Read Sonidos del corazon Online

Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Sonidos del corazon (8 page)

BOOK: Sonidos del corazon
5.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No creo que a ti te hagan falta lecciones de historia. —Valeria desvió el tema.

—Conozco nombres, he oído canciones, pero no tengo una perspectiva histórica. Solo sé cosas dispersas. Lester tiene razón: importan los porqués, los cómos, los cuándos, y saber qué pasó antes y qué generó después cada movimiento. Todo lo que nos ha contado es genial, y lo que contará seguro que también.

Llegaban a la parada en la que debían bajar para subirse a otro autobús. Valeria mantuvo su silencio al ponerse en pie y detenerse en la plataforma, con Juanjo junto a ella. Los dos se vieron reflejados en el cristal de la puerta. La noche, al otro lado, era plácida. La imagen se desvaneció al abrirse las puertas y salir. No había nadie en la parada. Ya era tarde y pese a ser sábado la zona no estaba muy concurrida.

—Bueno, ¿qué me dices?

—¿Sobre qué? —Se sintió extraña porque sabía perfectamente la intención de Juanjo.

—¿Quieres probar cómo sonarías con nosotros?

—Venga, va, no seas burro. —Hizo un mohín de disgusto.

—Solo pruébalo, nada más.

—Nunca…

—Eso es: nunca tal, nunca cual —la interrumpió—. Nadie sabe de lo que es capaz hasta que lo prueba. Si no sale bien, no pasa nada. Una experiencia más. Pero si sale bien…

—No tengo ni idea, Juanjo.

—Déjate llevar. Eres músico. Déjate llevar. Las grandes cosas salen cuando nos tiramos a la piscina sin ver si hay agua. Tráete el violín la próxima vez y nos soltamos el pelo.

La miró fijamente.

Valeria sintió el peso de sus ojos, y algo más: su intensidad.

La atravesó.

¿Por qué decía que no a todo?

—De acuerdo. —Se rindió aun sin estar del todo convencida.

Su autobús dobló la esquina y se detuvo en la parada para que ellos subieran.

Capítulo 14

Pese a que no se había acostado muy tarde, se levantó pasada la media mañana.

Quedarse con Lester y con Valeria después del ensayo había trastocado sus planes. Su madre se sorprendió al verle aparecer por la cocina.

—¿A qué se debe el madrugón?

—No te pases.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, ¿por qué?

—Llegaste a casa a una hora tan decente que me dio por pensar que te pasaba algo.

—Me enrollé en el ensayo y luego hablando con Lester. Cuando salí ya no me apetecía ver qué pillaba.

—¿Desayunas?

No había cenado, aunque al llegar a casa se tomó unas galletas que pilló en la cocina.

Estaba seguro de no haber hecho el menor ruido, pero su madre, probablemente todas las madres, dormían con un ojo abierto y la antenita puesta, sin importar la edad de sus hijos.

—Sí, gracias.

—Te lo preparo. Ve a ducharte.

Estuvo cinco minutos en la ducha, dejando que el agua recorriera los caminos de su cuerpo. Mientras se secaba, frente al espejo, desnudo, pensó en Valeria.

Y no era la primera vez.

No le había preguntado por qué tenía esos rasgos ligeramente orientales, esos ojos delicadamente rasgados aunque sin exceso y esa intensa cabellera rubia. Tampoco su nombre era muy español.

Valeria.

Ni siquiera sabía su apellido.

El crujido de su estómago le obligó a ponerse algo cómodo y salir del cuarto de baño para regresar a la cocina. Su madre ya le había preparado el desayuno. Iba con bata pero daba igual que no se arreglara: seguía siendo una mujer espectacular a sus cincuenta años. La mayoría de los músicos amigos de su padre estaban separados, con segundas o terceras esposas, o con amantes que formaban una larga cadena de relaciones inconclusas, apasionadas al comienzo y tormentosas al final. Sus padres no, y no precisamente por él. La infinita paciencia de su madre, y el amor, verdadero amor que sentía por su padre, habían hecho el milagro.

