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Authors: Naomi Novik

Tags: #Histórica, fantasía, épica

Temerario I - El Dragón de Su Majestad (28 page)

BOOK: Temerario I - El Dragón de Su Majestad
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Laurence estaba un tanto preocupado por que Temerario pasara hambre para evitar la desagradable situación de que no le dieran preferencia al comer o tener que soportar las miradas de soslayo de los demás dragones ante su nueva apariencia. Sin embargo, todos sus miedos se desvanecieron drásticamente apenas un mes después de que le hubiera crecido la gorguera. Acababa de aterrizar con Temerario en la zona de alimentación y permaneció atento, lejos de la masa de dragones congregados, cuando llamaron a Lily y Maximus a los campos. En esta ocasión invitaron a otro dragón con ellos, un recién llegado de una raza que Laurence no conocía. Tenía unas alas marfileñas veteadas y marcadas venas naranjas y amarillas con un toque marrón entreverado muy próximo al marfil translúcido, pero no era de mayor tamaño que Temerario.

Los demás dragones de la base se apartaron y los vieron alejarse, pero de forma inesperada, Temerario profirió un ruido sordo y bajo, que ni siquiera llegaba a ser un gruñido, desde lo más profundo de la garganta, lo más parecido que se puede imaginar al croar de una rana toro de unas doce toneladas, y saltó detrás de ellos sin que le invitaran.

Laurence no vio los rostros de los pastores al estar demasiado lejos la hondonada, pero se movieron alrededor de la cerca como si estuvieran desconcertados. Sin embargo, resultaba evidente que a ninguno le apetecía intentar ahuyentar a Temerario, lo cual tampoco resultaba sorprendente al considerar que ya había hundido las fauces en su primera vaca. Lily y Maximus no hicieron objeción alguna, y el dragón nuevo ni siquiera notó el cambio, por supuesto. Un momento después, los pastores soltaron otra media docena de animales en la zona, para que los cuatro dragones comieran hasta saciarse.

—Es un ejemplar magníficamente proporcionado. Es suyo ¿verdad?

Laurence se volvió para encontrarse con que le hablaba un extranjero que vestía unos pantalones de gruesa lana y una sencilla chaqueta de civil, ambas con motivos de dragones salteados. Era un aviador, sin duda, y un oficial también a juzgar por el porte y los modos de caballero, pero hablaba con marcado acento francés. Laurence se quedó sin habla al verlo.

El francés no estaba solo. Le acompañaba Sutton, que entonces se adelantó para efectuar las presentaciones. El francés se llamaba Choiseul.

—Llegué de Austria la pasada noche con Praecursoris —dijo Choiseul, que señaló con un gesto al dragón marmóreo que comía con delicadeza un cordero abajo, en el valle, al tiempo que evitaba limpiamente el surtidor de sangre de la tercera víctima de Maximus.

—Nos ha traído buenas noticias, aunque él les pone mala cara —informó Sutton—. Austria se está movilizando y va a enfrentarse a Bonaparte de nuevo. Me atrevería a decir que muy pronto va a tener que fijar en ellos su atención en vez de en el canal.

—No deseo en modo alguno poner freno a sus esperanzas y me desolaría darles innecesarias preocupaciones, pero no voy a decir que confíe mucho en sus posibilidades. No deseo parecer ingrato. El ejército austriaco fue bastante generoso al proporcionarnos asilo político a mí y a Praecursoris durante la Revolución, y he contraído con ellos una profunda deuda, pero los archiduques son necios y no van a prestar oído a los pocos generales competentes que les quedan. ¿El archiduque Fernando luchando contra el genio de Marengo y Egipto? Es un absurdo.

—Yo no diría que Marengo fue una batalla tan bien dirigida, en absoluto —intervino Sutton—. Hubiéramos visto un final muy diferente si los austriacos hubieran hecho avanzar a tiempo a la Segunda División aérea desde Verona. Fue más suerte que otra cosa.

Laurence no se consideraba lo bastante ducho en estrategia terrestre para ofrecer una opinión propia, pero las palabras de Sutton tenían pinta de ser una fanfarronada. En cualquier caso, él respetaba la buena suerte, y Bonaparte parecía atraerla más que ningún otro general.

Choiseul por su parte esbozó una imperceptible sonrisa y no contradijo a Sutton, se limitó a decir:

—Tal vez mis temores sean excesivos. Aun así, es el miedo el que nos ha traído hasta aquí, ya que nuestra posición en un Imperio austriaco derrotado sería insostenible. Hay muchos antiguos camaradas míos que me la tienen jurada por haberme llevado un dragón tan valioso como Praecursoris —explicó en respuesta a la pregunta que había implícita en la mirada de Laurence—. Los amigos me han avisado de que Bonaparte se propone exigir nuestra entrega como cláusula de cualquier tratado que se vaya a cerrar con el fin de acusarnos de traición. Por eso, hemos tenido que escapar de nuevo y ahora nos ponemos en vuestras manos confiando en la generosidad inglesa.

