del montón y se bamboleo hasta chocar con la persona de delante. Mascullo una disculpa y siguió arrastrándose.
Le hacia falta toda su concentración para seguir la cola. Cogió una lata de refresco. Luego otra, y otra, pensando que quizá aliviasen la sequedad de su boca. Después cogió un plato de ensalada de berros, lo miró dubitativo y lo dejó en su sitio. A continuación se paro en el mostrador de la carne, donde un cocinero con un gran cuchillo de acero le corto una buena tajada de carne de primera, la puso en el plato y le echó un chorro de salsa marrón.
Chucky cogió la bandeja con las dos manos y se dejó caer con todo su peso en la silla vacía que tenia más cerca, haciendo chocar las latas. Había olvidado coger cubiertos, pero daba igual. La dolorosa opresión de la cabeza se estaba extendiendo a las mandíbulas, que le dolían, y al cuello, que ahora estaba rígido. De la poca hambre que pudiera haber tenido ya no quedaba ni rastro. En la mesa había dos mujeres en animada conversación, que se pararon a mirarle. Se acordó de que eran programadoras del departamento de investigación, pero no de sus nombres.
—Hola, Chucky —dijo una de ellas.
—Martes —contestó el.
Estiro la anilla de una de las latas de refresco. Se abrió al segundo intento, manchándole las manos con un poco de líquido marrón. Se la acercó a los labios y bebió con avidez. El simple hecho de amoldar los labios al agujero de la lata ya le dolía. Por otro lado, lo hizo tan mal que le cayeron gotas de refresco por la barbilla. También le dolía tragar.
Mierda.
Dejó la lata, parpadeando, y prestó atención al zumbido de su cabeza. Se había equivocado. No era un zumbido, sino una voz. No, varias voces que susurraban.
De repente tuvo miedo, miedo del entumecimiento de sus dedos, de los escalofríos por todo el cuerpo, y sobre todo de los susurros que oía en su cabeza. Volvía a tener seca la boca. Bebió otro trago con el pulso acelerado. Sentía resbalar el líquido caliente por su garganta, pero no le sabía a nada.
Las voces aumentaron de volumen. Al mismo tiempo, Chucky pasó del miedo a la ira. No era justo. ¿Por que le ocurría esto a el, si no había hecho nada? Los rayos en la cabeza podían dirigirse a otro; el Complejo estaba lleno de capullos que se lo merecían.
Las mujeres de la mesa lo miraban con cara de preocupación.
—¿Te encuentras bien, Chucky? —preguntó la otra programadora.
—Vete a la mierda —dijo Chucky.
Les importaba un bledo. Lo único que hacían era quedárselo mirando mientras las señales le llenaban la cabeza de voces, se la iban llenando y llenando hasta hacerla estallar…
Se levantó de golpe; choco con la bandeja y llenó la mesa de refresco y salsa. Estuvo a punto de caer, pero recuperó el equilibrio. Toda la cafetería daba vueltas. En su cabeza, las voces aun eran más fuertes, pero de repente ya no le importaba. Ahora sabía de donde venían los rayos. Eran radiactivos, seguro. !Que tonto! !Como no se había dado cuenta! Se acercó tropezando al mostrador de la carne y cogió uno de los cuchillos grandes, que aun llevaba trocitos de carne y de grasa pegados. El cocinero dijo algo y se lanzó hacia el, pero un cuchillazo lo hizo encogerse. Se oyeron gritos. Chucky no les hizo caso; las voces de su cabeza los ahogaban. Salió tambaleándose de la cafetería y se fue por el pasillo con el cuchillo en alto. Ahora sabia que era la radiación: se le estaba metiendo en la cabeza, le hacia volverse raro, enfermo.
Pero el iba a acabar con eso.
Enfilo el pasillo a trompicones, lo más deprisa que pudo. Esta vez no se equivocaría de camino. Sabía perfectamente adonde tenía que ir, y no quedaba lejos. Todos los que se cruzaban con el se pegaban a la pared para esquivarlo, pero se habían convertido en poco más que formas borrosas y monocromáticas a las que Chucky no prestaba atención.
Cuanto más tumbos daba por el pasillo, peores eran los escalofríos y más fuertes las voces. No quería escucharlas. No, no pensaba hacer eso tan grave que le incitaban a hacer. Ya las haría callar, ya. Sabía perfectamente como.
Lo vio delante: una puerta grande y reforzada, en la que colgaba un aviso rojo oscuro y amarillo de radiactividad, y dos marines que al verlo empezaron a gritarle. Con el coro de voces, Chucky no oía nada. Uno de los marines hinco una rodilla en el suelo y lo apunto con algo, sin dejar de mover la boca como un desesperado.
