Read Temerario I - El Dragón de Su Majestad Online

Authors: Naomi Novik

Tags: #Histórica, fantasía, épica

Temerario I - El Dragón de Su Majestad (5 page)

BOOK: Temerario I - El Dragón de Su Majestad
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El resto de la semana transcurrió de forma similar. El dragón dormía excepto si estaba comiendo, y tragaba y crecía a una velocidad alarmante. Al final de la semana, ya no pudo permanecer bajo cubierta por más tiempo, ya que Laurence albergaba el creciente temor de que llegara a ser imposible sacarlo de la nave. Temerario ya pesaba más que un caballo de tiro y del hocico a la cola medía más que el bote del barco. Después de estimar su futuro crecimiento, resolvieron llevar a proa los víveres y ponerlo en cubierta, en popa, como contrapeso.

El traslado se hizo justo a tiempo. El dragón consiguió salir fuera del camarote con muchísima dificultad, con las alas fuertemente encogidas. Según las medidas tomadas por el señor Pollitt, había crecido treinta centímetros de diámetro de la noche a la mañana. Afortunadamente, cuando descansó en popa, su corpachón no obstaculizó el camino en exceso, y allí dormitó durante la mayor parte del día, agitando la cola de forma ocasional y estirándose un poco cuando la marinería se veía obligada a subir gateando por encima de él para poder hacer su trabajo.

Por la noche, Laurence durmió junto a él en cubierta, considerando que aquél era su sitio. No le suponía grandes penalidades cuando el tiempo era bueno. La comida le preocupaba cada vez más; deberían sacrificar al buey en un par de días, pero él devoraría eso y todo el pescado que consiguieran. El dragón podría acabar con todos los víveres de a bordo antes de que llegaran a tierra si su apetito seguía creciendo a ese ritmo, incluso aunque estuviera dispuesto a comer carne en salmuera. Tenía la impresión de que iba a resultar difícil imponerle raciones más pequeñas, y, en cualquier caso, eso supondría poner en peligro a la dotación. A pesar de que habían enjaezado a Temerario y, al menos en teoría, estaba domesticado, incluso en aquellos tiempos un dragón salvaje que se hubiera escapado del lugar de cría podía —y de vez en cuando así lo hacían—comerse a un hombre si no se le ofrecía nada más apetitoso. Y nadie había pasado por alto las miradas hambrientas del dragón.

Cuando la brisa cambió por vez primera a mediados de la segunda semana, Laurence lo sintió de forma inconsciente y se despertó antes del alba, unas horas antes de que empezase a llover. No se veían por ningún lado las luces de posición del Amitié. Las naves se habían separado durante la noche bajo el creciente viento. El cielo apenas clareó al amanecer y enseguida los primeros goterones comenzaron a golpetear contra las velas.

Laurence sabía que no debía hacer nada; si Riley tenía que dar órdenes alguna vez, era ahora. Se ocupó de mantener a la criatura tranquila y evitar que distrajera a los hombres. Le resultó difícil, ya que la lluvia despertó una gran curiosidad en el dragón, que mantuvo las alas extendidas para sentir en ellas el impacto de las gotas.

Ni el trueno ni el relámpago lo asustaron.

—¿Qué es eso? ¿Cómo funciona? —se limitó a preguntar, y se sintió decepcionado cuando Laurence no le dio una explicación—. Podríamos ir a echar un vistazo —sugirió, volviendo a desplegar las alas, sólo en parte, y dando un paso hacia la barandilla de popa.

Laurence se asustó. La criatura no había hecho intentos de volar después de aquel del primer día, ya que comer le preocupaba más, y aunque habían agrandado el arnés tres veces, nunca habían cambiado la cadena por otra más resistente. Ahora advirtió que los eslabones de hierro estaban tensos y empezaban a abrirse sin que el dragón apenas hubiera forzado la cadena.