Era un hombre de verbo fácil y agradable, pero las profundas arrugas que le surcaban el rostro revelaban su infortunio. Laurence le miró con compasión. Había conocido a esa clase de oficiales franceses con anterioridad, marinos que habían huido de Francia después de la Revolución para languidecer en las costas inglesas. Laurence intuía que la posición de estos hombres era más triste y amarga que la de los nobles desposeídos que simplemente habían huido para salvar la vida, ya que experimentaban todo el dolor de sentarse ociosos mientras su país estaba en guerra. Cada victoria que se celebraba en Inglaterra era una terrible pérdida para su propia flota.

—Claro, es raro que seamos hospitalarios a la hora de alojar a un Chanson—de—Guerre como aquél —intervino Sutton, lanzando una de sus toscas puyas con la mejor intención—. Después de todo, tenemos tantos dragones de combate pesado que no sé cómo vamos a hacer sitio a otro, en especial si es tan bueno, veterano y bien entrenado.

Choiseul hizo una leve reverencia de agradecimiento y miró a su dragón con afecto.

—Acepto con mucho gusto los cumplidos sobre Praecursoris, pero ya disponen aquí de algunos animales magníficos. Ese Cobre Regio tiene un aspecto fabuloso y a juzgar por los cuernos aún no ha terminado de crecer, y su dragón, capitán Laurence, lo más probable es que sea una nueva raza. No he visto ninguno como él.

—No, ni es probable que vuelva a verlo —contestó Sutton—a menos que dé media vuelta al mundo.

—Es un Imperial, señor, una especie china —respondió Laurence, dubitativo entre el deseo de no lucirse y el innegable placer de hacerlo.

La reacción del atónito Choiseul, aunque bien contenida, resultó altamente satisfactoria, pero entonces Laurence tuvo que explicar las circunstancias de la adquisición de Temerario y no logró evitar cierta incomodidad al describir la exitosa captura de una nave francesa y un huevo francés a los franceses.

Pero Choiseul estaba claramente acostumbrado a la situación y escuchó la historia con al menos cierta apariencia de complacencia, sin efectuar ningún comentario. Aunque Sutton se inclinaba a detenerse en la pérdida de los franceses con cierta suficiencia, Laurence se apresuró a preguntarle al recién llegado qué iba a hacer en la base.

—Tengo entendido que aquí se entrena un ala y que Praecursoris y yo nos vamos a incorporar a las maniobras. Creo que nuestros servicios pueden ser de ayuda cuando las circunstancias lo permitan. Celeritas también espera que Praecursoris sea de ayuda en los entrenamientos de vuelo en formación de vuestros animales más grandes. Llevamos volando así casi catorce años, siempre hemos volado así.

Un estrepitoso batir de alas interrumpió la conversación cuando los pastores llamaron al resto de los dragones para que se alimentaran en los campos de caza ahora que los cuatro primeros habían terminado. Temerario y Praecursoris habían intentado aterrizar en el mismo afloramiento rocoso, que era cómodo y estaba muy cerca. Laurence se sorprendió al ver a Temerario enseñando los dientes y la gorguera hacia el dragón adulto.

—Le ruego que me perdone —dijo Laurence precipitadamente, y se apresuró a encontrar otro lugar para luego llamar a su dragón.

Vio con alivio cómo Temerario daba la vuelta y acudía a su reclamo.

—Tenías que llamarme ahora… —le reprochó Temerario al tiempo que lanzaba una mirada a Praecursoris con los ojos entrecerrados.

El dragón nuevo había ocupado ahora la posición objeto de disputa y hablaba en voz baja con Choiseul.

—Aquí son invitados. Ceder el paso es cuestión de cortesía —le explicó Laurence—. No tenía ni idea de que te tomaras tan a pecho el orden de preferencia, amigo.

Temerario hundió las garras en el suelo delante de él y levantó surcos en el mismo. Luego, contestó:

—No es más grande que yo. Tampoco es un Largario, por lo que no escupe veneno, ni hay dragones en Inglaterra que echen fuego por la boca. No veo nada en que me supere.

—No te supera en nada, en absoluto —admitió Laurence mientras le acariciaba una de las patas delanteras, que el dragón mantenía en tensión—. La preferencia es una mera cuestión de formalidad, y estás en tu perfecto derecho de comer con los otros. Sin embargo, te pido que no te pongas pendenciero. Han escapado de Europa huyendo de Bonaparte.

—¿Sí? —La gorguera de Temerario se fue plegando poco a poco alrededor de su cuello y Temerario miró al otro dragón con renovado interés—. Pero hablan francés. ¿Por qué temen a Bonaparte si son franceses?

—Son monárquicos, leales a la dinastía Borbón —dijo Laurence—. Supongo que escaparon de Francia antes de que los jacobinos acabaran con el rey. Me temo que el Terror reinó allí durante un tiempo, y aunque Bonaparte al menos ya no anda cortando cuellos en la guillotina, para los monárquicos no es mucho mejor que los jacobinos. Te aseguro que le desprecian todavía más que nosotros.

—Bueno, lo siento si he sido descortés —murmuró Temerario, que se fue por Praecursoris para hablar con él y, para asombro de Laurence, le dijo—: Veuillez m'excuser, si je vous ai dérangé
[2]
.

