—Sin embargo no hay síntomas comunes —dijo Corbett—; al menos ninguno especifico.
—Algo en común tiene que haber. Lo que ocurre es que aun no lo hemos encontrado. Hemos estado demasiado ocupados apagando fuegos para formarnos una idea general. Tenemos que tomar un poco de distancia y hacer un diagnóstico diferencial.
—¿Como propone que lo hagamos? —preguntó Bishop.
—Como nos enseñaron en la facultad, observando los síntomas, proponiendo explicaciones y eliminando cada hipótesis que se demuestre que es falsa. Empezaremos haciendo una lista. —Saco algunas hojas de su carpeta, y un bolígrafo. Después miró los dos portátiles que brillaban sobre la madera—. Perdón —dijo, riéndose un poco—. Es que prefiero hacerlo a la antigua.
Corbett asintió, sonriendo, y bebió un poco más. En toda la sala de reuniones flotaba un delicioso olor a café italiano.
—Ahora sabemos que el aire de la estación no contiene ningún gas ningún agente atmosférico especial (aspecto que, dicho sea de paso, no hay que divulgar). Por lo tanto, podemos eliminar esa posibilidad. ¿Que nos queda? Doctora Bishop, usted menciono algunos casos graves de nauseas. Podría indicar una intoxicación: sistémica, por algún alimento o bebida, o general, por interacción con alguna toxina de la estación.
—O simplemente un problema de nervios muy agudo —respondió Bishop.
—Es verdad. —Crane hizo una anotación—. Existen bastantes argumentos a favor de que sea psicológico, como nos ha demostrado Waite. Vivimos en un entorno extraño y lleno de tensión.
—¿Y una infección? —preguntó Corbett—. ¿Una epidemia de algún tipo desconocido?
—Es otra posibilidad. En Deep Storm, o en alguno de sus habitantes, podría concentrarse alguna enfermedad, vírica, fúngica o bacteriana, y sus portadores podrían ser algunos o todos los pacientes que acuden a nosotros.
—No se si estoy de acuerdo —dijo Bishop—. Lo único que se me ocurre capaz de manifestarse de tantas maneras seria un efecto secundario del consumo de fármacos.
—Muy buena sugerencia. El agente causal también podría ser un fármaco. —Crane hizo otra anotación—. Se administro algo a la gente antes de entrar en la estación? Una inyección o algo por el estilo? Alguna vitamina? ¿Los trabajadores reciben algún tipo de medicación para mantenerse concentrados?
—Que yo sepa, no —dijo Bishop.
—Habría que investigarlo. Otra posibilidad son los fármacos o drogas ilegales.
—Como la metanfetamina —añadió Corbett.
—O el éxtasis. Inhibe la transmisión del glutamato y puede provocar comportamientos similares al de Waite.
—También podría ser la alimentación —propuso Bishop—. Nuestro equipo de nutricionistas ha desarrollado una dieta especial alta en proteínas y baja en hidratos de carbono. El ejercito la esta probando en el Complejo.
—Interesante. Habría que volver a consultar los análisis de sangre, por si estuviera relacionado con la alimentación. —Crane miró a Bishop y a Corbett, contento de que colaborasen—. Están saliendo bastantes posibilidades. A ver si hay alguna que podamos descartar. Sabemos que los síntomas no se limitan a ninguna zona o tipo de trabajo concretos de la estación. Podrían estar relacionados con la edad o el sexo?
Bishop tecleo en su portátil.
—No. Los pacientes tienen diversas edades, y la distribución por sexos es la misma que en la estación en general.
—Muy bien. Al menos ya tenemos un punto de partida. —Crane examino sus notas—. A primera vista, lo más prometedor parece la intoxicación, o el consumo de fármacos. Una intoxicación por metales pesados, por ejemplo, podría explicar la gran variedad de síntomas. En tercer lugar, pero bastante lejos, tendríamos una enfermedad contagiosa. De todos modos vale la pena investigarlo. —Miró a Corbett—. Quien es el mejor técnico del centro médico?
Corbett pensó un poco.
—Jane Rand.
—Pregúntele si puede reunir toda la información de los pacientes a los que se ha atendido y programar una búsqueda de correspondencias ocultas. Dígale que lo cribe todo, desde el historial laboral hasta los resultados médicos. —Crane hizo una pausa—. También podría acceder a las consumiciones de los pacientes en la cafetería?
Corbett pulsó algunas teclas de su portátil, alzo la cabeza y asintió.
—Pues añádalo a la lista, por si sale algo. Lo siguiente seria comparar los historiales de los pacientes con la población sana de Deep Storm. Quizá haya divergencias. —Crane miró a Bishop—. ¿Doctora Bishop, podría volver a examinar los análisis de sangre en busca de indicios de intoxicación o consumo de drogas?
—De acuerdo —dijo ella.
—Por favor, que el personal tome muestras de pelo de todos los pacientes que hayan pasado por el centro médico en las dos últimas semanas. Tampoco estaría de más, como medida preventiva, tomar muestras de sangre y de orina de todos los pacientes nuevos, aunque solo se hayan clavado una espina. Bueno, ahora que lo pienso lo mejor será hacerles todas las pruebas: electrocardiograma, ecografía, electroencefalograma… Todo.