—Ahora no, Temerario. Debemos dejar que los demás trabajen y observar desde aquí —contestó al tiempo que aferraba la correa lateral del arnés más cercana y trababa el brazo izquierdo, aunque comprendió, cuando ya era tarde, que su peso ya no iba a ser un impedimento para que echase a volar.

Al menos, si estaban juntos en el aire, podría convencer finalmente al dragón de que regresara a la nave. Aunque también se podía caer. Desechó el pensamiento en cuanto se le ocurrió.

Aunque pesaroso, gracias a Dios, Temerario se acomodó de nuevo y volvió a contemplar el cielo. Laurence miraba a su alrededor con la pretensión de pedir una cadena más fuerte, pero la tripulación estaba ocupada y no podía interrumpir su trabajo. En cualquier caso, se preguntaba si habría a bordo alguna que fuera algo más que un estorbo inútil. De pronto, había tomado conciencia de que el hombro de Temerario le sacaba cerca de treinta centímetros y que las patas traseras, no hacía mucho delicadas como el talle de una dama, ahora eran más gruesas que su muslo.

Riley daba órdenes a gritos a través de una bocina. Laurence hizo todo lo posible por no oírlas. No podía intervenir y sería desagradable escuchar alguna orden que no le gustase. Los hombres ya habían sobrevivido a terribles tormentas y conocían bien su trabajo. Afortunadamente, el viento no soplaba en sentido contrarío, por lo que podían avanzar por delante del temporal, y habían recogido correctamente los juanetes de los mástiles. Todo iba bien por el momento, y más o menos seguían dirigiéndose hacia el este. Pero una impenetrable cortina de agua emborronaba el mundo y acortaba distancias con el Reliant.

La tromba de agua impactó contra la cubierta con el estrépito de una salva de cañonazos y le empapó el cuerpo de inmediato a pesar del chubasquero y el sueste
[1]
. Temerario resopló y sacudió la cabeza como si fuera un perro, despidiendo agua por todas partes, y se escondió y acurrucó debajo de sus alas, que había abierto a toda prisa. Laurence, todavía arropado contra el costado y aferrando el arnés, se encontró también a cubierto por aquella cúpula viviente. Resultaba extremadamente raro sentirse tan a gusto en el corazón de la tormenta. Aún podía atisbar a través de los huecos que dejaban las alas y sentía en el rostro una gélida salpicadura.

—El hombre que me trajo el tiburón ha caído al agua —anunció el dragón en ese momento.

Laurence siguió la dirección de la mirada de Temerario. A través de la tupida cortina del aguacero vio el borrón rojiblanco de una camisa a popa y un brazo agitándose a unos setenta grados a babor. Se trataba de Gordon, uno de los marineros que había ayudado en la pesca.

—¡Hombre al agua! —gritó al tiempo que hacía bocina con las manos para hacerse oír mejor, y señaló a la figura que se debatía en las olas.

Riley le dedicó una mirada angustiada. Arrojaron unos cuantos cabos, pero el marinero ya se hallaba demasiado lejos. La tormenta los empujaba y no existía la más mínima posibilidad de salvarlo con los botes.

—Se encuentra demasiado lejos para que lleguen los cabos —apuntó Temerario—. Iré por él.

Laurence se encontró colgando en el aire antes de poder oponerse. La cadena rota pendía libre del cuello del dragón junto a él. La atrapó con el brazo libre cuando se acercó y la anudó alrededor de las correas del arnés varias veces para impedir que sacudiera y golpeara el costado de Temerario como si fuera un látigo. Luego, se asió con todas las fuerzas en un intento de salvarse mientras las piernas colgaban en el aire sin otra cosa abajo que el océano, que le esperaba en el caso de soltarse.

El instinto los había empujado a lo alto, pero tal vez no fuera adecuado permanecer ahí. Temerario se veía forzado a alejarse hacia el este de la nave. Continuó luchando de frente contra el vendaval. Se produjo un espantoso momento de vértigo cuando dieron un tumbo al soplar una fuerte ráfaga de viento y, por un instante, Laurence creyó que estaban irremediablemente perdidos y que iban a caer sobre las olas.