Chucky dio otro paso. De repente hubo un chispazo, acompañado por una detonación tan brutal que ahogo incluso la cacofonía de voces. Un intenso dolor se propago por el pecho de Chucky, que se sintió empujado hacia atrás con una violencia extraordinaria. Después, tanto el dolor como las voces se apagaron lentamente, devoradas por una oscuridad sin límites; por fin, Chucky encontró la paz.
El mayor de los dos quirófanos del centro médico tenia todo el equipo y el instrumental necesarios para operaciones importantes, desde una apendicetomía normal hasta la más compleja intervención laparoscópica. Sin embargo, aquella tarde lo habían adecuado para una función totalmente distinta: la de depósito provisional de cadáveres.
El de Charles Vasselhoff estaba encima de la mesa de operaciones, ligeramente azulado bajo los focos. Le habían abierto el cráneo por arriba para sacarle el cerebro, pesarlo y dejarlo otra vez en su sitio. El zumbido de una sierra hizo vibrar las paredes metálicas del quirófano. Era Crane, que atacaba el esternón y practicaba una incisión en forma de Y en el pecho y el abdomen. Junto a el había una residente, al lado de la bandeja de instrumentos para autopsias, y algo más lejos Michelle Bishopp. La doctora tenía la cara tapada con una mascarilla, pero fruncía el entrecejo.
Cerca de la puerta, y lejos del cadáver, estaba el comandante Korolis.
—¿Cuando estará el informe final, doctor Crane? —preguntó.
Haciendo caso omiso de su pregunta, Crane apago la sierra, se la dio a la residente y se volvió hacia el micrófono de una grabadora digital para seguir dictando.
—Herida penetrante de bala en el lado derecho del tórax. Herida en la piel y los tejidos blandos, sin perforación. No hay señales de que el disparo se efectuase desde cerca, como restos de pólvora o chamuscamiento de la herida.
Miró a Bishopp, que le tendió unas tijeras sin decir nada. Crane cortó las costillas restantes y levantó con cuidado el esternón.
Uso el fórceps para examinar los destrozos que dejó a la vista la lámpara del techo.
—La trayectoria de la herida es de delante hacia atrás, con una ligera inclinación descendente. La herida consiste en un orificio circular de un centímetro y medio, con abrasión semicircular y una leve laceración radial marginal. Afecta a la segunda costilla anterior derecha, al lóbulo inferior del pulmón derecho, a la vena subclavia derecha y al tracto gastrointestinal inferior.
Cogió un enterótomo, inserto la hoja en forma de bulbo en el lumen y la empujo suavemente hacia abajo, moviendo hacia un lado las vísceras.
—Bala deformada de gran calibre incrustada en los tejidos del lado izquierdo del cuerpo vertebral T2.
Extrajo delicadamente la bala con el fórceps y se volvió otra vez hacia la grabadora.
—Diagnóstico patológico —siguió diciendo—. La herida de entrada del disparo en la parte superior del tórax penetro en la cavidad pleural derecha y lacero la vena subclavia derecha. Causa de la muerte: traumatismo y abundante hemorragia en el espacio pleural derecho. Modo, homicidio. Pendiente de informe toxicológico.
Korolis arqueó las cejas.
—¿Homicidio, doctor Crane?
—Usted como lo llamaría? —replico Crane—. ¿Defensa propia?
Tiro la bala a una cubeta metálica, donde reboto sonoramente.
—Tenía un arma mortal en la mano, y la blandía de un modo agresivo y amenazador.
Crane se rio amargamente.
—Ya. Vaya, así que los soldados armados corrían peligro.
—Vasselhoff estaba decidido a penetrar en un área restringida y de alto secreto.
Crane dio el fórceps a la residente.
—Que pasa, ¿que iba a cortar su queridísimo reactor con un cuchillo de cocina?
La mirada de Korolis oscilo rápidamente entre la residente y la doctora Bishopp, antes de posarse otra vez en Crane.
—A todos los que firman el contrato se les deja muy claro que los puntos estratégicos del Complejo serán protegidos a toda costa. Haría bien en tener más cuidado con lo que dice, doctor. Las consecuencias de infringir los compromisos que firmo son muy graves.
—Pues denúncieme.
Korolis se quedó callado, como si se lo pensara. Después suavizo el tono, que se volvió casi aterciopelado.
—¿Para cuando puedo esperar el informe?
—Para cuando lo termine. ¿Ahora por que no sale y nos deja seguir trabajando?
