Authors: Nicholas Evans
Entonces, ¿cómo explicar que se estuviera sincerando con un desconocido como Luke?
Habían iniciado el ascenso del último tramo de ladera, previo al claro donde habían colocado la trampa. Helen no sabía por qué se lo estaba contando. Lo único cierto era que Luke le inspiraba confianza. Estaba segura de que no iba a reírse.
El chico caminaba a su lado, atento a sus palabras. De vez en cuando la miraba con ojos verdes y serios, pero sin perder la prudencia necesaria para no resbalar en un terreno tan traicionero. Helen casi había llegado al final de la historia, y en todo ese tiempo Luke no había abierto la boca. Aun juzgando poco probable que se burlara de ella, Helen activó su viejo mecanismo de autodefensa y añadió un comentario jocoso, por si acaso.
—La verdad es que da rabia. He intentado soñar números de lotería o carreras de caballos, pero no hay manera.
Luke sonrió.
—¿Y el sueño de esta noche en qué co... co... consistía?
—En un lobo que cruzaba un río. Nada más.
No era toda la verdad: siguiendo la extraña dualidad que permiten los sueños, el lobo también era Joel, y había llegado a la otra orilla sin girarse ni una vez. Después se había internado en el bosque.
—Así que no estaba en la trampa.
—No. A lo mejor se ha escapado.
Helen esperó a que Luke dijera algo, pero el muchacho se limitó a asentir con la cabeza y mirar el arroyo, que se debatía entre dos rocas y, convertido en diez metros de espumosa cascada, caía en un pequeño estanque de turbios remolinos.
—¿Qué? ¿Te parezco una loca? —acabó preguntando Helen.
—¡Qué va! Yo también sueño co... co... cosas rarísimas.
—Bueno, pero ¿se hacen realidad?
—Sólo las pesadillas.
—¿Sueñas con lobos?
—A veces.
El agua hacía demasiado ruido para seguir hablando. Permanecieron en silencio hasta detenerse al borde del prado. A aquella altura la hierba apenas había perdido su color verde. Vieron al otro lado el bosquecillo donde habían colocado la trampa. Observaron con atención, pero lo único que daba señales de vida era una pareja de cuervos que sobrevolaba lánguidamente los restos del alce.
—¿Si hubiera conseguido soltarse aún recibiríamos la señal?
—Puede que sí.
Se internaron en el prado. Aproximándose al sendero paralelo al bosquecillo, Helen divisó el agujero que había dejado la trampa al ser arrancada del suelo. Una vez ahí encontraron un surco largo, hecho por el gancho de la cadena al buscar el lobo un lugar donde refugiarse. Si bien el surco les permitía determinar el paradero aproximado del animal, seguían sin oír ni ver nada.
Helen llegó a pensar que Luke podía estar en lo cierto, y que tal vez el lobo se hubiera soltado. Entonces oyó el ruido metálico de la cadena, y supo que lo tenían cogido. Estaba dentro de los arbustos, a unos diez metros de donde se encontraban ellos.
Susurró al joven que se quedara quieto hasta haber evaluado la situación. Después siguió el surco en dirección al bosquecillo, procurando no caminar demasiado deprisa.
Según había explicado a Luke, un preámbulo necesario era comprobar la fuerza con que la trampa se había cerrado en torno a la pata del lobo y ver si la cadena estaba bien sujeta. Cuando se capturaba a un cachorro, un animal de menos de un año o un adulto de bajo rango, la cosa no tenía demasiada importancia; solían adoptar una posición sumisa, sin atreverse siquiera a mirar a los ojos a sus captores. En cambio, tratándose de un macho o hembra dominante todas las precauciones eran pocas. Se corría el peligro de ser atacado a la menor oportunidad; por lo tanto, era crucial saber si estaban bien atrapados, y hasta dónde podían llegar.
Helen volvió a oír el ruido de la cadena. Esta vez se produjo un movimiento de arbustos que permitió entrever una porción de pelaje claro tras el revoloteo de hojas amarillas. Ella sabía por Luke que la hembra dominante era prácticamente blanca, y al pensar que podía ser ella le dio un vuelco el corazón.
Se volvió hacia Luke y articuló en silencio: «Me parece que es la madre.»
Había llegado al borde del bosquecillo, y vio la marca que había dejado la cadena al meterse la loba en él. Se detuvo a escuchar y escudriñar el laberinto de ramas. Intuía que la loba no podía estar a más de metro y medio, dos como mucho, pero no la veía por ninguna parte. Otra vez reinaba el silencio. Sólo se oía el ruido lejano del agua, y el graznido intermitente y burlón de un cuervo al otro lado del prado.
Levantó el pie con lentitud, pensando que quizá pudiera ver a la hembra si se adentraba un poco por los arbustos. Fue como si hubiera bastado con pensarlo, ya que, apenas movido el pie, las ramas se zarandearon en sus narices.