—Con el viento —rugió con toda la potencia de que fue capaz su voz, muy desarrollada después de dieciocho años en el mar, con la esperanza de que Temerario pudiera oírle—. ¡Vuela a favor del viento, maldita sea!

Se le tensaron los músculos del cuello mientras Temerario se enderezaba y giraba rumbo este. De repente, la lluvia dejó de golpear el rostro del marino. Volaban a favor del viento a una velocidad vertiginosa. Laurence abrió la boca para respirar, los ojos le lloraban de lo deprisa que iban y tuvo que cerrarlos. Aquello superaba la experiencia de permanecer en el puente a una velocidad de diez nudos, suponía la misma diferencia que podía haber entre esta situación y encontrarse en el campo en un día tranquilo y soleado. Una risa alocada pugnaba por salir de su garganta, como la de un niño, hasta el punto de que apenas fue capaz de sofocarla para pensar con cordura.

—No nos podemos acercar a él en línea recta —gritó—. Debes ceñir por… Debes ir primero hacia el norte y luego hacia el sur, ¿lo entiendes, Temerario?

Si el dragón respondió, el viento se llevó la réplica, pero parecía haber captado la idea. De pronto, se orientó hacia el norte con las alas ahuecadas para recoger el viento; a Laurence le dio un vuelco el estómago similar al que sentía cuando navegaba en un bote de remos en medio de una fuerte marejada. La lluvia y el viento continuaban castigándolos, pero no con tanta dureza como antes. Temerario cambió de dirección y viró con la misma suavidad que un bote, zigzagueando en el aire y volviendo de forma gradual hacia el oeste.

A Laurence le ardían los brazos. Afianzó el derecho en la correa del pecho y abrió la mano para concederle un descanso. Vio a Gordon debatiéndose a lo lejos, primero cuando se acercaron y luego cuando pasaron por encima del barco. Por fortuna, el marinero sabía nadar un poco y, a pesar de la furia de la lluvia y el viento, la marejada no era tan fuerte como para arrastrarlo al fondo. Laurence contempló dubitativo las garras del dragón. Eran enormes. Si pretendía recoger a Gordon, la maniobra tenía las mismas posibilidades de matarlo que de salvarlo. Laurence tendría que posicionarse de forma que fuera él quien sujetara al desdichado marinero.

—Temerario, voy a recogerle. Espera a que esté listo, luego baja todo lo que puedas —gritó.

A continuación, descendió por el arnés despacio y con cuidado hasta colgar del vientre, sin dejar de mantener cruzado un brazo en una correa durante cada movimiento. Fue un avance aterrador, pero las cosas fueron más fáciles cuando llegó al vientre, ya que el cuerpo de Temerario le escudaba del viento y la lluvia. Se colgó de la amplia cincha que corría por la cintura del dragón. Por poco, daba de sí lo suficiente. Introdujo las piernas entre la cincha y el vientre del dragón una a una para poder tener libres ambas manos; luego, palmeó la ijada del dragón.

Temerario cayó en picado, como un águila. Laurence osciló al bajar, confiando en el acierto de la criatura, y levantó dos surcos en la superficie del agua durante un par de metros antes de alcanzar la ropa empapada y el cuerpo del marino. Lo agarró a ciegas nada más tocarlo y Gordon se aferró a él a su vez. El dragón volvió a ganar altura y se alejó con un furioso batir de alas; por fortuna, ahora podían avanzar a favor del viento, no contra él. El lastre de Gordon se hacía pesado en los brazos, hombros y muslos de Laurence, que tenía todos los músculos en tensión. La cincha le apretaba con tanta fuerza en las pantorrillas que ya no sentía las piernas por debajo de la rodilla, y tenía la desagradable sensación de que la sangre de todo el cuerpo se dirigía directamente al cerebro. Colgaron dando bandazos a uno y otro lado como un péndulo mientras el dragón regresaba al barco raudo como una flecha. Entonces, el mundo se inclinó peligrosamente a su alrededor.