A veces se preguntaba dónde estaría él de no ser por ella.

En los malos momentos, incluso, el dinero había salido de su trabajo.

—¿Y papá?

—En el estudio.

—¿Ya? —Se sorprendió.

—Está trabajando duro, ya lo sabes. Si por alguna cosa me alegro de que esté empeñado en volver, es porque no le va a venir mal un poco de disciplina.

—¿Cuándo fue la última vez que estuvisteis juntos en un escenario?

—¡Huf! —suspiró ella.

—Va, que lo recuerdas, seguro.

—Claro que lo recuerdo. —Sus ojos se llenaron de imágenes que solo podía ver ella—

. Ya estaba embarazada de ti, aunque no se me notaba. Habríamos seguido pero la muerte de Germán lo alteró todo. No tuvimos el valor de meter a otro batería para salir del paso. Luego naciste tú, tu padre se metió en el abismo y ya…

—¿No lo echas de menos?

—¿Yo? No. —Hizo un gesto revestido de vaguedad—. Me gustaba cantar, el buen rollo, la libertad y la empatía que sientes al subirte a un escenario, a pesar de que siendo mujer y vistiendo más o menos sexy tenías que aguantar las gilipolleces de los babosos, pero una vez que lo dejé… Bueno, estabas tú. Lo uno por lo otro.

—Es distinto.

—Y tanto. —Sonrió—. Pero cada cosa tiene su tiempo. Tampoco era la mejor cantante del mundo.

—Eras buena.

—Gracias, hijo. —Recalcó lo de «hijo».

—Sabes que he oído vuestros discos y eras buena. Potente.

—Oh, sí, ¡potente!

—Habrías podido grabar en solitario.

—La estrella era tu padre, no yo. Él sí tenía genio. Era y es muy bueno. Ha habido pocos guitarras como él. Cantando es uno más, sale del paso, se defiende lo justo, pero tocando… Tú serás mejor que él.

—¿Por qué?

—Porque ya lo eres ahora. —Bajó la voz y agregó—: Pero no se lo digas.

—Qué voy a ser mejor que papá.

—A tu edad no hacía lo que haces tú, y fue entonces cuando le conocí, aunque no nos enrollamos hasta mucho después. Será genético, pero es la realidad. Lo de ir al conservatorio tiene mucho mérito. Implica responsabilidad, que es lo que le faltó a él. A los veinte, como muchos, se creía el rey del mambo. Y lo fue un tiempo, pero el rock es duro, muy duro. El rock y la escena, los discos, las giras… A ti no te pasará eso, lo sé.

Tienes la cabeza en su sitio.

—A papá no le gusta que vaya.

—Tiene miedo de que te cambien, o de que cambies tú.

—¿Cómo voy a cambiar?

—Puedes dejar de hacer música para convertirte en un concertista o algo así.

—Me encanta. —Sonrió—. Lo dices como si…

—Soy tu madre. —Le guiñó un ojo y se levantó de la mesa.

Juanjo acabó de ingerir la última de las tostadas y apuró el vaso de limonada natural que ella le había preparado. La observó. Cuando era niño y le llevaba o le recogía del colegio, los demás niños se la quedaban mirando alucinados. Además de guapa, siempre había vestido de forma abierta, sexy. Todavía con doce o trece años, le molestaba que le vieran con ella por la calle. Un día le dijo que «no parecía una madre», que «todas las madres eran normales y ella no». Se pasó un montón. Y menos mal que no le hizo caso.

—Voy a ver a papá.

—Bien.

Salió de la cocina y fue al estudio. No se oía nada al otro lado, así que entreabrió la puerta para atisbar dentro. Su padre estaba escribiendo algo, tal vez una letra. Iba a retirarse cuando él le llamó.

—Pasa.

—No quiero…

—Pasa, coño.

Pasó.