La cabeza de la loba apareció de golpe, toda dientes, encías rosadas y ojos amarillos, embistiendo entre las ramas. Helen se llevó tal susto que dio un salto hacia atrás, perdió el equilibrio y cayó de espaldas en el prado sin quitar el ojo de encima a la loba, cuya cabeza vio desaparecer con una sacudida, señal de que la cadena estaba bien sujeta. Al mirar hacia arriba topó con el rostro burlón de Luke.
—Creo que sí, que es la madre —dijo éste.
—Lo he hecho a propósito. Caerse en cuanto ves al lobo. Procedimiento de rutina.
En cuanto Helen estuvo de pie él señaló una formación rocosa contigua al bosquecillo.
—A lo mejor desde esas rocas se ve algo.
Tenía razón. Lo lógico habría sido empezar por ahí.
—Vale, sabiondo.
Se metieron por el bosquecillo, alejándose de la loba. La peña estaba cortada a pico, sin agujeros donde poner el pie. Luke trepó en primer lugar y echó una mano a Helen, que tuvo que cogérsele del hombro para conservar el equilibrio. Encaramados a una plataforma de roca demasiado estrecha, escudriñaron los arbustos.
La loba estaba a unos seis metros, gruñendo y enseñando los dientes. Tenía el color de una nube sin lluvia, con leves matices de gris en el lomo y los hombros.
—¿A que es preciosa? —susurró Luke.
—Sí.
Tenía la trampa en la pata delantera izquierda. Los ganchos se habían hincado en unas raíces, y los forcejeos de la loba habían enrollado dos veces la cadena en torno a ellos.
—No hay peligro de que se mueva —dijo ella—. Lo mejor será acercarse desde el otro lado.
Saltaron al suelo y regresaron al lugar donde habían dejado las mochilas. Helen sacó su vara y llenó la jeringuilla con la cantidad indicada de xilacina y telezol. Después circundaron el lugar donde estaba la loba y, poco a poco, se metieron por el bosquecillo desde el otro lado. Helen iba en cabeza.
Oyó un gruñido. Cuando apartaron los últimos arbustos y vieron a la loba, ésta intentó atacarlos, pero la cadena frustró su acometida. Se echó en el suelo lentamente sin dejar de gruñir.
—Hola, mamá —dijo Helen con dulzura—. ¡Pero bueno, qué preciosidad!
La loba estaba en perfecto estado, con un pelaje lustroso al que faltaba poco para alcanzar el espesor del invierno. Calculó que tendría de tres a cuatro años, y que debía de pesar casi cuarenta kilos. El sol daba a sus ojos un brillo casi verdoso.
—No te asustes —la tranquilizó—. No vamos a hacerte nada. Sólo queremos que te duermas un rato.
Y, sin cambiar de tono, pidió a Luke que caminara sin prisas hacia el otro lado. Tal como esperaba, la loba desconfió y se dio la vuelta, luchando contra el peso de la trampa para no perder de vista a Luke. Entonces, Helen clavó la jeringuilla en los cuartos traseros de la loba, igual que un torero.
La loba gruñó y dio mordiscos en el aire; pero Helen estaba preparada y consiguió vaciar la jeringuilla. Acto seguido se apartaron y observaron desde lejos, viendo nublarse los ojos de la loba y aflojársele los músculos. El animal acabó por desplomarse como un borracho en un umbral.
Media hora más tarde estaba casi todo hecho. Le habían vendado los ojos, la habían pesado y medido, le habían extraído sangre y muestras de heces y la habían revisado desde la dentadura a la cola. No tenía piojos, y su salud parecía perfecta. La trampa le había dejado una pequeña herida en la pata, pero no había fracturas que lamentar. Helen aplicó ungüento antibiótico a la herida e inyectó una segunda dosis de somnífero por si las moscas. Sólo faltaba ponerle una etiqueta de identificación en la oreja y colocarle un collar transmisor.
Luke estaba de rodillas al lado de Helen, acariciando el flanco plateado de la loba. Había demostrado ser un ayudante modélico, tomando notas, marcando las muestras y extrayendo cuanto necesitara Helen de la caja donde guardaba su equipo de campo.
Ella se puso en cuclillas y lo miró. Estaba absorto en sus caricias y en sus ojos había tal dulzura, un asombro tan inocente, que Helen tuvo ganas de acariciarlo a él.
Pero se limitó a decir:
—¿A que tiene un pelaje increíble? Fíjate cuántas capas.
—¡Sí, y qué colores! De lejos pa... parece blanca del todo, pero cuando la miras de cerca te das cuenta de que no. Hay varios tonos de negro y marrón, y hasta algún toque rojizo.
Luke sonrió a Helen. Ella le correspondió y volvió a sentir una especie de vínculo que los unía. Fue ella quien rompió el hechizo mirando a la loba.
—Va a despertar dentro de nada.
Tras ponerle la tarjeta en la oreja y apuntar el número le pasó el collar por el cuello, procurando que no estuviera demasiado apretado y comprobando que la señal siguiera funcionando. Después quitó la venda e hizo una serie de fotografías. Empezaron a meter el equipo en las mochilas, y justo al acabar vieron que la loba empezaba a moverse.
—Vamonos —dijo Helen—. Conviene que se sienta a sus anchas.