Korolis hizo otra pausa. Después se formo en sus labios una leve sonrisa, que apenas dejaba entrever los dientes, y miró el cadáver. Por ultimo, tras un movimiento casi imperceptible de la cabeza hacia Bishopp, salió sin hacer ruido del quirófano.
Al principio los tres se quedaron quietos, oyendo como se alejaban sus pasos. Después Bishopp suspiró.
—Me parece que acaba de ganarse un enemigo.
—Me da igual —contestó Crane.
Era verdad. Se sentía enfermo de rabia, rabia por el ambiente de secretismo e intolerancia militar que afectaba a todo el proyecto Deep Storm, y rabia por no ser capaz de remediar la dolencia que indirectamente acababa de provocar la muerte de Vasselhoff. Se quito los guantes, los tiró a la cubeta metálica, apago la grabadora y se volvió hacia la residente.
—Le importaría cerrar, por favor?
La residente asintió con la cabeza.
—De acuerdo, doctor Crane. ¿Aguja de Hagedorn?
—Si, es suficiente.
Crane salió del quirófano y se apoyó exhausto en la pared del pasillo central del centro médico. Bishopp se puso a su lado.
—¿Va a acabar el informe? —preguntó.
Crane sacudió la cabeza.
—No. Ahora mismo, como siga pensando en ello me enfadare más de la cuenta.
—Quizá le convendría dormir un poco.
Crane se rio sin alegría.
—Lo veo difícil, sobre todo después de un día como hoy. Además tengo pendiente lo de Asher, que saldrá dentro de unas tres horas.
Bishopp lo miró.
—¿Salir? ¿De donde?
—¿No lo sabia? Esta en la cámara hiperbarica.
Puso cara de sorpresa.
—¿Asher? ¿Por que?
—Por su problema de insuficiencia vascular. Parece que ha empeorado en los últimos días. Ahora tiene ulceras en las extremidades.
—¿Con alguna obstrucción? No debería estar en la cámara. Debería estar aquí, y que le hicieran un bypass.
—Ya, ya se lo dije, pero insistió mucho. Se… —Crane hizo una pausa al acordarse del pacto de silencio al que había accedido—. Parece que esta a punto de dar un gran salto en la investigación, y se niega en redondo a dejar de trabajar. Hasta se ha llevado a Marris al interior de la cámara para seguir trabajando.
Bishopp no contestó. Miró el pasillo, pensativa.
Crane bostezo.
—Así que ya ve, no podría dormir aunque quisiera. Aprovechare para adelantar con algunos papeles. —Hizo una pausa—. Ah, por cierto… ¿Ya ha salido alguno de los electroencefalogramas?
—De momento solo uno: Mary Philips, la paciente con insensibilidad en las manos y la cara. Se lo he dejado en el despacho. Voy a ver como siguen los demás. Le encargue al técnico que hiciera la programación. A estas horas ya debería haber una docena hechos. Pediré que le traigan los resultados impresos.
—Gracias.
Crane vio que se alejaba rápidamente por el pasillo. Al menos había una cosa buena: la relación entre ellos había mejorado mucho.
Volvió lentamente a su pequeño despacho. Tal como le había prometido Bishopp, tenia los resultados de un electroencefalograma encima de la mesa: un voluminoso fajo de unas dos docenas de hojas con datos de ondas cerebrales, más un informe prendido con un clip a la primera hoja. No le gustaba nada leer electroencefalogramas; detectar anomalías eléctricas en el cerebro de alguien a partir de una serie de interminables garabatos era algo exasperante, pero las pruebas las había encargado el. No podía permitirse dejar sin explorar ningún camino. Si su hipótesis de que los problemas de Deep Storm eran neurológicos tenía alguna solidez, los electroencefalogramas podrían confirmarlo o desmentirlo.
Una vez sentado se frotó los ojos de cansancio y desplego los resultados en la mesa; el paisaje interior del cerebro de Mary Philips, con líneas que subían y bajaban en función de los cambios de amplitud y frecuencia. A simple vista parecían normales, pero Crane recordó que los electroencefalogramas siempre lo parecían. No eran como los electrocardiogramas, donde saltaban a la vista las anomalías. La clave, en aquel caso, era la evolución de valores relativos en el tiempo.
Se concentro en el ritmo alfa. Los resultados mostraban la máxima amplitud en los cuadrantes posteriores, algo normal en adultos despiertos. Recorrió varias hojas con la mirada sin ver ninguna anomalía aparte de los síntomas pasajeros asociados a la ansiedad y a una posible hiperventilación. De hecho el ritmo dominante posterior de aquella paciente estaba muy bien organizado; muy rítmico, sin señales de frecuencias adicionales más lentas.