—Ya le dije que no tenemos encefalógrafo —dijo Bishop.
—¿Y posibilidades de tenerlo?
Se encogió de hombros.
—Tardaría un poco.
—Pues haga la solicitud, por favor. Me daría mucha rabia dejar alguna piedra sin levantar. !Ah! Por cierto, podría pedir a todos sus investigadores que examinen los historiales de los pacientes más antiguos. Si hay alguna clase de epidemia, quizá podamos identificar al primer portador. —Crane se levantó—. Creo que iré a hablar con los nutricionistas, para enterarme de todo lo que pueda sobre la dieta especial. Volveremos a reunimos mañana para poner en común los resultados.
Se quedó en la puerta.
—A propósito, quería preguntarles algo: ¿quien es el doctor Flyte?
Bishop y Corbett se miraron.
—¿El doctor Flyte? —preguntó ella.
—Si, un griego bastante mayor que lleva un mono de peto. Entro en mi camarote sin llamar poco después de mi llegada. Es un personaje raro, que parece que disfruta hablando de forma enigmática. De que trabaja?
Hubo una pausa.
—Lo siento —dijo Corbett—, pero a mi no me suena.
—¿No? —Crane se volvió hacia Bishop—. Bajo, nervudo, con una mata de pelo blanco despeinado. Me dijo que su trabajo era confidencial.
—Aquí no hay nadie que responda a esa descripción —respondió ella—. El trabajador más viejo tiene cincuenta y dos años.
—¿Que? —dijo Crane—. Imposible. Le vi con estos ojos.
Bishop bajó la vista hacia su portátil, introdujo una orden breve, echó un vistazo a la pantalla y levantó la cabeza.
—Lo que le digo, doctor Crane. En Deep Storm no hay nadie que se llame Flyte.
Robert Loiseau se apartó de los fogones industriales y se quito el gorro de cocinero para secarse el sudor de la cara con el trapo de la cintura. A pesar de lo fresco que se estaba en la cocina, sudaba como un cerdo, y eso que había entrado a trabajar hacia media hora. Se anunciaba un día largo, larguísimo.
Miró el reloj de la pared. Las tres y media. Ya había pasado el desenfreno de la hora de comer. Los de la limpieza habían lavado las ollas y sartenes y en la cocina reinaba la calma, pero una calma relativa, por que ya hacia tiempo que Loiseau sabía que ser cocinero en la Marina no tenía nada que ver con serlo en tierra firme. No había horarios fijos. La gente podía presentarse en cualquier momento. Como en el Complejo había tres turnos, no era infrecuente servir un desayuno a las ocho de la tarde o un almuerzo a las dos de la madrugada.
Se seco otra vez la cara y dejó colgado el trapo. Desde hacia unos días no dejaba de sudar, en la cocina y en todas partes, y no era lo único que le llamaba la atención. También le temblaban un poco las manos, y su pulso era más rápido de lo que habría deseado. Estaba cansado todo el día, pero después no podía dormir. No sabía exactamente desde cuando tenía aquellas sensaciones, pero era evidente que empeoraban, a paso lento pero firme.
Al Tanner, el jefe pastelero, pasó silbando ≪Some Enchanted Evening≫. Llevaba una manga de pastelero al hombro, como si fuera una oca recién muerta. Solo dejó de silbar para decir:
—Eh, Luase!
—Es ≪Luaso≫ —murmuro Loiseau entre dientes.
En una cocina de nivel, como aquella, lo normal habría sido que la gente supiera pronunciar un apellido francés. Quizá le tomaban el pelo… El único que lo pronunciaba bien era Renault, el jefe de cocina, que casi nunca se dignaba llamar a la gente por su nombre. Prefería hacerlo con un gesto seco del índice.
Se volvió hacia los fogones suspirando. No era el momento de ponerse a pensar. Lo más urgente era preparar la bechamel, que hacia falta en abundancia; Renault iba a servir tournedós
sauce
Mornay y
cotelettes d'agneau a l'Ecossaise,
dos salsas con base de bechamel. Naturalmente, Loiseau sabía hacer bechamel hasta dormido, pero la experiencia le había enseñado que cocinar era como correr una maratón: si te parabas, los demás seguían corriendo, y si hacías una pausa demasiado larga ya no podías alcanzarlos.
Rehogar la cebolla, incorporar la harina con la mantequilla… Mientras seguía los pasos, Loiseau sintió que se aceleraban de nuevo su pulso y su respiración. Podía ser alguna enfermedad, por supuesto que si, pero el tenia otra explicación más verosímil (al menos a su juicio) para las palmas sudadas y el insomnio: la ansiedad. Una cosa era trabajar en un portaaviones, con sus enormes hangares y sus pasillos interminables, llenos de ecos, y otra aquello. Durante el proceso de selección, con su inacabable serie de entrevistas, no se había parado a pensar en como seria vivir en Deep Storm. El sueldo era fabuloso, y la idea de participar en un proyecto secreto y de última generación resultaba tentadora. A fin de cuentas, después de cinco años trabajando en cocinas de barcos, ¿podía ser muy diferente cocinar bajo el mar en vez de hacerlo flotando sobre el?