Luke siguió mirando a la loba sin moverse.
—¡Luke!
El muchacho se volvió, y ella advirtió una mirada de tristeza.
—¿Te pasa algo?
—No.
—El collar podría salvarle la vida.
Él se encogió de hombros de forma casi imperceptible.
—Puede ser.
Dejaron a la loba al lado del camino, cerca de donde había caído en la trampa. Se pusieron las mochilas y cruzaron el prado. Un coyote ahuyentaba del cadáver del alce a la pareja de cuervos, pero se interrumpió al ver a Luke y Helen y, contrariado, se refugió en los arbustos.
Bajo la mirada atenta de Luke y Helen, apostados junto a los árboles del lado opuesto del prado, la loba se levantó con cierta dificultad y, después de dar unos pasos vacilantes, se detuvo para lamerse la pata de delante. A continuación levantó el hocico y olfateó el aire con delicadeza. Al detectar el olor de ellos, se volvió y los miró. Helen la saludó con la mano.
—Hasta otra, mamá.
La loba les volvió la espalda con el mismo desdén que una estrella de cine ofendida y, levantando la cola, subió al trote por el cañón.
No se cansaba de mirarla.
Helen caminaba a la orilla del agua, hablando por el teléfono móvil. Se había quitado las botas y los calcetines, y antes de cada paso ponía rectos los dedos de los pies, como una bailarina de ballet. Tenía cerca a
Ojo de Luna
, que se dedicaba a mordisquear las hierbas más altas. Al pasar a su lado, Helen le hizo una caricia sin fijarse mucho en él. Luke se preguntó si se daría cuenta de ser tan guapa.
Estaba sentado en el suelo delante de la cabaña, en el mismo lugar donde habían hecho un picnic. Nada más volver, Helen había tapado la hierba con una vieja manta de color azul y había sacado queso, fruta, galletas, frutos secos y chocolate. Habían comido a pleno sol, comentando con entusiasmo los últimos acontecimientos.
El sol seguía describiendo su trayectoria, y la sombra del techo de la cabaña avanzaba por la manta, cubriendo a Luke hasta las piernas. No tardaría en alcanzar las botas.
Buzz
estaba panza arriba, disfrutando de las caricias de Luke, que no apartaba la vista de Helen. En cuanto a ésta, su jefe la estaba haciendo rabiar adrede.
—¿Cómo que suerte? ¡Y una mierda! Lo que pasa es que domino, Prior, y que soy de lo mejorcito que hay. A ver, ¿cuándo has atrapado tú dos lobos en una noche?
Había ocurrido justo después de ver marcharse a la madre. Durante su segunda exploración del dial, Helen y Luke habían oído otra señal que los había llevado hasta una trampa colocada en el mismo sendero, a doscientos o trescientos metros. Esta vez el ejemplar capturado era un adulto joven.
—Hazme caso, Dan. El sitio que te digo, Wrong Creek, es como una carretera interestatal en versión lobuna.
Oyendo un graznido de ocas, Luke miró el cielo con ojos entornados. En lo alto, dos formaciones en forma de flecha volaban hacia el sur siguiendo la orientación de las montañas. Luke volvió a mirar a Helen y vio que se había fijado en lo mismo. Ya lo había sorprendido varias veces observándola; y es que le costaba no hacerlo. De todos modos, no parecía que a ella le importara. Se limitaba a sonreírle, como si fuera lo más normal del mundo.
Al principio la presencia de la joven había puesto un poco nervioso a Luke, que había tartamudeado mucho; pero lo curioso era que Helen no parecía darse cuenta, y Luke se fue relajando. Se sentía muy a gusto con ella. Helen hablaba mucho y rápido, decía cosas graciosas y a veces, cuando se reía, echaba la cabeza hacia atrás y se pasaba las manos por el pelo, dejándolo revuelto y de punta.
Lo que más le gustaba de ella era cuando le contaba algo y le ponía una mano en el brazo o en el hombro, como si fuera lo más natural. Al oír la segunda señal y darse cuenta de que habían atrapado a otro lobo, Helen le había dado un abrazo muy efusivo. Él casi se había muerto de vergüenza. Se le había caído el sombrero, y se había sonrojado como un tonto. Como lo que era, vamos. ¿Cómo llamarlo si no, siendo ella una mujer adulta y él un chico flacucho y tartamudo?
De repente,
Ojo de Luna
dejó de pastar, aguzó el oído y levantó la cabeza para mirar el lago.
Buzz
ya bajaba ladrando por la ladera. Del bosque habían salido dos jinetes que se acercaban a la cabaña. A Luke se le cayó el alma a los pies.
Habían convenido en mantener en secreto su papel en la colocación de trampas; tanto, que Helen ni siquiera se lo había contado a Dan Prior. De poco servía ya. Al mirar a Helen, Luke comprendió que pensaba lo mismo. Estaba despidiéndose de Prior. Luke se levantó y vio cómo su padre y Clyde cabalgaban por la orilla y subían por la cuesta en dirección a la cabaña.
Buzz
, que corría a su lado, no se cansaba de ladrar.