Praecursoris se giró.

—Mais non, pas du tout
[3]
—respondió gentilmente, e hizo una inclinación de cabeza; luego, agregó—: Permettez que je vous présente Choiseul, mon capitaine
[4]
.

—Et voici Laurence, le mien
[5]
—contestó Temerario—. Laurence, haz una reverencia, por favor —agregó el dragón hablando en voz baja cuando el aviador se le quedó mirando petrificado.

El aviador bajó la rodilla. No interrumpió el formal intercambio de frases, pero le consumía la curiosidad y en cuanto bajaron volando al lago para que el dragón se bañara quiso saber:

—¿Cómo diablos has aprendido a hablar francés?

Temerario volvió la cabeza.

—¿Qué quieres decir? ¿Es extraño hablar francés? Es muy fácil.

—Bueno —repuso Laurence—, es un fenómeno bastante peculiar, ya que hasta ahora no habías oído ni una palabra de francés. De mí no, desde luego, que me puedo considerar afortunado si soy capaz de decir bonjour sin avergonzarme.

—No me sorprende que hable francés —admitió Celeritas cuando Laurence se lo comentó aquella tarde en el campo de entrenamiento—, pero sí no habérselo oído antes. ¿Quiere decir que no habló en francés después de que rompió el cascarón? ¿Habló en inglés directamente?

—Pues, sí —respondió Laurence—. Admito nuestra sorpresa general, pero sólo porque empezara a hablar tan pronto. ¿Es insólito?

—Que hable, no. Aprendemos el lenguaje a través de la cáscara del huevo —le explicó Celeritas—. Estuvo a bordo de una nave francesa durante los meses previos a la eclosión, por lo que no me sorprende nada que conozca ese idioma. Me choca más que sea capaz de hablar inglés después de una sola semana a bordo del Reliant. ¿Se desenvolvía con fluidez?

—Desde el primer momento —contestó Laurence, complacido de la nueva evidencia de los dones únicos de Temerario—. Nunca dejas de sorprenderme, amigo —añadió dirigiéndose al dragón mientras le palmeaba el cuello.

Temerario se hinchó de satisfacción.

Sin embargo, el Imperial continuó mostrándose un poco quisquilloso, en especial en lo que concernía a Praecursoris. No se trataba de una abierta animosidad ni tampoco una especial hostilidad, pero se conducía con la intención manifiesta de demostrar que era tan bueno como el dragón veterano, en especial una vez que Celeritas incluyó al Chanson—de—Guerre en las maniobras.

Laurence se complacía en secreto al ver la fluidez y gracilidad de los movimientos de Temerario en el aire, Praecursoris no tanto; pero la experiencia del dragón y de su capitán pesaban mucho, y los dos conocían y dominaban ya muchas de las maniobras. El interés de Temerario en el trabajo creció de forma considerable. En algunas ocasiones, Laurence salía de comer y encontraba al dragón sobrevolando el lago, practicando las maniobras que antes había encontrado tan aburridas, y en más de una ocasión le pidió que sacrificaran una parte del tiempo de lectura para realizar un trabajo adicional. Se hubiera obligado a entrenar hasta la extenuación todos los días si Laurence no le hubiera contenido.

Al final, Laurence fue en busca de Celeritas para pedirle consejo. Albergaba la esperanza de que existiera una forma de aminorar la intensidad del esfuerzo, o tal vez de persuadir al director de prácticas para que separase a los dos dragones, pero aquél, después de escuchar sus objeciones, repuso con calma:

—Capitán Laurence, le preocupa la felicidad de su dragón, y así es como debe ser, pero ha de pensar primero en su adiestramiento y las necesidades de la Fuerza Aérea. ¿Me va a rebatir que no ha progresado más deprisa y que ha alcanzado niveles de destreza mayores desde la llegada de Praecursoris?

Laurence se le quedó mirando fijamente. La idea de que Celeritas hubiera promovido de manera intencionada la rivalidad entre los dragones para estimular a Temerario resultó primero asombrosa y luego casi ofensiva.

—Señor, Temerario siempre ha dado buen rendimiento, se ha esforzado todo lo que ha podido —comenzó a replicar con enojo.

Sólo se detuvo cuando Celeritas le interrumpió con una risotada.

—Alto ahí, capitán —dijo con tono brusco pero divertido—. No le estoy insultando. Lo cierto es que es un dragón demasiado listo para ser un combatiente de formación ideal. Si la situación fuera diferente, le haríamos líder de formación o un luchador independiente, y lo haría muy bien. Pero tal y como están las cosas, y dado su peso, debemos ponerle en la formación, y eso implica que ha de conocer las maniobras al dedillo. Son muy simples y no bastan para retener su atención. No ocurre muy a menudo, pero lo he visto antes y los signos son inconfundibles.

Por desgracia, Laurence no podía replicar a esa argumentación. Los comentarios de Celeritas eran perfectamente ciertos. Al ver al aviador sumido en el silencio, el director de prácticas continuó:

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