La realidad le había tomado por sorpresa.
≪Que calor, por Dios!≫ Añadió lentamente la mezcla sin dorar de harina y mantequilla a la base de leche, tomillo, laurel, mantequilla y cebolla. Al inclinarse hacia el cazo para batir la mezcla con vigor, se apoderó de el un súbito mareo que lo obligo a retroceder y aspirar una bocanada de aire. Estaba hiperventilando. ≪Controla esos nervios, tío, que acaba de empezar el turno y queda la hostia de trabajo≫.
Tanner ya volvía de la despensa con un gran saco de harina en las manos. Se paro al ver a Loiseau.
—¿Que, tío, va todo bien?
—Si, perfecto —dijo Loiseau.
Espero a que se fuera para volver a secarse la cara y seguir batiendo. Si paraba se quemaría la salsa y tendría que empezar desde cero.
No había previsto que echara tanto de menos el sol y el aire fresco. !Al menos los portaaviones se movían! El nunca se había considerado claustrofóbico, pero vivir en una caja de metal, sin ninguna posibilidad de salir, con tanto mar sobre la cabeza… Acababa afectando, la verdad. Al que hubiera diseñado Deep Storm había que felicitarlo por su ingenio de miniaturista. Al principio, cuando trabajaba en el Alto, el comedor de la cubierta once, Loiseau no lo había notado tanto, pero luego le habían trasladado a Central, la cocina de la séptima planta, y ahí si que se notaba uno un poco más apretado. Cuando estaba el comedor a tope, y la cosa hervía de verdad, se apretujaba tanta gente que casi no podías moverte. Era el momento en que Loiseau se había sentido peor durante los últimos días. Esa misma mañana, sin ir más lejos, lo primero que había pensado al despertar era en el follón de la hora de comer, y ya le habían empezado los sudores, antes de levantarse de la litera de las narices…
Tuvo un calambre de indigestión en el estomago, que le hizo apretar con todas sus fuerzas el botón de acero inoxidable del fogón. Otro mareo. Ligeramente inquieto, sacudió la cabeza para despejarse. No, si al final tendría algo… Quizá fueran los primeros síntomas de una gripe. Decidió pasar por el centro médico a la salida del trabajo. Seguro que podían ayudarle, tanto si era un problema de nervios como una enfermedad.
Haciendo de tripas corazón, siguió batiendo y apartó con cuidado la salsa del fogón para comprobar su color y su aroma. En pleno esfuerzo de concentración vio a un ≪corredor≫ (uno de los empleados del Bajo, la sala comunitaria más baja del Complejo) que salía corriendo con un montón de platos preparados. Como en el Bajo tenían una cocina muy pequeña, solían mandar corredores (gente que trabajaba y vivía en el área restringida de Deep Storm, y que contaba con todos los permisos necesarios) para bajar platos cocinados en Central a los niveles inferiores.
Esa era otra cosa que le fastidiaba: las medidas de seguridad. Abajo se notaban mucho más que en el Alto. Reconocía enseguida a los que trabajaban en las aéreas restringidas, por que siempre se sentaban a la misma mesa, apartados del resto, y hablaban en voz baja, juntando las cabezas. A que venia tanto hermetismo en una expedición científica? Todo era tan confidencial que Loiseau no sabía si la expedición iba bien o mal, ni si avanzaban, lo cual significaba que tampoco tenía la menor idea de cuando podría salir y volver a su casa.
Su casa…
De repente le invadió un mareo más fuerte, que le hizo perder el equilibrio y cogerse otra vez al mango del fogón. No era un ataque de nervios. Era otra cosa, algo grave. Hizo un esfuerzo para no caer al suelo, mientras el miedo recorría todo su cuerpo.
De repente empezó a verlo todo borroso. La gente interrumpía su trabajo y dejaba el cuchillo, la espátula o la cuchara de madera para mirarlo. Alguien le estaba diciendo algo, pero no lo entendió, por que todos los sonidos se habían reducido a un murmullo. Tendió el brazo para no perder el equilibrio, buscando la cazuela llena de bechamel, pero falló y cayó al suelo. No sentía nada. Otro mareo, aun más fuerte que el anterior. De repente su olfato captó un olor desagradable, a pelo quemado y a carne chamuscada. Se preguntó si era una alucinación. Varias personas corrían hacia el. Al mirar hacia abajo, observo con una mezcla de curiosidad y desapego que su mano había empujado la cazuela de bechamel y se había caído sobre el fogón encendido. Entre sus dedos saltaban llamas azules. Aun así no sentía nada. Una extraña negrura le envolvía como una manta. De pronto le pareció lo más normal del mundo derrumbarse en el suelo y resbalar hacia sueños oscuros.
—¿Le falta mucho, doctor?