Esperó cerca de medio minuto a que él terminara lo que escribía. Las canciones que quería grabar estaban prácticamente hechas, pero siempre quedaba algo, una letra por retocar, un instrumento por meter. Un disco no se daba por acabado hasta que el máster ya entraba en producción. Cuando se metiera en el estudio de grabación, tenía que estar todo atado al máximo, porque cada hora de alquiler encarecía el producto. Luego llegarían los ensayos con el grupo de acompañamiento, viejos amigos de toda la vida que apenas si necesitaban unas pocas horas para conjuntarse porque se conocían desde siempre, y la presentación en algún club para calentar motores y lanzarse a la carretera.

On the road again
.

Canturreó la canción de Canned Heat unos segundos.

—¿Qué hay? —Su padre dejó de escribir.

—Lester es la hostia.

—Vaya, me alegro.

—Ayer me estuvo contando cosas de la historia del rock. Sabe la tira, es un memorión, recuerda datos, fechas… ¿Cómo es posible que no esté haciendo algo más de lo que hace y se conforme con quedarse en su casa sin más?

—Lester es un personaje —dijo el hombre—. ¿Has oído hablar de los escritores que hicieron un libro, uno solo, y luego no quisieron escribir más o desaparecieron? Pues él es así, con la diferencia de que ha vivido una vida intensa y un día dijo «adiós». Se terminó. Tiene suficiente para vivir, es feliz, ¿qué más se puede pedir?

—Me dijo que había hecho de todo, que había sido comentarista, mánager, técnico…

—Ha hecho de todo, ha estado con todos, ha tenido mujeres increíbles, sí, pero por encima de cualquier otra cosa ha sido un tío legal. Y eso es mucho. Este mundillo es muy cabrón, está lleno de hijos de puta, de gente que mataría por un hit o por tirarse a una pava. Con Lester puedes poner la mano en el fuego. ¿Cómo fue que os enrollasteis?

—Dice que los nuevos no conocemos la historia y que sin saber de dónde venimos o sin haber conocido el pasado no podemos entender el presente ni hacer la música de hoy. Más o menos.

—Tiene razón. Más o menos. De todas formas lo que te ha contado también podría habértelo contado yo. No con tantos detalles, pero los conceptos básicos…

—¿Has estado en su piso? —Eludió el comentario.

—Sí.

—Parece un pequeño museo.

—Escúchale —dijo su padre.

—¿Qué quieres decir?

—Siempre es difícil que un hijo escuche a un padre. Da corte. Lo sé. A mí me pasó con el mío. Piensa que Lester es como un abuelo. Tú escúchale, nada más. Aunque no olvides que soy tu padre.

—Ya lo sé.

—Le comenté que quería que estuvieras conmigo, en el disco, en los bolos…

—Me lo dijo.

—Qué cabrón —rezongó.

—Tú mismo has dicho que es un tío legal.

—Vale. —Pareció dar por terminada la conversación, porque agarró la guitarra que tenía más cercana y acarició las cuerdas.

Siempre lo hacía antes de tocar.

—Oye, ¿cuántos grupos han usado el violín en el rock?

—Ya sabes que una de mis bandas preferidas es la Mahavishnu Orchestra —dijo su padre—. A comienzos de los años setenta no había nadie como ellos y Weather Report en la fusión jazz-rock. John McLaughlin era hijo de una violinista clásica, así que no tuvo nada de extraño que después de tocar con Miles Davis creara un grupo con él a la guitarra y un violín de complemento. Primero empleó a Jerry Goodman, el violín del diablo, y después a Jean-Luc Ponty en la segunda versión de la banda. Precisamente, Goodman había sido líder del primer gran grupo de rock con un violín como solista, Flock. Lástima que no tenga nada de ellos. A la Mahavishnu ya la has oído. ¿Por qué lo preguntas?

—Curiosidad.

—¿Vas a meter un violín en tu grupo?

—No —divagó—, más bien es que he hecho un par de canciones y pensaba… Nada, solo son ideas.

—Hay muchos instrumentos que le van bien al rock. Mira a Ian Anderson y su flauta en Jethro Tull. Cuando se encuentra la fórmula…

—Vale. —Inició la retirada.