Cayeron sobre la cubierta en un amasijo e hicieron estremecerse la nave. Temerario permaneció en pie de forma precaria sobre las patas traseras en un intento de plegar las alas y retirarlas del viento al tiempo que mantenía el equilibrio con los dos hombres colgando de la cincha del vientre. Gordon se soltó y se escabulló aterrado, dejando que Laurence se desatara por su cuenta mientras Temerario parecía a punto de caerle encima de un momento a otro. Los dedos agarrotados no eran capaces de soltar las hebillas, pero de repente apareció Wells cuchillo en mano y cortó la cincha.

Las piernas golpearon pesadamente en el suelo y sintió que la sangre volvía a circular por ellas. Asimismo, Temerario apoyó las cuatro patas junto a él, haciendo temblar toda la cubierta. Laurence yació de bruces jadeando, sin que por el momento le preocupara que la lluvia lo alcanzara de lleno. Los músculos se negaban a responderle. Wells vaciló. Laurence le indicó por señas que regresara a su trabajo y forcejeó por ponerse en pie. Las piernas le sostuvieron y el hormigueo producido al recuperar la circulación disminuyó cuando comenzó a andar.

El vendaval seguía soplando, pero la nave se había estabilizado y se deslizaba azotada por el viento con el velamen de las gavias cobrado con rizos, y en cubierta la sensación de caos había disminuido. Laurence dejó de prestar atención a la destreza de Riley con sentimientos enfrentados de orgullo y pesar, para convencer al dragón de que retrocediera hacia el centro de la popa de manera que su peso no desnivelase el barco. Lo consiguió justo a tiempo. Temerario bostezó de forma descomunal y escondió la cabeza bajo el ala, dispuesto a dormir sin que por una vez formulara su habitual petición de comida. Laurence se dejó caer lentamente en cubierta y se apoyó en el costado del dragón. El cuerpo le seguía doliendo profundamente a causa del esfuerzo.

Se mantuvo despierto por unos breves momentos más. Sentía la necesidad de hablar aunque notara la lengua espesa y adormecida a causa de la fatiga.

—Temerario —le llamó—, eso ha estado muy bien. Te has comportado con mucho valor.

El dragón asomó la cabeza y lo contempló, la línea de los ojos creció hasta ovalarse:

—Ah —dijo, parecía un poco inseguro.

Laurence tuvo que reconocer con una punzada de culpabilidad que apenas había dedicado una palabra amable al joven dragón. En cierto modo, podía ser cierto que toda su vida se hubiera desmoronado por culpa de la criatura, pero ésta sólo seguía su instinto y hacer sufrir al animal por ello no era nada noble.

Pero en ese momento estaba demasiado cansado para desagraviarlo de mejor modo que repetir:

—Muy bien hecho.

Le palmeó el negro y pulido lomo. Aquel gesto pareció funcionar, ya que, aunque no dijo nada más, Temerario se movió un poco y con timidez se aovilló en torno a Laurence, desplegando parcialmente un ala para protegerle de la lluvia. La furia de la tormenta quedó amortiguada bajo aquel dosel, y Laurence notó los fuertes latidos de su corazón en la mejilla. Al poco, se sintió confortado por el calor que desprendía el cuerpo del dragón; de pronto, cayó al suelo y se quedó dormido.

—¿De verdad cree que es seguro? —preguntó Riley con ansiedad—. Señor, estoy convencido de que podríamos coser una red. Tal vez sería mejor no seguir con esto. Laurence movió todo su peso y lo descargó sobre las correas que le envolvían cómodamente muslos y pantorrillas. No cedieron, ni tampoco la parte principal del arnés y se mantuvo equilibrado en su posición en lo alto del lomo de Temerario, justo detrás de las alas.

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