—¿Tocamos algo?

—Ahora no. Quiero hacer unas cosas.

—Dile a tu madre que venga cuando pueda para ver qué le parecen los arreglos que he hecho para los coros.

—¿Vas a meterla?

—Pues claro. Si he de usar voces femeninas, ¿para qué llamar a otra? Sigue siendo perfecta, y conserva el tono.

Primera noticia.

A veces se sentía un poco marciano.

—De acuerdo —dijo saliendo del estudio.

Capítulo 15

Salían todos juntos, África, Jara, Dunia, Valeria y Juanjo, cuando la profesora Roberta la llamó.

—¡Valeria! ¿Tienes cinco minutos?

Vaciló un instante. Cinco minutos eran cinco minutos. Lo que se tardaba en llegar a la parada del autobús. Pero no podía decirle que no a ella, por si las moscas.

—Lo siento. —Miró a sus compañeras pero en realidad se dirigía a Juanjo.

—¡Huy! —dijo África.

—¿Has hecho algo malo? —se extrañó Dunia.

—No, que yo sepa. —Ahora sí depositó sus ojos en Juanjo, aunque le dolía que ellas se enteraran de algo—. ¿Mañana?

—Mañana. Pero te llamaré para quedar antes.

África, Jara y Dunia se quedaron estupefactas.

Aquello sonaba tan y tan y tan a cita…

Pensaban concretar la ida al ensayo en el trayecto y en el bus. No recordaba que él tenía su número telefónico. Habría podido ahorrarse que ahora ellas se montaran la película y, la próxima vez, la asaetearan a preguntas.

—Vale. —Se resignó e inició la retirada—. ¡Hasta luego, chicas!

Confiaba en que no se pasaran preguntándole a él.

¿Qué más daba?

Caminó en dirección a la profesora sin volver la vista atrás y se reunió con ella en la puerta de su despacho. La mujer la hizo entrar y luego cerró la puerta. La mesa y las dos únicas sillas estaban cubiertas de papeles y libros, composiciones musicales, pentagramas y papeles escritos a mano. En las estanterías se amontonaban igualmente cientos de libros intercalados con algún objeto, recuerdo, premio o retrato anecdótico. La sensación de abigarramiento era tan ostensible que daba la impresión de que allí dentro apenas se podía respirar.

Roberta no quitó nada de las sillas, así que se quedaron de pie. Cuando se enfrentó a la maestra, se dio cuenta de que sonreía con un deje de satisfacción y orgullo.

—¿Estás preparada?

No supo qué responder.

—Van a hacerte una prueba para la Joven Sinfónica de la Paz —le dijo remarcando cada palabra.

Era una de las más conocidas orquestas no solo de España, sino del mundo. Exclusiva para menores de veintiún años. Ser aceptado en ella era rozar el cielo con las manos, poner una primera gran muesca en el historial propio.

—¿A mí? —logró decir.

—Sí. —Roberta le puso las dos manos en los hombros y se acercó a ella para darle sendos besos en las mejillas—. Enhorabuena.

—Pero… ¿por qué?

—Yo te he recomendado.

Eso aún fue más inesperado. Roberta Martí era entusiasta, melómana, exquisita, apasionada con la música, pero raramente traslucía sus emociones cuando se dirigía a ellos. Se le notaba que procuraba tratarlos a todos por igual. Era rigurosa, implacable, y hasta podía ser dura. Todo menos condescendiente. Decía que la música era demasiado importante como para que en ella hubiera medias tintas. O se tocaba bien o no se tocaba.

BOOK: Sonidos del corazon
5.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Bachelor's Bed by Jill Shalvis
Z 2136 (Z 2134 Series Book 3) by Sean Platt, David W. Wright
Betrayed by Wodke Hawkinson
Heroes are My Weakness by Susan Elizabeth Phillips
All for One by Ryne Douglas Pearson
Flee the Night by Warren, Susan May